Antecedentes de escuelas organizadas de estudios superiores existen en el mundo romano, particularmente en época justiniana en la que florecen los estudios de Constantinopla y Beryto, pero lo que entendemos hoy como universidad, el precedente directo de las universidades actuales es más tardío. La procedencia puede ser disputada, pero la prueba directa da a Bolonia la primacía. La Constitución “Habita”, dada en noviembre de 1158 en la dieta de Roncaglia por el emperador Federico I Barbarroja, establece los funcionamientos del particular “status” de los miembros del estudio boloñés. La constitución recoge del derecho anterior una serie de componentes, aporta alguna originalidad, pero importa aquí que proporciona un terminus ante quem para el estudio de Bolonia al emperador para exponerle ciertas quejas sobre inconvenientes que dificultaban el pleno desarrollo del estudio que estaba floreciente.
En 1155 el estudio boloñes funcionaba casi a plena satisfacción, pero que el problema de su origen. La pluralidad de soluciones a esa incognita es buena guía para afrontar las teorías excesivamente simplistas sobre el origen de las universidades. Denifle lo pone en las escuelas municipales, Gaudenzi en una escuela episcopal, Fitting en una de artes liberales, Cencetti (siguiendo a Max Weber) en una de notaría, Chiapelli en la de retórica y gramática, Tamassia en las escuelas imperiales y, finalmente, Stelling-Michaus la juzga creación única y original.
Bolonia fue importante para toda Europa. Llegaron estudiantes de todo el continente, formaron las primeras corporaciones universitarios según su “nación” de origen, eligieron rectores entre ellos mismos y crearon un tipo de universitas scholarum con un acusado sentido democrático de presencia estudiantil. Los juristas formados en Bolonia regresaron a sus países de origen y propagaron el Derecho Romano Justinianeo, figuraron en los consejos reales y contribuyeron a reforzar el poder real frente a la nobleza o el clero.