Hace unos días escuché un programa de radio sobre la diplomacia argelina en el que se mencionaba la autopista que cruza toda Argelia de este a oeste y se detiene en medio de la nada a unos metros de la frontera marroquí. Me fui a Google Earth y capturé esa imagen no muy buena pero que en efecto simboliza otra de tantas paradojas magrebíes.
Argelia y Marruecos, Marruecos y Argelia… el absurdo de dos países hermanos, diferentes y parecidos en cada gen, cuyos dirigentes, en lugar de trabajar juntos en este mundo que se nos va de las manos, aún prefieren jugar a las susceptibilidades, al nacionalismo y al plantón. Pero a un lado y otro de esta frontera que nunca fue tal hasta la penetración europea, las regiones son las mismas y los pueblos y las familias también. Son los que sufren de la amputación de una parte de su territorio natural.
Dieciocho años de absurdo son muchos años, tantos que ya es difícil encontrar una explicación otra que la fuerza de los que se aprovechan del comercio clandestino y del pique entre los dos regímenes.
Lo curioso es que los dirigentes de ambos países y los que viven en Argel y Rabat-Casablanca pueden ir de un país a otro sin ningún problema por vía aérea. Para ellos la frontera no está cerrada.
Las regiones ubicadas a ambos lados de esta frontera de mil quinientos kilómetros han pasado ya mucho tiempo de espaldas y se han hecho independientes, sobre todo la región Oriental de Marruecos. Las estructuras sociales y económicas de ambos países son infinitamente más interdependientes con Europa que entre ellas mismas. Están caminando en sentido contrario a la oportunidad, quizás la última, que representó un Magreb unido. El día que se reabra la frontera, y eso sucederá, ya no será el revulsivo para la integración que fue la última vez que sucedió, en 1988. Será emotivo pero irrelevante por que el momento ya habrá pasado.