El interior de la cueva está ocupada en más de sus dos terceras partes por bloques de piedra, y actualmente apenas presenta sedimentos, por lo que es probable que los niveles arqueológicos debieron vaciarse por completo con ocasión de aquellas exploraciones. En algunos bloques calizos se observan marcas del barrenado para la utilización de explosivos, al parecer empleados para ampliar grietas y mover bloques. En una de las primeras referencias bibliográficas, a la cavidad se le cita como la “Cueva Hundida”.Como yacimiento arqueológico, el interior de la cavidad no ofrece buenas condiciones para el establecimiento de un hábitat dado que el interior presenta un desnivel muy pronunciado, y los bloques de piedra reducen su superficie útil. No obstante, la Cova Foradà registró una ocupación temporal en momentos tardíos de la Edad del Bronce, a finales del segundo milenio antes de Cristo, y probablemente se utilizó para refugio de pastores o almacén de cosechas y, es probable un uso como sepulcro funerario (aunque son muy exiguos los restos humanos hallados). Con posterioridad, en los siglos IV al II a. C., la cueva fue también visitada por los iberos, de cuyo testimonio son seis fragmentos de cerámica recuperados.
A pesar de la proximidad de la cueva con las pinturas rupestres de La Sarga, no es posible relacionar ambos yacimientos arqueológicos, ya que las distintas manifestaciones de Arte Rupestre corresponden a épocas anteriores (V a III milenio a. C.).