Cuando estudiamos la Historia del mundo azteca uno de los rasgos más indicativos de su cultura y que en ocasiones más sorprende es su obsesión por el factor bélico, donde el lograr proezas marciales era un símbolo de status y valía, un factor imprescindible para escalar posiciones en dicha sociedad e incluso para ingresar en la nobleza.
Su culto a la guerra inundaba incluso sus creencias religiosas, donde su disociación sería incomprensible. Esto se aprecia desde el mismo momento del nacimiento, que era entendido como un campo de batalla lleno de dolor y de sangre. Tanto así que ha llegado a nosotros el rito de nacimiento que era iniciado por la misma comadrona que lo traía al mundo, quién alzaba al bebé sobre sus brazos mientras lanzaba cánticos de guerra y lo exhortaba con las siguientes palabras: “Tu hogar no está aquí, porque eres un águila o un jaguar, esto es sólo un lugar donde anidar, la guerra es tu tarea. Debes darle bebida, alimento, comida al dios [sangre]. Quizá merezcas la muerte por el cuchillo de obsidiana [en sacrificio], que tu corazón no vacile, que desee, que ansíe el florecer de la muerte por el cuchillo de obsidiana. Que saboree el aroma, la frescura, la dulzura de la oscuridad”. Los niños pequeños destinados a ser guerreros eran presentados con escudos y flechas en miniatura que simbolizaban la meta de su futura existencia. Sus cordones umbilicales y las armas que se les entregaban eran confinados a guerreros veteranos para ser enterrados ceremonialmente en un campo de batalla.