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Les Germanies. El saqueo de Orihuela

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Los particularismos nacionalistas de Petrarca, Maquiavelo y Erasmo

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La formación de Rusia

Iván III

Moscú es  la capital de un pequeño principado eslavo y ortodoxo, consolidado a fines del siglo XV en la frontera con los pueblos mongoles, nómadas de las estepas euroasiáticas. Es la avanzadilla más oriental de la cristiandad y de la romanidad. Consciente de tal vinculación religiosa y cultural, después de la caída de Constantinopla, Moscú se considera una tercera Roma, un epígono del Imperio romano-bizantino. Por ello, desde 1547, sus príncipes toman el título de césar o zar.

Entre 1462 y 1585, las tierras bajo dominio ruso se cuadriplican, y lo hacen en todas sus direcciones, sobre un espacio poco poblado y mal definido. Ivan II, en la segunda mitad del siglo XV, somete la república comercial de Nóvgorod, que centraliza el comercio con Occidente, por el Báltico, desde el puerto de Narva. Por el este, Iván IV el Terrible (1533-1584) llega hasta el Volga y los Urales e incorpora los khanatos, o <<reinos>>, de Kazán y Astraján en los años 1552 y 1556. En 1584 se funda el puerto de Arkangels, en el mar Blanco, para comerciar  directamente con Occidente, porque la salida tradicional desde el golfo de Finlandia es disputada por los rusos, suecos y polacos. Algunas de las nuevas tierras rusas precisan una repoblación, y otras están ocupadas por grupos tribales seminómadas. La falta de mano de obra campesina invita a reforzar una estructura social rígidamente feudal dominada por los <<boyardos>> (alta nobleza).

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La formación de Suecia

La península escandinava es un territorio muy poco poblado, de estructura económica, social y política muy sencilla, y de reciente y superficial cristianización. Desde la Unión de Kalmar (1397), Noruega, Suecia y Dinamarca comparten un mismo soberano hasta principios del siglo XVI, pero se trata de una monarquía muy débil: sigue siendo electiva y la nobleza goza de amplísimas prerrogativas, y de una gran autonomía en Suecia y en Noruega.

Cristian II de Dinamarca (1513-1523) aspira a incrementar su poder y a controlar el comercio del Báltico por los estrechos del Sund. Las ciudades costeras del Imperio alemán, federadas en una hansa o liga comercial, no están dispuestas a tolerar algo que supondría su ruina, y apoyan a cualquier brote de disidencia contra el rey. El brutal sometimiento de la nobleza sueca en 1520 (<<baño de sangre de Estocolmo>>) propicia una reacción nacional y el derrocamiento del monarca. En 1523, la nobleza sueca elige rey a uno de sus miembros, Gustavo Vasa, con lo que Suecia se separa de la Unión. Ese mismo año, la nobleza danesa aprovecha también la ocasión, derroca a Cristian II y corona a un noble alemán como Federico I.

En ambos casos, los nuevos reyes de Suecia y de Dinamarca se consolidan en el trono gracias a la Reforma protestante. La secularización de los bienes eclesiásticos permite a Gustavo I Vasa (1523-1560) comprar el apoyo de la nobleza, que sigue participando en el gobierno desde el Consejo de Estado. Vence además la resistencia de los católicos, con el obispo de Uppsal al frente, y derrota a los daneses cuando pretenden recobrar el control de Suecia. Y, en 1544, obtiene el reconocimiento de la dieta −formada por nobles, eclesiásticos, burguesía y campesinado− de que la corona será hereditaria en su linaje.

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Nacionalismo

La enemistad capital entre las poblaciones de Orihuela y Murcia dentro del marco del Pleito del Obispado en los albores del siglo XVI

El memorial confeccionado por el primero de los doctores reseñados, que datamos a finales de la década de los ’20 del siglo XVI, comenzaba muy significativamente afirmando, por encima de todo, la existencia de una discordia perpetua entre las ciudades de Orihuela y de Murcia, y los lugares de su distrito o territorio, siendo como habían sido “de reynos estranyos y en frontera y limittes de los reynos y tan notorios enemigos“. Proseguía destacando la necesidad de segregar las tierras de la gobernación oriolana del dominio eclesiástico murciano, pues no cabía “dubda sino que las voluntades estan tan danyadas entre ellos que toda comunion ha de ser danyosa y aparejada a discordia e iniquidad asi para las almas como para los cuerpos“.

Y dividía esta historia de enfrentamientos y tensiones en tres tiempos. El primero y más antiguo hacía referencia a “quando estos Reynos de Castilla y de Aragon eran de diversos reyes y tenian guerras abiertas entre si y estas ciudades como fronteras y differentes en lengua en fueros y en leyes y costumbres emplearon las armas cada una en servicio de su rey y en deffenssion de su reyno contra la otra“, produciéndose muchas “batallas estrages muertes y robos y otros grandes males“, (…) “porque ay memoria de batallas muy crueles que oy en dia los campos y lugares donde fueron retienen el nombre de la matança y crueldad que alli passo“. Y los otros dos tiempos los hacía coincidir con los reinados de Fernando el Católico y de Carlos I, cuando ambas ciudades ya no tenían reyes diferentes y enfrentados, sino un mismo monarca y señor y, pese a ello, ese odio y enemistad perpetua subsistían “oy mas que nunca“.