En El tiempo de los profesores universitarios:
Precisamente en estos días son legión quienes los felicitan por comenzar esas vacaciones imaginarias de tres o cuatro meses que, de acuerdo con el lugar común, se abren ante nosotros cuando terminan las clases. En realidad, incluso esta percepción del calendario académico ha quedado anticuada: en el empeño por hacer que las universidades se parezcan cada vez más a los institutos, son ya pocos los centros españoles que mantienen la vieja costumbre de empezar las clases a final de septiembre y terminarlas a final de mayo, siendo la norma subirse a la tarima a primeros de septiembre y hacer los exámenes de recuperación —aire acondicionado mediante— en pleno mes de julio.
Si los profesores de universidad solo impartiesen docencia, habría que aceptar con deportividad el amable reproche social. Pero no es el caso: lo que nos distingue del profesorado de la enseñanza media es el deber de investigar, tarea a la que en las últimas dos décadas se ha sumado el imperativo de gestionar burocráticamente los distintos aspectos de nuestra actividad. De ahí que con demasiada frecuencia el verano se dedique a aquello que animó a muchos a emprender la carrera académica: estudiar y escribir.