Fueron varios los meses de recuerdos enturbiados por el alcohol, son los mejores recuerdos porque no existen les vas dando forma como tu quieres, el problema es reconocer o entablar conversación con toda la gente que te saluda y que no tienes ni puñetera idea de quienes son.
La chica rubia de la barra se bebía todo lo que caía en zona de nadie, la zona de nadie abarcaba desde su asiento hasta tres metros a la redonda. Si intentabas hablar con ella se bebía tus palabras sin consideración y te dejaba seco, mirando hacia ningún sitio.
Yo cuando estoy en un bar normalmente no digo nada, simplemente bebo, de hecho acudo allí para beber, nunca he entendido porque la gente habla cuando no tiene nada que decir, la música como siempre demasiado alta, va ambientando las conversaciones como una banda sonora colocada por alguien que no sabe de que va la película.
En esos momentos siempre pensaba en mi padre, mi padre siempre me decía que si algún día aprendía a escuchar quizá luego tendría algo que decir, aunque no tuviera sentido, al fin y al cabo eso es lo de menos.
La barra del bar estaba repleta de copas, las copas vacías, estaban llenas de palabras sin sentido, mientras miraba las copas vacías intentando descifrar alguna de las palabras me encontré con la mirada de la chica rubia de nuevo, en un bar las miradas siempre terminan encontrándose, pero cuando las palabras toman partido las miradas siempre pierden y terminan quedándose en la barra con las copas vacías.
Yo mientras tarde tras tarde y noche tras noche me ahogaba en alcohol, intentaba aprender a nadar pero siempre sin mirar hacia el fondo no fuera a encontrar algún vaso vacío.
Antes escribía historias, historias que comenzaban pero nunca acababan, esto es, con principio y sin final, las historias normalmente no salían del bar, allí nacían y allí encontraban su final. En algunos momentos alguien se acercaba a mis historias y se permitía hacer algún comentario, pero yo sabía que la gente no suele decir lo que piensa ni pensar lo que dice, un día en un momento de debilidad le leí una historia al camarero y este la guardo en un vaso vacío, aquel día por un instante pensé dejar de beber, instantes después seguí bebiendo pero llegue al convencimiento de que nunca vaciaría del todo los vasos.
En los bares había muchos tipos de personas, buenas personas, malas personas, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, borrachos, y muchos tipos más.
Tambien había gente como yo, difícil de asignar a una tipología, gente que no tenía nada que decir, gente que se dedicaba a recoger las miradas de las rubias y a mirar con temor los vasos vacíos.
Al fin y al cabo lo peor que había hecho en mi vida era comprar dos ladrillos y tirarlos a un contenedor, ante una duda más que razonable sobre la utilidad de los mismos.
Entre sorbo y sorbo pensaba que me gustaría ser una persona interesante, que me gustaría tener a mi chica otra vez hasta que me volviese a abandonar, e incluso que me gustaría ser una persona interesante hasta que mi chica me abandonara. Es difícil encontrar una persona lo suficientemente interesante en el mundo, normalmente cuando piensas que alguien interesante es porque no lo conoces demasiado, cuando tratas a la gente de alguna manera al final todos te fallan, pero aunque dejen de ser interesantes, siguen ahí, y creo que nadie debería fumarse un porro o vaciar un vaso solo.
En el viejo bar había muy buenos novelistas, estos paseaban sus novelas con las pastas gastadas por todos los cafés, cada novela estaba unida a una mesa como las cervezas estaban unidas a la barra. Las luces se distorsionaban en haces de colores mientras la tinta de las novelas se diluía en las gotas de cerveza que les caían de sus vasos, yo miraba todo esto desde un rincón ajeno al ajetreo del bar, en la oscuridad siempre se piensa mejor, parece que todo se ve mas claro, quizá sea porque las ideas brillan más.
Las ideas más o menos absurdas corrían por mi cabeza y me pillaban preocupado por cosas tan triviales como la perdida de pareja de mis calcetines, y encontraba una extraña conexión en que yo y mis calcetines hubiéramos perdido nuestra pareja.