Viene de Valladolid – Museo Nacional de Escultura (I) : Renacimiento
Si decimos que los primeros momentos del XVI son difíciles estilísticamente, más se complican con la aparición de Alonso Berruguete, que tuvo oportunidad de viajar en su juventud a Italia, de modo que a su regreso había asimilado, de manera muy temprana, los principios manieristas en los que había ido degenerando el Alto Renacimiento. Construye así un estilo muy personal y de gran expresividad, basado en la distorsión, la inestabilidad y el alargamiento de las figuras, sin buscar una belleza superficial o material en aras de una mayor intensidad y trascendencia religiosa. En esculturas como El sacrificio de Isaac o San Sabestián, o en sus relieves para el retablo de San Benito el Real, llevó esos principios a su máxima expresión.
Del manierismo expresivista destaca también la obra de Juan de Juni, escultor de origen borgoñón que, aunque se inició en el clasicismo formal, exploró las opciones que la escultura española ofrecía y rápidamente incorporó efectos manieristas y prebarrocos, de modo que las figuras interactúan entre sí y con el espectador, con una honda expresividad y patetismo. Estas figuras se insertan en composiciones simétricas y cerradas, donde los personajes son corpulentos y de una apariencia naturalista, tendente a la fealdad incluso, aunque presentan vestiduras de rica policromía. El mejor ejemplo de este tipo de escultura, precedente directo de la imaginería procesional, es el Santo Entierro de Cristo, grupo que sintetiza los auténticos valores escultóricos españoles a partir de ese momento: teatralidad, dramatismo y expresividad religiosa.
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