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El extrañamiento de los jesuitas valencianos

Cuando en 1767 Carlos III firmó la Pragmática Sanción por la que expulsaba de sus dominios a todos los miembros de la Compañía de Jesús, había nueve centros jesuitas en el Reino de Valencia, siendo uno de ellos la Universidad de Gandía. Los jesuitas españoles, a pesar de que la decisión real les pilló por sorpresa, se esperaban desde tiempo atrás que sucediera. No sólo por haber sucedido lo mismo en Portugal y Francia, también por diversos informantes fieles a ellos y compañeros extranjeros, como el P. Pedro Góusen, un flamenco procedente de Roma, que avisó a los jesuitas alicantinos de su inminente expulsión.

Carlos III.
Carlos III.

La Universidad de Gandía era uno de los centros emblemáticos de la Compañía, y su arresto fue una operación que causó un gran impacto por su violencia. El edificio fue rodeado por tropas, para evitar cualquier intento de fuga, y el Gobernador y los soldados entraron atropelladamente a las cinco de la mañana. Los novicios pudieron elegir entre el destierro o quedarse en España secularizados, y los padres y coadjutores fueron encerrados hasta que partiesen al exilio. Quedaron en la ciudad Fco. Costa y Vicente Lores, para dar cuentas a la Junta de Temporalidades, y después embarcaron en Cartagena.

Comunicado el extrañamiento, los jesuitas fueron trasladados a casas previamente asignadas y denominadas depósitos interinos o cajas de embarque; en el Reino de Valencia la Caja se situó en el Colegio de Segorbe. Allí se les reunió, y desde ese centro salieron en dirección a Tarragona, en cuyo noviciado se centralizó a todos los pertenecientes a la Provincia de Aragón, dada su cercanía al punto de embarque: Salou. Las condiciones que reunía ese noviciado eran infrahumanas, por la estrechez física y la congoja por el futuro que les esperaba. Durante la noche del 29 al 30 de abril los jesuitas valencianos subieron a bordo de las embarcaciones que les transportarían al destierro.

Tras una travesía llena de penalidades por lo angosto de los buques y su nulo contacto previo con el mar, en el puerto romano de Civitavecchia les sorprendió la noticia de que Clemente XIII no les recibía en sus dominios, y que debían ser trasladados a Córcega. Las penalidades de los padres continuaron en la isla, hasta el punto de que algunos pidieron su secularización al no ver fin a ese tormento. En total, se secularizaron veintitrés jesuitas procedentes del Reino de Valencia. De ellos once eran sacerdotes, seis escolares y seis coadjutores; siendo los años de mayor número de secularizaciones 1767 y 1768.

 

Grabado de la expulsión de los jesuitas en 1767.
Grabado de la expulsión de los jesuitas en 1767.

Los expulsos del Colegio-Universidad de Gandía fueron treinta y dos, entre los que se dieron cinco secularizaciones, dos de ellas al unísono. El valenciano José Manuel Vidal y un escolar natural de Elda, José Ferrándiz, solicitaron en Roma su cese a mediados de agosto de 1767, y de allí salieron hacia España, pero en Gerona fueron descubiertos y reenviados a Italia.

Otro escolar gandiense, Antonio Vila, profesor de Retórica y Griego en la ciudad de Comacchio en 1787, año en el que también recibió premio de doble pensión. Hacia 1791 impartía la cátedra de Retórica en la Universidad de Ferrara, donde publicó algunas obras. De los que permanecieron en la Orden, alguno volvió a tierras valencianas en 1798, como Pedro Roca, que salió de Gandía siendo escolar, y al volver a su Caudiel natal, el obispo Lorenzo Gómez de Haedo le prohibió oficiar misa en la iglesia de las carmelitas descalzas del pueblo. Mariano Arascot, también del Colegio de Gandía, que vivía en Bolonia después de la expulsión y fue trasladado a Mantua durante la ocupación napoleónica, sufrió un duro confinamiento. Como vemos, la suerte de los jesuitas gandienses no fue mucho mejor que la del resto de los extrañados de España.