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Causas económicas de la expulsión de los moriscos

Jaime Bleda, autor de la Crónica de los Moros de España (1618), ya decía que la expulsión de los moriscos de España suponía el triunfo de la Fe sobre la razón económica. Aznar de Cardona, coetáneo también a la expulsión, comentaba en 1612 que los arbitristas –a los que él denomina un tanto despectivamente aritméticos– pretendían calcular cuál era el daño económico de la intolerancia religiosa. Y es que el vacío dejado por los moriscos, sobre todo en el Reino de Valencia, produjo una crisis económica que afectó a esta parte de la Monarquía Hispánica durante la mayor parte del XVII.

"Crónica de los Moriscos de España", de Jaime Bleda (1618).
“Crónica de los Moriscos de España”, de Jaime Bleda (1618).

La comprensión de cómo funcionaba la economía dio un gran paso adelante en la Modernidad; no cabe pensar más que en el papel de los arbitristas y su énfasis en el bienestar material del ciudadano como el fundamento de una república estable. En el Microcosmia (1592) del prior de los agustinos de Barcelona, Marco Antonio de Camos, la economía era la educación de los jóvenes y la protección de los ancianos por la unidad de producción que era el hogar, cuyos excedentes permitían, a través de los diezmos y rentas feudales, la construcción de una jerarquía política que fomentara el buen orden de la comunidad.

Los teólogos de la Escuela de Salamanca empiezan a atraer su atención sobre el funcionamiento del mercado en la misma época, aunque la economía seguía viéndose como algo subordinado a la voluntad de Dios. Coincide además el debate acerca de la cuestión morisca con la controversia sobre la inflación de los precios, que causaba un profundo desorden moral en la república. El intelectual Pedro de Valencia sostenía sobre los moriscos y su posible expulsión que “cuando la pérdida no sea mayor     que privarse el Rey y el reino de tantas casas de vasallos en tiempo que tan falta de gente se halla España, es de consideración no pequeña.”

Joan Reglà advierte que fue precisamente la proliferación demográfica morisca una de las causas principales de su ruina. Los moriscos valencianos, a principios del Seiscientos, suponían un tercio de la población total del reino. Habían aumentado, además, un 69,7% entre 1565 y 1609, mientras que los cristianos viejos lo habían hecho sólo un 44,7% en el mismo período.

El principal punto de contacto entre ambos mundos era el párroco, pues la Iglesia se esforzaba en contabilizar, en pleno auge de la Contrarreforma, el número de cristianos que nacía, se casaban y fallecían, por lo que el registro de los bautismos, los matrimonios y las partidas de defunción se volvió imprescindible. Ésta era la única forma que tenían para controlar las rentas que percibía la Iglesia, y la evolución de la población morisca. De ahí que el obispo de Orihuela, en 1595, se quejara de la falta de iglesias y curas en su diócesis. Los rectores de Turís y Pedralba, en Valencia, por ejemplo, apuntaban si sus feligreses les llamaban para confesarse antes de morir, y si se enterraban a la manera cristiana, pues así detectaban si seguían practicando en secreto el Islam.

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Moriscos camino del puerto de embarque.

En cuanto a la economía morisca, Aznar de Cardona señalaba que comían sin mesas, dormían en el suelo, comían preferentemente frutas y legumbres en lugar de carne y trigo, gastaban poco y producían poco. En definitiva, vivían en un régimen de autosuficiencia, y sin embargo, su población continuaba creciendo. Desde la óptica de la nueva economía de los siglos XVII y XVIII, las aljamas ya no eran productivas ni rentables para el incipiente sistema capitalista, que explotaba la tierra siguiendo criterios de mercado. Pero lo más interesante es que existía una importante red de créditos y tierras moriscos fuera de las aljamas y alquerías, que no era bien vista en un contexto de crisis económica profunda por los cristianos viejos.

El obispo de Segorbe se lamentaba en 1587 de que los moriscos ejercían “oficios bajos y mecánicos”, acumulaban dinero y arrendaban alcabalas y otros impuestos, y que en breves años, superarían a los cristianos viejos en haciendas y número de personas. Por otro lado, las relaciones entre los señores y sus vasallos moriscos se deterioran a finales del XVI, y estos últimos comienzan a cuestionarse el valor del “precio” que pagaban a sus protectores para escapar a la presión religiosa. De hecho, pagaban más servicios arbitrarios que los cristianos. La quiebra oficial de la casa de Borja en 1604, por acumulación de deudas, arroja luz sobre los motivos ocultos de la expulsión: era una oportunidad providencial para eliminar las deudas y adquirir nuevas propiedades.

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Puerto de Alicante en 1609, con los barcos rumbo al Magreb.

Nos quedamos, a modo de conclusión, con las palabras de Pascual Boronat en su excelente obra sobre los moriscos: “En la historia contemporánea, hay páginas en que figuran nombres como Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Orange y Transvaal, capaces de sonrojar a generaciones hipócritas que lamentaron hechos como la expulsión de los moriscos españoles.” Y es que la Fe, desgraciadamente, a menudo se utiliza como excusa para ocultar la razón económica.

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Los gremios de Gandía en el siglo XVIII

Con el fortalecimiento de las ideas ilustradas en el reinado de Carlos III nos encontramos con los primeros intentos serios por acabar con la tradicional estructura gremial, que apenas había sufrido modificaciones desde los tiempos medievales, y se había convertido en un obstáculo para la creciente protoindustrialización que se estaba experimentando. Basta mencionar las críticas de Campomanes en su Discurso sobre el Fomento de la Industria Popular en 1774.

En el ducado de Gandía, donde el señor mantenía aún grandes privilegios, el trabajo agrícola continuaba siendo el mayoritario, siendo muy reducidos el número de artesanos, y por tanto la relevancia económico-social de los gremios, no encontrando hasta 1703 un reglamento de estos.

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Artesano del siglo XVIII.

Por la documentación enviada al Consejo de Castilla en 1777, conocemos que en la ciudad existían 19 agrupaciones gremiales, tres de ellas relacionadas con el sector de la seda (Gandía era una de las principales productoras de capullos de seda), y el resto a actividades relacionas con la vida diaria de la población (panaderos, carpinteros, carniceros…). Además no se podía abrir ningún negocio sin la previa autorización del señor, a lo que se añade la feroz defensa por parte de los maestros de no perder sus derechos y las escasas rentas que obtenían de su trabajo.

Con este panorama se comprende que, al contrario que en Cataluña o en Alcoy, donde existían gremios con importante presencia económica y social, en Gandía el paso del régimen feudal al capitalista no pudiera ser llevado a cabo por los propios gremios.