Pese a que, tras la expulsión de los moriscos, la población de Monóvar se vio reducida en un 80% aproximadamente, la llegada de nuevos pobladores y otros factores de índole distinta propiciaron a lo largo del siglo XVII, y de forma más evidente desde la segunda mitad de la centuria, una importante recuperación demográfica. A comienzos del siglo XVIII la población de Monóvar no sólo había recuperado la densidad anterior a la expulsión de los moriscos, sino que la había superado en una tendencia prolongada a lo largo del Setecientos.
En el año 1602 el número de habitantes de la villa de Monóvar pudo situarse en torno a las 1.200 personas. Cuarenta y cuatro años más tarde, el Vecindario de 1646 reducía esa población a un total de 166 vecinos. Existe, a este respecto, acuerdo en afirmar que el coeficiente aplicado en la conversión del número de vecinos a habitantes con anterioridad a la expulsión de los moriscos no puede emplear para la misma operación tras la expulsión, por la mayor fecundidad que se asocia a la población morisca. Remedios Belando ha propuesto para el cálculo de este año un coeficiente de 4, proponiendo un total de 664 habitantes, lo que respecto a 1602 supone una tasa de crecimiento de -1,33%. Ello refleja, en primer lugar, la gran incidencia que tuvo la decisión de Felipe III de 1609, por un lado, y la escasa atracción poblacional que consiguió la Carta Puebla de Monóvar de 1611.
Ello no presupone, en absoluto, más de cuarenta años de historia sin crecimiento demográfico. El problema radica en la descompensación entre las tasas de natalidad y las propias de mortalidad, acusadas en muchas ocasiones por la frecuencia de las malas cosechas, plagas de langosta, epidemias, etc. Durante la primera mitad del siglo XVII son constantes los datos que recogen las Actas Municipales sobre cosechas insuficientes, carestías y constantes peticiones de préstamos y compras de cereal a la Señoría y villas cercanas, que hay que relacionar con la disminución de bautismos y matrimonios, las informaciones sobre enfermos (y, con ellos, el aumento de las defunciones) y la incidencia de plagas de langosta.
Los años centrales de la centuria se debatieron entre saldos vegetativos negativos con tasas elevadas de bautismos, pero también de mortalidad infantil, y saldos vegetativos positivos, pero con grandes necesidades de la población por las inclemencias del tiempo. Según se desprende del Libro de Actas y de los datos de defunciones de adultos, Monóvar logró burlar la crisis demográfica derivada de la peste milanesa, pese a que en 1648 la epidemia se había expandido por toda la Gobernación de Orihuela. Quizá las medidas preventivas que, a este respecto, se tomaron en la villa fueron decisivas para que no se propagase una peste que estaba afectando a poblaciones vecinas. Un último factor negativo en esta fase fueron las guerras y las consiguientes levas militares y exacciones fiscales.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XVII, la población monovera siguió creciendo. Lo hizo en un 0,51% desde los 876 habitantes que albergaba en 1652 hasta los 908 que se consignan en 1659, en los que se constata una cierta influencia inmigratoria. Pese a ello, continuaron las exacciones fiscales y los problemas de subsistencia. A finales de siglo, el reparto municipal de 1694 hace constar un total de 1.696 habitantes, mostrando un saldo vegetativo cercano al 2% en crecimiento exponencial. Únicamente los años de 1664, 1672-1673, 1674 y 1688 tuvieron saldos nulos o negativos. La sobremortalidad tuvo como base un aumento importante en los óbitos infantiles.
La última década del siglo fue una fase en la que la tendencia ascendente continuó, lo que unido al crecimiento global de la población supuso un preludio del fuerte crecimiento vegetativo que se experimentaría en la villa de Monóvar durante el siglo XVIII.