El problema morisco en Monóvar (II)

En 1590 el patriarca Juan de Ribera editó en Valencia un Catecismo para los moros recientemente convertidos y ordenó a todos los sacerdotes de su archidiócesis extrema vigilancia, moderación, buenas costumbres y caridad con los moriscos, exponiendo una doctrina que fue asumida por los obispados más cercanos.

En efecto, el obispo de Orihuela, en la visita pastoral que hizo a la iglesia de Monóvar el 29 de septiembre de 1595, entregó unas instrucciones al cura de la parroquia, mosén Francisco Collado «per cuant de aquella a constat a sa senyoria la gran necessitat que ya de reparar alguns abusos que·s fan en dita vila de Monover per esser la major part dels vehins e habitadors de ella cristians nous».

En primer lugar, se hizo obligado que todos los domingos y días festivos, tras la misa, se publicasen las nuevas constituciones que se dieron para los conversos a todos los parroquianos de la villa, bajo pena de diez ducados en caso de contravenir este mandato.

En segundo lugar, se prohibió todo uso y costumbre de carácter morisco que abarcara la vida del hombre, es decir, las ceremonias del bautismo, matrimonio, muerte y sepultura de cualquier parroquiano que fuera cristiano nuevo.

En tercer lugar, solamente se tolerarían en los regocijos el uso de la cheremía desde después de la comida hasta el anochecer. La más problemática cuestión, con todo, se planteó por la condición de converso que tenía el carnicero del pueblo, pues hubo de ser sustituido por otro que fuera cristiano viejo, y no estuviera ligado por vínculo matrimonial a una cristiana nueva.

Esta prohibición se hacía extensiva, asimismo, a los particulares, de tal modo que se les impidió a los moriscos realizar sacrificios en sus hogares sin la autorización expresa del párroco y, en todo caso, con suficientes motivos previamente establecidos, tales como hacerlo para la celebración de unas nupcias o en época de la siega, «en que se ocupa a varies persones y la consumixen».

Se prohibió, igualmente, bajo pena de un ducado de multa, a toda mujer a portar calzados de varios colores. Las instrucciones del prelado dedicaban también una especial atención al esfuerzo que debía arremeterse con el fin de que los moriscos asistiesen y cumpliesen el precepto dominical, amonestándoles para que cada domingo acudiesen a misa. En este punto, hacía responsables a los padres de la falta de sus hijos, para lo cual les había de informar el cura de los días de la semana en que había fiesta que cumplir. El párroco debía, para mejor efecto de este precepto, congregar a los niños y niñas hijos de moriscos los domingos para que, tras la hora de la comida, recibieran las oportunas lecciones de catecismo.

La máxima expresión del problema morisco en Monóvar se plasma, quizá, en los momentos en los que se constataba la gravedad del estado de un morisco enfermo. Cuando esto ocurría, las autoridades eclesiásticas solían exhortar al moribundo a que muriera y prodigarle el consuelo corporal y espiritual necesario. En caso de fallecimiento, era obligación de los vecinos de Monóvar llamar a una mujer, cristiana vieja, para que amortajara al difunto y no saliera de la casa más que para ser llevado al cementerio, donde un cristiano viejo le daría sepultura. En la preparación de la fosa, además, no estaba permitida la ayuda de ningún morisco. En estas sepulturas no se podían amontonar piedras ni losas, como los conversos solían hacer, ya fueran sueltas o compactadas con yeso.

Por último, en lo referido al sacramento matrimonial entre los moriscos de Monóvar, se prohibió que éste se pudiera celebrar por palabra de futuro.

El problema morisco en Monóvar (I)

El estudio de la actitud de la Iglesia ante el problema morisco en Monóvar exige una retrotracción a los siglos medievales, concretamente a la época de la conquista y posterior repoblación cristianas del Vinalopó. Esta primera repoblación no fue acompañada de una política evangelizadora, dada la debilidad demográfica de los contingentes de otros lugares dispuestos a asentarse en la nueva zona conquistada y el respeto, por parte de los conquistadores, de las prácticas religiosas de los conquistados.

La evangelización no comenzó realmente hasta 1366, año en el que, en virtud del Fundamentum Eclesiae Cartaginensiae, mandado hacer por don Nicolás Aguilar, prelado de la diócesis homónima, se nombró a mosén Calvillo cura de los lugares de «Monnovar et Chinosae». Ahora bien, una cosa era que la capitulación que, a cambio de su rendición, se estableció entre los sarracenos y el rey Jaime II propugnara una convivencia pacífica entre los recién llegados y la población autóctona y otra muy distinta que los cristianos viejos fueran a tolerar prácticas religiosas distintas a su fe. Ello derivó en un breve pontificio del papa Juan XXII, por el que quedaban prohibidas las manifestaciones públicas de la religión musulmana.

Las fuentes documentales de carácter eclesiástico parecen indicar que las prácticas y costumbres musulmanas perduraron de forma implícita en la villa hasta el momento de la expulsión de los moriscos. En el Archivo Parroquial de Monóvar se conserva una copia de las órdenes que el obispo de Orihuela, José Esteve, dio al clero de la villa. En septiembre de 1595 dejó por escrito en las actas de la serie documental de visitas que en la villa de Monóvar:

«La major part dels vehins i habitadors della crestians nous descendents de moros que volen seguir l’error en el cual vixqueren sos antepasats […], usen de ceremonias de moros».

El obispo pretendía que la acción represiva de las autoridades religiosas locales fuera firme. Su acción demuestra que los moriscos de Monóvar seguían manteniendo una forma de vida propia de su cultura musulmana a fines del siglo XVI. Sirva de ejemplo la prohibición del uso de decoración en los zapatos de las mujeres:

«Ítem vaig proveir ordena e brolla sa senyoria que daci avant cap dona desendent de nous convertits sots pena d’un ducat puga portar sabates fetes a quartos de diversos colors sino que pols tots d’una color i en el qual aci mateix vaig proveir ordena e  brolla sa senyoria que cap sabater sia osat sots la dita pena fer algunes sabates de dits quartos de divereses colors».

También se constata la imposición de penas pecuniarias, en los años 1603 y 1604, contra moriscos, como Juan Payol y Jerónimo Payán, por efectuar trabajos en domingos o fiestas de precepto.

La enseñanza y la sanidad en el Monóvar del siglo XVI

Los niños y niñas de las clases populares de Monóvar comenzaban a trabajar a una edad muy temprana porque, en la mayoría de los casos, de ellos dependía parte de la subsistencia de toda la familia. A los seis años ya comenzaban a realizar sus primeros trabajos en el campo o en las manufacturas del esparto. Las niñas, por su parte, eran una ayuda importante para las faenas de la casa. La enseñanza dependía del capellán de la iglesia del municipio para los cristianos o del alfaquí de la aljama para los musulmanes.

En Monóvar, después de los bautizos forzosos de mediados del siglo XVI, al toque de la misa de los domingos los niños y las niñas acudían tras acabar la oración y recibían sus primeras enseñanzas sobre catecismo. También se prestaba atención a la enseñanza de contar, al menos, del uno al diez. En la mayor parte de los casos, los capellanes no tenían tampoco ninguna formación, razón por la cual era habitual que alrededor del 95% de la población de la villa fuera analfabeta, no sólo los niños, sino también los adultos. La situación municipal de la enseñanza era, como se puede comprobar, muy deficiente.

En los primeros años de la Modernidad, la situación de los mudéjares de la aljama era algo distinta. La mayor parte de los mudéjares sabían leer, escribir y contar. Este hecho explica, en gran medida, que una parte de los musulmanes de las aljamas actuaran como comerciantes en el vecino reino de Granada y, por consiguiente, que superaran a los cristianos en protagonismo comercial.

Las reuniones religiosas de los viernes en la aljama eran aprovechadas para la enseñanza de los niños mudéjares a través del alfaquí. Esta situación se mantuvo hasta las conversiones del siglo XVI, tras las cuales los alfaquíes pasaron a ser perseguidos y vigilados en las aljamas por parte de las autoridades cristianas y de la Inquisición. Los alfaquíes, claro, trataron de mantener la tradición y la cultura islámica. Por ello en diversos procesos de la Inquisición son numerosos los casos de alfaquíes condenados

Finalmente, en virtud de una pragmática del año 1566 del rey Felipe II, quedó prohibida la enseñanza, además de leer y escribir en la aljama. De este modo comenzó el declive de la cultura musulmana en Monóvar, que pasó a la esfera de la clandestinidad, ya que los libros escritos en árabe estaban prohibidos. Ello explica que a lo largo del siglo XVIII fuera recurrente el hallazgo de libros en árabe durante el derrumbamiento de casas de antiguos moriscos.

La sanidad local también era una prioridad para la gestión municipal. El temor a la propagación de enfermedades y la expansión de epidemias cíclicas que cada año asolaban el Vinalopó fue uno de los motivos por los que el sistema asistencial estuvo medianamente organizado a nivel local. Así ocurría en Monóvar, donde el centro asistencial se localizaba en la ermita. La ermita estaba dirigida por una hermandad que se encargaba de la asistencia sanitaria de los necesitados y enfermos en un intento de aislar a estos últimos del resto de la población en caso de que su mal fuera contagioso y pudiera provocar una epidemia.

Las autoridades municipales ejercieron un especial control sobre los nuevos conversos, los moriscos, si bien no de forma exhaustiva, según se desprende de las fuentes de otras localidades de la comarca, en las que no se ha identificado ninguna queja especial sobre el comportamiento general de los moriscos.

Cuando una persona enfermaba, sin embargo, la primera reacción solía ser el recurso a remedios caseros en forma de filtros a base de plantas medicinales o a la mayor o menor eficacia de los sanadores de la época, entre los que destacaban los moriscos más avanzados.

El panorama social de Monóvar a comienzos de la Edad Moderna

La sociedad monovera de la Edad Moderna estaba determinada por la jerarquización a que daba lugar configuración del poder en el sistema del Antiguo Régimen europeo. De tal jerarquización resultaba una división de la sociedad en tres clases, tanto más distintas cuanto distantes en el municipio: se trata de la nobleza, el clero y el campesinado. Los miembros de la nobleza fueron los sucesivos señores que, a lo largo de este periodo, se hicieron con las tierras de Monóvar y cuyo estudio se aborda en las entradas referentes a la política. El señor era poseedor de los monopolios y de la tierra que componían el término municipal, controlaba los medios de producción de los campesinos, gestionaba los diversos impuestos y se encargaba de su correcta colección.

Esta tierra era cedida a los labradores según el régimen de la enfiteusis, que fue el sistema de tenencia de la tierra predominante en buena parte del país durante la Modernidad. El sistema de la enfiteusis permitía a los campesinos una amplia autonomía técnica y productiva en sus tierras de cultivo gracias a que podían elegir los cultivos, incluso en contra de la voluntad del señor. Pero, además, también tenían capacidad para transferir el dominio útil de la tierra, aunque no fue ésta la tónica habitual en la explotación de la tierra de Monóvar. El clero, por su parte, cobraba las rentas de los campesinos del señorío, no sólo a través de los obligatorios diezmos.

Se desconoce el porcentaje de campesinos, artesanos y eclesiásticos que componían el lugar en cada uno de los momentos de la Edad Moderna. Únicamente se dispone de noticias aisladas, aunque bien es sabido que el campesinado representaba el porcentaje más elevado. A mediados del siglo XVI los moriscos de Monóvar eran los encargados del trabajo de buena parte de las tierras monoveras. También había artesanos de toda clase (de la seda, del cáñamo y del esparto), y los prestamistas de dinero adquirieron especial relevancia en el Monóvar del siglo XVI, aunque, por otra parte, era una profesión habitual en las morerías de la zona.

En las tierras del Vinalopó es factible hablar de la existencia de una burguesía morisca. Los protocolos notariales ponen de manifiesto la práctica de transacciones comerciales de uva en importantes cantidades, con la consiguiente acumulación de capital y posibilidades de inversión capitalista que ello permitía. No se conoce si las ventas procedían de la producción de una sola familia  o si había comerciantes que realizaban intercambios en representación de diversas familias en el caso específico de Monóvar. Lo cierto es que de las escrituras de matrimonio celebradas ante notario o incluso de las ventas realizadas entre particulares se desprende la riqueza y el bienestar de algunas familiar moriscas.

Los que se dedicaban al comercio trashumante, los trajineros, una parte de los artesanos, los arrendadores de monopolios y los propietarios de tierras con derecho de agua son los que se podrían considerar parte de esa burguesía a la que se ha hecho referencia.

La población morisca de Monóvar era la que disponía de un numerario más importante, aspecto éste comprobable por el hecho de que en diversos protocolos notariales se hace referencia a la venta de uva en distintos mercados castellanos y valencianos. Estas ventas de uva aportarían un beneficio económico a esta clase social que no proporcionaban otros cultivos, como el cereal, deficitario en la región. La uva en ese sentido era un cultivo comercial e, incluso, según los momentos, especulativo. Del mismo modo, se reconoce que el peso del pago de los censales incidía especialmente sobre los moriscos por representar la mayoría demográfica de la población.

En definitiva, la población morisca de Monóvar era en gran medida la que ponía en marcha los mecanismos de la economía local. Su crecimiento, en términos poblacionales, es un indicador de su prosperidad, al igual que ocurrió paralelamente en otros lugares del Vinalopó.

En cuanto a los aspectos relacionados con la vida cotidiana de la población monovera del Seiscientos, gracias a diferentes archivos de protocolos se puede deducir el monto de bienes de una familia modesta de campesinos: sillas de cuero, mesas de madera, banquillos para hacer queso, cántaros de cerámica para el agua y tinajas para transportarla, calderos, barreños, platos, sartenes de cocina, cuencos, ollas, mantelería, ropa, cortinas, toallas, cojines, carbón y algún arma sencilla. Todo ello compone el mobiliario típico que tendría una casa monovera del siglo XVI, que solía disponer, además, de un corral con gallinas y granos.

El aparato administrativo de la Villa de Monóvar (II)

En entradas anteriores hablábamos de los cargos del Consell y de cómo eran elegidos, ahora en esta entrada vamos a aproximarnos a los cargos municipales gracias a los privilegios y obligaciones que aparecen en la Carta Puebla.

La primera disposición que menciona la Carta Puebla es que los consejeros, justicia, jurados, almotacén y sobrecequiero de la Villa de Monóvar no pueden reunirse en Consejo General ni particular sino está presente en dicho consejo el procurador y baile (o su teniente en ausencia del anterior), para que las cuestiones tratadas en el consejo no fueran en contra de los intereses de la titular de la baronía. A su vez recuerda que los cargos son por el plazo de un año. Por otro lado el justicia actuaría en primera instancia en delitos civiles y criminales, el cual deberá informar al abogado fiscal de la Villa quien informará al procurador y baile quien considerará si merece su atención y es el justicia el que se hace cargo.

Estas causas de las que se hace cargo el justicia de la Villa de Monóvar, así civiles como criminales, no pueden ser apeladas ni por simple vía de querella sin la presencia del procurador y baile de la Villa, que es por nombramiento de la señoría de dicha villa, la cual había poseído y posee, en el momento de la publicación de la Carta Puebla, “el exercisio de l’alta y baxa jurisdictión, mero y mixto imperio, sin contradictión alguna como a verdarera y indubitada señora.” Esto quiere decir que gozaba de jurisdicción plena y no de la habitual jurisdicción Alfonsina. Pero ello no quiere decir que el justicia pueda emitir penas de muerte, galeras, azotes, mutilación de miembros ni otras penas corporales. Por lo que hace a las causas pecuniarias y criminales no puede resolverlas por sí mismo antes de sentencia ni modificar la sentencia sin “consulta, lisensia y facultad de su excelencia”.

Po otra parte la duquesa de Pastrana, titular de la baronía, otorga a dicha villa, consejo, jurados y justicia licencia, permiso y facultad para imponer sisas sobre la carne para poder sustentar dicho gobierno así como para pagar los salarios oportunos, así como les otorga la regalía de la tienda, la carnicería, casa de la cárcel, y la sala que hay encima de ésta para que se reúna el consejo, pero la villa debe mantener “bien reparadas, mexorándolas y no disminuyéndolas” pero a pesar de ello su excelencia se reservaba el derecho de cobra 20 libras “del pilón de dicha carnecería”, también se le concede a la villa una balsa con agua que desemboca en la fuente, 4 bancales que quedan por repartir y las dos herrerías.

Por otra parte se compromete su excelencia a dar permiso a la villa para realizar reformas siempre que sean justos y necesarios para el bien común y gobierno de dicha villa. A su vez se le atribuye un salario de 10 libras al justicia, saliendo de los propios de la villa, que a su vez provienen de los procesos que el propio justicia ejecutase. En cuanto a los jurados de la villa de Monóvar recibirían 4 libras cada uno de los caudales de propios, al almotacén y sobrecequiero se les pagará de acuerdo a su trabajo. Al Consell se le atribuye la potestad de contar con un escribano “que sea persona legal, sufficiente y abonada y no prohibida por derecho ni por fueros y privilegios” al que se le concede casa en la villa. Al justicia se le permite tener como asesor a un escribano propio, que le aconsejará en los asuntos civiles y criminales que su puesto como justicia lo requiera.

En esta Carta Puebla ya podemos apreciar la importancia que tiene la viña y la uva en Monóvar, ya que se estipula que el vino resultante de las viñas de  la villa se puede cosechar y vender a cántaros, y a su vez el tabernero se ve en la obligación de comprar dicho vino “al precio común”. De nuevo observamos cómo se hace hincapié en las regalías que quedan reservadas para la señora de la villa, en este caso la taberna, panadería y horno.

El agua: huerta y molinería

El agua es un recurso limitado en la cuenca del Vinalopó, donde la sequedad es habitual a lo largo del año, pero este espacio físico es transformado por las comunidades agrarias que aprovecharán hasta la última gota de agua. El regadío es un nuevo paisaje exigente de alta cantidad de humedad y calor, la cantidad de agua necesaria por la huerta es mayor que la aportada por la pluviosidad, con lo cual es necesaria la implantación de sistemas técnicos que propicien el agua necesaria.

Estos sistemas técnicos fueron implantados en época andalusí y fuertemente intervenidos durante la Edad Moderna. Mientras que las grandes huertas de la cuenca del Vinalopó se situaban en la ribera del rio, la huerta de Monóvar cuenta con un área irrigada reducida, lo mismo ocurría con las huertas de otros municipios que se veían obligadas a obtener el agua a partir de manantiales o minas y almacenarla en balsas. A continuación vemos una tabla con los espacios irrigados en Monóvar en 1818.

Fuente: PÉREZ MEDINA, Tomás V., Los molinos de agua en las comarcas del Vinalopó (1500-1840), Petrer, Centre d´Estudis Locals del Vinalopó, 1999

Fuente: PÉREZ MEDINA, Tomás V., Los molinos de agua en las comarcas del Vinalopó (1500-1840), Petrer, Centre d´Estudis Locals del Vinalopó, 1999

En cuanta a la molinería, es el Vinalopó destacan los molinos harineros hidráulicos de cubo y rueda horizontal impulsora, dedicados principalmente a moler trigo, cebada y centeno. Normalmente monopolio reales, poco en el territorio valenciano propietarios particulares aumentan el número de molinos poseídos. Así en Monóvar encontramos 1 molino harinero en el siglo XVI que se mantiene en el XVII, 3 en el XVIII y 5 en el primer tercio del XIX.

Por lo que respecta a los molinos bataneros, en Monóvar es construido uno en 1715, mejor dicho, es habilitado un molino de pólvora en batán. Este molino estaba vinculado estrechamente con la actividad textil local de la que queda constancia gracias de nuevo al botánico ilustrado Antonio de Cavanilles, ya que este opina que los 300 telares de lana y algodón de la Villa tendrían más provecho sí en Monóvar existiesen los oficios relacionados con los centros de producción textil, es decir, pelaires, cardadores, tejedores, tintoreros y bataneros, ya que los productores de Monóvar tenían que recurrir  a los de Alcoy y Castalla.

El aparato administrativo de la Villa de Monóvar: El Consell

Tras la expulsión de los moriscos en 1609 y su repercusión, tanto poblacional como económica, sobre la villa de Monóvar que ya hemos tratado en diferentes entradas del blog es obligado realizar una aproximación al aparato administrativo que surge durante el siglo XVII, las evidencias más antiguas sobre el Consell, es decir las actas, datan de 1620 y en ellas quedan reflejadas el funcionamiento de la villa, que por otro lado no dista del funcionamiento de otras villas del Reino de Valencia para esta misma época.

Por lo que respecta la Consell propiamente hablando, éste estaba compuesto por 20 consellers, que se encargaban de asesorar al Consell y de aprobar o rechazar las propuestas de los jurats, que en este caso eran tres con preeminencia de uno de ellos sobre el resto. Estos jurats ejercen funciones ejecutivas tales como la administración de bienes de propios y rentas del municipio, la fijación de precios y salarios, el control y manejo de fondos públicos, el cuidado de la salud pública, el control de las obras públicas etc. A la cabeza del Consell se encontraba el justicia asistido por el lloctinent. El justicia era el que presidía las sesiones y se trataba de la máxima autoridad local, también se encargaba de la recepción del juramento de los demás cargos, de la convocatoria del Consell, del control del orden público y las buenas costumbres así como del nombramiento de cargos menores. Otro cargo municipal era el mostassaf también conocido en otros lugares como almotacén, su propósito era velar por la vigilancia de los pesos y medidas que se utilizaban en la venta de los productos al mercado, así como también de vigilar las medidas que utilizaban los vecinos de la villa cuando realizaban obras en sus viviendas. Como es muy habitual en las villas del Reino de Valencia encontramos en Monóvar un sobresequier que se encarga del reparto de las aguas entre los vecinos, así como del mantenimiento de la infraestructura acuífera de la villa. Por último el síndic se encargaba de las funciones representativas de la villa ya que ejercía como embajador de la misma.

Como he mencionado anteriormente el Consell se reunía a petición del justicia, y estaba controlado por el gobernador, que como procurador general de la baronía velaba porque las decisiones que se tomaban en el consejo no fuesen contrarias a los intereses de dicha baronía.

El sistema de elección de los cargos era mediante la insaculación, es decir, de un saco se extraían dos nombres que estaban escritos en lo que se conoce como redolins, de los cuales el gobernador elegía uno al que nombraba para el cargo. El día 21 de diciembre coincidiendo con la fiesta de Santo Tomás se elegía al justicia, los cargos de jurats eran elegidos la tarde de la Pascua del Espíritu Santo y el 28 de diciembre, día de San Miguel, se escogían los cargos de mostassaf y sobresequier.

Características artístico-arquitectónicas de la Iglesia San Juan Bautista.

Planta iglesiaEste templo inicia su construcción en el 19 de abril del año 1751, según la crónica de Pascual Madoz y ostenta el rango de arciprestal desde 1851. La Virgen del Remedio esculpida en piedra que aparece en el nicho exterior fue realizada en 1765 y el extraordinario retablo de madera dorada y policromada (recientemente restaurado) que aparece en la Capilla de la Virgen fue una obra realizada en 1774 por el escultor Francisco Mira. La tercera capilla más pequeña y en estado actualmente de ruina está dedicada a San Miguel Arcángel, y es de tipo neoclásico, construida 1813. El órgano barroco fue construido en 1771 por el conquense Julián de la Orden y reconstruido en 1893 por Alberto Randeyner, destacando por ser un órgano excepcional por sus particularidades estilísticas.

 La Iglesia presenta un estilo arquitectónico barroco, especialmente en la decoración de las portadas, con elementos neoclásicos. Se trata de un templo en planta de cruz latina, con nave a tres tramos en forma de L y capillas laterales, un presbiterio profundo y cúpula en el crucero. En el lado izquierdo al fondo se encuentra la capilla de la Virgen del Remedio, de grandes dimensiones, con planta cuadrada que alberga una cruz griega cubierta con cúpula de tambor y linterna. Esta capilla, con un gran atractivo estilístico, se abre al crucero de la iglesia siendo su eje perpendicular el eje de la iglesia. La capilla de la Virgen presenta un interesante retablo en madera dorada y policromada en el que destaca el movimiento de la planta y el alzado. La capilla da al exterior al Jardinet, donde resalta su portada con elementos ornamentales en apretados bajorrelieves y la escultura de bulto de la Virgen.

planta iglesia 2

En la referente a la estructura principal del conjunto destacan las dos torres previstas, aunque solo fue construida una. Además del interior emergen dos cúpulas de tambor, tanto de la iglesia como de la capilla, de gran potencia visual e importante presencia urbana y territorial, ambas revestidas con teja vidriada de color azul valenciano. Es muy destacable la portada principal barroca en piedra, realizada entre 1757-1765, presenta dos cuerpos, sin acabar, con sillares desbastados preparados para la talla. El conjunto de la portada se completa con dos pilastras dispuestas sobre un alto basamento corrido con base ática, fuste liso y capital compuesto.

La política del “Consell de la Vila” en lo referente a la plaga de langosta de mayo de 1637.

La presente entrada versará sobre las medidas políticas aprobadas por el Consell de la villa de Monóvar para erradicar un posible conato de plaga de langosta en la primavera de 1637. En este sentido, hay que mencionar que durante el siglo XVII la agricultura será la base económica del territorio español, junto con el Reino de Valencia. Además era la fuente principal de la cual dependía la alimentación de la población y su laboriosidad, aglutinando en torno al 80% de la población activa. Pero para el siglo XVII el sector agrario se caracterizaba por la escasa tecnificación y la modernización de sus medios de producción, por lo cual estaba expuesto a los agentes climáticos y biológicos que mermaban significativamente la economía campesina, generando importantes problemas económicos y de subsistencia.

En este sentido, el Consell de la villa de Monóvar ante la amenaza de un conato de plaga de langosta se reunió, tal y como aparece expuesto en el Manual de Consells de Monòver, el día 13 de mayo para debatir las medidas que el ejecutivo debía desempeñar. De esta forma reunido todo el grupo de gobierno, en el cual también estará presente el Marqués de Oraní y la baronía de Monóvar, se trato única y exclusivamente el tema referido a la presencia de langosta. En esa sesión el consell acordó que ante la amenaza se ha de fet pregó general axí en la present vila con en lo Pinós per a que tots el vehïns y habitador y terratenets de dit terme vegen y regoneguen  cascun respectivamente les seues terres y vinguen a fer relacio medio juramento. De esta forma, el consell estipulaba que una vez revisadas las partidas, los respectivos ojeadores debían avisar a las autoridades para acordar un expediente y erradicarla. En este sentido, en las partidas donde ya se tiene constancia de su presencia, el órgano de gobierno acordó que debido a la necesidad de hombres para su erradicación se done a cada uno un sueldo de 2 libras y 6 dineros, junto con la comida de la jornada para incentivar la presencia de voluntarios.

En este sentido, la documentación da constancia que el objetivo es motivar la participación del municipio en su erradicación. Al mismo tiempo da empeño en que si los terratenientes de Pinoso no acuden a la llamada del consell serán castigados con una pena numeraria que se destinará a sufragar los gastos de las partidas.

La documentación referente al tema de la plaga de langostas no termina en la sesión del consell del día 13 de mayo, sino que el 24 de junio dicho consell se volver a reunir  para tratar cuestiones hacendísticas. En este sentido, al margen de la memoria de los gastos municipales de 1636, el consell tratará los gastos relativos a la erradicación de la langosta del año 1637. El órgano tratará de decretar las medidas tributarias orientadas a para haver de recuperar y cobrar (…) dichos gastos relativos a la batida de insectos. En este sentido, los consejeros de forma unánime acordarán que los gastos de la langosta sean recaudados de la siguiente manera: la mitad de los gastos debieran pagarlo los amos de las tierras donde hizo presencia el insecto, y el resto se repartirá entre los terratenientes de la villa y los vecinos y habitantes.

La medida vino acompañada del nombramiento de dos tasadores, Ginés Rico de Juan y Lloís Llorente, para efectuar el cobro de dicha tasa extraordinaria. Completándose la diligencia con un acuerdo que estipulaba que si per cas los terratinents no volguessen pagar dit gasto de la llangosta conforme está detrminat y es volguesen de senser, que tinga obligació la vila a exir a la causa y pleytejar contra aquells que es defensaran.

Linaje jurisdiccional de Monóvar tras la desvinculación de la Baronía de Maça de Lliçana

Desde que en 1304 el rey Jaime II de Aragón concediese con carácter vitalicio los lugares de Monóvar y Chinosa al Consejero Gonçalo García, estos estarán vinculados a la Casa Maça de Lliçana. Será hacía finales de la década de los 70 del siglo XVI cuando los litigios hereditarios darán como resultado la desvinculación de la Baronía Maça de Lliçana sobre la jurisdicción de Monóvar y Chinoso. A partir de este momento, tal y como traté en el anterior articulo esa villa pasará a manos de Margarita de Borja y Castro Pinós.

Tras esta breve introducción trataré de analizar de forma pormenorizada el origen dinástico de esta casa que se encargará de la jurisdicción del municipio hasta que esta recaiga en las manos del Ducado de Hijar en el siglo XVII.

En primer lugar es necesario señalar que Margarita de Borja y Castro Pinós nació en 1538, tal y como señala el memorial Nobleza de Española: grandeza inmemorial (1520). En este memorial se señala que la baronesa se caso en tercer matrimonio con Fadrique de Noronha en 1558. Este provenía de una casa nobiliaria de grandes de Portugal, siendo nombrado Caballerizo mayor de la reina Doña Isabel de la Paz. Don Fadrique de Portugal era Señor de la Baronía de Monóvar y parte de los lugares de Moixente y Novelda en Valencia, en Cerdeña de las plazas de Oraí, Curaduria, Ore, Gallura de Giminis, Nuero y Vito. Comendador de los Santos en la Orden de Santiago, caballerizo mayor de la Reina Doña María, esposa del Emperador Maximiliano II.

Al mismo tiempo, su esposa Margarita de Borja era hermana de San Francisco de Borja, cuarto Duque de Gandía, de Don Enrique y Don Rodrigo de Borja, Cardenales de la Santa Iglesia de Roma, y hermana de Don Tomas, Obispo de Málaga, Arzobispo de Zaragoz y virrey de Aragón. Su quinteto hermano era Don Pedró Luis Galcerán de Borja, primer Marques de Navarrés, General de Oran. Los padres de este quinteto eran Don Juan de Borja, tercer Duque de Gandía, cuya segunda mujer fue Doña Francisca de Castro y Pinós, madre de la esposa de Fadrique de Noroña, Margarita de Borja.

La sucesora de ambos señores, Fadrique de Portugal y Noroña y Margarita de Borja, será Ana de Portugal y Borja, Señora de Monóvar que sustituirá en sus funciones a los cónyuges a la cabeza de la Baronía de Monóvar tras la muerte de los vinculantes de la nueva jurisdicción.

Arbol Genealógico

La lucha por el agua. Un problema habitual en el Medio Vinalopó.

rioMonóvar junto con toda la comarca del medio Vinalopó se ha caracterizado históricamente por la escasez de recursos hidráulicos, algo que a lo largo de los siglos ha generado una larga lista de reclamaciones y pleitos en referencia a su control. El problema del agua se agudizo durante los siglo XV y XVI, especialmente cuando el procurador del señorío de Elche visito en 1589, Aspe y comprobó que los moriscos extraían las aguas del Vinalopó para almacenarlas en balsas y tener una reserva constante para sus actividades. El problema radicaba en que los moriscos de Aspe poseían tierras  de cultivo en otras localidades como Elche, Novelda y Monóvar. Un ejemplo muy ilustrativo de estos litigios vecinales por el agua son las medidas expuestas por la familia Maça de Lliçana que como administradores jurisdiccionales durante los siglo XIV, XV y XVI de  la baronía que aglutinaba a Novelda y Monóvar no permitían a los residentes la extracción de sus cultivos del término.

De este modo, los pleitos por el uso del agua del río Vinalopó continuaron entre los señoríos de Elche contra Elda, Sax, Aspe, Novelda y Monóvar. Este primer señorío acusaba a los subsiguientes de acaparar gran cantidad de agua, lo que generaba que el curso hidráulico sobrante que llegaba a la huerta de Elche era muy escaso. No es complicado de entender que estos litigios generasen una gran tensión, ya que la agricultura era la fuente de riqueza para los señoríos y la corona en lo respectivo al cobro de rentas.

Uno de los litigios más destacados del siglo XVI, fue el que afecto a l´aljama de Novelda, integrada en la baronía de Monóvar, donde el señor de Elche acuso al municipio de extraer agua del Vinalopó desviando el curso del río a la altura del Castillo de la Mola, en el paraje de los Molinos. Estos conflictos hidráulicos no solo eran de carácter intermunicipal, sino que se observará como dentro del mismo municipio de Novelda y Monóvar habrán pleitos por la desviación del agua de forma irregular por parte de algunos propietarios irrespetuosos. En este sentido, a principios del los 80 del siglo XVI la señora Beatriz de Borja, propietaria del señorío de Monóvar y Chinosa, ordenaba: a tot hon en general (…) cap persona sia gaudida furtar aygua ni trencar la cequia de la vila, des del partidor de caracça o del vaig moldre de carrança en amunt fins al fonts, ni fer forats en dita cequia ni regar que no tinguen aygua assentada (…) en pena de vint i cinch liures i trenta diez en la pres per cascuna vegada.

Estas penas estuvieron pendientes varios años, y se pusieron en práctica como ejemplifica la condena al morisco de Monóvar, Joan Mocharval, por haber hecho una parada en la acequia mayor de Novelda para regar diversos bancales de oliveras.  La condena tipificada se sentencio en 1588, mismo año que el gobernador y baile de Monóvar, traslado a la villa de Novelda, ya separada jurisdiccionalmente de la de Monóvar, un reclamación alegando que los labradores de dicha Monóvar siempre habían podido regar sus tierras con el agua de la acequia mayor que continuaba dirección Novelda por el paraje de los Molinos.

¿Cómo celebraba Monóvar en el siglo XVII sus fiestas? Fiestas patronales en honor a Santa Catalina.

Las fiestas patronales siempre son una fecha destacada dentro de una localidad, son si cabe, el momento festivo más esperado de un municipio. El entusiasmo festivo no es propio de nuestro tiempo, ya, como veremos en el siguiente artículo, estaba presente en el Monóvar del siglo XVII. Como referencia vamos a tomar el artículo relativo a este tema analizado por Marcial Poveda Peñataro, y presente en el Manual de Consells del segle XVII (1660-1689).

 Santa CatalinaLas reuniones concejiles, como actualmente, eran el punto de inicio para el proyecto festivo. Según un documento del 5 de julio de 1687 se reunió el Concejo de la Villa aprobando celebrar las Fiestas en honor a Santa Catalina (patrona por aquel entonces de la localidad), San Juan Bautista Evangelista, San Roque, San Gregorio y otros Santos de devoción en la villa. Un particularismo de ese año fue la presencia de una plaga de langosta, por ello con motivo de dicha catástrofe el Jurado Mayor, declaró que las fiestas se realizarían en motivo de nuestro señor que por mediación de los santos, aplaque su ira en la plaga de langosta.

Una particularidad de las festividades locales era que su desarrollo, e incluso, grandilocuencia dependía directamente del dinero que el Concejo recaudase de los vecinos a través de sus oficiales en función de donaciones. En este sentido, Manual de Consells hace referencia a que la reunión concejil de 1687 acordó que se hiciese una colecta entre los vecinos para ayudar a los gastos, y si se recogiesen los suficientes, el Concejo ayudaría con 50 libras (…), si la colecta fuese poca resultaría la Fiesta sin lucimiento y no se haría.

Cada familia, en función de sus condición, clase y situación aporta lo que cree oportuno. Esta aportación no se limitaba simplemente a un desembolso dinerario, ya que se constatan los desembolsos de materias en especie, especialmente: trigo y cebada. En el caso del ejemplo analizado, las Fiestas patronales de 1687, la colecta entre los vecinos  fue atendida con gusto y generosidad, lo que propicio un proyecto festivo importante. Tal y como muestra la partida desglosada en la documentación del año estudiado, las fiestas se componían de múltiples actividades: lanzamientos de fuegos artificiales, disparos con arcabuces para emplearlos en la Fiesta del Alardo (un simulacro de combate entre moros y cristianos); corridas de toros, gastos de músicos, distribución de cirios para la procesión etc.

Pese a todo, el momento más solemne de todas las festividades patronales era especialmente la procesión en honor a la patrona y las grandes funciones religiosas realizadas en la Iglesia y amparadas por los predicadores. Ese interés y devoción, no era más que la demostración de los sentimientos religiosos tan arraigados en aquel entonces.

La población en el siglo XVIII: el fuerte incremento poblacional de Monóvar

El siglo XVIII significó para el conjunto demográfico del País Valenciano una etapa de crecimiento casi ininterrumpido, tanto más acusado cuanto el estudio se centra en las zonas más meridionales. En el caso específico de la villa de Monóvar, los datos aportados por el Equivalente, así como otros recuentos de la centuria y el censo de Floridablanca, apuntan en esa dirección con un crecimiento no exponencial cercano al 300% a lo largo del periodo. Concretamente, si se tienen por válidos los 2.157 habitantes que se asignan al año 1716 y, en el otro extremo, los 7.118 que se presuponen para 1797, el crecimiento anual acumulativo resulta ser de 1,48% para el conjunto del siglo.

En la expansión demográfica de Monóvar a lo largo del Setecientos cabe distinguir tres fases, en las que población experimentó un crecimiento cada vez más débil. La primera fase comprende, aproximadamente, el primer tercio de siglo y es también la etapa de mayor crecimiento; la segunda abarca los años centrales de la centuria y el crecimiento se retrae; en la tercera fase, durante los años finales del siglo, el retraimiento se consolida en un crecimiento muy debilitado situado en un 0,54%.

A lo largo del primer tercio de la centuria, el número de bautismos superó con creces la media de los últimos años del siglo XVII, pese a que en el año 1707 se registra un número elevado de óbitos que algunos autores han relacionado, a una mayor escala, con la incidencia de la Guerra de Sucesión en las tierras valencianas. Sin embargo, la elevada concentración de este episodio de mortalidad en la población más joven hace pensar en algún tipo de crisis de subsistencia, quizá epidemias, que afectaría más pertinazmente sobre los párvulos. La sobre-mortalidad femenina que se constata en ese mismo año tampoco parece justificarse por las consecuencias directas de la guerra.

Estos fenómenos de mortalidad extraordinaria debido a epidemias, que afectaron –como se ha dicho– especialmente sobre los párvulos, fueron toda una constante a lo largo del siglo XVIII. Éste quizás es uno de los rasgos más peculiares de la historia demográfica de Monóvar. Pese al crecimiento no exponencial –debido a las razones recién aducidas– de la población monovera, ésta mantuvo una tendencia expansiva, sin saldos vegetativos negativos, que se vería cada vez más lastrada por episodios recesivos relacionados con toda una serie de causas adversas. Entre éstas figuran diversos factores climatológicos, la escasez, las malas cosechas, las guerras, las epidemias (y entre ellas la viruela),… y, a la postre, el alza en los precios del trigo, que coincide en el cien por cien de los casos con el incremento de los óbitos infantiles.

Durante los años centrales del siglo, la media de bautismos experimentó una importante alza con respecto a la fase anterior, que se tradujo en 4.443 habitantes, en el año 1757, y en más de 5.000, en 1769. La tercera fase de crecimiento poblacional en la villa parte de la elevada cifra de 7.605, que proporciona el censo de Floridablanca de 1787, o de 7.588 que consta en el recuento del Equivalente del mismo año. Por vez primera a lo largo del siglo XVIII la media de bautismos para 1781-1790 disminuyó con respecto a las décadas precedentes. De forma paralela, el decenio se inauguró con niveles muy elevados de mortalidad. La concatenación de éstos y otros factores demográficos negativos pronto degeneraron en una crisis demográfica que coincide en el tiempo con el desarrollo de la Guerra de Inglaterra de 1780-1783. También se produjeron situaciones de mortalidad extraordinaria relacionadas con la epidemia general citada en el prólogo del censo de Floridablanca.

La última década del siglo transcurre sin saldos vegetativos negativos, aunque sí con años en los que el crecimiento real resulta bastante débil y que responden, como sucedió a lo largo de la centuria, a nuevas máximas en los precios del trigo, así como a episodios de hambre y de carestía muy generalizadas; todo ello mientras se dirimía la guerra contra la Convención Francesa (1793-1795), que repercutió fatalmente sobre la producción agrícola destinada a la exportación, como fue el caso del vino y el aguardiente monoveros. Durante los últimos años del siglo continuó la dinámica anterior de muertes extraordinarias que enlaza con la guerra, el hambre y las epidemias de los albores decimonónicos.

La agricultura como base económica del desarrollo de Monóvar en el siglo XVIII

Recurriendo al censo de Floridablanca la población de Monóvar tendría cerca de un 70% de la población dedicada al sector primario, es decir, hablamos de jornaleros y labradores. Por lo que podemos ver que Monóvar se trata de una villa esencialmente agraria, no obstante la agricultura será el motor del desarrollo demográfico durante el siglo XVIII, así se recoge por ejemplo en la crónica de Cavanilles.

El incremento de la agricultura no se obtuvo de la aplicación de nuevas técnicas productivas, este incremento vino acompañado de la roturación de tierras que quedan registradas en los libros de Protocolo de la Señoría, donde podemos observar las repetidas peticiones por parte de los vecinos para adecuar para el cultivo tierras yermas de dicha villa. Para conocer mejor los cultivos monoveros tenemos que recurrir al botánico Cavanilles, según él los cultivos se distribuían de la siguiente manera

Trigo

6.620 cahices

Barrilla

40.000 Arrobas

Cebada

8.480 cahices

Higos

32.000 Arrobas

Centeno y avena

360    cahices

Frutas

3.700 Arrobas

Maíz

400    cahices

Hortalizas

 2.000 Arrobas

Lentejas y garbanzos

200    cahices

Pimientos

900 Arrobas

Almendra

500    cahices

Aceite

9.000 Arrobas

Anís

12.000 Arrobas

Lana

3.500 Arrobas

Cominos

4.000   Arrobas

Melones

1.000 Docenas

 Vino

500.000 cántaros

Podemos ver una gran producción de cereal de secano, muy superior a la de las villas vecinas, incluso es conocido un Dictamen del Corregidor de Alicante de 26 de septiembre de 1769 en el que se reconoce que en tiempos de necesidad de cereal se le es comprado a Monóvar. Por otro parte los cultivos de regadío son escasos en comparación con otras villas del entorno, esto se debe, como he comentado en anteriores entradas de economía, a que el curso fluvial del Vinalopó está alejado del núcleo urbano.

Otro de los cultivos que alcanzaron cotas elevadas fue el de la barrilla, ya que era necesaria para la obtención de sosa caustica. Pero el cultivo que se vio más beneficiado por la roturación de tierras fue la vid, de la cual se extraía tanto uva como vino y aguardiente. Vemos que Cavanilles otorga a Monóvar una capacidad de producción de vino de 500.000 cántaros en el siglo XVIII, y además afirma que «de cual se cogía antes tan corta cantidad, que no bastando para surtir la taberna del pueblo, era preciso recurrir a Elda para el suplemento…». Destacar que las primeras noticias que existen del cultivo de la vid datan del siglo XVII, ya que aparece mencionado en la Carta Puebla, así como en un Acta Municipal de 1634, donde la villa ofrece a la Señoría plantar vid en el término de la Baronía de Monóvar.

Toda esta producción agrícola se comerciaba por el puerto de Alicante, ya que en 1708 Monóvar y otras poblaciones del reno obtuvieron el privilegio de poder comerciar en Alicante sus productos, excepto el vino que hasta 1772 estará vetado debido al privilegio que poseía la ciudad de Alicante.

Este desarrollo económico sigue siendo visible en nuestros días, ya que se llevaron a cabo diferentes obras que dieron lugar a edificios que aún perduran en la arquitectura municipal como son la Torre del Reloj, el Convento de los Capuchinos, la actual Iglesia de San Juan Bautista, que fue remodelada en esta centuria, y por último la Ermita de Santa Bárbara.

La ganadería en Monóvar durante el siglo XVI

Monóvar seguía la tónica común de todas las villas del Vinalopó en cuanto a la ganadería, es decir, abundaban las cabras y ovejas. Estos dos animales servían principalmente para la obtención de carne para uso alimentario, y de forma puntual para el negocio. La carne se vendía en las carnicerías locales donde además era común encontrar otro tipos de carne además de la de oveja y cabra, como podía ser ternera, cabrito, cordero, cerdo (en el caso cristiano), y piezas de caza menos como perdices o conejos.

Monóvar contaba con una gran cabaña ganadera en comparación con las de las villas vecinas, ya que para el primer tercio del siglo XVI contaba con unas 2600 cabezas de ganado por las 1600 de Novelda, 1400 de Petrer y las 900 de Aspe. Podemos observar que al tratarse de una villa con mucho territorio que podía ser destinado para pasto se disponía de un número elevado de ganado.

ganadería

Con el aumento generalizado de la cabaña ganadera en las villas del Vinalopó, también aumentaron los pleitos entre éstas, en su mayoría eran pleitos por la jurisdicción de los pastos y las reivindicaciones de los términos de cada villa. Por otra parte pese a las señalizaciones era común que el ganado irrumpiese en tierras de cultivo con la consiguiente protesta debido al daño que causaban en los cultivos.

Existen muchos ejemplos de pleitos por el uso y jurisdicción de los pastos, en el caso que a nosotros nos atañe, Monóvar tuvo disputas con Novelda, esto se debe a que a partir de la separación de la baronía en 1571, el ganado de Novelda irrumpía en tierras de Monóvar, especialmente en las partidas de les Cases del Senyor, l’Alguenya y Rodrguillo. A raíz de las malas relaciones que esto causaba la cabaña ganadera de Novelda, necestada de abundantes pastos, se dirigía hacia los limites con Alicante, lo que ocasionaba la protesta de esta ciudad «la ciutat d’Alacant…manen qui nengú vehí de la vila de Novelda no sia hosar entrar en tot el terme de la dita ciutat d’Alacant ab sos bestiars…».

Otro apartado relacionado con el ganado eran los lobos, se sabe que habitaban en la sierra del Cid, aunque se desplazaban por todo el valle del rio. Por los libros de los diferentes consejos locales es sabido que se pagaban tributos por intentar paliar esta situación e intentar hacer desaparecer el peligro que suponía para el ganado la presencia de lobos en la zona. Además si un vecino cazaba un lobo entregaba el cuerpo al consejo local y este le retribuía por su acción. Esta retribución tendría que estar regulada para todo el reino, ya que se solía pagar 3 sueldos por pieza.

Historia del Convento de los Capuchinos de Monóvar: Construcción y obras artísticas.

La fundación del convento remite administrativamente al año 1742, fecha en la que la Orden de los Capuchinos de mutuo acuerdo con el Cabildo Municipal y el Padre fray Rafael de Torreblanca (representante de la orden religiosa), firmaron las capitulaciones que habían de establecer su fundación. Estos acuerdos solo supusieron las condiciones de cómo y cuándo debía de erigirse el Convento  y su Iglesia. Entre las condiciones, figuraba que el patronato del convento e iglesia que se debía de construir pertenecía al Duque de Hijar y sus descendientes, por construirlo en suelo de su posesión. Este patronato exigía que el escudo del Duque debiera aparecer a ambos lados del altar mayor, la portería y los claustros. Del mismo modo, se acordó que la advocación y titulo del convento sería el de la Virgen del Pilar, por ser el duque muy devoto de la misma.

Paralelamente a estas vicisitudes, el Ayuntamiento acordó junto con los monjes que mientras durase la construcción del nuevo convento ellos residirían en hogares de alquiler en el sitio que llaman del Monte Calvario. Dentro del contrato se establecía que el ayuntamiento pagaría su arrendamiento junto con la construcción de una nueva ermita que sirviese como capilla y resguardo del Santísimo.

descargaLas obras de nuevo convento se iniciaron en 1743, poniéndose la primera piedra un día señalado como fue el 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar y titular de la Fundación. La construcción se comenzó por el convento, y no por la iglesia, debido a la premura que se tenía en trasladar a los capuchinos y dejar las casas de arrendamiento libres. De esta forma, las dependencias conventuales finalizaron en 1756, trasladándose la comunidad allí mismo el día 11 de octubre. El traslado de los monjes fue sinónimo de festividad y procesiones, tal y como narra Montesinos, acordando puesto que la nueva iglesia no estaba finalizada que el refectorio hiciese las funciones de la misma.

El proyecto tardo en ser finalizado trece años, debido principalmente a que fue financiado por el Duque y las limosnas de los monoveros, cuya ayuda tanto numeraria como física fue clave en su construcción. Tal vez, como plantea Inmaculada Vidal, esa causa y la envergadura del proyecto fueran las principales causas de su demora.

La iglesia en cambio solo tardo en ser construida cuatro años, finalizándose en 1760, hecho constatado documentalmente donde se dice que el 18 de agosto, cumpliendo con las capitulaciones de Fundación acordadas se fijo el escudo de armas del Duque de Hijar sobre la puerta principal. El documento inédito con el que trabajo Inmaculada Vidal señala además que su maestro constructor fue el Capuchino y maestro de obras fray Juan de Cartagena, lo que refuta las tesis de que las Ordenes de religiosos regulares mantenían vigente la costumbre iniciada en el siglo XVII, de utilizar frailes arquitectos y maestros de obras de su propia orden.

El patrimonio artístico de la obra destaca por su esmero, teniendo en cuenta que siendo una Orden de tipo mendicante sus construcciones se basaban en criterios de austeridad. El material empleado para su construcción fue la mampostería enlucida, que junto con la ausencia de campanario nos muestra el rigor austero de la orden. Pese a ello, el único elemento que distorsiona esa severidad externa será la presencia del escudo del Duque de Hijar. El templo es de grandes dimensiones y estaba pensado para acoger a un gran número de fieles. La iglesia presentaba una cruz de tipo latina, de una sola nave pero con capillas laterales situadas entre los contrafuertes y éstos perforados con arcos para simular naves laterales. Como toda estructura conventual dispone de un coro en alto, y el tipo de sistema de cubrición empelado por fray Juan de Cartagena fue la bóveda de cañón, reforzada por arcos fajones con lunetos en la nave y una bóveda vaída en el crucero y en las capillas.

Por último, es necesario destacar la rica e ingenua decoración pictórica, Montesinos aduce que eran del pintor valenciano José Vergara los doce lienzos que adornaban el claustro, puestos allí en 1767. Del mismo pintor eran los lienzos de la Virgen del Pilar, que presidia el altar mayor del templo, y los lienzos de San José de Leonisa, el Beato de Corleón, San Serafín de Monte Granario, San Miquel y San Francisco. Las obras artísticas analizadas aducen a que fueron realizadas entre 1760-1770, junto con la escultura más sobresaliente que representa a San Francisco de Paula.

El cultivo de secano en Monóvar a finales del siglo XVI

De sobra es conocido que en la boronía que formaba Monóvar y Novelda a finales del siglo XVI, cuando la mayor parte de la población era morisca, la uva pasa era uno de los principales cultivos así como uno de los más rentables. Por desgracia no disponemos para este periodo de datos concretos sobre la producción de este tipo de cultivo. Monóvar al estar alejado el núcleo urbano del curso fluvial carecía de grandes zonas de huerta, cosa que no ocurría en otras villas cercanas como Elda que gozaba de una rica huerta para esta época

Sin embargo si disponemos de información sobre los cultivos de secano de la villa de Monóvar en el año 1569, debido a la información obtenida del Archivo Municipal de Novelda en lo referente al pago del diezmo. Por lo que sabemos el 9 de febrero de 1570 el representante del señor feudal Lluís de Benavides, gobernador y baile de las baronías de Novelda y Monóvar, acompañado de Ginés Rico como colector de las rentas de Monóvar, hicieron una relación de labradores y del total de la cosecha, como he mencionado estos datos se escribían en el libro de diezmos.

Con los datos de este libro de diezmos sabemos de la producción de trigo en el término de Monóvar era la que representaba una mayor cantidad con un total de 307 cahíces (cafiços), 31 barcellas (barcelles) y 26.5 almudes (almuts). Esta producción se dividía a su vez en las diferentes partidas de la villa. Por lo que aparece en la documentación estas partidas eran las de: Eres de la vila (que representaba el 50% de la producción total de trigo), Font del Pi, Encebres, Culebró, Rodriguillo y Cases de Costa. Además del trigo hay constancia documental de la producción de cebada, centeno, maíz y avena, estos dos últimos con una producción testimonial.

A continuación quedan resumidos los datos de la producción agrícola de Monóvar en 1569, se utilizan las medidas de la época: cahíces, barcellas y almudes.

producción agricola 1569

Fuente: GONZÁLEZ I HERNÁNDEZ, Miquel-Àngel, Musulmans, jueus i cristians a les terres del Vinalopó (1404-1594), pág. 106, Petrer, Centre d´Estudis Locals del Vinalopó, 2002

 

La incautación de la biblioteca de Juan Mañai en Monóvar

En esta entrada del blog va a tratar sobre un acto relevante en el pasado de la ciudad de Monóvar como fue la incautación de una biblioteca, perteneciente al vecino conocido como Juan Mañai, con textos árabes, algo no muy común ya que estos fondos eran normalmente destruidos por la Inquisición nada más incautarlos. En anteriores entradas de este blog se ha tratado el tema de población, y cómo el número total de moriscos para esta ciudad era de 9 a 1 con respecto a cristianos aproximadamente.

Siendo Monóvar un pueblo de estas características poblacionales no se prestó, por parte de la iglesia, mucha atención pastoralmente hablando, ya que carecía de párroco titular. Finalmente fue el Obispo Esteban quien puso empeño en convertir realmente en cristianos a los moriscos de su diócesis, por lo que obligó a la apertura de escuelas dominicales de obligada asistencia en las localidades “conversas”. En lo que a Monóvar se refiere designó un rector titular.

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En el contexto de este intento por consolidar el cristianismo entre los conversos es donde enmarcamos el hecho de la incautación de la biblioteca morisca a Juan Mañai. Tenemos constancia de esta incautación por la conservación  en el Archivo Histórico Nacional, sección Inquisición, legajo 2022, de los archivos del tribunal de Murcia. Este vecino de Monóvar, de 90 años, se dedicaba al comercio, por lo que se trataba de una persona con recursos. En una de las visitas, que los agentes fiscales de la Generalitat realizaron para comprobar que no comerciaba con mercancías prohibidas, encontraron una pequeña biblioteca.

Por ello fue denunciado al comisario del que dependía en esos tiempos Monóvar el cual trasladó la denuncia al tribunal Inquisitorial de Murcia, ya que para la gobernación de Orihuela correspondía este tribunal.

El Tribunal actuó sin menor contemplación contra Mañai, ya que había una gran preocupación por erradicar el árabe entre los nuevos conversos y actuar firmemente contra aquella población culta que era capaz de llevar a cabo la enseñanza de las escrituras, ya que por lo general el Tribunal solía tener bastante indulgencia hacia los moriscos analfabetos. Por otro lado el Tribunal de Murcia también actuaba con mucha celeridad en los casos correspondientes a la gobernación de Orihuela por su intento de “huir” de la jurisdicción murciana.

Juan Mañai después de ser interrogado confeso que los libros eran suyos y que podía leerlos y escribir, pero alegó no haberlos leído no enseñado a nadie, así como que los poseía por ser herencia por parte de suegro. Fue condenado a vestir el sanbenito y reconocer públicamente sus errores, a su vez de le condenaba a 200 azotes, una multa de 12 ducados y dos años de destierro.

Ermitas singulares (II): Ermita de San Roque. Desaparecida

San RoqueEn esta breve reseña se trata de rememorar la existencia de la Ermita de San Roque, un edificio religioso que originalmente surgió como una ermita extramuros del municipio, pero que terminará siendo incluida en la población.

Los primeros datos que se tienen de esta ermita son de una Visita Pastoral en 1595, dentro del pontificado de José Esteve (1594 a 1603). Gracias a la información documental, se tiene constatado que en 1636 se estaban realizando obras en la Ermita de “beneyt Sant Roch”, e imponiendo al vecindario ciertas cargas fiscales, a modo de sisas, prestaciones personales y caballerías para el desarrollo de las obras. Según el Manual de Consells (1620-1660), leído en Consuelo Paya Amat, el Consell de la villa proposa que es destine par de l´import de la sisa a l´ermita de San Roc perque s´acaba de construir. Pese al esfuerzo constructivo y fiscal en pos de su construcción, esta se terminará vendiendo a un vecino del municipio, Pere Pau Berenguer, debido a que la villa necesitaba liquidez  a causa de las calamidades (pestes, sequias etc.) que estaban a asolando la comarca. Pero en 1638, el obispo de Orihuela no ve bien que una ermita esté en manos de un particular, se le pide a Pere Pau que devuelva a la villa la propiedad de la ermita, mediante el pago de la cantidad que él dio, más el valor de las obras realizadas en ella por este vecino.

La posterior mención documental referente a este ermita es de 1659, y la realiza el presbítero Pedro Cresto, quién al mismo tiempo era doctoral de la Santa Iglesia de Orihuela, Oficial Visitador y Vicario General. Según su crónica, la encontró con toda decadencia, pero adornada. Posteriormente, y tal vez, debido a situación de decadencia en que se encontraba, en 1675, se hizo una hornada de yeso destinada al saneamiento del centro de culto. Mejor constatado documentalmente se tiene que durante el periodo de obras del edificio de la iglesia, es decir, de 1751 a 1755, todos los oficios litúrgicos de la villa ser celebraron en San Roque.

Montesinos dice de ella que era donosa, curiosa y aseada, aunque no muy grande. Señalaba que estaba en una de las principales calles de la villa, lo que generaba una gran confluencia de devotos en torno al santo. Había, según él, una curioso altar consagado a San Antonio Abad, con lúcida cofradía…y otro al glorioso señor San Blas Obispo y marti, a quien se le profesaba gran devoción.

A causa de su desaparición, debemos acudir como fuente visual para su posible descripción al dibujo de Enrique Vidal Pina y una maqueta presente en el Diccionario de Monóvar. Ambos nos muestran un edificio exento, en forma de prisma pentagonal, con puerta dintelada, óculo redondo en el frontón triangular y espadaña sobre el vértice. A diferencia de la ermita de Santa Barbará, la casa del ermitaño se hallaba en la parte posterior derecha. Finalmente, la ermita fue derribada en 1936.

Ermitas singulares (I): Ermita de Santa Barbará.

Es una de las ermitas más bellas de la comarca del Vinalopó Medio, tanto por su fábrica como por su situación. Situada sobre el cerro que recibe su nombre, domina todo el paisaje del municipio. Según el cronista Josep Montesinos fue construida en el año 1692, por el napolitano Jacome Extenico. En 1694, día de mayo, subieron el hermoso lienzo de la santa y en el mismo día, la bendixo y dixo la primera misa el cura don Fernando Ruíz. Posteriormente, en 1779, el obispo de Orihuela, Josef Tormo de Juliá, mando demolerla para su posterior reedificación, siendo rehabilitada a finales del siglo XVIII con la hermosura y características que hoy presenta.

Alzado de la Ermita

La ermita está compuesta por un único edificio compuesto, que engloba la vivienda del ermitaño y la capilla, ambas sin conexión interna. La planta es ortogonal, con tres pares de pilastras que tienen plinto, capitel corintio y sostienen un entablamento –anillo en el que se apoya la cúpula elíptica, única de este tipo en la provincia de Alicante. Esta característica particular le confiere el privilegio de ser la única ermita de la provincia que tenga trazos de barroco valenciano e italiano, junto con suaves elementos arquitectónicos neoclásicos pertenecientes a la posterior reelaboración. Construida en mampostería, presenta una techumbre a dos vertientes y una cúpula superior cubierta con teja curva azul vidriada. La fachada se presenta con una pequeña escalinata que permite el acceso a un pórtico con tres arcos, el arco central descansa sobre dos columnas con basa dórica y capitel plano. Vista desde la facha y sobre la techumbre del porche, se alza un frontón triangular, mixtilineo, con pináculos sobre las partes rectas laterales y elevadas en el centro en forma de arco. En el centro del frontón se halla un óculo vidriado, y arriba, sobre el arco central, la espadaña barroca con la cruz de hierro. Finalmente, y desde un punto de vista pictórico, el interior está decorado, especialmente la cúpula, con guirnaldas lineales, cenefas y motivos florales en rosa y verde, florones en relieve y pilastras corintias.

Sucesos conducentes a la desvinculación de las Baronías de Monóvar y Novelda en el último tercio del siglo XVI.

Durante 187 años las poblaciones limítrofes de Monóvar y Novelda permanecieron gobernadas bajo la misma casa nobiliaria. Los antecedentes de la unión de ambos pueblos vecinos se remonta a 1304, cuando el rey Jaime II de Aragón concedió con carácter vitalicio, los lugares de Monóvar y Chinosa al consejero Gonçalo García. Veinticuatro años más tarde el rey Alfonso IV los convertiría en hereditarios. Esta unidad de mandato se trasmuto con el tiempo a los diversos niveles de la vida municipal y cotidiana de ambas localidades, y cuando por cuestiones sucesorias se tuvo que proceder a la separación de ambas localidades se observarán gran cantidad de pleitos, auspiciados por el deseo de los noveldenses de no perder lo alcanzado durante la unión, y de los monoveros de librarse de la tutela de Novelda.

Fue un descendiente del primer señor de Monóvar y Chinosa, Pero Maça de Lliçana “Lo barbut” quien vinculo esa baronía con los lugares de Novelda y el Castillo de la Mola, tras una compra en 1392, a su poseedora, la reina Violante de Bar.

A partir de este momento, las dos baronías fueron controladas por esta familia, lo que genero un aprovechamiento de los recursos comunes por ambas localidades. Pero no será hasta la desaparición de la sucesión directa de los Maça de Lliça, en el último tercio del siglo XVI, cuando venga a producirse la división de ambos municipios. La desmembración estará fomentada, tal y como vamos a ver, por los pleitos y aspiraciones de los distintos aspirantes a la herencia, dando como resultado la definitiva separación de ambas poblaciones y sus términos municipales bajo dos casas nobiliarias.

Dentro de estas intrigas posesivas, en lo referente a la desvinculación de Monóvar y Novelda, las fuentes constatan como principales pleitistas a Margarita de Borja, receptora de legado de los Maça en Monóvar y Novelda, y otro pretendiente familiar, Joan Maça de Callosa. El primero de una larga serie de juicios posesorios entre ambos se dará en 1571, y dictaminará que las dos baronías se entregasen a Joan Maça. Disconforme con la sentencia, Margarita de Borja, apeló a la Audiencia de Valencia, que vino a revocar el veredicto entregando las baronías a la recurrente.

De nuevo disconforme con la sentencia, Juan Maça volverá recurrir, pero ahora a la Real Audiencia, la cual llego al veredicto de que ambos debían de disfrutar en proindiviso o condominio la dicha posesión, doña Margarita desde Monovar y Chinosa y Joan desde Novelda y la Mola. Pero como era de extrañar, alimentado por la falta de entendimiento el condominio se hizo inviable, iniciando de nuevo Margarita un Pleito de Visura para conseguir la definitiva separación del proindiviso.

Los dos interesados presentarán las disposiciones, alegatos y pruebas suficientes para conseguir adscribirse a su futuro dominio el máximo de término municipal posible. Tras múltiples sesiones, y con la valiosa labor de Procurador de doña María, que señalará que Monóvar y Novelda se separaban por línea recta desde el mojón del Molí de Tumeyén hasta el de Les Covatelles, el Relador de la Audiencia de Valencia decretará la separación de la propiedad de ambas baronías. De este modo, Margarita de Borja será propietaria de Monóvar y Chinosa, y don Juan de Novelda y la Mola.

Este fallo a finales de la década de los 70 del siglo XVI, no supondrá el fin de la actividad judicial entre ambos municipios, ya que a principios de los años 80 continuarán los pleitos, ahora en referencia a la adjudicación de las partidas del Pinoso, Rodriguillo y la Cañada de la Leña. Terminando de adjudicar y tipificar la total desvinculación de dos baronías fuertemente unidas durante casi dos siglos.

La expulsión de los moriscos y sus consecuencias demográficas (II): la recuperación a lo largo del siglo XVII

Pese a que, tras la expulsión de los moriscos, la población de Monóvar se vio reducida en un 80% aproximadamente, la llegada de nuevos pobladores y otros factores de índole distinta propiciaron a lo largo del siglo XVII, y de forma más evidente desde la segunda mitad de la centuria, una importante recuperación demográfica. A comienzos del siglo XVIII la población de Monóvar no sólo había recuperado la densidad anterior a la expulsión de los moriscos, sino que la había superado en una tendencia prolongada a lo largo del Setecientos.

En el año 1602 el número de habitantes de la villa de Monóvar pudo situarse en torno a las 1.200 personas. Cuarenta y cuatro años más tarde, el Vecindario de 1646 reducía esa población a un total de 166 vecinos. Existe, a este respecto, acuerdo en afirmar que el coeficiente aplicado en la conversión del número de vecinos a habitantes con anterioridad a la expulsión de los moriscos no puede emplear para la misma operación tras la expulsión, por la mayor fecundidad que se asocia a la población morisca. Remedios Belando ha propuesto para el cálculo de este año un coeficiente de 4, proponiendo un total de 664 habitantes, lo que respecto a 1602 supone una tasa de crecimiento de -1,33%. Ello refleja, en primer lugar, la gran incidencia que tuvo la decisión de Felipe III de 1609, por un lado, y la escasa atracción poblacional que consiguió la Carta Puebla de Monóvar de 1611.

Ello no presupone, en absoluto, más de cuarenta años de historia sin crecimiento demográfico. El problema radica en la descompensación entre las tasas de natalidad y las propias de mortalidad, acusadas en muchas ocasiones por la frecuencia de las malas cosechas, plagas de langosta, epidemias, etc. Durante la primera mitad del siglo XVII son constantes los datos que recogen las Actas Municipales sobre cosechas insuficientes, carestías y constantes peticiones de préstamos y compras de cereal a la Señoría y villas cercanas, que hay que relacionar con la disminución de bautismos y matrimonios, las informaciones sobre enfermos (y, con ellos, el aumento de las defunciones) y la incidencia de plagas de langosta.

Los años centrales de la centuria se debatieron entre saldos vegetativos negativos con tasas elevadas de bautismos, pero también de mortalidad infantil, y saldos vegetativos positivos, pero con grandes necesidades de la población por las inclemencias del tiempo. Según se desprende del Libro de Actas y de los datos de defunciones de adultos, Monóvar logró burlar la crisis demográfica derivada de la peste milanesa, pese a que en 1648 la epidemia se había expandido por toda la Gobernación de Orihuela. Quizá las medidas preventivas que, a este respecto, se tomaron en la villa fueron decisivas para que no se propagase una peste que estaba afectando a poblaciones vecinas. Un último factor negativo en esta fase fueron las guerras y las consiguientes levas militares y exacciones fiscales.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XVII, la población monovera siguió creciendo. Lo hizo en un 0,51% desde los 876 habitantes que albergaba en 1652 hasta los 908 que se consignan en 1659, en los que se constata una cierta influencia inmigratoria. Pese a ello, continuaron las exacciones fiscales y los problemas de subsistencia. A finales de siglo, el reparto municipal de 1694 hace constar un total de 1.696 habitantes, mostrando un saldo vegetativo cercano al 2% en crecimiento exponencial. Únicamente los años de 1664, 1672-1673, 1674 y 1688 tuvieron saldos nulos o negativos. La sobremortalidad tuvo como base un aumento importante en los óbitos infantiles.

La última década del siglo fue una fase en la que la tendencia ascendente  continuó, lo que unido al crecimiento global de la población supuso un preludio del fuerte crecimiento vegetativo que se experimentaría en la villa de Monóvar durante el siglo XVIII.

La expulsión de los moriscos y sus consecuencias demográficas (I): la Carta de población de 1611

El «día 11 de octubre de 1609 se passaron los moriscos de Monnovar a Berbería». Éstas fueron las palabras con las que el párroco de la iglesia de San Juan Bautista hacía testimonio de la expulsión, a fines del mismo mes, de la población morisca de la villa de Monóvar a las costas oranesas por medio del puerto de Alicante. Se desconoce con exactitud el número de casas que fueron desalojadas tras la drástica decisión del monarca. Si se toma por válida la cifra de 280 casas para el año 1598, de las cuales alrededor de 250 pertenecerían a cristianos nuevos moriscos, se puede deducir una merma poblacional cercana al 80%. Ante la pésima situación de Monóvar, la señora de la Baronía, doña Ana de Portugal y Borja, juzgó necesario la concesión de la Carta Puebla de la villa, en 1611.

Después de que Monóvar «fere depopulata est causa expulsionis noviter conversorum presentis regni, de quibus populata erat», la intención de la Señoría era formar y poblar la villa con nuevos pobladores «repartiendum, dividendum et distribuhendum causa dicte nove populationis domos, hereditates et terras». Dos años después de la expulsión, las viviendas de los moriscos de Monóvar estaban en ruinas, del mismo modo que las huertas habían quedado yermas. Se necesitaba nuevos vecinos que poblasen la villa para cultivar los campos y conservar las viviendas, habitando en ellas.

En virtud de las necesidades, doña Ana prometió «hazer cien poblaciones» de las casas de villa y repartir la huerta de Monóvar y Chinorla con olivares y tierras de secano y de regadío, para lo cual se garantizaba la llegada de agua por medio de una acequia. El reparto de la tierra se llevó a cabo en cien partes iguales trazadas por expertos en agronomía y adjudicadas por un régimen idéntico al «sac i sort». Los pobladores se comprometían a mantener las viviendas bien reparadas y las heredades bien labradas y cultivadas a su costa, no pudiendo venderlas ni enajenarlas hasta pasados cuatro años de su concesión, tras los cuales podían incluso repartir bienes entre herederos. Tampoco podían establecer censos, gravámenes o vínculos sobre los bienes concedidos o para su mejora sino era con licencia previa expresa de la Señoría

Los nuevos pobladores habían de pagar por sus haciendas y casas un censo anual y perpetuo consistente en 10 libras cada 24 de junio desde el año 1612, con la posibilidad de prorratear el pago hasta el mes de agosto. Sin embargo, no se les reconocía el derecho de exigir baja ni descuento en su paga por esterilidad, falta de agua, heladas, incendios, peste, guerra o cualquier otro factor natural. De otra parte, si bien quedaban libres del pago del luismo y la fadiga, estaban obligados al pago, en calidad de diezmo, de una décima parte de los granos, legumbres y frutas de los olivares y viñas (en abril), una doceava parte de la barrilla medida en quintales y una décima parte de los ganados que nacieran cada año. Otras cargas señoriales eran comunes a todas las cartas de población, como la obligación de moler y prensar las olivas en las almazaras de la Señoría, pagando por la piedra y biga dos libras de aceite limpio por cada pie de líquido graso, y de moler los granos en el molino de la Señoría, debiendo además acarrear los granos y frutos de la paga a los graneros de la villa para su peso y medida. Podían, sin embargo, vender el vino y –más aún– el tabernero tenía la obligación de comprarlo a los vecinos y pobladores de la villa.

La Señoría se reservaba una parte de la huerta y los corrales, además de la regalía sobre el montazgo y el herbazgo, así como sobre la taberna, la panadería, el horno y el parador. Asimismo, se arrogaba la facultad de ejercer la alta y baja jurisdicción, el mero y mixto imperio, pudiendo privar a los nuevos pobladores de su hacienda en caso de cometer crímenes de lesa majestad. Los pleitos de los nuevos pobladores habían de ser juzgados por los oficiales y jueces de la Señoría, no pudiendo apelar ni tener recurso de simple querella ni otro remedio ante otros jueces. Los jurados y justicias podían imponer también sisas sobre la carne para sustentar el gobierno de la villa y hacer frente a los pagos administrativos.

La población en el siglo XVI: Monóvar con anterioridad a la expulsión de los moriscos

Es comúnmente conocido que en el año 1609 Felipe III decretó la expulsión de los moriscos de la península Ibérica. Antes de esa fecha, la población de Monóvar estaba integrada, fundamentalmente, por moriscos. Junto a los datos sobre los moriscos de Monóvar, los registros parroquiales de bautismos ofrecen también información sobre la existencia de algunos cristianos viejos. Sin embargo, resulta imposible cifrar de forma precisa la población morisca y cristiana porque tales registros no son claros en este aspecto, especialmente, en lo referente al apellido de los bautizados, cuyo origen da lugar a confusión. Es cierto que algunos apellidos son exclusivamente moriscos, como es el caso de Omar o Ismail, de la misma manera que entre la comunidad de cristianos viejos lo son apellidos como Navarro o Rico, pero en la mayoría de los casos la diferenciación resulta más compleja.

El único dato que arroja cierta luz sobre esta imprecisión es el conocimiento que actualmente se tiene sobre la existencia de 280 casas para la población monovera en el año 1598, de las cuales cerca de 250 pertenecerían a cristianos nuevos o moriscos. No se trata de aceptar o no con exactitud estas cifras, pero sí, al menos, se puede deducir a partir de ellas que la proporción de cristianos viejos con respecto al total debía ser bastante reducida.

Pese a la falta de datos para la población del siglo XVI, los recuentos que a lo largo de la centuria se realizaron apuntan en una dirección clara de crecimiento demográfico; un crecimiento, sin embargo, tanto más complejo de constatar cuanto que la fidelidad del censo de 1510 es más que dudable. De los restantes censos elaborados durante el siglo, el más fiable es el de 1602, que presupone una población total en torno a 1.200 habitantes. De modo que, considerando las cifras aproximativas del censo de 1510 y el recuento llevado a cabo en 1563, se puede suponer una tasa de crecimiento anual en torno al 0,97% entre los 446 habitantes de 1510 y los 747 de 1563, y de 1,22% entre estos últimos y los 1.2000 habitantes de 1602. En conjunto, la tasa de crecimiento estaría situada en un 1,08% para todo el siglo XVI, siendo más acusado en la segunda mitad de siglo. En cualquier caso, se trata de una tendencia común a la población peninsular, y especialmente valenciana, estrechamente relacionada con una coyuntura económica favorable.

La ausencia de información sobre las defunciones y el hecho de que los datos de bautismos correspondan a los momentos finales del siglo XVI impiden conocer hasta qué punto influyó el saldo vegetativo en el crecimiento de la población de Monóvar. Por cuanto la mayoría poblacional estaba integrada por la comunidad morisca, es muy posible que la fecundidad fuese elevada, siendo éste un elemento fundamental en tal crecimiento. Sin embargo, resulta imposible calcular en qué porcentaje era más elevada la fecundidad de los moriscos sobre la propia de la comunidad cristiana, por el manejo de totales de población muy inseguros.

Por lo que respecta a los factores negativos, si bien no se dispone de datos de defunciones, a través de la información que ofrecen los registros de bautismo se puede deducir la incidencia, durante el último cuarto de siglo, de periodos de escasez que, en determinados casos, pudieron acompañarse de epidemias o, al menos, de fenómenos de sobremortalidad. Ello explicaría que los bautismos se sitúen por debajo de la media en los años 1580-1582, 1585, 1592 y 1589-1590.

El número de bautismos disminuyó todavía más durante la década anterior a la expulsión morisca, alcanzando su punto álgido en los dos años inmediatamente anteriores a la expulsión, con tan sólo 7 y 8 bautismos. No se dispone de información que esclarezca las causas de este descenso natalicio, pero se trata de un fenómeno constatado en otras poblaciones moriscas, lo que puede llevar a pensar en un gran impacto psicológico ante la dramática medida que se avecinaba.

Introducción: fuentes y posibilidades de estudio de la población monovera en la Edad Moderna

Si se considera que, lejos de los rancios clichés explicativos superados por la historiografía reciente, los aspectos del pasado tienen como actores fundamentales a los individuos, en su correspondiente marco social –y, por ello, espacio-temporal–, fácilmente se desprende la necesidad, versatilidad y en ningún modo complementariedad de realizar un sondeo demográfico en aras de calcular, en lo que al presente blog atañe, las posibilidades históricas de un municipio valenciano durante la Edad Moderna.

El estudio de la población monovera durante la Modernidad adolece de la falta de precisión inherente a una época pre-estadística. En efecto, los primeros censos modernos surgieron a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Ello supone serios problemas para el manejo de cifras absolutas y seguras en el análisis demográfico del Monóvar de los tiempos modernos. Ante todo, las cifras aportadas por las fuentes suelen darse en número de vecinos o de casas, siendo necesaria la aplicación de un coeficiente para convertir tales cifras en habitantes, quedando las propuestas muy a merced del criterio del historiador y de una suerte de análisis impreciso debido a las variaciones temporales, sociales, etc. También el objetivo de los recuentos distorsiona en muchos casos la percepción de la densidad poblacional, al ser frecuentes las omisiones o las ocultaciones con fines evasorios.

Para conocer la población de Monóvar son imprescindibles los registros parroquiales, por cuanto en ellos se hacen constar los actos más importantes de un individuo (bautismos y defunciones). El Archivo Parroquial de Monóvar alberga un total de nueve libros de bautismos de esta índole desde el año 1576, si bien presentan algunas lagunas importantes que pueden sopesarse con los datos que ofrece el Archivo Municipal, especialmente, la Carta Puebla (1611), el primer Libro de Actas (1620-166), algunos repartos de los impuestos municipales (siglo XVII) y distintas listas para el reparto del equivalente (siglo XVIII).

De otra parte, son también útiles en este aspecto los recuentos y censos. El primer dato del que se dispone es el Censo de 1510 que, con una finalidad fiscal, fue elaborado tras las Cortes de 1510 de Monzón. También se dispone de algunos censos expresados en fuegos y confeccionados desde mediados del siglo XVI hasta el momento de la expulsión de los moriscos, especialmente los de 1563 y 1602 por su mayor fiabilidad demográfica, aunque el grado de ocultación debe de ser importante. A este respecto, los datos aportados por G. Escolano a principios del siglo XVII no resultan más esclarecedores.

Mayor importancia tienen los Vecindarios del Reino de Valencia de 1646 ordenados, uno, por el virrey, conde de Oropesa, con la ayuda de los obispos y, otro, por la Diputación de la Generalidad, con el auxilio de los jurados y justicias. El primero de ellos es una simple relación nominal de vecinos, mientras que el segundo tenía una finalidad eminentemente fiscal. Pocos años después, en 1552, se confeccionó un reparto de tacha, –éste sí– muy preciso, que contrasta con los datos aportados por los repartos municipales de los años posteriores.

En 1717 el marqués de Campoflorido ordenó la elaboración de un vecindario con fines fiscales, por lo que en él sólo constan los contribuyentes o pecheros. Remedios Belando, a este respecto, ha calculado el porcentaje de ocultación en una cifra superior al 60%. Durante la primera mitad del Setecientos se confeccionó un nuevo vecindario, en 1735, con el fin de establecer el repartimiento del Equivalente y, ya en la segunda mitad de siglo, se dispone de ciertos datos encontrados en un libro de desposarios para los años 1756-1758 y, sobre todo, del Censo de Aranda (1768-1769). La preparación de este censo fue encargada a las autoridades eclesiásticas y en él aparece expresado, por vez primera, el total de población en números de individuos. Presenta, sin embargo, el problema de incluir a Pinoso en los datos correspondientes a Monóvar, como ocurriría en 1787 con el Censo de Floridablanca.

Finalmente, las últimas informaciones sobre la población del siglo XVIII corresponden a las datos proporcionados por Cavanilles, cuyos datos, no obstante, aparecen redondeados por haber sido confeccionados a partir de las listas de cumplimiento de la Iglesia por las parroquias de San Juan Bautista, en Monóvar, y San Pedro Apóstol, en Pinoso.