La enseñanza y la sanidad en el Monóvar del siglo XVI

Los niños y niñas de las clases populares de Monóvar comenzaban a trabajar a una edad muy temprana porque, en la mayoría de los casos, de ellos dependía parte de la subsistencia de toda la familia. A los seis años ya comenzaban a realizar sus primeros trabajos en el campo o en las manufacturas del esparto. Las niñas, por su parte, eran una ayuda importante para las faenas de la casa. La enseñanza dependía del capellán de la iglesia del municipio para los cristianos o del alfaquí de la aljama para los musulmanes.

En Monóvar, después de los bautizos forzosos de mediados del siglo XVI, al toque de la misa de los domingos los niños y las niñas acudían tras acabar la oración y recibían sus primeras enseñanzas sobre catecismo. También se prestaba atención a la enseñanza de contar, al menos, del uno al diez. En la mayor parte de los casos, los capellanes no tenían tampoco ninguna formación, razón por la cual era habitual que alrededor del 95% de la población de la villa fuera analfabeta, no sólo los niños, sino también los adultos. La situación municipal de la enseñanza era, como se puede comprobar, muy deficiente.

En los primeros años de la Modernidad, la situación de los mudéjares de la aljama era algo distinta. La mayor parte de los mudéjares sabían leer, escribir y contar. Este hecho explica, en gran medida, que una parte de los musulmanes de las aljamas actuaran como comerciantes en el vecino reino de Granada y, por consiguiente, que superaran a los cristianos en protagonismo comercial.

Las reuniones religiosas de los viernes en la aljama eran aprovechadas para la enseñanza de los niños mudéjares a través del alfaquí. Esta situación se mantuvo hasta las conversiones del siglo XVI, tras las cuales los alfaquíes pasaron a ser perseguidos y vigilados en las aljamas por parte de las autoridades cristianas y de la Inquisición. Los alfaquíes, claro, trataron de mantener la tradición y la cultura islámica. Por ello en diversos procesos de la Inquisición son numerosos los casos de alfaquíes condenados

Finalmente, en virtud de una pragmática del año 1566 del rey Felipe II, quedó prohibida la enseñanza, además de leer y escribir en la aljama. De este modo comenzó el declive de la cultura musulmana en Monóvar, que pasó a la esfera de la clandestinidad, ya que los libros escritos en árabe estaban prohibidos. Ello explica que a lo largo del siglo XVIII fuera recurrente el hallazgo de libros en árabe durante el derrumbamiento de casas de antiguos moriscos.

La sanidad local también era una prioridad para la gestión municipal. El temor a la propagación de enfermedades y la expansión de epidemias cíclicas que cada año asolaban el Vinalopó fue uno de los motivos por los que el sistema asistencial estuvo medianamente organizado a nivel local. Así ocurría en Monóvar, donde el centro asistencial se localizaba en la ermita. La ermita estaba dirigida por una hermandad que se encargaba de la asistencia sanitaria de los necesitados y enfermos en un intento de aislar a estos últimos del resto de la población en caso de que su mal fuera contagioso y pudiera provocar una epidemia.

Las autoridades municipales ejercieron un especial control sobre los nuevos conversos, los moriscos, si bien no de forma exhaustiva, según se desprende de las fuentes de otras localidades de la comarca, en las que no se ha identificado ninguna queja especial sobre el comportamiento general de los moriscos.

Cuando una persona enfermaba, sin embargo, la primera reacción solía ser el recurso a remedios caseros en forma de filtros a base de plantas medicinales o a la mayor o menor eficacia de los sanadores de la época, entre los que destacaban los moriscos más avanzados.

Ermitas singulares (II): Ermita de San Roque. Desaparecida

San RoqueEn esta breve reseña se trata de rememorar la existencia de la Ermita de San Roque, un edificio religioso que originalmente surgió como una ermita extramuros del municipio, pero que terminará siendo incluida en la población.

Los primeros datos que se tienen de esta ermita son de una Visita Pastoral en 1595, dentro del pontificado de José Esteve (1594 a 1603). Gracias a la información documental, se tiene constatado que en 1636 se estaban realizando obras en la Ermita de “beneyt Sant Roch”, e imponiendo al vecindario ciertas cargas fiscales, a modo de sisas, prestaciones personales y caballerías para el desarrollo de las obras. Según el Manual de Consells (1620-1660), leído en Consuelo Paya Amat, el Consell de la villa proposa que es destine par de l´import de la sisa a l´ermita de San Roc perque s´acaba de construir. Pese al esfuerzo constructivo y fiscal en pos de su construcción, esta se terminará vendiendo a un vecino del municipio, Pere Pau Berenguer, debido a que la villa necesitaba liquidez  a causa de las calamidades (pestes, sequias etc.) que estaban a asolando la comarca. Pero en 1638, el obispo de Orihuela no ve bien que una ermita esté en manos de un particular, se le pide a Pere Pau que devuelva a la villa la propiedad de la ermita, mediante el pago de la cantidad que él dio, más el valor de las obras realizadas en ella por este vecino.

La posterior mención documental referente a este ermita es de 1659, y la realiza el presbítero Pedro Cresto, quién al mismo tiempo era doctoral de la Santa Iglesia de Orihuela, Oficial Visitador y Vicario General. Según su crónica, la encontró con toda decadencia, pero adornada. Posteriormente, y tal vez, debido a situación de decadencia en que se encontraba, en 1675, se hizo una hornada de yeso destinada al saneamiento del centro de culto. Mejor constatado documentalmente se tiene que durante el periodo de obras del edificio de la iglesia, es decir, de 1751 a 1755, todos los oficios litúrgicos de la villa ser celebraron en San Roque.

Montesinos dice de ella que era donosa, curiosa y aseada, aunque no muy grande. Señalaba que estaba en una de las principales calles de la villa, lo que generaba una gran confluencia de devotos en torno al santo. Había, según él, una curioso altar consagado a San Antonio Abad, con lúcida cofradía…y otro al glorioso señor San Blas Obispo y marti, a quien se le profesaba gran devoción.

A causa de su desaparición, debemos acudir como fuente visual para su posible descripción al dibujo de Enrique Vidal Pina y una maqueta presente en el Diccionario de Monóvar. Ambos nos muestran un edificio exento, en forma de prisma pentagonal, con puerta dintelada, óculo redondo en el frontón triangular y espadaña sobre el vértice. A diferencia de la ermita de Santa Barbará, la casa del ermitaño se hallaba en la parte posterior derecha. Finalmente, la ermita fue derribada en 1936.

Ermitas singulares (I): Ermita de Santa Barbará.

Es una de las ermitas más bellas de la comarca del Vinalopó Medio, tanto por su fábrica como por su situación. Situada sobre el cerro que recibe su nombre, domina todo el paisaje del municipio. Según el cronista Josep Montesinos fue construida en el año 1692, por el napolitano Jacome Extenico. En 1694, día de mayo, subieron el hermoso lienzo de la santa y en el mismo día, la bendixo y dixo la primera misa el cura don Fernando Ruíz. Posteriormente, en 1779, el obispo de Orihuela, Josef Tormo de Juliá, mando demolerla para su posterior reedificación, siendo rehabilitada a finales del siglo XVIII con la hermosura y características que hoy presenta.

Alzado de la Ermita

La ermita está compuesta por un único edificio compuesto, que engloba la vivienda del ermitaño y la capilla, ambas sin conexión interna. La planta es ortogonal, con tres pares de pilastras que tienen plinto, capitel corintio y sostienen un entablamento –anillo en el que se apoya la cúpula elíptica, única de este tipo en la provincia de Alicante. Esta característica particular le confiere el privilegio de ser la única ermita de la provincia que tenga trazos de barroco valenciano e italiano, junto con suaves elementos arquitectónicos neoclásicos pertenecientes a la posterior reelaboración. Construida en mampostería, presenta una techumbre a dos vertientes y una cúpula superior cubierta con teja curva azul vidriada. La fachada se presenta con una pequeña escalinata que permite el acceso a un pórtico con tres arcos, el arco central descansa sobre dos columnas con basa dórica y capitel plano. Vista desde la facha y sobre la techumbre del porche, se alza un frontón triangular, mixtilineo, con pináculos sobre las partes rectas laterales y elevadas en el centro en forma de arco. En el centro del frontón se halla un óculo vidriado, y arriba, sobre el arco central, la espadaña barroca con la cruz de hierro. Finalmente, y desde un punto de vista pictórico, el interior está decorado, especialmente la cúpula, con guirnaldas lineales, cenefas y motivos florales en rosa y verde, florones en relieve y pilastras corintias.