Conclusión
En un repaso brillante a la contrarreforma de D. W. Jones bajo el capítulo A fuego y espada. Cuatro estudios sobre la contrarreforma, el autor da por concluida su síntesis sobre el tema. Según el autor, la inquisición española funcionó como un instrumento enormemente eficaz y casi infalible de la contrarreforma. Pero no solo de la contrarreforma, sino que mediante la inquisición Felipe II conseguiría reforzar su monarquía. El problema es que el coste de este motivo, que seguramente fuera el que más pesara en la época, fue muy alto, ya que se instauró un clima de paranoia en España desproporcionado, donde cualquiera podía ser perseguido por ser sospechoso de protestantismo, luteranismo e incluso erasmismo (entre otros). La censura de libros e ideas en España fue más eficaz que en cualquier otro Estado, pero con esto España se encerraba en sí misma, y como bien indica Jones, esta postura es más que curiosa en la que fuera una superpotencia imperial con unas políticas que debieran poseer de un gran calado global, teniendo en cuenta hasta donde llegaban los límites del imperio. La inquisición española tuvo una auténtica política de exterminio en toda regla, y esto creaba recelo tanto fuera de España como fuera del imperio. En las extractos que proporciona Jones -como es así a lo largo de toda su obra- se pueden observar los siguientes casos que fueron perseguidos por la inquisición: María de Cazalla, erasmista perseguida, acusada de “dogmatizadora de los dichos alumbrados” (considerados protestantes); San Ignacio de Loyola: “fui preso y puesto en cárcel por cuarenta y dos días. En Salamanca fui preso no sólo en cárcel, más en cadenas, donde estuve veintidós días.” Él mismo dice al rey Juan III de Portugal que no fue apresado por tratar con alumbrados, luteranos…, sino “porque yo, no teniendo letras, … se maravillaban que yo hablase y conversase tan largo en cosas espirituales”; acusación contra santa Teresa; herejía del arzobispo Carranza… Estos son algunos casos, pero como ya se sabe, son innumerables.
Obviamente Jones no elude la importancia de los jesuitas para la contrarreforma, que tradicionalmente han sido vistos como elemento esencial de la misma y que el mismo autor atestigua en sus explicaciones, de las que llama la atención, por ejemplo, el hecho de que en los límites de la cristiandad ortodoxa realizaran una labor magnífica para Roma. Muchos hijos de protestantes fueron educados en colegios de jesuitas en la ortodoxia, y esto es una batalla que iría ganando en este sentido la contrarreforma, porque un alto porcentaje de esas generaciones, lo más lógico es que educaran a sus hijos en la ética católica ‘tomista’ puramente jesuita y en consonancia con la ortodoxia. Por otra parte, Jones recalca la condición de una especie de sensación de ‘desheredados’ que poseían los jesuitas, ya que despertaban envidia allí donde iban en los círculos de poder. Por ejemplo, Felipe II los veía muy papistas y Francia, como algunos papas, creían que eran demasiado españoles. Por ello, y por atribuírseles la fama de controladores políticos, se les ha acusado hasta la infinitud, siendo todas estas acusaciones muy variopintas, llegándoseles a acusar de “predicar la monarquía absoluta, el tiranicidio o el republicanismo” (Jones, 1995).
En esta conclusión tampoco se elude a Felipe II, del que se ha dicho en numerosas ocasiones, ya casi por tradición, que fue el máximo defensor de la contrarreforma. De la tesis del autor se desprende que las motivaciones de Felipe II a la hora de ejecutar sus decisiones aún no son del todo seguras (aunque sí han sido estudiadas), ya que existen posturas que afirman que Felipe II era un auténtico defensor de la Fe católica y que actuaba siempre como príncipe cristiano en su sentido más puro y teológico, mientras otros afirman que actuaba para reforzar su imperio y que poco le importaba la Iglesia de Roma en este aspecto. Lo cierto es que la conclusión final del autor muestra la posibilidad de que tanto Felipe II como los pontífices que coincidieron durante su reinado actuaran por intereses propios, sin tener en cuenta uno del otro. De hecho, es más que probable que Roma quisiera que Francia ganara vigor para hacer de contrapeso al enorme poder de la monarquía hispánica, la cual era vista con temor por parte de los papas porque tenían la certeza de que el Imperio Español quería hacerse cada vez más fuerte, teniendo como consecuencia la pérdida de poder del papado. Pero Felipe II, en algunas de sus afirmaciones confundía, ya que se mostraba como un ferviente católico -por lo que pudiera darse el caso de que actuara conforme a la ortodoxia- pero lo cierto es que seguramente Felipe II, como bien escribe Jones, acabara confundiendo religión y política, ya que la mezcla de las dos dieron como resultado nefastas decisiones, como algunas relativas a la política exterior en los Países Bajos.
Como se ha podido ver, en este caso el estudio de Jones, siendo una síntesis, es magnífico, y aporta perspectivas que consiguen que el entendimiento de una época como la de la contrarreforma sea más panorámico. Consigue inmiscuir al lector, estudiante o investigador en los asuntos de la época. Y uno de los métodos por los cuales consigue que sean eficaces y que apenas ha tenido incidencia en estos artículos es que utiliza multitud de documentos transcritos de la época antes y después de sus explicaciones y reflexiones, por lo que la obra de W.D. Jones la considero una obra de historia total, con la que se podrá estar más o menos de acuerdo en la selección de documentos (imprescindibles bajo mi punto de vista y extraordinariamente interesantes) o con el análisis realizado, pero lo que es indiscutible es su planteamiento y su rigor, que consigue llamar la atención del lector y que puede conseguir incitar al historiador a la investigación sobre el tema tratado para futuras discusiones. Por otra parte, el libro de Teófanes Egido, siendo un libro casi puramente de historia factual, no es ni mucho menos desdeñable, y se complementa a la perfección con la obra de D. W. Jones.
Tanto una como otra se enriquecen, dando una perspectiva amplia de lo que fue la contrarreforma. Decir que las dos obras abordan más temas interesantes, pero que para un artículo en un blog no he creído conveniente abordar. Teófanes Egido también analiza el tiempo de la Reforma protestante, comparando ambos procesos, y hubiera sido muy interesante incorporarlo al presente escrito. Y destaca, por ejemplo, la totalidad de la obra de D. W. Jones, que no tiene desperdicio, al compaginar extractos de documentos con explicaciones. Algunos de estos extractos se publicaran en el blog de alguna u otra forma.