Dos visiones de la contrarreforma (IV)

Conclusión

En un repaso brillante a la contrarreforma de D. W. Jones bajo el capítulo A fuego y espada. Cuatro estudios sobre la contrarreforma, el autor da por concluida su síntesis sobre el tema. Según el autor, la inquisición española funcionó como un instrumento enormemente eficaz y casi infalible de la contrarreforma. Pero no solo de la contrarreforma, sino que mediante la inquisición Felipe II conseguiría reforzar su monarquía. El problema es que el coste de este motivo, que seguramente fuera el que más pesara en la época, fue muy alto, ya que se instauró un clima de paranoia en España desproporcionado, donde cualquiera podía ser perseguido por ser sospechoso de protestantismo, luteranismo e incluso erasmismo (entre otros). La censura de libros e ideas en España fue más eficaz que en cualquier otro Estado, pero con esto España se encerraba en sí misma, y como bien indica Jones, esta postura es más que curiosa en la que fuera una superpotencia imperial con unas políticas que debieran poseer de un gran calado global, teniendo en cuenta hasta donde llegaban los límites del imperio. La inquisición española tuvo una auténtica política de exterminio en toda regla, y esto creaba recelo tanto fuera de España como fuera del imperio. En las extractos que proporciona Jones -como es así a lo largo de toda su obra- se pueden observar los siguientes casos que fueron perseguidos por la inquisición: María de Cazalla, erasmista perseguida, acusada de “dogmatizadora de los dichos alumbrados” (considerados protestantes); San Ignacio de Loyola: “fui preso y puesto en cárcel por cuarenta y dos días. En Salamanca fui preso no sólo en cárcel, más en cadenas, donde estuve veintidós días.” Él mismo dice al rey Juan III de Portugal que no fue apresado por tratar con alumbrados, luteranos…, sino “porque yo, no teniendo letras, … se maravillaban que yo hablase y conversase tan largo en cosas espirituales”; acusación contra santa Teresa; herejía del arzobispo Carranza… Estos son algunos casos, pero como ya se sabe, son innumerables.

Obviamente Jones no elude la importancia de los jesuitas para la contrarreforma, que tradicionalmente han sido vistos como elemento esencial de la misma y que el mismo autor atestigua en sus explicaciones, de las que llama la atención, por ejemplo, el hecho de que en los límites de la cristiandad ortodoxa realizaran una labor magnífica para Roma. Muchos hijos de protestantes fueron educados en colegios de jesuitas en la ortodoxia, y esto es una batalla que iría ganando en este sentido la contrarreforma, porque un alto porcentaje de esas generaciones, lo más lógico es que educaran a sus hijos en la ética católica ‘tomista’ puramente jesuita y en consonancia con la ortodoxia. Por otra parte, Jones recalca la condición de una especie de sensación de ‘desheredados’ que poseían los jesuitas, ya que despertaban envidia allí donde iban en los círculos de poder. Por ejemplo, Felipe II los veía muy papistas y Francia, como algunos papas, creían que eran demasiado españoles. Por ello, y por atribuírseles la fama de controladores políticos, se les ha acusado hasta la infinitud, siendo todas estas acusaciones muy variopintas, llegándoseles a acusar de “predicar la monarquía absoluta, el tiranicidio o el republicanismo” (Jones, 1995).

En esta conclusión tampoco se elude a Felipe II, del que se ha dicho en numerosas ocasiones, ya casi por tradición, que fue el máximo defensor de la contrarreforma. De la tesis del autor se desprende que las motivaciones de Felipe II a la hora de ejecutar sus decisiones aún no son del todo seguras (aunque sí han sido estudiadas), ya que existen posturas que afirman que Felipe II era un auténtico defensor de la Fe católica y que actuaba siempre como príncipe cristiano en su sentido más puro y teológico, mientras otros afirman que actuaba para reforzar su imperio y que poco le importaba la Iglesia de Roma en este aspecto. Lo cierto es que la conclusión final del autor muestra la posibilidad de que tanto Felipe II como los pontífices que coincidieron durante su reinado actuaran por intereses propios, sin tener en cuenta uno del otro. De hecho, es más que probable que Roma quisiera que Francia ganara vigor para hacer de contrapeso al enorme poder de la monarquía hispánica, la cual era vista con temor por parte de los papas porque tenían la certeza de que el Imperio Español quería hacerse cada vez más fuerte, teniendo como consecuencia la pérdida de poder del papado. Pero Felipe II, en algunas de sus afirmaciones confundía, ya que se mostraba como un ferviente católico -por lo que pudiera darse el caso de que actuara conforme a la ortodoxia- pero lo cierto es que seguramente Felipe II, como bien escribe Jones, acabara confundiendo religión y política, ya que la mezcla de las dos dieron como resultado nefastas decisiones, como algunas relativas a la política exterior en los Países Bajos.

Como se ha podido ver, en este caso el estudio de Jones, siendo una síntesis, es magnífico, y aporta perspectivas que consiguen que el entendimiento de una época como la de la contrarreforma sea más panorámico. Consigue inmiscuir al lector, estudiante o investigador en los asuntos de la época. Y uno de los métodos por los cuales consigue que sean eficaces y que apenas ha tenido incidencia en estos artículos es que utiliza multitud de documentos transcritos de la época antes y después de sus explicaciones y reflexiones, por lo que la obra de W.D. Jones la considero una obra de historia total, con la que se podrá estar más o menos de acuerdo en la selección de documentos (imprescindibles bajo mi punto de vista y extraordinariamente interesantes) o con el análisis realizado, pero lo que es indiscutible es su planteamiento y su rigor, que consigue llamar la atención del lector y que puede conseguir incitar al historiador a la investigación sobre el tema tratado para futuras discusiones. Por otra parte, el libro de Teófanes Egido, siendo un libro casi puramente de historia factual, no es ni mucho menos desdeñable, y se complementa a la perfección con la obra de D. W. Jones.

Tanto una como otra se enriquecen, dando una perspectiva amplia de lo que fue la contrarreforma. Decir que las dos obras abordan más temas interesantes, pero que para un artículo en un blog no he creído conveniente abordar. Teófanes Egido también analiza el tiempo de la Reforma protestante, comparando ambos procesos, y hubiera sido muy interesante incorporarlo al presente escrito. Y destaca, por ejemplo, la totalidad de la obra de D. W. Jones, que no tiene desperdicio, al compaginar extractos de documentos con explicaciones. Algunos de estos extractos se publicaran en el blog de alguna u otra forma.

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Dos visiones de la contrarreforma (III)

Concilio de Trento

D. W. Jones comienza explicando qué significado y significancia tienen los concilios generales, algo que ayuda a comprender el concilio de Trento y todo lo que se ha hablado de la contrarreforma, ya que o bien aclara lo que muchos no conocen, o bien refresca la memoria de algunos que si conocen tales procesos. Y escribe que “los concilios generales son asambleas del alto clero que, en representación del conjunto de la Iglesia, definen puntos doctrinales esenciales y otras materias, por medio de decretos que, en principio, obligan a todos los cristianos. Instrumentos del gobierno eclesiástico, este tipo de concilios se han convocado generalmente en situaciones de emergencia, siendo en todo momento considerados como el mejor instrumento de reforma.” Un dato enteramente revelador que resalta el autor es el hecho de que “desde 1471, todos los candidatos al pontificado prometieron y juraron que, si salían elegidos, convocarían un concilio en el plazo de dos años.” Esta promesa fue “sucesivamente incumplida por ocho papas”, que además no cumplieron con un decreto de 1417 en el que se “ordenaba la celebración de concilios cada diez años. La pregunta que se hace Jones es, “¿de qué tenían miedo los pontífices?”, es decir, ¿por qué no convocar un concilio? El motivo principal sería el temor de pérdida de soberanía, ya que en algunos estados ya se gobernaba con gran autonomía respecto a Roma. Los monarcas, además, solían amenazar con convocar un concilio en momentos de confrontación con el Papa, para así vulnerar la autoridad papal. De todas formas Jones apunta al ‘conciliarismo’ como temor principal de los pontífices, es decir, una corriente que estaba en auge, y que contemplaba los concilios para ir restándole importancia a la autoridad papal hasta convertirlos en meros administradores, dándole más capacidad de decisión en cuestiones importantes a los obispos. Por consiguiente, el ‘conciliarismo’ era un movimiento descentralizador en lo tocante a la administración de la Iglesia, por lo que esto muestra que el abordar un concilio no era un problema para el papado por temor a los protestantes. Y dice Jones, “los papas León y Clemente pasaron toda su vida política combatiendo, pero su principal enemigo no fue Martín Lutero.” Una figura ineludible sobre la posibilidad de convocar un concilio fue Carlos V, ya que quiso durante mucho tiempo que se convocase y tuvo el poder para hacerlo, pero no lo hizo. Fue cuando se encontraba Pablo III de papa cuando ambos estaban de acuerdo en convocar un concilio, pero en lo que no estaban de acuerdo era en las materias que se debían tratar en el mismo. El pontífice pretendía la “clarificación doctrinal y la restauración de la autoridad papal”, mientras que Carlos V entendía que “primero se debía abordar la reforma institucional”, ya que solo así los protestantes estarían dispuestos a negociar una reconciliación con Roma.

Es interesantísima la siguiente cita de Jones para entender lo esencial del Concilio de Trento:

“El concilio abrió con la presencia de tan sólo 29 obispos, apenas el 5 por 100 de los prelados procedentes de los territorios que aún eran católicos; de los que asistieron en algún momento a las reuniones conciliares, un tercio eran italianos y una décima parte, españoles; y, hasta la llegada de un grupo significativo de obispos franceses en 1562, ninguno de ellos había conocido de cerca la crisis protestante. Es precisamente ahí donde se encuentra la clave que permite comprender la orientación teológica de Trento, cuya inadecuada representación y su ignorancia acerca de la Reforma protestante, imposibilitaron cualquier intento de llegar a comprender a los herejes. Frente al espíritu de Ratisbona, Trento asumió el papel de defensor de la fe, construyendo el equivalente teológico del muro de Berlín y sustituyendo el pluralismo doctrinal del medievo por la certeza en las materias de doctrina. […] En realidad, ‘aunque hubo herejías y cismas antes de la Reforma protestante, el amplio conjunto de doctrinas que ahora se rebatían representaba una amenaza sin precedentes’ (Pelikan, 1984). Por medio de esas actuaciones, la Iglesia romana consiguió afirmar su autoridad docente y declararse a sí misma como único juez infalible. En definitiva, se consiguió que la acción global contra la Reforma protestante emprendiese finalmente su rumbo.”

En este artículo se nombrarán de soslayo algunos aspectos básicos del Concilio de Trento, por no tratarse este escrito de un trabajo pormenorizado sobre el tema. Así que se van a nombrar algunos aspectos que se explican más claramente en la obra de Jones que en la de Egido. Por ejemplo, que en las dos primeras reuniones tridentinas (1545-1547 y 1551-1552) se trató el tema de la doctrina; y en la tercera (1562-1563) se trato el relativo a la disciplina (control que debían ejercer lo obispos para que las misiones pastorales sobre los fieles se llevaran a cabo). Destaca un personaje como es el cardenal Carafa, el que sería papa Pablo IV (1555-1559). Su política y forma de ver la Iglesia católica en general estaba colmada de un gran fanatismo, y el hecho de que fuera este personaje el que fundara la Inquisición romana (1542) es un hecho que da buena muestra de ello. Durante los años de este papa la reforma perdió vigor, ya que era antirreformista, y eso que con la reforma católica que suponía el Concilio de Trento tanto el pontífice como la misma Iglesia salían reforzados, elevando las cotas de la autoridad pontificia. No así, los nueve papas entre 1559 y 1600 se comprometieron con la reforma. Jones también aborda la cuestión acerca de la residencia de los obispos, de si debían permanecer en sus diócesis y no acumular otros beneficios, algo que también es nombrado por Egido. Esta -cuya cuestión fue sobre todo la residencia de los obispos y acumulación de beneficios- fue una de las reuniones más violentas del concilio (1562), y no se resolvió sino mediante una fórmula ambigua que lo dejaba todo en el aire, pero que por supuesto mantenía intacta la autoridad del papa. Es brillante Jones en una de las conclusiones que ejecuta, ya que después de unos párrafos reflexivos acerca del asunto, afirma que después de todo, “las prerrogativas papales no solo resultaron indemnes, sino que además no tardarían en reforzarse.” Y termina diciendo, “al fin y al cabo, ésta era la época de las monarquías absolutas”. Y es totalmente cierto, la Iglesia católica, con su príncipe o monarca en la figura del papa -tenida como una monarquía más, siendo de vital importancia política, social y económica- seguía la tendencia de la política de Estado del momento.

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Dos visiones de la contrarreforma (II)

Instrumentos de la Contrarreforma

Teófanes Egido escribe sobre los instrumentos de la Contrarreforma de manera sintética, poniendo como imprescindibles a este respecto dos factores: la aparición de la Compañía de Jesús y la Inquisición, sobre todo la española. Nombra a órdenes religiosas como las carmelitas descalzas de Santa Teresa (1562-1568), los capuchinos, los franciscanos, los radicales y los reformados (1525). Y dice que estos recién nombrados, “después de Trento constituyeron la vanguardia de la recatolización en regiones campesinas, en Centroeuropa, en los valles alpinos, en Suiza [y] en los reductos austriacos.” Pero nos hace una advertencia insalvable sobre el nacimiento de una orden por las consecuencias que tuvo: “antes de Trento nació la Compañía de Jesús (1540), fundada por Ignacio de Loyola (1491-1556). Inicialmente pensada para [la] actuación misionera en tierra de paganos, y luego dedicada a la acción en Europa […] partiendo del mundo cultural y político, además de las misiones. A los votos habituales (obediencia, castidad, pobreza) añadieron un cuarto, obediencia al Papa, que se encontró con otro soporte para su autoridad […] La compañía […] fue creciendo prodigiosamente.” Indica la típica jesuita “predicación en avanzadillas”, siendo “pioneros de inculturación en el Lejano Oriente y luego en las Indias.” Y termina diciendo, “su dependencia directa del Papa los convertiría en peligro para los absolutismos de la Ilustración”, explicando implícitamente el motivo principal de la expulsión de la Compañía de Jesús de varios países en el S. XVIII.

Otro de los instrumentos que nos muestra Teófanes Egido es la inquisición (y nos pone su origen en 1231). Realiza un breve repaso a lo que él considera importante sobre la inquisición, y dice que “como agente contrarreformista, su eficacia se manifestó al comienzo del reinado de Felipe II: sus célebres autos de fe en Sevilla y Valladolid (1559) exterminaron los brotes protestantes de forma contundente. Su aparato fue decisivo en el aislamiento de España, ortodoxa y xenófoba, autocomplacida en su destino mesiánico de evitar el contacto con lo de fuera, contaminado y herético.” Y hete aquí otra de las claves de los convencionalismos sobre la contrarreforma: la importancia de Felipe II. Más adelante se verá como D. W. Jones no cree que Felipe II fuera tan sincronizado con la contrarreforma. Otra de las consideraciones que hace Egido es recalcar la tarea de la inquisición a la hora de censurar obras que ‘pusieran en peligro’ la cristiandad.

El último de los instrumentos básicos de la contrarreforma que soslaya el autor es la guerra. “La acción contrarreformista se tradujo en ofensiva reconquistadora por la predicación de apóstoles del catolicismo, por la diplomacia romana, por los intereses políticos y, en algunas y significativas circunstancias, por la confrontación armada.” Y a este respecto le da capital importancia a la Guerra de los 30 años (1618-1648), que ciertamente fue un conflicto que confrontaba a los partidarios de la reforma y a los de la contrarreforma. Y muestra que, después de la guerra, con la paz de Westfalia, la religión, por lo menos la católica, quedaba en un segundo plano, algo que simbolizaba un cambio substancial en el eje político de Europa: “la protesta del papa Inocencio X por haber prescindido de la Santa Sede en las negociaciones no era absurda, sino anacrónica: el papado no pesaba ya en las decisiones de los Estados. Con la derrota de los Habsburgo se acabó, si no el espíritu, sí el tiempo histórico de la contrarreforma.” Es decir, que Egido indica como punto y final del tiempo de la contrarreforma las negociaciones de paz que se llevaron a cabo consecuencia de la Guerra de los 30 años.

Hasta aquí las explicaciones esenciales sobre la contrarreforma en el libro Las Claves de la Reforma y la Contrarreforma de, Teófanes Egido. Ahora vamos a centrarnos en el de Martin D. W. Jones, La Contrarreforma. Religión y sociedad en la Europa Moderna.

¿Enfoque o desenfoque?

Es decir, con el ejercicio reflexivo que hace D. W. Jones, ¿se consigue un enfoque válido y certero en términos históricos, o más bien supone una rémora por resultar algo vago y disperso en sus explicaciones? Bajo mi punto de vista realiza un ejercicio de síntesis fantástico, teniendo en cuenta factores ineludibles, dándole protagonismo a elementos de la historia un tanto olvidados, y obviando algunos convencionalismos. Por ejemplo, del “que fuera el arquetipo del guerrero contrarreformista”, Felipe II, dice que “en realidad, la idea de que los papas y los monarcas españoles formaron un frente unido -la columna vertebral de la Contrarreforma- choca con las pésimas relaciones que mantuvieron Roma y Madrid”. Y le da máxima importancia a la comprensión de la teología para “dar sentido a la Europa medieval y moderna”. Al igual que a la historia de las mentalidades, lo cual le acerca en este aspecto al paradigma de la tercera generación de la corriente de los Annales: “las ideas son un aspecto central de toda cultura y, por eso mismo, la comprensión de la historia tan sólo puede basarse en la consideración de la mentalidad de las gentes que vivieron en el pasado.”

Factor importante en el origen de la contrarreforma

Es muy interesante la explicación de D. W. Jones acerca de los orígenes de la contrarreforma. En un momento en el que Lutero y la reforma católica poseen de un gran vigor, la Iglesia Católica va situándose en una postura antiprotestante que condena las posturas de Lutero y los que le siguen. Poco a poco fueron radicalizándose las posturas, pero existía una tercera postura, de corte más ‘liberal’ -término que utiliza el autor para referirse en alguna ocasión a esta posición ideológica-. Como referencias de este posicionamiento reconciliador entre los partidarios de la reforma católica y los que se situaban en el lado opuesto, nos encontramos con el cardenal Contarini y Erasmo. Este último fue, posiblemente, decisivo, acusado por ambos bandos, pero decisivo al mantenerse reconciliador hasta con los postulados de Lutero, después de mantener una lucha intelectual de sobra conocida que tenía como objeto de discusión el libre albedrío. D. W. Jones dice -citando a Phillips, 1981- que la muerte prematura de Contarini (1542) y las deserciones de Ochino y Vermigli hicieron que “la madura y equilibrada sensatez de Erasmo” se viera completamente derrotada “señalando así el punto de partida de la Contrarreforma” (citando a Fenlon, 1972).

En el siguiente artículo se abordará el Concilio de Trento y aspectos como el papel de la mujer en la contrarreforma, la sociedad en la contrarreforma y la esclavitud en el Nuevo Mundo relacionado con el tiempo y los efectos de la contrarreforma. Todo ello bajo la perspectiva de D. W. Jones.

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Dos visiones de la contrarreforma (I)

Tomando como objeto los libros de Martin D. W. Jones y Teófanes Egido, se va a proceder a explicar grosso modo las dos posturas y las dos formas de hacer historia tanto de uno como de otro autor, por contener diferencias más que claras entre uno y otro.

La obra de Teófanes Egido Las claves de la reforma y la contrarreforma está escrita con un estilo narrativo clásico, donde describe de forma factual lo que ocurrió en el Concilio de Trento, así como cuales fueron los instrumentos de la contrarreforma. Todo ello desde una perspectiva un tanto conservadora, ya que no encontramos en su explicación ninguna hipótesis que haga diferente su obra de otras muchas sobre este tema. De hecho, se podría decir que el libro de Teófanes Egido posee un tono literario, descriptivo y narrativo casi de enciclopedia, por lo que estamos, como se acaba de decir unas líneas más arriba, ante una obra de historia clásica y un tanto conservadora.

La de Martin D. W. Jones destaca por encontrarse en el polo opuesto a la de Teófanes Egido. La Contrarreforma. Religión y sociedad en la Europa moderna, esa es la obra en cuestión, y bajo un título que en él ya se esconde cierta preocupación por la sociedad, es decir, por ‘lo social’. Una de las primeras advertencias que hace el autor es que “si la historia de la contrarreforma parecía esencialmente aburrida. Carente de ‘glamour’, de héroes y de virtudes, cuarenta años de investigación han cambiado por completo dicha impresión y han alterado substancialmente nuestra comprensión sobre algunos de los elementos claves de la Europa moderna. Aunque todavía queda mucho por aclarar, este libro tiene como objetivo mostrar algunos de los frutos más revolucionarios del trabajo realizado y presentar la nueva tesis que se desprende del mismo”. Esta afirmación ya es algo que le desmarca del anterior autor, que termina su introducción con las siguientes palabras: “por ello, y aunque haya su dosis de convencionalismo, como en todo intento de periodización del pasado, creemos que no es del todo desajustado relacionar el amplio y variado movimiento protestante surgido de Lutero con la Reforma, así como la Contrarreforma con la característica que identifica menos incorrectamente la vida, la acción y la reacción del otro frente, el de la Iglesia católica.” Como se puede observar en esta cita, el autor puede intuir que existe algo de riesgo en la comparación entre la reforma y la contrarreforma, algo que muestra la naturaleza de la síntesis de Teófanes Egido.

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Dos visiones de la contrarreforma. Nueva serie de artículos

Así se titula la siguiente serie de artículos -serán cuatro- que se van a publicar casi de forma ininterrumpida entre hoy y mañana. En base a dos obras muy distintas y de diferente calado, aunque las dos tratan el tema de la contrarreforma, se va a proceder a explicar el fenómeno de la contrarreforma mostrando dos formas diferentes de escribir la historia. Por un lado la síntesis de Teófanes Egido titulado Las claves de la reforma y la contrarreforma; por otro lado, la de D. W. Jones La contrarreforma. Religión y sociedad en la Europa moderna.

De una y de otra se obtienen conclusiones interesantes, aunque en esta serie de artículos se le ha dado más protagonismo a la obra de D. W. Jones por ser considerada por un servidor como más interesante, más que por los datos que profesa, por las posibles hipótesis que de su estudio se desprenden.

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Jesuitas ahora. Activismo político y social

Rastreando en internet noticias sobre jesuitas me encontré una del 5 de mayo cuyo titular es el siguiente: “Jesuitas denuncian redadas masivas y racialmente orientadas”. Este titular corresponde a una denuncia del servicio jesuita a migrantes (SJM). Esta denuncia está dirigida a la clase política de más peso en España y contra el ministerio del interior, responsable de tales controles. La denuncia social deja a las claras la postura de esta organización jesuita, que es de un claro apoyo a los inmigrantes, los cuales merecen un trato igual que al de cualquier otro ciudadano del país. Según esta organización cada vez hay más redadas policiales de identificación de extranjeros, además afirman que estas redadas están “racialmente orientadas”. Piden que no se instrumentalice políticamente el tema de la inmigración en la campaña electoral, ni por un lado (PSOE) ni por otro (PP), ya que los que salen perdiendo son los propios inmigrantes, seres humanos con los mismos derechos que cualquier ciudadano del mundo. Como se cita en la fuente de información de europapress, “el texto es una ‘llamada a la reflexión’ a políticos y ciudadanos para que, en ciernes de la campaña electoral para las municipales y autonómicas, tengan en cuenta que ‘los miedos alimentan ciertas fronteras’ que ‘se plasman en el discurso público’, después ‘se consagran en las normas jurídicas’ y ‘cristalizan en ciertas prácticas administrativas'”.

Es decir, que dicha organización jesuita, con un discurso lógico y ciertamente humanista, se erige como defensor de la justicia situándose en contra de la injusticia social producida. Además advierten que se puede crear una frontera insalvable que separe a los ciudadanos inmigrantes de los que no lo son, marcando una diferencia que puede llegar a resquebrajar a la ciudadanía. Incluso puede llegar a incitar a la violencia verbal y física si se llega a los extremos.

Insisten que los políticos no tomen a los inmigrantes como chivo expiatorio de la crisis económica o problemas de convivencia, porque “ese debate multiplica fronteras invisibles, selectivas e injustas dentro de la sociedad”. El pensamiento jesuita actualizado queda impregnado en las siguientes palabras de gran calado: “la sociedad española se juega mucho en que ampliemos el ‘nosotros’. No existe una sociedad formada sólo por españoles, está formada por todos los que residimos en el mismo territorio”. Esto son palabras de Buades, delegado de la Compañía de Jesús en España para las migraciones.

Es necesario ampliar el ‘nosotros’, algo que implica una gran dosis de solidaridad y comprensión. Ambas son indispensables para la existencia de una sociedad responsable, armónica y próspera.

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