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Un rebelde contra la monarquía española

Comentario de la Carta a Felipe II

 La carta a Felipe II

 

Comentario de la carta:  (Referencia de José de Arteche, escritor e historiador)

Aguirre, después de premeditarlo largamente, aseguró la llegada del original de esta carta a su destino entregándola al sacerdote Contreras, cura de La Margarita, a quien puso en libertad después de exigirle juramento solemne de llevarla en propias manos a la Audiencia Realde Santo Domingo. Contreras, aunque rehusó al principio comprometerse por juramento, accedió más tarde a jurar, y luego cumplió lo prometido.

El original de esta carta, el que estrujaron las reales manos, trémulas por la cólera, de Felipe II, no se conserva. Pero Aguirre tubo buen cuidado de sacar copias de su misiva, por lo que en sí mismo suponía, y también, por lo que comprometía a los marañones a quienes enumera en ella. Es inútil que fray Pedro de Aguado en su “Historia de Venezuela”, que constituye algo así como la historia oficial de la expedición de Ursúa, rehúse insertar esta carta en su obra “por ser demasiado atrevida y desvergonzada”. La misma inaudita singularidad del documento hizo que estas copias se multiplicasen profusamente y fuesen leídas en América con la avidez que la misma clandestinidad asegura. Fray Reginaldo de Lizarraga, en su “Descripción breve del Perú”, alude al estilo de Aguirre con un elogio indirecto: “No trato de las cartas que dicen escribía a Su Majestad el Rey nuestro Señor; algunas vi en pedazos, llenas de mil disparates, aunque daba algún poco gusto leerlas, por sólo ver el frasis, que no se quien se lo ensefló”. Lizarraga comprende que, en una obra destinada a pasar por la censura oficial, el manifestar que leyó entera la carta de Aguirre es excesivo; por eso declara haberla leído “por sólo ver el frasis” y en pedazos, pero la leyó, y, además, a gusto. Hay sentimientos imposibles de disimular.

La carta de Aguirre a Felipe II, además de sucinta autobiografia, es una critica a fondo de la administracion colonial desde el punto de vista del soldado aventurero puesto a raya por aquella.No cabe duda de que Aguirre exagera los abusos, pero también es indudable que sus denuncias encierran una buena parte de verdad. Detrás de toda guerra, una muchedumbre de razones se agazapa.

Lope traduce en su carta el cansancio, las críticas, y en cierto modo, la exasperación de muchos hombres de su tiempo.

Pero lo más sorprendente de esta carta, lo que aseguró su traducción a otros idiomas y su difusión por Europa , es el lenguaje de increíble audacia con que Aguirre osa dirigirse a Felipe II, el monarca más poderoso del mundo. Lope de Aguirre se dirige a la sacra real majestad de Felipe II, el sombrío emperador del Orbe, no ya de igual a igual, sino como a “menor de edad”. Ningún hombre, sin duda, se atrevió a decir a Felipe las crudas verdades que Lope de Aguirre le escribió con tan salvaje y tan bella potencia estilista.
Al absolutismo del Rey, el Calvino de los conquistadores opone su propio absolutismo. A la intangible grandeza de la persona del Rey, el emigrado vasco opone su propia nobleza ultrajada.

Aguirre aparece todo entero, tal como era, en este documento impresionante, mezcla extraña de grandeza, de petulante megalomanía, de cinismo, de audacia, y, al último, de humildad. Pero en el conjunto brilla, sobre todo, su capacidad de juicio acerca de una determinada situación política.

El bellísimo y patético final de la carta, lleno de sonoras cadencias, inspira simpatía hacia su autor. Cuesta mucho admirar, si es que se puede admitir, que un hombre que con tal sentimiento se expresa, tuviese por oflcio el de “domar potros ajenos, y quitarles los resabios” que el cronista Vázquez le asigna. Podrán los cronistas acumular sobre Aguirre toda suerte de acusaciones, pero no cabe duda que el autor de semejante carta, obra maestra del género epistolar, posee personalidad, hay en él algo más que un asesino.

El caudillo marañón añade a su firma un extraño calificativo: El Peregrino. Aguirre ya no se apellida Traidor, ni Fuerte Caudillo, ni Ira de Dios, ni Príncipe del Perú y Tierra Firme, es algo aparentemente mucho más humilde: es El Peregrino. Aguirre, hombre sacudido por instintos elementales, cuya naturaleza ha roto el acuerdo entre la sensibilidad y la conciencia, nos descubre los abismos de su alma. Sabe que no puede conmover, pero se apiada de sí; en este momento no se acuerda de sus víctimas, se acuerda de sí mismo. La declaración cínica de su rebeldía y su manía persecutoria se resuelven en honda amargura. Presiente que le quedan pocos días de vida y repasa su vida: El Peregrino, resume en este califacativo su existencia entera. Toda su vida no fue otra cosa que peregrinación sin objeto; su ideal estaba demasiado alto. Es un hombre que se autocalifica como extraño,fuera de serie. Lope de Aguirre llama a su propio corazón. Nunca sabremos qué le contestó en aquel trance. El hombre que Lope era en el momento que dictaba ese singular apelativo saludaba tristemente al Lope que podía haber sido y no fue. Lope de Aguirre gime añorando otra cosa mejo, que ya, por desgracia para él, es inaprehensible.