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El tirano

Fin de El tirano

 

En algún grado, la locura de Aguirre se ha desatado completamente. En calidad de  líder único e indiscutible, llegó incluso a diseñar una bandera típicamente suya, compuesta por dos espadas cruzadas que goteaban sangre. Un estandarte más que apropiado para quien había derramado tantos litros de líquido vital de compañeros y superiores.

Durante ese momento de la jornada, El Dorado había quedado ya olvidado por completo. El único oro que interesaba a Aguirre se hallaba en el Perú, a donde quería regresar.

Pero antes,  con sus hordas, llegó a isla Margarita de Venezuela, donde volvió a desatar toda su crueldad.  Los asesinatos se volvieron a suceder y Lope, con sus hombres se lanzó al saqueo y la  tremenda destrucción. Pese a estos excesos, Aguirre no dejó de practicar las purgas entre sus propios hombres. Teniendo miedo a nuevos intentos de derrocarle, fue eliminando a los que le parecieron sospechosos de conspirar contra él.

En este punto, Lope de Aguirre era totalmente consciente de que la Coronahabía puesto precio a su cabeza. En un gesto inesperado y un tanto puro, Lope redactó la importante carta  a Felipe II, en la que reivindica y reafirma su rebeldía, como hemos mencionado un poco antes, despachándose a gusto con el monarca, a quien acusa del lamentable estado de las Indias, denunciando la gran corrupción que alcanza a casi todos los estamentos de la Corona, y mientras tanto, reprochando el olvido que padecieron los que dieron su vida por su rey:

“Nos dé Dios gracia que podamos alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues nos has negado lo que de derecho se nos debía. Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud, Lope de Aguirre, el Peregrino”.

Pese a que, en la carta, Aguirre hizo una amenaza a Felipe II con  “la más cruda guerra”, fue muy poco lo que podía hacer ante las tropas realistas. Hallándose en las cercanías de Barquisimeto de Venezuela, los soldados del Felipe II le dieron caza después de que la mayoría  de sus hombres le abandonara con el intento de lograr el perdón real. Según algunos cronistas, antes de caer, Lope mató a su hija Elvira, diciéndole: “Mejor morir ahora como hija de rey que después como hija de traidor y como puta de todos”. Un poquito después, le alcanzaban dos disparos de arcabuz. Uno de sus hombres, Custodio Hernández, le dividió la cabeza de un certero tajo. Como castigo ejemplar, los hombres del rey mutilaron el cadáver de forma cruel y horrible: le cortaron las manos y la cabeza, quedando ésta expuesta por días como castigo público a posibles imitadores.

Pues la vida de Aguirre terminó de esta manera y con ella llegó el  final a una desquiciante expedición que había partido en búsqueda de nuevas tierras, riquezas y oro, sin embargo, sólo cosechó sangre y dolor. En la nómina de muertes atribuidas al tirano, Lope de Aguirrre, se acumulaban por lo menos 72 almas. ¡Qué historia!

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La conjura

 

Como lo que entendemos del sobrenombre El tirano de Lope de Aguirre, una vez iniciada la marcha,  quedaron evidentes las duras condiciones que les esperaban. Ante los inesperados peligros del río, por ejemplo, las fieras e insectos, los expedicionarios tuvieron que hacer frente también a los mosquitos, las fiebres e incluso la escasez de alimento, sin contar con las diferentes poblaciones de indios, entre los cuales, algunas hostiles fueron encontrando a su paso. Es decir, se les estaban acercando uno de los peligros más horribles.

Además, otra cosa mala para ellos ocurrió. Las primeras suspicacias y conatos de motín tampoco tardaron en aparecer. Pasando las semanas, y después de más 700 leguas recorridas sin novedades sobre Omagua y El Dorado, empezaron a surgir las sospechas sobre los indios brasiles, los cuales decían conocer el paradero de las ricas tierras. Muchos hombres  también empezaron a hablar mal del gobernador, que pasaba los días solazándose con su amante mestiza, a la cual muchos culpaban dehaber hechizado a Ursúa y cambiar su carácter, mientras que ellos iban sufriendo diversos padecimientos. Las voces comenzaron a pedir el regreso al Perú. Cuando trascendieron este deseo, Ursúa castigó a los insurrectos a remar en su barca, como podemos imaginarnos, una humillación que muchos no iban a perdonar,

Fue así como se tejió la traición contra Pedro de Ursúa. Entre los cabecillas de esta rebelión estaban Fernando de Guzmán, Lorenzo de Salduendo y, claro, Lope de Aguirre. Además, así fue como el 1 de enero de 1561, una docena de hombres se acercaron sigilosamente hasta la tienda del gobernador, mientras éste dormía. Como lo recordaba Francisco Vázquez, autor de una de las crónicas más conocidas sobre los hechos:

“…se juntaron con el dicho D. Fernando hasta doce destos traidores, dejando prevenidos otros amigos y secuaces que, en oyendo su voy y apellido, acudiesen con sus armas y fueron al aposento del gobernador, y hallándolo solo, como solía estar, acostado en cama, le dieron muchas estocadas y cuchilladas, y él se levantó y quiso huir y cayó muerto entre unas ollas en que le guisaban de comer”.

Pedro no fue la única víctima en esa terrible noche. Juan de Vargas, teniente del gobernador, también fue atravesado por el filo de una espada traicionera. Una vez terminado la conspiración, Fernando de Guzmán fue nombrado general, mientras Lope de Aguirre se aseguraba el puesto de maese de campo y otros de los conjurados recibían también  importantes cargos , a pesar de que en su mayoría no estaban bien preparados para hacerlo.

Un poco más tarde, Guzmán y sus más allegados se decidieron a redactar un escrito en el que se referían los desmanes y errores supuestamente cometidos por su legítimo gobernador. Ese escrito pretendía servir de excusa por el crimen frente al rey Felipe II, y se quiso que todos los participantes en la conjura estamparan su firma en él. El primero en hacerlo fue Guzmán, acompañando la firma de la palabra “general”. A continuación “el Tirano”, Lope, hizo lo propio y aunque, sin hipocresías, escribió: “Lope de Aguirre, traidor”. Más tarde, aprovechó el momento y desveló sus auténticas intenciones. Lope declaró que asesinar al gobernador del rey, representante de éste en la jornada, equivalía a levantarse contra el monarca, crimen para el que no había perdón posible. Entonces propuso dar marcha atrás y el regreso al Perú, con el fin de conquistarlo y declarar un reino independiente del peninsular.  Para esto, decidió nombrar a Guzmán como príncipe del reino que pretendían hacer suyo, bajo el título de Fernando I el sevillano, mientras Aguirre desempeñaba con el mando militar.

Desde ese momento las sospechas se hicieron graves entre los  otros miembros de la expedición. Todos dormían con el arma cerca, por temor a un navajazo, una estocada o un disparo de arcabuz. Y tenían razón. Tras la muerte de Ursúa, y pese a  los acuerdos alcanzados entre los conjuradores y el resto de hombres, se extendió poco a poco la indisciplina y ocurrieron los asesinatos. Muchos de estos se produjeron, precisamente, por temor a los asesinatos y nuevas traiciones inesperadas. Así murieron a manos de Lope de Aguirre, por ejemplo, Cristóbal Fernández, Juan Alonso de la Bandera,  la mestiza doña Inés, el capitán Alonso de Montoya o el almirante Miguel Robledo,  así como Lorenzo de Salduendo, guardia del general Guzmán. En medio de este caos, Lope se destacó como el auténtico caudillo de los marañones, pues Francisco de Guzmán era sólo un títere que seguía sin saber los planes de Lope.

A pesar de su gran poder, respaldado por un pequeño ejército personal de más o menos cuarenta hombres, Lope quiso seguir adelante a una nuevo conspiración en su contra, y se decidió a acabar con el “príncipe” Guzmán y sus colaboradores más cercanos. En esta nueva refriega cayeron entre otros el sacerdote Alonso de Henao, a quien Aguirre atravesó de una estocada mientras dormía, pinchándolo en su camastro como a un animal. Luego se dirigió a casa de Guzmán y después de matar a sus más allegados, tocó el príncipe. Entre el Tirano y algunos de sus secuaces, acabaron con su vida mediante estocadas y arcabuzazos. Llegaba de esta manera a su fin, el corto reinado de un príncipe todavía sin tierras que gobernar.

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Billete de una sola ida

 

Según la historia grabada, en febrero de 1559, el capitán Pedro de Ursúa empezó los trabajos preparativos para el viaje, a través de buscar apoyos económicos entre comerciantes y personajes ricos. Ya en el comienzo de la jornada comenzaron los primeros inconvenientes, pues finalmente el dinero prometido por algunos no fue pasado, y fueron los propios participantes de la expedición quienes tuvieron que aportar sus ahorros y capitales. Eso es el exacto origen de la siguiente historia.

Dejamos al lado lo que ha pasado durante el proceso y vamos a ver el resultado de la historia. A ver, finalmente, Ursúa consiguió convocar el grueso de la expedición, formada por más o menos 300 soldados, 600 indios y 30 esclavos negros. A estos efectivos había que sumar la nutrida cohorte de amigos y parientes del propio Ursúa, a los cuales, se engargó muy importantes puestos. Entre ellos estaba Inés de Mendoza, una bella mestiza amante de Ursúa, cuya presencia fue mal vista desde el muy principio, y que a decir de unos de los cronistas que participaron en los sucesos, fue una de las causas de la catástrofe, como consecuencia de la mal influencia que ejercía sobre Ursúa.

En lo que se refiere a los efectivos militares, parte de ellos procedían de hombres traidores de otra expedición, la dirigida por Juan de Salinas y, otro grupo más, estaba formado por hombres del capitán Pedro Ramiro, hasta ese momento, establecidos en el pueblo de Santa Cruz de la Pocoa. Junto a ellos estaba también el horrible Lope de Aguirre, a quien le acompañaba su hija mestiza Elvira y otros muchos hombres de guerra enrolados en búsqueda de riqueza. Parece que alguien advirtió a Ursúa de que evitara reunir a Lope, debido a su carácter rebelde y pendenciero, pero el líder de la expedición no le hizo ningún caso a los consejos.

Ya como sabemos, la jornada, o sea, la expedición no empezaría hasta el 26 de septiembre de 1560. Poco podían imaginar que se trataba de ser un billete de una sola ida, o sea, era un viaje sin retorno, que pasaría a la Historia por los crímenes y crueldades que se sucederían en los siguientes meses. De verdad, antes de la partida ya se habían sucedido unos inquietantes incidentes que parecían presagiar lo que vendría más tarde. Durante la botadura, algunas de las embarcaciones construidas en el astillero improvisado en Santa Cruz de la Pocoa se fueron a pique irremediablemente, obligándoles a dejar un gran número de caballos y provisiones. La larga espera hasta que todo estuvo listo había sometido a la madera a muchos meses de exposición a la humedad de la región y a los insectos, así que cuando quisieron exportarlas se habían podrido sin ningún remedio.

Por otro lado, antes de emprender la marcha, y frente a la imposibilidad de alimentar a todos los participantes de la expedición en Santa Cruz, Pedro de Ursúa había mandado un grupo de hombres a un apartado pueblo de indios motilones. Ursúa engargó esta misión al capitán Pedro Ramiro, a quien acompañaban 50 soldados y dos caudillos: Francisco Díaz de Arlesamigo de Ursúa y Diego de Frías.

Sin embargo, éstos últimos dos tenían mucha envidia a Ramiro, pues ambicionaban para ellos el cargo recibido por el capitán. Muy resentidos, los dos se decidieron a dejar al militar y volver con Ursúa, pero en la mitad de camino, se encontraron con 2 soldados amigos suyos, a quienes convencieron de que el capitán Ramiro pretendía rebelarse contra el gobernador. Después de dar media vuelta, encontraron a Pedro Ramiro solo, mientras el resto de sus hombres habían cruzado un río. Pues en ese momento, se pusieron a aprovechar la circunstancia para ahogarle y cortarle la cabeza. No obstante, los dos caudillos no contaban con que el criado de Ramiro huyera al ver morir a su amo y pusiera a Ursúa al corriente de lo sucedido. Cuando los tuvo ante su presencia, el gobernador ordenó sin hesitación la ejecución de los asesinos cortándoles las cabezas. Pues lamentablemente, justo antes de comenzar, la expedición se había cobrado ya la sangre de 5 hombres.

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El Perú en esos momentos

 

Para entender de manera adecuada las características de la jornada en búsqueda de El Dorado y los horribles hechos que en ella se produjeran es indispensable conocer la circunstancia del virreinato del Perú en esa época. Unas décadas después de la llegada de Pizarro y sus hombres, las situaciones sociales del territorio no eran nada halagüeñas. Las tierras, el poder y los privilegios se encontraban en manos del 10% de la población, al igual que el comercio, y los diferenciados caudillos se encontraban gobernados por una clase alta formada por algunos de los primeros conquistadores y otros individuos influyentes llegados de la península.

En ese momento, por otro lado, había una legión de desfavorecidos formada por indígenas y emigrados de la península que habían acudido en busca de riqueza, sin embargo, llegaron demasiado tarde al inicial reparto de propiedades y fortuna.

Además de estos últimos, deben destacar un grupo de hombres guerreros, que muchas veces llevaban décadas en las Indias tras las iniciales contiendas por la conquista y las posteriores guerras civiles que enfrentaron a diferentes bandos de españoles. Tras estos enfrentamientos fraticidas la mayoría de soldados habían quedado vagabundos, sin sueldo ni recompensa, intentando sobrevivir a la sombra de los señores.  Pues pertenecía Lope de Aguirre a este buen grupo de descontentos y desocupados hombres de guerra, que habían visto pasar su oportunidad de prosperar pese a haber dado su sangre y su vida por la Corona y la conquista de América. Fue esta atmósfera enrarecida y peligrosa, en la que se preveía la amenaza de rebelión y altercados, la que motivó la puesta en marcha de la jornada en busca de la fortuna de El Dorado que  Francisco de Orellana, ya había buscado algunos años antes, sin ningún éxito.

Años pasaron hasta 1558, el virrey del Perú de esa época, el marqués de Cañete, permitió la puesta en marcha de hasta 3 expediciones a diferentes puntos, con el intento de dar una ocupación a esa peligrosa e impredecible masa de soldados en paro y a otros marginales y desfavorecidos. Aquella mismo motivo fue la que, un año más tarde, le llevó a ordenar la jornada de omagua y El Dorado, con el capitán navarro Pedro de Ursúa a la cabeza de la misma. Ursúa, quien contaba con unos 35 años en ese momento, era un recién llegado al Perú, aunque acumulaba una importante hoja de servicios en la India. De esta manera, no fueron pocos los hombres de guerra que, viendo una posibilidad de entrar en actividad y lograr la gloria y la fortuna que la guerra les habían negado, se decidieron a enrolarse en tan rara búsqueda, esperando encontrar el oro y los tesoros de la región legendaria. Esto es el contexto, o sea, la situación de la jornada en ese momento.

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Sombría vida

 

Pese a la extensa bibliografía que existe sobre Aguirre por una gran cantidad de cronistas o historiadores y la expedición de los marañones, los datos fiables sobre Lope de Aguirre son realmente escasos. Como sabemos, Lope nació en Oñate (Guipúzcoa) entre 1511 y 1515, siendo hijo segundón de una familia de hijosdalgo, y que con apenas 20 años decide dirigir sus pasos a Sevilla, donde embarcó para las Indias en busca de fortuna.

Ya en las Américas, alguna vez, parece ser que tomó parte en las llamadas  “guerras civiles”  que tuvieron lugar en suelo peruano. En un primer lugar en el bando realista apoyando a Vaca de Castro frente a las fuerzas de Almagro y, posteriormente, en las tropas de Núñez de Vela contra Gonzalo Pizarro. A pesar de estos detalles, poco más sabemos de nuestro protagonista hasta su participación en la jornada (así llamaban entonces a las expediciones de conquista o descubrimiento) que le haría tristemente célebre. A esta dificultad para encontrar información fiable hay que sumar la existencia, en la misma época, de un personaje igualmente llamado Lope de Aguirre, también de origen vasco, que al parecer fue veterano en las campañas de Italia y cuyos actos merecieron, al contrario que los de El Tirano, menciones favorables a su persona. Esta duplicidad de “Aguirres” podría haber llevado en algún caso a confusiones sobre ambos personajes.

Según el famoso cronista Javier Ortiz de la Tabla en un trabajo sobre Aguirre, es muy posible que quien a nosotros nos interesa, pueda ser identificado con el llamado “Fulano Aguirre”, mencionado por el Inca Garcilaso al hacer mención a un violeto incidente ocurrido en Potosí 1548, y cuyas características cuadran mejor con el personaje violento, alborotador y terrible que protagonizará años más tarde hechos increíblemente cruentos.

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El Tirano y otros apodos de Lope de Aguirre

 

Loco, ambicioso, cruel, sanguinario, tirano, rebelde, traidor, o peregrino. Esos son sólo algunos de los apodos y calificativos que se coleccionó a lo largo de su vida y tras su muerte, el conquistador español Lope de Aguirre. Una larga lista a la que hay que sumar los diferentes términos que salpican algunos de los lugares por los que pasó Lope de Aguirre durante su jornada en busca de Omagua y El Dorado: el Salto de Aguirre, en isla Margarita, en el río Huallaga o el Puerto del Traidor, son una muestra de ellos. Sus hazañas quedaron grabadas a sangre, traición, fuego, y destrucción, hasta el punto de que en Barquisimeto (Venezuela), donde murió asesinado, sus habitantes recuerdan aún hoy que en las noches más oscurasel alma en pena de Aguirre vaga perdida .

Tras la muerte del rebelde, el encolerizado Felipe II, ordenó la prohibición de citar su nombre y exigió la destrucción de cualquier escrito surgido de su pluma. Una suerte de damnatio memoriae que se completó con una sentencia condenatoria del Tribunal dela Audiencia de Santo Domingo, que recaía igualmente sobre su memoria, y con una tercera condena emitida por el Tribunal de Tocuyo, en la que se proclamaba a los hijos de Aguirre, ya fueran legítimos o bastardos, “infames por siempre jamás, e indignos de poder tener honra ni dignidad ni oficio público, ni poder recibir manda de pariente ni de extraña persona ni herencia”.

Durante su época, sus peripecias merecieron la elaboración de diversas crónicas, entre las cuales, algunas de ellas elaboradas por otros miembros de la expedición, y por tanto testigos directos de lo ocurrido, y en la actualidad han sido multitud los autores que, desde diferentes prismas, se han acercado hasta la oscura figura del vasco Lope de Aguirre e incluso la literatura, el cine y hasta el mundo de la comedia han reservado para él un espacio de honor. Aunque así, vale la pena descubrir poco a poco qué terribles crímenes cometió exactamente aquel hombre, cojo y corto de estatura a decir de las crónicas, para merecer tal interés y atenciones. A mí, me interesa el apodo, el Tirano. Entonces me gustaría profundizarlo un poco.