Contexto

Aventura del Amazonas

Cuenta una leyenda indígena cómo, en el proceso de creación, la región amazónica quedó solamente esbozada, cumpliendo a los hombres su progresivo perfeccionamiento. El proceso descubridor de esta parte del mundo discurre, de alguna manera, paralelo a las líneas trazadas por la leyenda; en otras palabras, es un proceso también inconcluso, cuyos agentes han variado a lo largo del tiempo. Esos agentes fueron, en primer lugar, los propios indígenas americanos que algunos milenios atrás se adentraron en las espesuras de la floresta y establecieron allí sus asentamientos, tanto en la “tierra firme” como en los terrenos aluviales de las riberas de los grandes ríos. Mucho tiempo después serían los europeos, empujados por las necesidades de expansión de sus sociedades, por ansias de riqueza y guiados por antiguos mitos. Por último, los colonos neoeuropeos, ávidos de desentrañar los secretos de la selva y de explotar sus riquezas, se han convertido en los más recientes agentes foráneos de la transformación del ámbito amazónico. Todos ellos asumen así el papel de mediadores de muy diversas tradiciones culturales, sin que pueda predecirse con certeza cuál será el resultado de sus acciones para el futuro de esta enorme región.

El descubrimiento del Amazonas no puede limitarse, por tanto, a una fecha, como si, con anterioridad a ella, la región no existiese o fuese simplemente un reducto de naturaleza virgen. Al contrario, cada nueva datación arqueológica, cada noticia sobre el contacto de los europeos con los indígenas habitantes de la cuenca, cada hito de la avanzada desarrollista de la Amazonía actual, representan solamente momentos particulares que adquieren verdadero significado cuando se insertan en el proceso secular que los ha hecho posibles. Por tanto, lo que habitualmente se denomina descubrimiento del Amazonas, de igual manera que ocurre en lo que se refiere a otras muchas áreas del mundo, es simplemente la parte de ese proceso que corresponde a los agentes europeos, en este caso españoles, que abarca un período histórico de al menos siglo y medio.

Varios hitos jalonan el descubrimiento español del Amazonas durante ese período de tiempo, que se abre, sin duda, con el avistamiento de la desembocadura del río, en 1500, por los marinos que integraban las expediciones de Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe y Alonso Vélez. En los años sucesivos, el interés descubridor se desplazaría hacia las cabeceras de los formadores del Gran Río y, tras varias empresas de valor desigual, se llegará a los años de 1541 y 1542 en que Francisco de Orellana, acompañado por medio centenar de hombres, realiza la primera navegación completa de su curso, desde los Andes ecuatorianos hasta el mar.

Pasarán casi veinte años hasta que se inicie una expedición semejante, esta vez desde el Perú. En 1559, el navarro Pedro de Ursúa, animado por las noticias que habían divulgado los soldados regresados de la expedición de Orellana, que hablaban de las riquezas del país de Omagua, en cierta forma concordantes con las que diez años atrás habían traído ciertos indígenas que remontaron el Huallaga y llegaron a la ciudad de Chachapoyas, pero sobre todo satisfecho por poner en práctica un proyecto que venía acariciando desde su juventud, consiguió la capitulación para descubrir tierras al oriente peruano y organizó un nuevo viaje de descenso por el Amazonas. El asesinato de Ursúa frustró su deseo de conquistar la tierra de Omagua y, desde ese momento, las ansias de poder de Lope de Aguirre convertirían esta navegación en un fluir de episodios cruentos, cada vez más numerosos, que sólo concluyeron con la muerte del propio Aguirre en Barquisimeto.

Las noticias de estas expediciones quedarían en el olvido durante varias décadas. Sin duda, las dificultades que oponía el ambiente amazónico a la penetración europea y la inmensidad del territorio habían hecho desdeñar cualquier plan de establecer asentamientos en la cuenca amazónica, sobre todo si se piensa en la amenaza que representaban los indígenas, revestidos como estaban de un halo de leyendas orientadas a presentarlos como crueles y belicosos, cuando no caníbales.

En las primeras décadas del siglo XVII, los asentamientos europeos en la costa norte del Brasil se incrementaron y habían dado comienzo a una discreta explotación de los recursos naturales. Portugueses, franceses, holandeses e ingleses competían por la hegemonía de aquellas plazas comerciales, e inevitablemente surgieron conflictos. Por aquella época, en que los reinos de España y Portugal se hallaban bajo una misma monarquía, descendió por el río una pequeña expedición formada por un reducido número de religiosos que llegaron a la ciudad de Ntra. Sra. de Belén, evidenciando las posibilidades de comunicación que el río ofrecía entre los Andes ecuatorianos y las poblaciones costaneras. Este viaje, conocido como el de los dos legos franciscanos, motivaría una nueva expedición, aguas arriba, al mando del capitán Pedro Texeira, que remontó las aguas del Amazonas hasta llegar, por el Napo y el Coca, a San Francisco de Quito. El interés de este viaje se centraría en varios aspectos. En primer lugar, se desmienten en gran medida las leyendas acerca de la belicosidad y crueldad de los indígenas; asimismo, se observan las características del cauce del río, para señalar los lugares más apropiados para levantar fortalezas en su defensa, frente a posibles incursiones hostiles de otros europeos. Por último, se expresa la necesidad de enviar misioneros para evangelizar las poblaciones indígenas, pero insistiendo en que se eviten los riesgos de que otras naciones europeas tengan noticia de la fácil comunicación entre el Atlántico y la ciudad de Quito.

La expedición de Texeira aguas arriba del Amazonas tuvo su prolongación en el viaje que el mismo capitán realizó con los jesuitas Cristóbal de Acuña y José de Artieda en 1640, que descendieron por el río hasta la desembocadura. Esta nueva empresa señala el comienzo de la hegemonía de la Compañía de Jesús en la cuenca amazónica, y a partir de este momento se abrirá paso la polémica entre jesuitas y franciscanos sobre la primacía en el descubrimiento de la navegabilidad del río, quizás para legitimar la presencia de misiones de ambas órdenes entre algunas poblaciones selváticas, pero olvidando, como ha señalado Marcos Jiménez de la Espada, que fue un dominico, Fray Gaspar de Carvajal, quien, junto con el mercedario Fray Gonzalo de la Vera, acompañó el viaje de la primera navegación en nombre de la Corona española.

A partir de 1640, otras naciones europeas tomarán mayor protagonismo en la empresa descubridora del Amazonas. Precisamente la traducción del relato del P. Acuña a otras lenguas y más adelante la divulgación del mapa de Samuel Fritz, pondrían en marcha una serie de expediciones de carácter científico, entre cuyos resultados más notables cabe señalar la fijación de las bases de la geografía amazónica y, en adelante, la penetración de avanzadas colonizadoras neoeuropeas.

En la actualidad, la Amazonía continúa siendo una fuente de interés para diferentes iniciativas. Se trata de una de esas regiones de atractivo permanente para la humanidad. En época muy reciente se ha convertido en foco de atención para ecólogos que, acertadamente, conciben esa región como un sistema cuya complejidad de relaciones es una fuente inagotable de información, no sólo en lo concerniente a los aspectos bióticos, sino también en los de índole cultural. Precisamente el hecho de que gran parte de esta información que ofrece el ámbito amazónico no haya sido descubierta totalmente por la ciencia, es lo que permite, aún hoy, dar rienda suelta a la imaginación y avivar el mito en relación con los misterios de la inmensa cuenca amazónica. En definitiva, el proceso descubridor todavía no ha terminado.

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