Categories
2. Estructura y organizacion interna

Organización y estructura de los soldados en el frente de combate

Los tercios eran nómadas. Varios factores contribuían a estos desplazamientos. Primero, eran fuerzas de intervención, acudían a los lugares donde fueran necesarios. Dentro de los lugares a donde iban se movían por las necesidades que tuviera la campaña. Según donde el comandante en jefe quisiera establecer la campaña las unidades tenían que trasladarse.

En las regiones sin conflicto se desplazaban igualmente. Ocurrió en Italia, donde recorrieron durante dos años Nápoles de un lado a otro. Estos desplazamientos se hacían por repartirse entre las localidades y buscar alojamiento, y porque en el sur de la península se reforzaban en verano las regiones costeras por los ataques de otomanos y corsarios.

Las marchas se volvieron importantes. Estaban reguladas al mínimo. Antes de marchar hacia el territorio enemigo se hacía un reconocimiento previo del itinerario a seguir. También disponían de mapas de la zona.

La estructura original, propia de los Tercios de Italia, cuyas bases se encuentran en la ordenanza de Génova de 1536, dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una, aunque también se podía dividr el ejército en 12 compañías de 250 hombres cada una. Cada compañía, aparte del capitán, que siempre tenía que ser de nacionalidad española y escogido por el rey, tenía otros oficiales: un alférez, quien era encargado de llevar en el combate la bandera de la compañía, un sargento, cuya función era preservar el orden y la disciplina en los soldados de la compañía y 10 cabos (cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía); aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares (oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, barberos y curanderos (estos dos últimos, solían cumplir el mismo papel) etc.

Jerarquía y organización dentro de un tercio.

Posteriormente, los Tercios de Flandes adoptaron una estructura de 12 compañías, 10 de piqueros y 2 de arcabuceros, cada una de ellas formada por 250 hombres. Cada grupo de 4 compañías se llamaba coronelía. El estado mayor de un tercio de Flandes tenía como oficiales principales a los coroneles (uno por cada coronelía), un Maestre de Campo (jefe supremo del tercio nombrado directamente por la autoridad real) y un Sargento Mayor, o segundo al mando del Maestre de Campo.

Siguiendo instrucciones del maestre de campo, el sargento mayor daba órdenes al tambor mayor para la recogida de las tropas. Estas se preparaban y formaban escuadrón, poniéndose en camino. Normalmente, la vanguardia la formaba una de las dos compañías de arcabuceros del ejército, seguida de 200 pasos por el grueso de picas, encabezadas por la compañía que ese día había salido de guardia. La segunda compañía de arcabuceros se encontraba en la retaguardia.

El orden de las compañías era el siguiente: en primer lugar las compañías de arcabuceros completa con sus alabarderos y mosqueteros, para combatir en caso de ataque. Las de picas se subdividían. Primero, mosqueteros reunidos, a continuación la mitad de arcabuceros de estas. Después, coseletes, seguidos por piqueros y sus banderas. Luego el resto de piqueros armados y al final otra mitad de arcabuceros. Así se podía constituir rápidamente el escuadrón, con picas en el centro y armas de fuego a los lados. Como el protocolo era estricto, la posición de las banderas estaba prevista. La primera compañía de arcabuceros estaba a la derecha, a la izquierda las picas de guardia, seguidas por las de esa especialidad. Cerraba la hilera la segunda compañía de arcabuceros.

Durante la primera media milla, el maestre de campo y el sargento iban a caballo. Los demás oficiales caminaban junto a sus hombres, con los alféreces llevando la bandera. La tropa iba en silencio, a toque de tambor. Delante iba la disciplina. Los alféreces entregaban la bandera a los abanderados y los criados entraban a las filas a coger las armas de sus dueños. Después de esto los oficiales y los hombres que disponían de monturas montaban sus cabalgaduras, y continuaba la marcha. Si un soldado que no disponía de mozo tenia que abandonar la formación por alguna necesidad, dejaba su armamento a algún compañero.

En la última compañía de arcabuceros y el grueso iban las mujeres, mochileros desocupados y el bagaje, que transportaba soldados enfermos y aspeados, el equipaje de tropa y la impedimenta, que llevaba útiles de gastadores, pólvora, munición, cuerda y picas para arcabuceros que sobrasen al hacer el escuadrón y a alabarderos. También aquí se encontraban los carros con propiedades de los oficiales. Las mujeres tenían prohibido ir a pie, para no retrasar la marcha. A no ser que tuvieran medios propios tenían que acomodarse en el bagaje o carromato. El resto iban en monturas propias o requisadas por recibo y eran devueltos al final de la etapa.

En tiempos de paz, la impedimenta se encontraba en la vanguardia, para que al acabar no esperaran la llegada de criados y pertenencias.

Si las operaciones eran rápidas se dejaban los bagajes, mujeres y cualquier cosa inútil y no se llevaba bagaje a no ser que hubiera vitualla. En 1587 6.000 soldados se desplazaron a Italia y en Flandes eran 18.000 personas, montando 3.000 o 4.000 caballos.

Otra forma ligera de marchar era salir sin banderas. Su importancia requería mayor protección y por seguridad se formaba escuadrón. Si la unidad las dejaba con el grueso del ejército actuaba con mayor libertad y en despliegues abiertos.

Mientras la columna caminaba, el furriel mayor con todos los furrieles se adelantaba, si se estaba en territorio amigo, para preparar alojamientos. Junto a las autoridades de la localidad recorrían las casas, anotando el número de habitaciones y cumplimentando las boletas, indicando el nombre del soldado y su alojamiento.

Cuando se marchaban, el capitán de los arcabuceros de la retaguardia había inspeccionado a la población que acababan de dejar, recogiendo las quejas de los vecinos e inspeccionando viviendas para ver si algún soldado se había quedado para desertar, dormido o enfermo. Así emprendían el camino, azuzando rezagados y ayudando a cargar bagajes caídos. Una milla antes del final, se regresaba a la disposición inicial, desmontando oficiales y soldados para volver a sus puestos de formación y los mozos entregaban las armas a sus amos.

Se hacían altos en lugares con agua para descansar, beber y comer. Las paradas se hacían por los coseletes (piqueros dotados de elementos de armadura) que tenían que llevar mucho peso en sus espaldas y se fatigaban. Se trataba de hacer que la unidad estuviera unida y que no estuvieran separados, a tres o cuatro millas de la vanguardia a la retaguardia y que no fueran vulnerables.

Llegado a su destino formaban escuadrón. El tambor mayor leía los bandos dictados por el general o el maestro de campo, advirtiendo a la tropa sobre su comportamiento y las penas por infracción. Se señalaba a la compañía que entraba de guardia.

Era importante montar guardia, no solo por motivos de seguridad, se consideraba además un ejercicio porque montando guardia es donde se aprendía a ser soldado. La unidad constituía un pequeño escuadrón, con picas en el centro y armas de fuego a los costados, igual que en combate. Era un buen momento para ver como se abordaban las primeras, maniobra complicada que reflejaba el grado de instrucción.

El relevo se tenía que hacer una hora antes del anochecer, para que los soldados que empezaban su servicio hubieran cenado, y para que lo hicieran los que acababan. El siguiente relevo era a la salida del sol.

A continuación el sargento mayor disponía las centinelas, que llevaban sus armas. No se permitía el uso de capas sino en días de lluvia o mucho frío, porque molestaban a la hora de caminar o combatir y limitaban la vista y el oído.

De noche había varias clases de centinelas. Las perdidas eran hombres colocados como escuchas para vigilar los movimientos del enemigo, toda la noche en el suelo, sin moverse. Llevaban el chuzo como arma y vestían de color pardo; cuando nevaba utilizaban la camisa blanca como camuflaje. Si eran descubiertos no podían escapar. Si lo lograban disponían de un santo y seña para volver.

Los centinelas ordinarios estaban próximos al campamento. Se colocaban a unos treinta pasos del cuerpo de guardia y con unos intervalos que les permitieron verse y oírse. Cada puesto estaba formado por un arcabucero y un piquero, pero pertenecientes a las compañías de picas, ya que los arcabuceros no tenían guardias nocturnas, porque su misión por el día era más fatigosa.

El primero encendía una mecha para ver el tiempo que estaban de guardia, y el segundo dejaba la pica en el suelo y se paseaba sin alejarse. Tenían santo y seña y debían pedirla a todos los que intentaran pasar, incluso a los que conocieron por obligación.

A treinta pasos de la línea de los centinelas se situaban los extraordinarios o de seguro. Eran puestos de un solo soldado. Su misión era alertar de la aproximación de un enemigo.

Por precaución, los soldados no sabían el lugar donde se montaría guardia. De este modo se evitaban tratos con el enemigo.

El resto quedaban en el cuerpo de guardia junto a la bandera. El fuego se mantenía encendido las 24 horas, incluso en verano, para prender las mechas de las armas. Se disponía en una habitación de un tablado de madera a dos pulgadas del suelo para que los soldados pudieran dormir sin desvestirse.

Del cuerpo de guardia salían relevos de centinelas al mando de un cabo que por precaución decía el santo y seña en voz baja. Partía el sargento cada tres horas para hacer rondas acompañado de un destacamento de piqueros y arcabuceros o mosqueteros, siendo un piquero por cada dos en proporción, estas se llamaban sobrerrondas de oficiales. El sargento mayor hacía sus propios recorridos. Se convenía que los que hacían la guardia llevaran rodela porque los soldados apedreaban al oficial con el pretexto de que así demostraban que estaban alerta.

Mientras se montaba la guardia, las compañías francas de servicio se habían dirigido a los alojamientos retenidos para cada una de ellas por su correspondiente furriel. La primera casa que se escogía era para el alférez (segundo oficial de la compañía de infantería. Lleva la bandera en combate, desfiles y demás ocasiones solemnes), que instalaba en ella la bandera, convirtiéndola en punto de reunión de toda la unidad si se daba la alarma. Los soldados recibían una boleta o cartela, en la que figuraba su nombre y el lugar donde iban a pernoctar. Se debían distribuir por camaradas. Así, no solo era más barato preparar el asentamiento, sino que constituían pequeños núcleos capaces de defenderse ante un eventual ataque. Además, se facilitaba de esta forma la concentración de la compañía cuando fuese preciso.

Los vivanderos montaban sus tenderetes, bajo la vigilancia del barrachel, en el lugar que se hubiera designado, y abrían sus negocios a la tropa. Allí la tropa comía y bebía. El alojamiento se hacía en una plaza fortificada, practicándose al alba un reconocimiento por los alrededores. En el cuerpo de guardia había “asadores”, que eran los encargados de examinar las cargas que pudieran ocultar hombres escondidos.

En tiempos de paz se reducían las precauciones. Las marchas se realizaban sin exploradores ni flanqueadores, y a veces las unidades se confiaban a un sargento, mientras sus superiores permanecían en la corte del general pretendiendo descansar. A veces incluso se marchaban a otra provincia donde si estuvieran realizando operaciones, para participar en ellas como aventureros o entretenidos.

En el caso de que se tratase nada más que de una compañía, y no del todo un tercio, la rutina de los desplazamientos y los alojamientos era también muy parecida, debido a la particular estructura de estas unidades. El sargento, el furriel y un tambor desempeñaban las funciones correspondientes. El cuerpo de guardia se montaba en la casa donde vivía el alférez y era el capitán quien, tras la salida de la tropa, hacía la inspección del lugar donde se había pernoctado.