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8. Poemas épicos, anécdotas y legado

Poemas sobre los Tercios

Además de Calderón de la Barca o Ángel de Saavedra, otros autores, que nacieron en los siglos que estuvieron activos los tercios o autores nacidos en el siglo XX también escribieron poemas sobre esta unidad militar del ejército español, alabando su poderío sobre los demás ejércitos europeos, su organización, victorias y logros militares.

España mi natura,
Italia mi ventura,
¡Flandes mi sepultura!

Esta estrofa anónima de tres versos, aunque corta, se hizo muy popular entre los soldados españoles en la segunda mitad del siglo XVI. “Flandes era su sepultura, pero seguían yendo, porque así se lo pedía su honor”.

Allende nuestros mares,
allende nuestras olas:
¡El mundo fue una selva
de lanzas españolas!

Esta cuarteta, anónima, resume el espíritu de los españoles de los siglos XVI y XVII, que quisieron revivir, salvando el tiempo y el espacio, nuestros divisionarios.

En este fragmento del poema “En Flandes se ha puesto el sol”, Eduardo Marquina, poeta nacido en 1879 y muerto en 1946, cuenta como una pequeña unidad española de infantería intenta ayudar a los habitantes de una aldea a huir, que está siendo atacada por el enemigo.

Capitán y español, no está avezado
a curarse de herida que ha dejado
intacto el corazón dentro del pecho.
Ello, ocurrió de suerte
que a los favores de un azar villano,
pudo llegar el hierro hasta esa mano,
que tuvo siempre en hierros a la muerte.

Y fue que apenas roto
por nuestro esfuerzo el muro,
salieron de la aldea en alboroto
sus gentes, escapándose a seguro.
Niños, mozos y ancianos,
en pelotón revuelto, altas las manos
como a esquivar la muerte, que les llega
envuelta en el fragor de la refriega,
a derramarse van por los caminos
y los campos vecinos…
Y va su frente y clama
que les tengan piedad en tanta ruina,
dando al aire sus tocas, una dama
que pone, ante la turba que la aclama,
la impavidez triunfal de una heroína.
Corriendo a hacer botín de su hermosura,
la rufa soldadesca se amotina,
y en vano ella procura,
en súplicas, en lágrimas deshecha,
acosada y rendida,
entregando su vida
triunfar de la deshonra que la acecha.
Va a sucumbir; pero en el mismo instante,
una mano de hierro abre a empeñones
el cerco jadente
de suizos y walones,
y el capitán ofrece a la hermosura
la hidalga proteccion de su bravura…
Domeñado y sujeto
queda el tercio a distancia; ella respira:
‘Pasad, señora que por mi os admira
y por mi os tiene España por su respeto’,
dice, y levanta el capitán ardido
la dura mano al fieltro retorcido.
Y en este punto, el hierro de un villano
parte su vena a la indefensa mano.
No se contrae su rostro de granito
ni la villana acción le arranca un grito;
inclina el porte, tiende a la cuitada
la mano ensangrentada
y vuelve a pronunciar: ‘Gracias señores;
que si sólo he querido
a la dama y su honor hacer honores,
ahora, con esta herida, habré podido
ofrecerle en mi mano rojas flores.
Ceremoniosamente
pasó la dama, él inclinó la frente,
y en la diestra leal que le tendía
la sangre a borbotones florecía.

Miguel de Cervantes. Juan de Jáuregui. 1600

Miguel de Cervantes Saavedra, que sirvió en el tercio de don Miguel de Moncada como un simple soldado, también aportó a la poesía sobre estas unidades militares. Se inspiró, tras los hechos que acontecieron su vida, como los años que estuvo alistado en los tercios,  para realizar la obra literaria española más famosa mundialmente, El Quijote. En este fragmento del capítulo 40, donde se prosigue la historia del cautivo, Cervantes se basó en los años que estuvo cautivo en Argel, pero el soneto está basado en los tercios de infantería española:

–Desa mesma manera le sé yo –dijo el cautivo.
–Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo –dijo el caballero–, dice así:

Soneto
De entre esta tierra estéril, derribada,
destos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,
siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.
Y éste es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.

Francisco de Quevedo, que también sirvió en los tercios de infantería, se inspiró también en estas unidades para realizar una serie de poemas en las que alababa el poderío de los tercios. En este poema, llamado “Al rey Felipe III”, sin embargo, engrandece el poderío del monarca y alaba sus ordenes y actuaciones en cuanto al tercio:

Escondida debajo de tu armada,
Gime la mar, la vela llama al viento,
Y a las Lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.

Quiere en las venas del Inglés tu espada
Matar la sed al Español sediento,
Y en tus armas el Sol desde su asiento
Mira su lumbre en rayos aumentada.

Por ventura la Tierra de envidiosa
Contra ti arma ejércitos triunfantes,
En sus monstruos soberbios poderosa;

Que viendo armar de rayos fulminantes,
O Júpiter, tu diestra valerosa,
Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes.

En la Egloga II de Garcilaso de la Vega, nacido entre 1498 y 1503 y muerto en 1536, se inspiró en el poderío de los tercios y en el temor que provocaban a los ejércitos enemigos, como puede verse, por ejemplo, en los versos 1639 a 1674:

El temor enajena al otro bando;
el sentido, volando de uno en uno,
entrábase importuno por la puerta
de la opinión incierta, y siendo dentro,
en el íntimo centro allá del pecho
les dejaba deshecho un hielo frío,
el cual, como un gran río en flujos gruesos,
por medulas y huesos discurría.
Todo el campo se vía conturbado
y con arrebatado movimiento;
sólo del salvamento platicaban.
Luego se levantaban con desorden;
confusos y sin orden caminando,
atrás iban dejando con recelo,
tendida por el suelo, su riqueza.
Las tiendas do pereza y do fornicio,
con todo bruto vicio obrar solían,
sin ellas se partían; así armadas,
eran desamparadas de sus dueños.
A grandes y pequeños juntamente
era el temor presente por testigo,
y el áspero enemigo a las espaldas,
que les iba las faldas ya mordiendo.
César estar teniendo allí se vía
a Fernando, que ardía sin tardanza
por colorar su lanza en turca sangre.
Con animosa hambre y con denuedo
forceja con quien quedo estar le manda.
Como lebrel de Irlanda generoso
que el jabalí cerdoso y fiero mira,
rebátese, sospira, fuerza y riñe,
y apenas le costriñe el atadura,
que el dueño con cordura más aprieta;
así estaba perfeta y bien labrada
la imagen figurada de Fernando,
de quien allí mirándolo estuviera,
que era desta manera bien juzgara.

No tan épico es este poema del capitán Francisco de Aldana , nacido entre 1537 a 1540 y muerto en 1578, llamado “Pocos tercetos escritos a un amigo”, escribe desde su Tercio en Flandes a un amigo  de la Corte, narrando la vida de su amigo, tranquila y apacible, comparándola con la suya, siempre ataviado con la armadura y portando las armas en caso de combate:

Mientras estáis allá con tierno celo,
de oro, de seda y púrpura cubriendo
el de vuestra alma vil terrestre velo,

sayo de hierro acá yo estoy vistiendo,
cota de acero, arnés, yelmo luciente,
que un claro espejo al sol voy pareciendo.

Mientras andáis allá lascivamente,
con flores de azahar, con agua clara,
los pulsos refrescando, ojos y frente,

yo de honroso sudor cubro mi cara,
y de sangre enemiga el brazo tiño
cuando con más furor muerte dispara.

Mientras que a cada cual, con su desiño,
urdiendo andáis allá mil trampantojos,
manchada el alma más que el piel de armiño,

yo voy acá y allá, puestos los ojos
en muerte dar al que tener se gloria
del ibero valor ricos despojos.

Mientras andáis allá con la memoria
llena de las blanduras de Cupido,
publicando de vos llorosa historia,

yo voy acá de furia combatido,
de aspereza y desdén, lleno de gana
que Ludovico al fin quede vencido.

Mientras, cual nuevo sol por la mañana,
todo compuesto, andáis ventaneando
en haca, sin parar, lucia y galana,

yo voy sobre un jinete acá saltando
el andén, el barranco, el foso, el lodo,
al cercano enemigo amenazando.

Mientras andáis allá metido todo
en conocer la dama, o linda o fea,
buscando introducción por diestro modo,

yo conozco el sitio y la trinchera
deste profano a Dios vil enemigo,
sin que la muerte al ojo estorbo sea.

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Anécdotas de los Tercios

Desde su creación en 1534 hasta su disolución en 1704, los tercios españoles, como consecuencia de las largas campañas militares por los diferentes países a través del Camino Español, desde la batalla de Pavía hasta la batalla de Rocroi, se produjeron una serie de anécdotas curiosas a la par que interesantes sobre diferentes hechos acaecidos durante el combate y el día a día en el frente.

Una bicoca

En abril de 1522, en Bicoca, al oeste de Milán, los tercios se enfrentaron contra los franceses, suizos y venecianos. El ejército francés contaba con 15.000 piqueros mercenarios suizos, conocidos como esguízaros, y por parte de los españoles, el general Próspero Colona contaba con 4.000 arcabuceros.
Los arcabuceros se colocaron al lado de una carretera, apoyados por la artillería, detrás de un terraplén protegido por una empalizada. Los piqueros suizos avanzaron contra los arcabuceros atravesando la carretera, pero durante la subida del terraplén que los separaba, los arcabuceros dispararon sin cesar abatiendo a sus enemigos.
Los suizos se retiraron con 3.000 bajas, mientras que los españoles no tuvieron ninguna. Esta batalla comenzó a mostrar la eficiencia del arcabuz frente a las armas de entonces.
A raíz del éxito español en esta batalla nació la expresión “ser una bicoca” para expresar que algo es muy fácil o barato.

Los 12 apóstoles de los tercios

Cuando se hablaba de los apóstoles en el lenguaje típico de los tercios no se hacía referencia a aquellos que acompañaron a Cristo, por mucho que la religión católica fuera uno de los motivos que los llevaban al combate. “Los 12 apóstoles” eran como se denominaba a las cargas de arcabuz que colgaban en bandolera sobre el pecho del soldado y que este usaba en cada disparo. Se llaman así porque 12 solía ser su número.
Para preparar un disparo, el arcabucero debía verter pólvora en el ánima (el cañón) del arcabuz. Inicialmente esto se hacía usando un cuerno en el que se almacenaba la misma y se echaba una cantidad a ojo desde el cuerno al arma. Método un poco lento y variable en la cantidad de pólvora usada en la carga, con el peligro que ello conllevaba. Más adelante, se comenzaron a usar unos pequeños tubos que ya contenían la pólvora adecuada para un disparo. De este modo, la carga era mucho más rápida y la cantidad de pólvora más controlada y segura.

Ejemplo de arcabucero portando “los doce apóstoles” en la bandolera. Alatriste. 2006

Engaño en las pagas de los tercios

Muchos contadores y capitanes de los tercios exageraban el número de efectivos de sus unidades, para así aumentar los ingresos. Era común no dar de baja a soldados muertos o a los desertores y quedarse con las pagas que se entregaban a la unidad para estos soldados inexistentes.
Esto suponía un problema puesto que los cálculos de los estrategas y máximos mandatarios a la hora de proponer y planificar una batalla contaban con un número de soldados más alto de lo que realmente era.

Los Bisoños de los Tercios

Los tercios españoles eran conocidos en Italia como bisoños, porque era la primera palabra que pronunciaban en italiano. Bisogno significa necesito.

La Inmaculada Concepción y la infantería española

En 1585 el tercio de Juan de Águila estaba acampado en la isla de Bommel, en la desembocadura del Escalda. Los holandeses provocaron una inundación y los tercios tuvieron que refugiarse en el dique de Empel, no muy lejos de allí. En esta situación, el tercio estaba en una situación en la que eran una presa fácil y se pusieron a excavar para fortificarse.
Mientras excavaban encontraron una tabla con una Inmaculada, precisamente la noche del 7 de Diciembre, día de la Inmaculada. Esa misma noche, una tremenda helada inmovilizó los buques holandeses e hizo posible una gran hazaña española. Los tercios asaltaron a pie a la flota holandesa, que gritaban: “Dios se ha hecho español”. Desde entonces, la infantería española adoptó como patrona a la Inmaculada Concepción.

La defenestración de Praga

En mayo de 1618, tres hombres saltaban desde una ventana del Castillo de Hradcany en Praga. Tuvieron suerte y cayeron sobre un montón de estiércol que amortiguó la caída. No fue una salida muy digna, pero salvaron la vida.
Estos hombres eran representantes del Emperador Católico de los Habsburgo y un grupo de nobles protestantes los había lanzado por la ventana, para protestar por el cierre de algunas iglesias protestantes. Este acto acabó provocando una guerra.
De esta manera, con una caída sobre un montón de estiércol, comenzó una guerra que acabó involucrando a un montón de países (Polonia, Francia, Holanda…). La Guerra de los 30 Años.
La gota que colmó el vaso fue la “Defenestración de Praga”, que es como se conoce este hecho.

Defenestración de Praga. 1618

Las prostitutas y los soldados

A mediados del siglo XVI el Duque de Alba organizó una de sus escapadas de guerra. Partió de Cartagena con 40 galeras rumbo a Italia y desde allí siguió hacia el norte por el famoso “Camino español”. Eran cerca de 11.000 hombres, divididos en cuatro tercios.
Les acompañaban unas 2.000 prostitutas italianas. Cinco soldados y medio por moza. Tal era la organización y efectividad de los tercios españoles que hasta las meretrices estaban organizadas en compañías.
El Duque de Alba contaba con que esto evitaría numerosos problemas con la población civil durante su viaje. El duque sostenía que para evitar problemas y para que la tropa estuviera “satisfecha”, era que por cada ocho soldados hubiera una prostituta en el ejército.

El puente Farnesio y la toma de Amberes

En febrero de 1585 el puente Farnesio fue concluido. Este puente en el ancho río Escalda era el pilar de la estrategia de Alejandro Farnesio para conquistar Amberes. La ciudad estaba en las orillas del caudaloso Escalda y este mismo río permitía a Flandes auxiliar a la ciudad en el asedio español. También estaban en contra de los españoles los castillos de Lillou y Lieskensek, que ayudaban en su protección.
Antes de rendirse en su objetivo, Farnesio puso en marcha la construcción de un puente y por supuesto, de todas las fortalezas y elementos de defensa del mismo. También se usaron barcas para proteger el puente desde el agua. Cuando el puente fue concluido, Alejandro de Farnesio, Duque de Parma, capturó un espía y le dijo: “Anda y di a los que te enviaron que este puente, o ha de ser sepulcro de Alejandro Farnesio, o ha de ser su paso a Amberes”.
Finalmente, Amberes no hizo honor a su fama de inexpugnable y los 800 metros de largo por 4 de ancho del puente sirvieron para tomar Amberes por parte de los Tercios Españoles. Esta campaña sirvió para que Felipe II le otorgara el Toisón de Oro a Alejandro Farnesio por su fidelidad y valor.

Las encamisadas

Los tercios españoles recurrían en ocasiones a las “operaciones especiales” nocturnas, llamadas encamisadas. Los soldados se ponían la camisa sobre el resto de la ropa para poder reconocerse entre sí.
Las encamisadas eran comunes para sabotear algún punto del enemigo o sorprenderle con un golpe de mano, se hacían de noche y cualquier soldado con una camisa clara sobre el resto de la ropa era claramente identificable.

Disparar con pólvora del rey

En los tercios españoles cada soldado recibía una paga en la cual se contemplaban sus necesidades. Así, un piquero cobraba menos que un arcabucero, la caballería tenía que mantener sus monturas… Por lo tanto, la pólvora la solía pagar el soldado de su propio bolsillo.
Pero en ocasiones, como en caso de asedio, se podía obtener pólvora de almacenes o polvorines de artillería y entonces se tiraba con “pólvora del rey” y por lo tanto no se tenía tanto cuidado y se disparaba más alegremente.
Esta expresión ha llegado hasta nuestros días, y se dice que se dispara con pólvora del rey cuando no se tienen en cuenta los gastos o esfuerzos, porque corren por cuenta de otro.

Pizarro y la ambición

Francisco de Pizarro, el gran conquistador español nacido en Trujillo, que luchó contra el Imperio Inca, trazó una raya en el suelo con la punta de su espada y comentó a sus soldados para animarles a la aventura y a la batalla: “Por allá se va a Panamá a ser pobres, por aquí, a conquistar un Imperio”.
Esta frase y esta actitud fue famosa durante años, y en la época gloriosa de los tercios españoles, se recurría a esta frase para animar a los nuevos soldados.

La perra de Guillermo de Orange

En 1572, los tercios españoles llevaron a cabo una de sus conocidas encamisadas durante los combates por la ciudad de Mons. En aquel lance estuvo a punto de morir Guillermo de Orange. Era la noche que unía el día 11 de septiembre con el 12. Las tropas españolas, al mando de Julián Romero asaltaron el campamento enemigo. El príncipe de Orange estaba dormido y no se había percatado en un primer momento del riesgo que corría y de lo que estaba pasando a su alrededor.
Fue su perra, de raza spaniel y llamada Kuntze, la que le despertó con sus ladridos. Dormía a su lado y gracias a ella pudo reaccionar y salvar su vida. Desde aquel día siempre durmió con un perro a sus pies. Kuntze le había salvado la vida y no sabía cuándo podría presentarse otra ocasión similar. Esta es también la causa de que Guillermo de Orange fuera retratado en no pocas ocasiones con un perro a su lado.

El Gran Duque de Alba y su hijo Don Fadrique

Estaba Don Fadrique asediando Haarlen a finales de 1572 y comienzos de 1573, cuando la situación llegó a extremos desesperanzadores. En los constantes intentos de asalto de la ciudad morían cada vez más españoles y no eran pocos los que abogaban por una retirada a tiempo. Varios capitanes tenían esta misma idea y se la transmitieron a Don Fadrique, haciéndole también pensar en el abandono del asedio.
El Gran Duque de Alba se enteró de estos hechos y de los pensamientos de su hijo y le envío una carta diciendo que “si alzaba el campo sin rendir la plaza, no le tendría por hijo; si moría en el asedio, él iría en persona a reemplazarle, aunque estaba enfermo y en cama; que si faltaban los dos, iría desde España su madre a hacer en la guerra lo que no había tenido valor o paciencia para hacer su hijo”.
Sus “dulces” palabras obligaron al hijo a persistir en el empeño, hasta que, finalmente, Haarlem cayó rendida.

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Poesía sobre los tercios: Ángel de Saavedra, duque de Rivas

Otro poeta influido e inspirado por el poderío de estas unidades militares, pese a que cuando escribió sus poemas ya se habían disuelto hace casi un siglo fue Ángel de Saavedra, duque de Rivas.

Ángel María de Saavedra y Ramírez de Baquedano, más conocido como Duque de Rivas, (1791-1865) fue un escritor, dramaturgo, poeta, pintor y político español, conocido por su famoso drama romántico Don Álvaro o la fuerza del sino (1835). Fue presidente del gobierno español (Consejo de Ministros entonces) en 1854, durante sólo dos días.

Ángel de Saavedra, duque de Rivas. Ateneo de Madrid

Con un año de edad, su padre, don Juan Martín de Saavedra fue condecorado con el título de Grande de España. ingresó en 1802 en el Real Seminario de Nobles de Madrid permaneciendo en él hasta 1806. Con tan solo nueve años ya le correspondían por linaje la Cruz de Caballero de Malta, la banderola de la Guardia de Corps supernumerario, el hábito de Santiago, etc. En 1807 fue alférez de la Guardia Real. Luchó con valentía contra las tropas napoleónicas siendo herido en la Batalla de Ontígola (1809). El General Castaños le nombró capitán de la Caballería Ligera. Obtuvo también el nombramiento de primer ayudante de Estado Mayor.

En 1823, Rivas fue condenando a muerte por sus creencias liberales y haber participado en el golpe de estado de Riego en 1820. Además se le confiscaron sus bienes y huyó a Inglaterra. Luego pasó a Malta en 1825 donde permaneció cinco años. En 1830 se marchó a París. Después de la muerte de Fernando VII en 1833, regresó a España al recibir la amnistía y reclamó su herencia, y además en 1834 murió su hermano mayor, Juan Remigio, y recayó en él por ello el título de Duque de Rivas. Dos años después fue nombrado ministro de la Gobernación. Luego emigró a Portugal por poco espacio de tiempo. A la vuelta desempeñó el papel de senador, alcalde de Madrid, embajador y ministro plenipotenciario en Nápoles y Francia, ministro del Estado, presidente del Consejo de Estado y presidente de la Real Academia Española y del Ateneo de Madrid en 1865.

Su obra, Don Álvaro, fue estrenada en 1835, siendo el primer éxito romántico del teatro español. Otras obras teatrales románticas que la precedieron fueron el desengaño en un sueñoMalek Adel,Lanuza y Arias Gonzalo y la comedia Tanto vales cuanto tienes. Su obra poética más conocida es Romances históricos (1841), o Poesías (1814), como El desterradoEl sueño del proscritoA las estrellasCanto al Faro de Malta. En prosa escribió Sublevación de Nápoles Historia del Reino de las Dos Sicilias. En ensayo destacó en Los españoles pintados por sí mismos. Entre otros romances destaca La azucena milagrosa (1847), Maldonado (1852) y El aniversario (1854).

Entre su poesía sobre los tercios españoles destaca el siguiente fragmento de “La victoria de Pavía”, que ensalza la victoria de los Tercios españoles sobre el ejército francés en la batalla de Pavía.

La victoria de Pavía

[…] Pero su rendida espada,
prenda de insigne valor,
testigo eterno de un triunfo
que el orbe todo admiró,

en nuestra regia armería
trescientos años brilló,
de los franceses desdoro,
de nuestras glorias blasón.

Hasta que amistad aleve,
que ocultaba engaño atroz,
con halagos y promesas
que ensalzó la adulación,

tal prenda de un triunfo nuestro
para Francia recobró,
como si así de la historia
se borrase su baldón.

Harto indignado, aunque joven,
esta espada escolté yo,
cuando a Murat la entregaron
en infame procesión,

pero si llevó la espada,
la gloria eterna quedó,
más durable que el acero
de la alta fama en la voz.

Y en vez de tal prenda, España
supo añadir, ¡vive Dios!,
al gran nombre de Pavía
el de Bailén, que es mayor.

En este fragmento se ensalza el poderío de los tercios

El ejército

[…] De trompas y de atambores
retumba marcial estruendo,
que en las torres de Pavía
repite gozoso el eco,

porque a libertarlas viene
de largo y penoso cerco
el ejército del César
contra el del francés soberbio.

Aquel reducido y corto,
este numeroso y fiero;
el uno descalzo y pobre,
el otro de galas lleno.

Pero el marqués de Pescara,
hijo ilustre y predilecto
del valor y la victoria,
tiene de aquel el gobierno.

Porque los jefes ancianos
y los príncipes excelsos
que lo mandan, se someten
a su fortuna y su esfuerzo;

y en él gloriosos campean
los invictísimos tercios
españoles, cuya gloria
es pasmo del universo. […]

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Poesía sobre los tercios: Calderón de la Barca

El poderío de los tercios de Infantería española sirvió de modelo y de inspiración a diversos poetas y dramaturgos para crear los más bellos versos que compusieron diversos poemas, sonetos y octavas en los que se ensalza a estas unidades militares que formaban el ejército español de la época, viéndose, una vez más, la relación de la pluma con la espada, que ha sido una constante en nuestros ejércitos. Uno de los poetas que más destaca es Calderón de la Barca.

Calderón de la Barca. Retrato anónimo del siglo XVII

Además de ser dramaturgo y sacerdote, fue soldado, alistándose en los tercios por patriotismo, con 40 años de edad en el Regimiento de “Órdenes Militares”, para hacer frente en 1640 al levantamiento secesionista de Cataluña (que se separó de España y se adhirió a Francia de 1640 a 1652).

Por su dilatado recorrido vital, por la estratégica situación histórica que le tocó vivir y por la variedad de registros de su excepcional obra teatral, Calderón de la Barca sintetiza el magnífico pero también contradictorio siglo XVII, el más complicado de la historia española. Testigo de tres reinados (el de Felipe III, el de Felipe IV y el de Carlos II) vivió la Europa del pacifismo, la Europa de la Guerra de los Treinta Años y la del nuevo orden internacional, simultáneo al lento declinar de la monarquía. Es decir, el Siglo de Oro de las letras y las artes.

Nació en Madrid el 17 de enero de 1600. Se educó con los jesuitas en Madrid, y continuó los estudios en las universidades de Alcalá y Salamanca hasta 1620. Fue soldado en la juventud y sacerdote en la vejez, lo que era bastante habitual en la España de su tiempo. El rey le honró otorgándole el hábito de Santiago. También fue capellán de la catedral de Toledo y capellán del rey.

En 1623, año en el que Velázquez es nombrado por el rey Felipe IV pintor de cámara, se representó la primera comedia conocida de Calderón de la Barca: Amor, honor y poder, donde ya desarrolla el problema del honor. La dama duende, escrita en 1629, es una de las comedias más famosas de Calderón. Con esta obra Calderón pretendía atacar la superstición y creencia en duendes y otros elementos mágicos de la época. A estas obras se las incluye en la categoría de comedias “de capa y espada”. Entre sus dramas destacan El alcalde de Zalamea (1640) o La vida es sueño (1636).

En uno de sus más famosos poemas, el soldado español de los Tercios, alaba a los soldados que conforman cada una de sus unidades.

El soldado español de los Tercios

Este ejército que ves
vago al yelo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que el adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira como procede.

Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho
no adorna el vestido el pecho
que el pecho adorna al vestido.

Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.

Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.

Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el honor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.

En esta Octava perteneciente a Las Comedias, la llamada “El Sitio de Breda”. Se explica que pese a la perdida de la ciudad de Breda a manos de las fuerzas holandesas, aunque las tropas españolas tuvieron que salir de la ciudad, se marcharon con la cabeza muy alta, sin un ápice de temor y tristeza en sus rostros.

El Sitio de Breda

Estos son españoles, ahora puedo
hablar encareciendo estos soldados
y sin temor, pues sufren a pie quedo
con un semblante, bien o mal pagados.

Nunca la sombra vil vieron del miedo
y aunque soberbios son, son reportados.
Todo lo sufren en cualquier asalto.
Sólo no sufren que les hablen alto.

Estos son españoles, ahora puedo
hablar encareciendo estos soldados
y sin temor, pues sufren pie quedo
con un semblante, bien o mal pagados.

Nunca la sombra vil vieron del miedo
y aunque soberbios son, son reportados.
Todo lo sufren en cualquier asalto;
sólo no sufren que les hablen alto.

No se ha visto en todo el mundo
tanta nobleza compuesta,
convocada tanta gente,
unida tanta nobleza,
pues puedo decir no hay
un soldado que no sea
por la sangre de las armas
noble. ¿Qué más excelencia?

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2. Estructura y organizacion interna

Organización y estructura de los soldados en el frente de combate

Los tercios eran nómadas. Varios factores contribuían a estos desplazamientos. Primero, eran fuerzas de intervención, acudían a los lugares donde fueran necesarios. Dentro de los lugares a donde iban se movían por las necesidades que tuviera la campaña. Según donde el comandante en jefe quisiera establecer la campaña las unidades tenían que trasladarse.

En las regiones sin conflicto se desplazaban igualmente. Ocurrió en Italia, donde recorrieron durante dos años Nápoles de un lado a otro. Estos desplazamientos se hacían por repartirse entre las localidades y buscar alojamiento, y porque en el sur de la península se reforzaban en verano las regiones costeras por los ataques de otomanos y corsarios.

Las marchas se volvieron importantes. Estaban reguladas al mínimo. Antes de marchar hacia el territorio enemigo se hacía un reconocimiento previo del itinerario a seguir. También disponían de mapas de la zona.

La estructura original, propia de los Tercios de Italia, cuyas bases se encuentran en la ordenanza de Génova de 1536, dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una, aunque también se podía dividr el ejército en 12 compañías de 250 hombres cada una. Cada compañía, aparte del capitán, que siempre tenía que ser de nacionalidad española y escogido por el rey, tenía otros oficiales: un alférez, quien era encargado de llevar en el combate la bandera de la compañía, un sargento, cuya función era preservar el orden y la disciplina en los soldados de la compañía y 10 cabos (cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía); aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares (oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, barberos y curanderos (estos dos últimos, solían cumplir el mismo papel) etc.

Jerarquía y organización dentro de un tercio.

Posteriormente, los Tercios de Flandes adoptaron una estructura de 12 compañías, 10 de piqueros y 2 de arcabuceros, cada una de ellas formada por 250 hombres. Cada grupo de 4 compañías se llamaba coronelía. El estado mayor de un tercio de Flandes tenía como oficiales principales a los coroneles (uno por cada coronelía), un Maestre de Campo (jefe supremo del tercio nombrado directamente por la autoridad real) y un Sargento Mayor, o segundo al mando del Maestre de Campo.

Siguiendo instrucciones del maestre de campo, el sargento mayor daba órdenes al tambor mayor para la recogida de las tropas. Estas se preparaban y formaban escuadrón, poniéndose en camino. Normalmente, la vanguardia la formaba una de las dos compañías de arcabuceros del ejército, seguida de 200 pasos por el grueso de picas, encabezadas por la compañía que ese día había salido de guardia. La segunda compañía de arcabuceros se encontraba en la retaguardia.

El orden de las compañías era el siguiente: en primer lugar las compañías de arcabuceros completa con sus alabarderos y mosqueteros, para combatir en caso de ataque. Las de picas se subdividían. Primero, mosqueteros reunidos, a continuación la mitad de arcabuceros de estas. Después, coseletes, seguidos por piqueros y sus banderas. Luego el resto de piqueros armados y al final otra mitad de arcabuceros. Así se podía constituir rápidamente el escuadrón, con picas en el centro y armas de fuego a los lados. Como el protocolo era estricto, la posición de las banderas estaba prevista. La primera compañía de arcabuceros estaba a la derecha, a la izquierda las picas de guardia, seguidas por las de esa especialidad. Cerraba la hilera la segunda compañía de arcabuceros.

Durante la primera media milla, el maestre de campo y el sargento iban a caballo. Los demás oficiales caminaban junto a sus hombres, con los alféreces llevando la bandera. La tropa iba en silencio, a toque de tambor. Delante iba la disciplina. Los alféreces entregaban la bandera a los abanderados y los criados entraban a las filas a coger las armas de sus dueños. Después de esto los oficiales y los hombres que disponían de monturas montaban sus cabalgaduras, y continuaba la marcha. Si un soldado que no disponía de mozo tenia que abandonar la formación por alguna necesidad, dejaba su armamento a algún compañero.

En la última compañía de arcabuceros y el grueso iban las mujeres, mochileros desocupados y el bagaje, que transportaba soldados enfermos y aspeados, el equipaje de tropa y la impedimenta, que llevaba útiles de gastadores, pólvora, munición, cuerda y picas para arcabuceros que sobrasen al hacer el escuadrón y a alabarderos. También aquí se encontraban los carros con propiedades de los oficiales. Las mujeres tenían prohibido ir a pie, para no retrasar la marcha. A no ser que tuvieran medios propios tenían que acomodarse en el bagaje o carromato. El resto iban en monturas propias o requisadas por recibo y eran devueltos al final de la etapa.

En tiempos de paz, la impedimenta se encontraba en la vanguardia, para que al acabar no esperaran la llegada de criados y pertenencias.

Si las operaciones eran rápidas se dejaban los bagajes, mujeres y cualquier cosa inútil y no se llevaba bagaje a no ser que hubiera vitualla. En 1587 6.000 soldados se desplazaron a Italia y en Flandes eran 18.000 personas, montando 3.000 o 4.000 caballos.

Otra forma ligera de marchar era salir sin banderas. Su importancia requería mayor protección y por seguridad se formaba escuadrón. Si la unidad las dejaba con el grueso del ejército actuaba con mayor libertad y en despliegues abiertos.

Mientras la columna caminaba, el furriel mayor con todos los furrieles se adelantaba, si se estaba en territorio amigo, para preparar alojamientos. Junto a las autoridades de la localidad recorrían las casas, anotando el número de habitaciones y cumplimentando las boletas, indicando el nombre del soldado y su alojamiento.

Cuando se marchaban, el capitán de los arcabuceros de la retaguardia había inspeccionado a la población que acababan de dejar, recogiendo las quejas de los vecinos e inspeccionando viviendas para ver si algún soldado se había quedado para desertar, dormido o enfermo. Así emprendían el camino, azuzando rezagados y ayudando a cargar bagajes caídos. Una milla antes del final, se regresaba a la disposición inicial, desmontando oficiales y soldados para volver a sus puestos de formación y los mozos entregaban las armas a sus amos.

Se hacían altos en lugares con agua para descansar, beber y comer. Las paradas se hacían por los coseletes (piqueros dotados de elementos de armadura) que tenían que llevar mucho peso en sus espaldas y se fatigaban. Se trataba de hacer que la unidad estuviera unida y que no estuvieran separados, a tres o cuatro millas de la vanguardia a la retaguardia y que no fueran vulnerables.

Llegado a su destino formaban escuadrón. El tambor mayor leía los bandos dictados por el general o el maestro de campo, advirtiendo a la tropa sobre su comportamiento y las penas por infracción. Se señalaba a la compañía que entraba de guardia.

Era importante montar guardia, no solo por motivos de seguridad, se consideraba además un ejercicio porque montando guardia es donde se aprendía a ser soldado. La unidad constituía un pequeño escuadrón, con picas en el centro y armas de fuego a los costados, igual que en combate. Era un buen momento para ver como se abordaban las primeras, maniobra complicada que reflejaba el grado de instrucción.

El relevo se tenía que hacer una hora antes del anochecer, para que los soldados que empezaban su servicio hubieran cenado, y para que lo hicieran los que acababan. El siguiente relevo era a la salida del sol.

A continuación el sargento mayor disponía las centinelas, que llevaban sus armas. No se permitía el uso de capas sino en días de lluvia o mucho frío, porque molestaban a la hora de caminar o combatir y limitaban la vista y el oído.

De noche había varias clases de centinelas. Las perdidas eran hombres colocados como escuchas para vigilar los movimientos del enemigo, toda la noche en el suelo, sin moverse. Llevaban el chuzo como arma y vestían de color pardo; cuando nevaba utilizaban la camisa blanca como camuflaje. Si eran descubiertos no podían escapar. Si lo lograban disponían de un santo y seña para volver.

Los centinelas ordinarios estaban próximos al campamento. Se colocaban a unos treinta pasos del cuerpo de guardia y con unos intervalos que les permitieron verse y oírse. Cada puesto estaba formado por un arcabucero y un piquero, pero pertenecientes a las compañías de picas, ya que los arcabuceros no tenían guardias nocturnas, porque su misión por el día era más fatigosa.

El primero encendía una mecha para ver el tiempo que estaban de guardia, y el segundo dejaba la pica en el suelo y se paseaba sin alejarse. Tenían santo y seña y debían pedirla a todos los que intentaran pasar, incluso a los que conocieron por obligación.

A treinta pasos de la línea de los centinelas se situaban los extraordinarios o de seguro. Eran puestos de un solo soldado. Su misión era alertar de la aproximación de un enemigo.

Por precaución, los soldados no sabían el lugar donde se montaría guardia. De este modo se evitaban tratos con el enemigo.

El resto quedaban en el cuerpo de guardia junto a la bandera. El fuego se mantenía encendido las 24 horas, incluso en verano, para prender las mechas de las armas. Se disponía en una habitación de un tablado de madera a dos pulgadas del suelo para que los soldados pudieran dormir sin desvestirse.

Del cuerpo de guardia salían relevos de centinelas al mando de un cabo que por precaución decía el santo y seña en voz baja. Partía el sargento cada tres horas para hacer rondas acompañado de un destacamento de piqueros y arcabuceros o mosqueteros, siendo un piquero por cada dos en proporción, estas se llamaban sobrerrondas de oficiales. El sargento mayor hacía sus propios recorridos. Se convenía que los que hacían la guardia llevaran rodela porque los soldados apedreaban al oficial con el pretexto de que así demostraban que estaban alerta.

Mientras se montaba la guardia, las compañías francas de servicio se habían dirigido a los alojamientos retenidos para cada una de ellas por su correspondiente furriel. La primera casa que se escogía era para el alférez (segundo oficial de la compañía de infantería. Lleva la bandera en combate, desfiles y demás ocasiones solemnes), que instalaba en ella la bandera, convirtiéndola en punto de reunión de toda la unidad si se daba la alarma. Los soldados recibían una boleta o cartela, en la que figuraba su nombre y el lugar donde iban a pernoctar. Se debían distribuir por camaradas. Así, no solo era más barato preparar el asentamiento, sino que constituían pequeños núcleos capaces de defenderse ante un eventual ataque. Además, se facilitaba de esta forma la concentración de la compañía cuando fuese preciso.

Los vivanderos montaban sus tenderetes, bajo la vigilancia del barrachel, en el lugar que se hubiera designado, y abrían sus negocios a la tropa. Allí la tropa comía y bebía. El alojamiento se hacía en una plaza fortificada, practicándose al alba un reconocimiento por los alrededores. En el cuerpo de guardia había “asadores”, que eran los encargados de examinar las cargas que pudieran ocultar hombres escondidos.

En tiempos de paz se reducían las precauciones. Las marchas se realizaban sin exploradores ni flanqueadores, y a veces las unidades se confiaban a un sargento, mientras sus superiores permanecían en la corte del general pretendiendo descansar. A veces incluso se marchaban a otra provincia donde si estuvieran realizando operaciones, para participar en ellas como aventureros o entretenidos.

En el caso de que se tratase nada más que de una compañía, y no del todo un tercio, la rutina de los desplazamientos y los alojamientos era también muy parecida, debido a la particular estructura de estas unidades. El sargento, el furriel y un tambor desempeñaban las funciones correspondientes. El cuerpo de guardia se montaba en la casa donde vivía el alférez y era el capitán quien, tras la salida de la tropa, hacía la inspección del lugar donde se había pernoctado.

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8. Poemas épicos, anécdotas y legado

Palabras y expresiones procedentes de los tercios

Pese a la disolución de los tercios, uno de los legados que nos han dejado los tercios, además de que su nombre sigue siendo utilizado en la actualidad en algunas unidades de la legión y de la infantería de marina españolas, fue la incorporación a nuestro vocabulario de numerosas palabras nuevas surgidas de las campañas por diferentes países y la rápida evolución del armamento y las técnicas de combate que se vivieron entre los siglos XVI y XVII. Muchas de las palabras provenían del italiano como eran centinela, escopeta, alerta, infantería… Otras eran de origen francés como sargento, vanguardia, retaguardia… Y otras muchas fueron de cuño propio y nacieron en medio de batallas, en acuartelamientos o celebraciones, conformando así un argot particular de los Tercios y dejándonos, como herencia, muchas de esas palabras.

Columna de Tercios avanzando en orden hacía su lugar de destino. Grabado del siglo XVII

Primero es mejor comenzar explicando el origen de la palabra Tercio. Aunque su origen es algo dudoso, su procedencia más probable es la mención que aparece en una ordenanza para “gente de guerra” de 1497 donde se cambia la formación de la infantería para dividirla en tercios:

“Repartiéronse los peones (la infantería) en tres partes. El uno, tercio con lanzas, como los alemanes las traían, que llamaron picas; y el otro tenía nombre de escudados (gente de espadas); y el otro, de ballesteros y espingarderos”

Con el tiempo los ballesteros y espingarderos serían sustituidos por los arcabuceros.

Otras palabras no tienen un origen tan dudoso, como es el caso de camarada. Su origen viene de cuando los tercios tenían que prolongar su estancia en algún lugar. Entonces se reunían en grupos de ocho o diez para hacer camarada o camareta. Así lo explica un documento de la época:

“Hacen la camarada, esto es, se unen ocho o diez para vivir juntos dándose entre ellos la fe (juramento) de sustentarse en la necesidad y en la enfermedad como hermanos. Ponen en esta camarada las pagas reunidas proveyendo primero a su vivir y después se van vistiendo con el mismo tenor, el cual da satisfacción y lustre a toda la compañía.”

También el armamento recibía apelativos especiales como la cinta que llevaban en bandolera donde transportaban saquitos con doce porciones de pólvora y a la que llamaban Los Doce Apóstoles, ya hablado en la anterior entrada de anécdotas de los Tercios.

También a su daga la llamaban Quitapenas o Misericordia pues era lo que normalmente utilizaban para dar el golpe de gracia. Y es que para un soldado del tercio, la daga era el complemento indispensable para la espada. La llevaban en la espalda a la altura de los riñones para poder sacarla con rapidez y además la habilidad de los españoles en su manejo era legendaria. Así lo explicaba un Francés que tuvo la desgracia de probarlo.

“Se baten espada en mano, no retroceden jamas; paran el golpe con el puñal que llevan siempre y cuando hacen con él el gesto de tirar al cuerpo debéis desconfiar de la cuchillada; y cuando os amenazan con la cuchillada , debéis creer que quieren alcanzaros el cuerpo[…] Son temibles con la espada en la mano a causa de sus puñales. He visto varias veces a tres o cuatro españoles hacer huir a varios extranjeros y echarlos por delante de ellos como a un rebaño de corderos.”

También en los campos de batalla nació alguna expresión que ha perdurado hasta nuestros días como la de Dejar en la estacada. Recibía el nombre de estacada los obstáculos hechos con estacas afiladas que se colocaban para impedir el avance sobre las líneas enemigas.

Otra expresión utilizada era irse a la porra. El sargento mayor de cada Tercio dirigía a sus hombres moviendo un gran garrote, llamado porra. Cuando una columna en marcha hacía un alto prolongado, el sargento mayor hincaba en el suelo el extremo inferior de su porra distintiva para simbolizar la parada. En su inmediación se establecía rápidamente la guardia. También quedaban bajo su vigilancia los soldados arrestados, que durante ese descanso debían permanecer sentados en torno a la porra que el sargento había clavado al principio. Eso equivalía por tanto a «enviar a alguien a la porra» como sinónimo de arrestarle. Esto originó el actual y despectivo “vete a la porra”.

Otra expresión surgida durante las campañas militares fue me importa un pito. Surgió del pífano o “pito”, que era el chico que tocaba ese instrumento en el ejército. Su paga era muy baja. Por tanto significa darle muy poco valor al asunto.

También hay otras expresiones, relacionadas con las guerras de Flandes y los Tercios como “Se armó (o se armará) la de San Quintín” (que alude a la batalla que tuvo lugar el día de San Lorenzo —10 de agosto— de 1557, ganada por las armas españolas de Felipe II contra los franceses, y en la que los Tercios estuvieron dirigidos por Manuel Filiberto, duque de Saboya) o “pasar por los bancos de Flandes” (que significaría superar una dificultad, lo que vendría de su similitud con una zona peligrosa en el mar de Flandes, las casas bancarias flamencas y los muebles fabricados con pino de Flandes). poner una pica en Flandes” (como sinónimo de algo sumamente dificultoso o costoso, refiriéndose a los gastos y esfuerzos que suponía el envío de los Tercios). Cervantes usó varias expresiones similares en El Quijote: la expresión que utiliza el personaje de Sancho Panza cuando afirma que “pues si yo veo otro diablo y oigo otro cuerno como el pasado, así esperaré yo aquí como en Flandes”, equivale a decir «en cualquier parte». La expresión “en Flandes se ha puesto el sol” proviene del título de una obra teatral de Eduardo Marquina (1879–1946), y viene a simbolizar el ocaso del poderío hispánico en los Países Bajos tras la crisis económica y social que desataron los conflictos bélicos y religiosos durante más de dos siglos.

Pero en los Tercios no todo era marcialidad y peleas, algunas veces también había sexo. Así lo explicaba esta ordenanza:

“Es preferible que no haya hombres casados, pero de permitirse, para evitar mayores inconvenientes, que haya por cada cien soldados ocho mujeres, y que estas sean comunes a todos.”

Por este motivo nació en los Tercios el término de Mujer privada, aquella que estaba casada y acompañaba a su marido soldado, para diferenciarlas de las mujeres públicas. De todos modos, había que tener cuidado con quien te lo hacías pues las enfermedades venéreas estaban a la orden del día y no era raro que salieran molestos tumores en los genitales que los soldados llamaban incordios.

También y aunque estaba penado con la muerte y normalmente la hoguera (ya que ese delito lo juzgaba la inquisición) existía la homosexualidad. A aquellos que practicaban la sodomía se les denominaba bujarrón, término despectivo que se sigue usando hoy en día.

Otro término peyorativo que aún se usa es el de chusma aunque en tiempo de los Tercios la chusma eran los prisioneros condenados a apalear sardinas (a remar) en galeras.

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2. Estructura y organizacion interna

El escuadrón y sus tipos

El escuadrón nació de una idea básica muy sencilla: disponer los cinco tipos de armas: picas, espadas, alabarda, arcabuz y mosquetes de forma conjunta que se obtuviese el mejor rendimiento de las mismas, haciendo del conjunto “un castillo fuerte en campo llano”, en el que los piqueros se disponían en una formación tan cerrada que “entre uno y otro no pueda pasar persona”, mientras que los tiradores adoptaban una menos densa para poder hacer uso de armas. Los tercios escuadronaban solo en las batallas campales. En el resto de tipos de combate no estaban sometidos a las limitaciones de dicha formación.

En su modalidad más elemental se componía de un cuadro de piqueros, normalmente incluyendo a los de las compañías de arcabuceros. A sus lados, se disponían las denominadas “guarniciones”, integradas por la arcabucería que existía en las compañías de piqueros. Era aconsejable que no tuvieran un frente de más de cinco hombres, ya que ésta era la distancia máxima que cubría la pica. Finalmente, se colocaban en las esquinas las “mangas”, constituidas por personal de las compañías de arcabuceros del tercio. Su misión era actuar bien a cierta distancia del grueso de la unidad o reforzar a ésta. En cuanto a los mosqueteros, se situaban donde fuese más oportuno, a ser posible al abrigo de algún obstáculo como una zanja o una pared, si hubiera, o junto a los arcabuceros. Si había demasiados de éstos, lo que como se sabe era frecuente en la infantería española, los sobrantes eran equipados con picas.

De esta manera, todas las armas se apoyaban mutuamente. Los piqueros, reforzados por los alabarderos que en el escuadrón formaban con picas, defendían a los arcabuceros y mosqueteros de la caballería enemiga, y éstos, a su vez, les cubrían mediante su fuego.

Por poner un ejemplo, en el escuadrón denominado “cuadro de terreno”, un tercio de 3000 hombres con 1200 piqueros, 1620 arcabuceros y 180 mosqueteros formarían con un núcleo de los primeros de 56 de frente y 22 de fondo. Los segundos se repartirían en dos guarniciones de 120 cada una, y cuatro mangas de 300. Los terceros se agruparían en un lugar idóneo o se distribuirían entre los arcabuceros.

Para constituir el escuadrón se acudía a varias formulas matemáticas, como las que se han comentado al describir la figura del sargento mayor, pero siempre había unos principios inmutables. Se calculaba que, de media, cada soldado era el centro de un rectángulo de tres pies por siete. Uno lo ocupaba el hombre mismo; uno a cada costado le separaba de sus compañeros de fila. Las banderas se situaban en el centro y ocupaban el doble que una hilera de picas. Por motivos de seguridad, los lados de la hilera que formaban se cerraban con coseletes.

El escuadrón se continuaba siempre “a la sorda”, en silencio, a fin de evitar la confusión, y a la carrera. Para cubrir su frente, se prefería a los piqueros más altos (aunque estos tenían el incoveniente de ofrecer mejor blanco a la artillería) y mejor armados. Pero como la rapidez y el orden eran criterios prioritarios, se colocaban en esa posición los que llegaran antes, siempre que estuvieran completamente equipados. Ser “muy principal, y con armas doradas y con una pica de mil palmos” no bastaba para ocupar ese lugar de privilegio, por ser el de mayor peligro, si se llegaba tarde a la formación.

Tradicionalmente, se llamaba a la primera hilera “la de los capitanes”, ya que la constituían estos, completándose el núcleo requerido de hombres con oficiales “reformados”. Parece singular costumbre esta de colocar a los principales mandos en el lugar de mayor peligro, ya que se corría el riesgo de que la unidad se quedase sin oficiales, pero quizás la conveniencia de dar ejemplo a la tropa y la reputación exigían este particular tipo de despliegue.

Organizar el escuadrón en la práctica era una tarea compleja. El número de hombres disponibles variaba de día en día, a tenor de las bajas y las incorporaciones, lo que creaba serios problemas, ya que era imprescindible que la formación fuese compacta, de manera que las hileras y filas estuviesen completas, sin faltar ni sobrar gente. En realidad, el sargento mayor tenía que improvisar cada vez que formaba un escuadrón, en función de los efectivos presentes. Las características del enemigo, además, tenían una influencia directa. No era lo mismo luchar contra un ejército holandés, fuerte en infantería,  que contra uno francés, en el que predominaba su excelente caballería pesada, o un turco, con su desconcertante mezcla de jenízaros disciplinados y de jinetes irregulares.

El terreno también era un elemento a tener en cuenta. El escuadrón solo podía desplegar en una superficie llana, de modo que las formas y las dimensiones de esta podían llegar a dictar el tipo de formación, al punto de que había uno denominado “por terreno condenado”.

Los planes del general en jefe afectaban también al escuadrón. Si opta por la defensiva, convenía reforzar el fondo de la unidad a costa del frente, ya que así la densidad de las filas permitía cubrir bajas más fácilmente, evitando que se abrieran brechas peligrosas. En cambio, para la ofensiva resultaba preferible primar el frente sobre el fondo, de manera que se situaran más combatientes en las primeras hileras.

Estas consideraciones hicieron surgir una cantidad elevada de tipos de escuadrón: “pequeño agente”, “cuadro de gente en cruz”, “espinado”, “de corona”, “fortísimo perfecto”…existían también subespecies, dependiendo de que en el centro se situaran gastadores, picas secas, bagages, etc. Muchas de estas formaciones eran exquisitas y de placer, más para galanería que para combatir.

Las modalidades básicas eran el escuadrón cuadro de terreno, el de gente y el prolongado, que, a su vez, podía ser de gran frente o de frente estrecha.

El primero era un cuadrado. Como los intervalos entre los hombres de una hilera eran menores que los que había entre filas, ello suponía que, a fin de que los cuatro lados tuviesen la misma longitud, contaba más hombres de frente que de fondo. Por ejemplo, las hileras de 38 (que ocupaban 114 pasos, a siete por soldado). El segundo, en cambio, tenía tantos hombres entre las hileras como entre las filas, lo que implicaba que fuesen rectangulares, con los costados más largos que el frente. Así, si se hacía de hileras y filas de 20 hombres, las primeras ocuparían 60 pasos, y 140 las segundas.

El prolongado de gran frente era también de forma rectangular, pero con los lados más largos mirando al enemigo. Disponía de mayor número de combatientes en primera línea. Era el más utilizado por los tercios. En cambio, en el de frente estrecha, había menos soldados en primera línea, pero más detrás de ellos, en reserva. Era más adecuado a la defensiva.

El masivo escuadrón tradicional, ideado para el tipo de armamento existente a mediados del XVI, quedaría pronto superado. Mauricio de Nassau, seguido por Gustavo Adolfo de Suecia, marcó el camino del futuro, extrayendo las conclusiones de las innovaciones introducidas en el armamento, que hacían innecesario que los hombres se dispusieran en formaciones de tanta profundidad como hasta entonces., era ya posible, por consiguiente, ir a despliegues de mayor frente. Con ellos, a iguales efectivos, se conseguía poner más soldados en primera línea. Se aprovechaba mejor la fuerza disponible, al tiempo que las unidades resultantes eran más maniobrables.

A fines del XVI, Mauricio empezó un decisivo proceso de reformas, incrementando el porcentaje de soldados dotados con armas de fuego y rebajando en 1595 los efectivos de la compañía a 150 hombres, que pasaron a 113 en 1601, con solo 50 y 30 piqueros respectivamente. Tomó dos medidas de gran alcance. Una, reduciendo el fondo de las formaciones a sólo 10 hombres, que se consideraba el mínimo necesario para mantener una cadencia de tiro ininterrumpida. Otra, diferenciando claramente entre el regimiento, como entidad administrativa y como unidad táctica. Mantuvo así el primero, que podía ser muy numeroso, más que un tercio. Pero para el combate utilizaba lo que se pueden llamar regimientos provisionales, cuatro de los cuales, dispuestos en rombo, constituían cada una de las tres partes en que se dividía el ejército.a su vez, los regimientos se subdividían en batallones, en los que los hombres se agrupaban según las armas de que estaban dotados. Lo más normal era situar los piqueros delante y tras ellos los tiradores. Este tipo de regimientos se formaban con absoluta flexibilidad, y lo mismo podían estar integrados por dos regimientos administrativos cortos de efectivos, que por la mitad de uno de ellos, si era grande. El resultado era un despliegue a la vez sólido y flexible, con los distintos cuerpos escaqueados, recordando a las formaciones de las legiones romanas, que Mauricio había estudiado en profundidad. Como en el caso de éstas, facilitaba que las distintas armas y unidades se apoyasen entre si.

Paralelamente, Mauricio incrementó la proporción de los mandos, dotando a cada compañía con tres oficiales y cinco sargentos, y mejoró la instrucción de los hombres con continuos ejercicios, lo que redundó en un aumento de la eficacia de sus tropas.

El rey de suecia llevó más lejos estos cambios, disminuyendo la profundidad a sólo 6 hileras, elevando el número de oficiales hasta 128 por regimiento y formando su propio modelo. Su elemento esencial era el regimiento, generalmente de 8 compañías (aunque los había de 12 y hasta 16), con un total de 432 piqueros y 576 mosqueteros (la compañía tenía 54 de los primeros y 72 de los segundos).

En base a estas unidades se formaban los escuadrones, muy parecidos a los batallones holandeses, en principio de cuatro compañías cada uno, que para combatir también se reunían en grupos equipados con armas iguales. Lo más usual era que todas las 216 picas formasen un bloque a vanguardia, mientras que otro de 192 mosqueteros se situaban detrás. Los restantes 96 constituían una tercera línea.

Por último cabe destacar la brigada. Era una formación ad hoc, en cuya composición el criterio determinante era el número de hombres, no de unidades, y así podía estar formada por menos de un regimiento o por varios. Era un sistema similar  al de los regimientos combatientes de Mauricio. Se organizaba mediante la reunión de tres escuadrones (excepcionalmente, cuatro). Habitualmente, el de vanguardia formaba con sus piqueros delante, seguidos por parte de sus mosqueteros. A derecha e izquierda de estos desplegaban los piqueros de los otros dos escuadrones, flanqueados por sus propios mosqueteros. Los que sobraban se situaban a la retaguardia como reserva.