Categories
3. Técnicas y táctica de combate

“El Camino Español” 1563-1601

Irremediablemente, debido a la rebelión de los Países Bajos en 1567 en envío de tropas y dinero se convirtió en asunto de estado, máxime cuando las potencias navales como Inglaterra tenían un muro de contención en el que prácticamente cualquier intento de suministro por parte de la flota española era atacado. Así en 1563 surge la idea de lo que sería “El Camino Español” en el momento en que el rey Felipe II desea viajar hasta los Países Bajos y que gracias a la pericia del cardenal Granvela se lograría trazar un corredor militar que partiese desde España y llegase hasta las provincias del norte prácticamente integro por territorios de la monarquía hispánica. Por lo tanto, desde la Península Ibérica hasta Génova la flota de galeras del Mediterráneo sería la encargada de transportar a las tropas, mientras que ya en la ciudad portuaria itálica, el camino más rápido y seguro apuntaba al norte a través “del Piamonte y Saboya, del Franco-Condado y Lorena”[1]

.

“El camino español”

Los territorios de paso que no estaban en posesión española eran autorizados por la hábil política diplomática realizada por los dos primeros Austrias españoles; de esta forma Génova proporcionaba sus puertos a cambio de ayuda contra los rebeldes corsos, mientras que el duque de Saboya era aliado más allá de la Lombardia desde la firma del pacto de Groenendaal. Lorena estaba gobernada por un duque que proporcionaba neutralidad y permitía el paso de las tropas por lo que el último lugar de paso antes de llegar al Luxemburgo español era el obispado-principado de Lieja que “era el estado más de fiar de todos los aliados de España”[2].
Así pues el Camino Español estaba constituido por una cadena de puntos fijos y era posible elegir entre muchos itinerarios paralelos y “una vez que el gobierno había decidido el itinerario a seguir por sus tropas, debía hacer mapas detallados”[3] la elección de la ruta podía estar condicionada tanto por los avatares geográficos como la situación política del momento ya que por ejemplo la relación con los estados aliados podía variar y era necesaria una presencia, habitual a partir de 1650, de embajadores en Génova, Saboya y otros estados aliados. Cada paso de tropas tenía que ser concedido por un permiso especial por lo que “España tenía que respetar su autonomía y acceder a sus pretensiones”[4]

Logística

Con el consiguiente aumento del tamaño de los ejércitos y de las operaciones militares en los Países Bajos, a partir de 1550 se hizo evidente que el tradicional método de aprovisionamiento de arrasar con todo lo posible en el lugar de paso era insuficiente. Para ello y como indica el historiador Parker [5] se crearon “étapes militares”, es decir, centros donde se hacían transacciones comerciales con cierta seguridad, al estilo de un gran almacén y localizados en ciertos pueblos o ciudades. De esta manera, las étapes fueron muy útiles para el correcto aprovisionamiento como así lo atestiguaba el propio duque de Alba. La étape de Saboya era permanente y proporcionaba hospedaje y víveres, mientras que las étapes de los Países Bajos, Lorena y el Franco-Condado se creaban ex novo alguna expedición militar. No obstante ni a las autoridades ni a la población civil les hacía gracia su estancia, ya que como indican ciertas narraciones “algunas expediciones se las arreglaban para perpetrar una cantidad asombrosa de crímenes contra la población civil”[6] Además del problema añadido del cobro de los gastos provocados por el paso de las tropas, en ocasiones años después de haber ocurrido, por lo que los gobernantes vieron la eficacia de contratar a asentistas particulares para proporcionar alimento al paso de los ejércitos por el Camino Español y así evitar descontentos y deudas.

Fin del Camino Español, 1601

Con la firma del Tratado de Lyon en 1601 se perdieron territorios de la Monarquía española del Franco-Condado por lo que el Camino quedó a merced de la voluntad francesa. Comenzaba así uno de los signos inequívocos de la inminente decadencia del Imperio Español. El duque de Milán se alió con Francia y en 1613 entró en guerra contra España por lo que la ruta entre Lombardía y los Países Bajos tendría que ser redefinida y de esta forma se renegociaron tratados con los cantones suizos, se ocuparon los Grisones en 1620 y el Tirol en 1623. Sin embargo la pérdida de Alsacia supuso un golpe importante ya que “no quedaba ningún corredor militar seguro más allá de los Alpes”[7] Francia siguió ocupando territorio y así en 1630 invaden Saboya, Lorena en 1632-3 y en la práctica el Camino Español no volvió a ser utilizado.
Hasta el colapso final de los ejércitos de la Monarquía Hispánica en la década de los 40, los corredores militares terrestres quedaron anulados, así como todo intento de transportar mediante flotas a las tropas cuyo destino eran los Países Bajos; en gran parte debido por la superioridad numérica y tecnológica de las flotas inglesas y holandesas y en parte por el impredecible clima atlántico que hacía extremadamente difícil predecir la duración de un viaje.

[1] Jiménez Martín, J.: Tercios de Flandes. Falcata Ibérica. Madrid, 2004. pp. 39.

[2] Jiménez Martín, J.: Tercios de Flandes. Falcata Ibérica. Madrid, 2004. pp. 129.

[3] Jiménez Martín, J.: Tercios de Flandes. Falcata Ibérica. Madrid, 2004. pp. 145.

[4] Jiménez Martín, J.: Tercios de Flandes. Falcata Ibérica. Madrid, 2004. pp. 205.

[5] Parker, G.: El ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659. Alianza. Madrid, 1985. pp. 297.

[6] Casaos, S; Domené Sanchez, D; Puente Sierra, A.: Historia de España. Laberinto. Madrid, 2003. pp. 216.

[7] Casaos, S; Domené Sanchez, D; Puente Sierra, A.: Historia de España. Laberinto. Madrid, 2003. pp. 219.

Categories
3. Técnicas y táctica de combate

Los sitios en Flandes

La guerra de Flandes no fue una guerra cualquiera, pues se desarrolló en medio de una amplia red de plazas fuertes de gran tradición militar. El éxito del sitiador dependía en gran medida de la ciudad que se decidiera asediar. En ocasiones, se dividía el ejército en varios cuerpos, cada uno simuladamente dirigido hacia el asedio de otra plaza fuerte. Esto tranquilizaba a la que realmente iba a ser sitiada, cuyos preparativos para la defensa serían menos importantes.

El sitio ideal consistiría en asfixiar la plaza fuerte cerrándole las comunicaciones, edificando fortificaciones contra salidas o socorros, y al mismo tiempo, batirla antes del asalto con la esperanza de que se rindiera. Sin embargo, al ser muchas, las plazas solían apoyarse mutuamente, por lo que el sitiador se veía obligado a vivir en campamentos atrincherado. La táctica consistía en abrir brechas en la fortificación enemiga midiante artillería o minas, para poder así lanzar un asalto.

Antes de llegar a esto, había muchas dificultades, ya que pocas plazas se rendían al primer cañonazo.  Ante todo, se debía proteger el propio campamento, instalado en el máximo límite del alcance de las armas enemigas. También era necesario cuidarse de las pequeñas escaramuzas holandesas, que salían de las ciudades con la intención de “clavar los cañones”. Esto consistía en clavar un clavo en el orificio por el que se prendía la mecha, lo que inutilizaba la pieza de artillería. Debían asegurarse, además, de que había provisiones y agua suficientes en la zona, así como la libertad de sus comunicaciones e impedir o dificultar las del enemigo.

Era necesario disponer de una provisión de materiales y útiles, en previsión de que se produjeran combates durante el periodo que durara el asedio, que en ocasiones se contaba por meses. Luego se creaba una red de trincheras que permitiera circular sin peligro  entre los alojamientos y las baterías de ataque. Esta se instalaba frente al punto de la fortificación enemiga por el que se pensaba realizar el asalto. Normalmente, estas baterías contaban con cañones de gran calibre para derribar murallas, mientras que contaban con otros más pequeños para acabar con atalayas o parapetos.

Con frecuencia, los disparos de la batería se complementaban con zapadores y minas, que socavaban las defensas enemigas bajo tierra, resquebrajando las murallas. Con esto se lograba derribar sectores enteros de las murallas, dejando una gran brecha por la que era posible realizar el asalto.

Este asalto lo llevaban a cabo las mejores tropas, encabezadas por piqueros. Mientras tanto, el resto del campamento permanecía dispuesto para cualquier contraataque en caso de que el enemigo resistiera, con los mosquetes preparados tras los parapetos. Esta técnica era muy útil, ya que a pesar de la abnegación de los soldados, no siempre lograban atravesar la brecha y tenían que retirarse.