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1. Origen de los Tercios

¡Los Tercios Siguen Vivos!

¡LOS TERCIOS!

Proyecto Cayetano: Creación personal

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1. Origen de los Tercios

Origen de los Tercios Españoles

Al finalizar la Edad Media el influjo de laantigüedad clásica se deja sentir poderosamente en Europa promoviendo la aparición de profundas transformaciones políticas y sociales que marcan el nacimiento de los modernos Estados europeos. Como consecuencia de la superación de las estructuras medievales se crean ejércitos permanentes en cuya concepción y organización influyen no poco los principios constitutivos de la milicia romana.

La estructura militar española, innovada por los Reyes Católicos en la conquista de Granada y en sus campañas por Italia, estuvo fuertemente influenciada por el llamado «modelo suizo». Los triunfos de la firme infantería suiza frente a la caballería pesada de Borgoña en una serie de batallas campales revolucionaron los métodos de guerra medievales, por fin la infantería ganaba terreno a la caballería, reina indiscutible de la guerra medieval. Era bastante lógico que en España se aprendiese la lección de que unos cuadros de piqueros bien formados podían derrotar a cualquier caballería que se les pusiese delante. El número se imponía sobre el esfuerzo inútil de los orgullosos caballeros, como ya precisó Maquiavelo en su Del arte de la guerra.

La eficacia de combate de los tercios hispánicos estuvo basada en un sistema de armamento que unía el arma blanca (la pica) con el potencial de fuego del arcabuz, tomando una síntesis completa de dualidad de infantería pertrechada con armas de fuego compactas. La superioridad del tercio sobre el modelo del cuadro compacto suizo estaba, por otra parte, en su mayor capacidad de dividirse en unidades más móviles hasta llegar al cuerpo a cuerpo individual. La fluidez táctica que favorecía la predisposición combativa del infante español.

Lo cierto es que desde la conquista de Granada (1492) a las campañas del Gran Capitán en el Reino de Nápoles (1495), tres ordenanzas sentaban ya las bases de la administración militar de los ejércitos españoles. En 1503, la Gran Ordenanza reflejó la adopción de la pica larga y la distribución de peones en compañías especializadas. En 1534 se creaba el primer Tercio oficial, el de Lombardía, y un año después ayudó en la conquista del Milanesado español. Los Tercios de Nápoles y Sicilia se crearon en 1536, gracias a la ordenanza de Génova, promulgada por Carlos I de España.

Conquista de Granada, 1492

A pesar de que los primeros datos históricos sobre esta milicia permanente datan de 1492 como comentábamos anteriormente no sera hasta 1534 reconocidos como tales y se les asignará el nombre que conocemos hoy día, tercios. Este reconocimiento fue fruto de la ordenanza de Genova, reforma militar llevada a cabo por el monarca español Carlos I.

En la Batalla de Mühlberg, en 1547, las tropas imperiales de Carlos I vencieron en Alemania a una liga de príncipes protestantes gracias, sobre todo, a la actuación de los piqueros imperiales.

Bandera del Imperio Español

Diez años después, en 1557, el ejército español derrotó por completo al francés en la Batalla de San Quintín, hecho que se repitió con idéntico resultado en Gravelinas en 1558, lo que condujo a la paz entre ambos estados con grandes ventajas para España. En todas estas batallas destacó la eficaz actuación de los Tercios.


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7. Vida cotidiana

Alatriste. Novela Histórica. Arturo Perez-Reverte

Vida Cotidiana en la España Moderna

[…] Pues, desde siempre, ser lúcido y español aparejó gran amargura y poca esperanza […]   Limpieza de sangre – Alatriste

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“No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”. Capitan Alatriste. Inicio de la obra.

“En el tablero de la vida cada cual escaquea como puede”  – Capitan Alatriste. Cap.4

“Pero nadie nace enseñado; y a menudo, cuando gozas de las debidas enseñanzas, es demasiado tarde para que estas sirvan a tu salud o a tu provecho”. Capitan Alatriste. Cap7

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“-No queda sino batirnos.

-¿Batirnos contra quién, don Francisco?

-Contra la estupidez, la maldad, la superstición, la envidia y la ignorancia […] Que es como decir contra España, y contra todo.”

(Conversación entre don Francisco de Quevedo y el Capitán Alatriste)

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<El Sol de Breda>.

“Era aquel sol un astro invisible, frío, calvinista y hereje, sin duda indigno de su nombre […]”

“[…] Por eso nos batimos hasta el final con la crueldad de la antigua raza, el valor de quien nada espera de nadie, el fanatismo religioso y la insolencia que uno de nuestros capitanes, Don Diego de Acuña, expresó mejor que nadie en su famoso, apasionado y truculento brindis:

Por España; y el que quiera

defenderla honrado muera;

y el que traidor la abandone

no tenga quien le perdone,

ni en tierra santa cobijo,

ni una cruz en sus despojos,

ni las manos de un buen hijo

para cerrarle los ojos.

[…]
“Quien mata de lejos lo ignora todo sobre el acto de matar. Quien mata de lejos ninguna lección extrae de la vida ni de la muerte: ni arriesga, ni se mancha las manos de sangre, ni escucha la respiración del adversario, ni lee el espanto, el valor o la indiferencia en los ojos.Quien mata de lejos no prueba su brazo ni su corazón ni su conciencia, ni crea fantasmas que luego acudirán de noche, puntuales a la cita, durante el resto de su vida. Quien mata de lejos es un bellaco que encomienda a otros la tarea sucia y terrible que le es propia. Quien mata de lejos es peor que los otros hombre, por que ignora lacólera, y el odio, y la venganza, y la pasión terrible de la carne y de la sangre en contacto con el acero; pero también ignora la piedad y el remordimiento. Por eso, quien mata de lejos no sabe lo que se pierde.”

Comentarios del autor

“Alatriste era un mercenario, un asesino a sueldo, un personaje poco recomendable, pero tenía su ética, sus reglas del juego. Ahora, sería un proscrito, porque nadie entendería esas actitudes en un mundo como este donde palabras como dignidad, reputación, decencia, vergüenza torera y honradez se manipulan continuamente”.

“Esa tragedia de ser español, esa amargura, está reflejada en los libros de Alatriste. Cuando uno tiene memoria histórica de la de verdad, comprende que ser español no es fácil”. “Alatriste es más complejo. Dumas no quería mostrar la amargura de ser francés y yo sí he querido reflejar la amargura de ser español”.

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3. Técnicas y táctica de combate

“El Camino Español” 1563-1601

Irremediablemente, debido a la rebelión de los Países Bajos en 1567 en envío de tropas y dinero se convirtió en asunto de estado, máxime cuando las potencias navales como Inglaterra tenían un muro de contención en el que prácticamente cualquier intento de suministro por parte de la flota española era atacado. Así en 1563 surge la idea de lo que sería “El Camino Español” en el momento en que el rey Felipe II desea viajar hasta los Países Bajos y que gracias a la pericia del cardenal Granvela se lograría trazar un corredor militar que partiese desde España y llegase hasta las provincias del norte prácticamente integro por territorios de la monarquía hispánica. Por lo tanto, desde la Península Ibérica hasta Génova la flota de galeras del Mediterráneo sería la encargada de transportar a las tropas, mientras que ya en la ciudad portuaria itálica, el camino más rápido y seguro apuntaba al norte a través “del Piamonte y Saboya, del Franco-Condado y Lorena”[1]

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“El camino español”

Los territorios de paso que no estaban en posesión española eran autorizados por la hábil política diplomática realizada por los dos primeros Austrias españoles; de esta forma Génova proporcionaba sus puertos a cambio de ayuda contra los rebeldes corsos, mientras que el duque de Saboya era aliado más allá de la Lombardia desde la firma del pacto de Groenendaal. Lorena estaba gobernada por un duque que proporcionaba neutralidad y permitía el paso de las tropas por lo que el último lugar de paso antes de llegar al Luxemburgo español era el obispado-principado de Lieja que “era el estado más de fiar de todos los aliados de España”[2].
Así pues el Camino Español estaba constituido por una cadena de puntos fijos y era posible elegir entre muchos itinerarios paralelos y “una vez que el gobierno había decidido el itinerario a seguir por sus tropas, debía hacer mapas detallados”[3] la elección de la ruta podía estar condicionada tanto por los avatares geográficos como la situación política del momento ya que por ejemplo la relación con los estados aliados podía variar y era necesaria una presencia, habitual a partir de 1650, de embajadores en Génova, Saboya y otros estados aliados. Cada paso de tropas tenía que ser concedido por un permiso especial por lo que “España tenía que respetar su autonomía y acceder a sus pretensiones”[4]

Logística

Con el consiguiente aumento del tamaño de los ejércitos y de las operaciones militares en los Países Bajos, a partir de 1550 se hizo evidente que el tradicional método de aprovisionamiento de arrasar con todo lo posible en el lugar de paso era insuficiente. Para ello y como indica el historiador Parker [5] se crearon “étapes militares”, es decir, centros donde se hacían transacciones comerciales con cierta seguridad, al estilo de un gran almacén y localizados en ciertos pueblos o ciudades. De esta manera, las étapes fueron muy útiles para el correcto aprovisionamiento como así lo atestiguaba el propio duque de Alba. La étape de Saboya era permanente y proporcionaba hospedaje y víveres, mientras que las étapes de los Países Bajos, Lorena y el Franco-Condado se creaban ex novo alguna expedición militar. No obstante ni a las autoridades ni a la población civil les hacía gracia su estancia, ya que como indican ciertas narraciones “algunas expediciones se las arreglaban para perpetrar una cantidad asombrosa de crímenes contra la población civil”[6] Además del problema añadido del cobro de los gastos provocados por el paso de las tropas, en ocasiones años después de haber ocurrido, por lo que los gobernantes vieron la eficacia de contratar a asentistas particulares para proporcionar alimento al paso de los ejércitos por el Camino Español y así evitar descontentos y deudas.

Fin del Camino Español, 1601

Con la firma del Tratado de Lyon en 1601 se perdieron territorios de la Monarquía española del Franco-Condado por lo que el Camino quedó a merced de la voluntad francesa. Comenzaba así uno de los signos inequívocos de la inminente decadencia del Imperio Español. El duque de Milán se alió con Francia y en 1613 entró en guerra contra España por lo que la ruta entre Lombardía y los Países Bajos tendría que ser redefinida y de esta forma se renegociaron tratados con los cantones suizos, se ocuparon los Grisones en 1620 y el Tirol en 1623. Sin embargo la pérdida de Alsacia supuso un golpe importante ya que “no quedaba ningún corredor militar seguro más allá de los Alpes”[7] Francia siguió ocupando territorio y así en 1630 invaden Saboya, Lorena en 1632-3 y en la práctica el Camino Español no volvió a ser utilizado.
Hasta el colapso final de los ejércitos de la Monarquía Hispánica en la década de los 40, los corredores militares terrestres quedaron anulados, así como todo intento de transportar mediante flotas a las tropas cuyo destino eran los Países Bajos; en gran parte debido por la superioridad numérica y tecnológica de las flotas inglesas y holandesas y en parte por el impredecible clima atlántico que hacía extremadamente difícil predecir la duración de un viaje.

[1] Jiménez Martín, J.: Tercios de Flandes. Falcata Ibérica. Madrid, 2004. pp. 39.

[2] Jiménez Martín, J.: Tercios de Flandes. Falcata Ibérica. Madrid, 2004. pp. 129.

[3] Jiménez Martín, J.: Tercios de Flandes. Falcata Ibérica. Madrid, 2004. pp. 145.

[4] Jiménez Martín, J.: Tercios de Flandes. Falcata Ibérica. Madrid, 2004. pp. 205.

[5] Parker, G.: El ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659. Alianza. Madrid, 1985. pp. 297.

[6] Casaos, S; Domené Sanchez, D; Puente Sierra, A.: Historia de España. Laberinto. Madrid, 2003. pp. 216.

[7] Casaos, S; Domené Sanchez, D; Puente Sierra, A.: Historia de España. Laberinto. Madrid, 2003. pp. 219.

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5. Grandes gestas

Asedio de Breda (1637)

EL ASEDIO DE BREDA

En 1637, durante el transcurso de la guerra de Flandes que las Provincias Unidas de los Países Bajos mantenían contraEspaña a fin de conseguir su independencia, la ciudad de Breda, bajo dominio español, fue sitiada por las tropas holandesas bajo el mando de Federico Enrique de Orange-Nassau.

El asedio, de casi tres meses de duración, concluyó con la rendición de la guarnición española y la ocupación de la ciudad por las fuerzas holandesas. A partir de este momento Breda pasaría definitivamente a formar parte de las Provincias Unidas holandesas.

 

Hacia 1566-68 las provincias del norte de los Países Bajos, parte del imperio español, comenzaron contra España una serie de revueltas que desembocarían en la guerra de los ochenta años o guerra de Flandes, en la que los holandeses luchaban por conseguir su independencia de la corona española. En 1579 estas provincias se agruparon en la unión de Utrecht formando las Provincias Unidas de los Países Bajos, que en 1581 declararon unilateralmente su independencia mediante el acta de abjuración.

La guerra entre España y las Provincias Unidas (con el apoyo de Inglaterra) se prolongaría a lo largo del primer tercio delsiglo XVII, provocando en ambos bandos un fuerte desgaste económico y humano. En 1618 comenzó en Europa la guerra de los treinta años, y en 1635 Francia declaraba la guerra a España. Felipe IV reinaba en España y Fernando de Austria eragobernador de los Países Bajos españoles.

Federico Enrique de Orange-Nassau era estatúder de las Provincias Unidas. A principios de 1630, Federico-Enrique persiguió una política de conquistar — o liberar, como los rebeldes holandeses lo veían — la mayoría de los Países Bajos Españoles con ayuda francesa. Esto lo consiguió en parte al avanzar lentamente a lo largo del valle del río Mosa en el este, ocupando Venlo, Roermond y Maastricht.

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La ciudad de Breda, en la provincia de Brabante, había sido objeto de varias batallas y asedios a lo largo de la guerra. Tras el sitio de Breda de 1577, en 1581 la tomaron los tercios españoles; en 1590 la recuperarían los holandeses, y en 1625 Ambrosio Spinola la había conquistado nuevamente para España tras el asedio de Breda de 1625. Omer Fourdin era gobernador de la ciudad, encargado de su defensa.

Para marchar hacia Bruselas, Federico Enrique tenía que recuperar Breda, la “daga que apunta al corazón de la República” y la posesión antiguamente más importante de la Casa de Orange en los Países Bajos.

A instancias del embajador de Richelieu, a principios de mayo de 1637 los Estados Generales habían reunido enRammekens una gran flota con un ejército de aproximadamente 14.000 hombres y 4.000 caballos, cuyo objetivo era atacarDunkerque. Imposibilitados de zarpar debido a las condiciones climatológicas adversas, que duraron varias semanas, y tomando en cuenta los preparativos que los españoles habían hecho contra este plan, Federico Enrique decidió anular el ataque a Dunkerque y marchar con sus fuerzas hacia Breda.

El asedio comienza el 21 de julio de 1637, las tropas holandesas bajo el mando de Enrique Casimiro de Nassau-Dietz intentaron tomar la ciudad con un asalto sorpresa pero fueron repelidas. El 23 de julio, con la llegada de Federico Enrique comenzó el asedio en serio. Guillermo II de Orange-Nassau, de tan sólo 13 años, acompañaba a su padre Federico Enrique.

Fernando de Austria hubo de marchar con el grueso de sus fuerzas al socorro de Landrecy y Henao que las tropas francesas estaban sitiando. Envió al conde Juan de Nassau (primo de Guillermo de Nassau-Siegen, que luchaba en las filas holandesas) al frente de una fuerza de 5.000 infantes y 2.000 caballos con el objetivo de introducirse en Breda para socorrerla. Incapaz de atravesar la líneas holandesas, Juan de Nassau hubo de retirarse.

El ejército holandés rodeó la ciudad con un sistema de trincheras, que les permitió avanzar encubiertamente hasta las puertas. El 1 de septiembre, el foso había sido rellenado en dos lugares, pero la guarnición continuó resistiendo ferozmente, llevando el ataque a su fin. El 6 de octubre, obligado por la falta de munición y por las enfermedades sufridas por los asediados durante el tiempo que duró el sitio, el gobernador Fourbin propuso a los holandeses su rendición y retirada con honor, que fue otorgada por Federico Enrique, y el 11 de octubre a las 11:00 de la mañana dejaron la ciudad con redoble de tambor, retirándose a Malinas.

Durante el asedio, la artillería holandesa disparó 23.000 proyectiles contra las fortificaciones de la ciudad.

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Como consecuencia la toma de Breda sumada a las de Bolduque en 1629 y de Mastricht en 1632 permitió a los holandeses asegurar el comercio de Zelanda y las fronteras holandesas contra los ataques de los tercios españoles. La ciudad, cuyo control había pasado varias veces de unos a otros contendientes durante la guerra de Flandes, quedó definitivamente en poder de las Provincias Unidas.

La victoria holandesa confirmaría al estatúder Federico Enrique de Orange-Nassau en su papel de líder militar, por haber conseguido conquistar en sólo siete semanas la misma ciudad que Ambrosio Spinola tardara once meses durante el asedio de Breda de 1625. Tras la conquista, Federico Enrique ordenó reparar y reforzar las fortificaciones de la ciudad para asegurarla frente a posibles ataques españoles.

El apoyo de Francia a las Provincias Unidas, que supondría una importante ayuda en la lucha de éstas contra España, así como el estallido en 1640 de la Guerra de Separación de Portugal y la sublevación de Cataluña, agravando la situación militar española, serían la causa del paulatino retroceso de los tercios españoles en los Países Bajos. La guerra de Flandes se prolongaría hasta 1648, cuando según la Paz de Münster se declararía la independencia definitiva de las Provincias Unidas.

El asedio de Breda de 1637 sirvió como fuente de inspiración para los pintores y grabadores flamencos, entre ellos Jan van Hilten y Hendrick de Meijer (“Salida de las tropas españolas de Breda”).

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6. Personajes ilustres

Personajes Ilustres de los Tercios

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DON GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, EL GRAN CAPITÁN (1453 – 1515)

General español, conquistador del reino de Nápoles para la corona de España.

Don Gonzalo Fernández de Córdoba nació en Montilla, Córdoba, el 1 de septiembre de 1.453 y murió en Loja en 1.515. Pertenecía a la Casa de Aguilar. Era hijo de Pedro Fernández de Aguilar y Elvira de Herrera y fue educado en Córdoba. Desde muy niño fue paje del infante don Alfonso, al que sirvió durante la guerra que éste sostuvo como aspirante al trono de Castilla contra el legítimo rey Enrique IV, su hermano.

La reina Isabel la Católica, que acababa de casarse, se disponía a defender sus derechos contra los partidarios de La Beltraneja en la Guerra Civil castellana, y le llamó a su lado para que luchara con sus tropas. En esta guerra hizo sus primeras armas, como correspondía a un segundón de la nobleza castellana, mereciendo grandes elogios de sus jefes. A partir de entonces, se distinguió en la Corte por su apostura, magnificiencia y generosidad. Se casó con su prima Isabel de Montemayor, pero pronto quedó viudo y libre para dedicarse por entero a la vida militar.

En la Guerra de Granada mandó una “capitanía” de 100 lanzas de las Guardas Reales de Castilla. Figuró entre los más valientes en la toma de Loja, ciudad que le confiaron los Reyes Católicos, y se distinguió en el sitio de Tájara y en la conquista de Illora. Durante el cerco de Granada tomó parte en las negociaciones con Boabdil para lograr la capitulación de la capital.

En recompensa por sus destacados servicios, recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Orjiva y determinadas rentas sobre la producción de seda granadina, lo cual contribuyó a engrandecer su fortuna. Sus hazañas y cualidades inclinaron a la reina Isabel para escogerle para mandar el cuerpo expedicionario que el rey Fernando envió a Italia para librar a Nápoles de las tropas invasoras francesas.

Don Gonzalo zarpó para Sicilia en 1495. Tenía a la sazón 42 años. En la Primera Campaña de Italia Fernández de Córdoba hizo gala de grandes dotes militares como jefe de un ejército. Con escasas fuerzas y mucha movilidad se hizo con toda la Calabria en 1495. Al año siguiente efectuó una marcha relámpago para acudir al sitio de Atella y ponerse al frente de las fuerzas aliadas de la Santa Liga. En algo más de un mes logró la capitulación del ejército francés, la repatriación a Francia de la mayoría de sus efectivos y la entrega de la mayor parte de las plazas fuertes en su poder. Su éxito tuvo una gran repercusión internacional y se ganó el título de El Gran Capitán.

Tras la toma de Ostia en nombre del papa Alejandro VI, el Gran Capitán entró triunfador en Nápoles, donde fue repuesto el rey Don Fadrique III, de la Casa de Aragón. Finalizada su tarea, regresó a España en 1498.

A su llegada a la península, la gente le recibió como un héroe nacional, y el rey don Fernando decía en la Corte que las victorias de Italia daban mayor renombre y gloria a España que la guerra de Granada. Su retorno coincidió con la rebelión de las Alpujarras, por lo que el Gran Capitán fue enviado con el conde de Tendilla a sofocar la rebelión en el año 1.500.

En el año 1.500 el rey Fernando el Católico pactó con Luis XII, rey de Francia, el reparto del reino de Nápoles, dando lugar con ello a la Segunda Campaña de Italia por los desacuerdos entre ambos reyes a la hora de interpretar el pacto. En abril de 1503 el Gran Capitán derrotó en la batalla de Ceriñola el ejército francés mandado por el duque de Nemours, que murió en combate. Tras esta victoriosa batalla, el ejército español se hizo dueño de todo el reino napolitano.

El rey francés envió otro ejército a Italia, pero fue igualmente vencido por el Gran Capitán en labatalla de Garellano de diciembre del mismo año. Como consecuencia de ella los franceses tuvieron que entregar la plaza de Gaeta y dejar el terreno libre al ejército español.

Finalizada la guerra gracias al tratado de paz entre Francia y España del 11 de febrero de 1504, Nápoles pasó a la corona de España. El Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Congregó a todos los Estados del reino y les recibió juramento de fidelidad a los monarcas de Castilla y Aragón. También quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado: a Próspero y Fabricio Colonna les devolvió los estados que les habían arrebatado los franceses; al jefe de los Ursinos, Bartolomé Albiano, le dió la ciudad de San Marcos; a Diego de Mendoza, el condado de Mélito; a Pedro Navarro, el condado de Oliveto; a Diego de Paredes, el Señorío de Coloneta.

Pero la reina Isabel, su valedora, murió a los pocos meses de la ratificación tratado, y el rey don Fernando el Católico entró en zozobra sin la compañía y apoyo de aquella gran reina. Incitado por recelos obsesionantes, el rey decició relevar al Gran Capitán por el arzobispo de Zaragoza y, temiendo que aquel no se dejase relevar, quiso que acompañaran al clérigo Pedro Navarro con órdenes de arrestar al Gran Capitán y apresarlo en Castelnovo, y Alberico de Tenacina para agitar al pueblo en favor del arzobispo. Afortunadamente aquel proyecto no se llevó a cabo, porque don Fernando nombró a su yerno Felipe como Rey consorte Gobernador de Castilla.

Al año siguiente, en 1505, don Fernando visitó Nápoles acompañado de su nueva mujer, Germana de Foix, a la sazón sobrina del rey Luis XII. El Gran Capitán, conocedor de los recelos que inspiraba al rey, salió a recibirlo al mar con gran agasajo, y trató de disipar sus temores por todos los medios. A pesar de ello, don Fernando comprobó personalmente que los napolitanos tenían más aprecio a su general que a él mismo, y que con su comportamiento había decepcionado a los napolitanos y a los subordinados del Gran Capitán.

Los injustificados recelos del rey aumentaron y, ya que debía regresar a España a hacerse cargo de la situación por la reciente e inesperada muerte de su yerno Felipe I, ordenó al Gran Capitán que entregase el mando y regresase con él a España. Corría el año de 1507. Una vez allí le mantuvo apartado de cargo alguno. En una ocasión le había jurado por“Dios nuestro Señor, por la Cruz y los cuatro Santos evangelios que resignaría a su favor” el cargo de Maestre de Santiago, pero faltó a tan sagrado juramente y le negó lo prometido al Gran Capitán, por lo que éste se retiró a Loja, ciudad que le concedió el Monarca, cansado y desengañado. En 1.512 rompió su amistad con el rey Fernando el Católico.

Antes de su fallecimiento estuvo una temporada de retiro en el monasterio de San Jerónimo de Córdoba, en cuyo cenobio tuvo intención de recluirse el resto de sus días. Murió en Loja en 1.515 a la edad de 62 años. Su cadáver se conserva en la iglesia de San Francisco de Granada.

El Gran Capitán fue un gran servidor del naciente estado español, a la vez que sagaz político, extraordinario diplomático, gran general y un genio militar excepcional. Supo combinar con maestría las tres armas de infantería, caballería y artillería; incorporó los fuegos de arcabuces y artillería a la maniobra general y supo sacar provecho de ellos adaptándolos al terreno. Supo mover las tropas por el terreno, efectuó marchas muy rápidas para la época, que se hicieron célebres, y supo llevar al enemigo a que combatiera en el terreno que él deseaba. Era idolatrado por sus soldados y admirado por todos.

Sin duda alguna el ejército del Gran Capitán sentó las bases de lo que en un futuro inmediato sería la famosa “infantería española”, que reinaría en los campos de batalla hasta la derrota de Rocroi.

La leyenda afirma que el rey le pidió cuentas de su gestión, las famosas “Cuentas del Gran Capitán”, pero este hecho no está demostrado documentalmente. Sí es cierto la diferencia de caracteres tan abismal entre el Gran Capitan y el rey don Fernando. Este era tacaño, quizás debido a la penuria de medios económicos de su padre y de él mismo en sus primeros años de reinado como príncipe aragonés. En cambio aquel era bastante generoso: ganaba y derrochaba como un gran señor andaluz, como lo demostró a la hora de recompensar a sus subordinados.

Alejandro Farnesio y Habsburgo (Roma, 27 de agosto de 1545 – Arrás, 3 de diciembre de 1592)

Tercer duque de Parma y Piacenza, hijo de Octavio Farnesio y Margarita de Parma, la hija ilegítima del emperador Carlos V, sobrino de Felipe II y de Don Juan de Austria. Desarrolló una importante labor militar y diplomática al servicio de la corona española. Luchó en la batalla de Lepanto contra los turcos y en los Países Bajos contra los rebeldes holandeses.

Acompañó a su madre a Bruselas cuando fue nombrada gobernadora de los Países Bajos. En 1565 se casó con la princesa María de Portugal, boda celebrada en Bruselas con gran esplendor. Alejandro había crecido en España con el príncipe Carlos, hijo de Felipe II, y su tío Don Juan de Austria y tras su matrimonio se instaló en la corte de Madrid. De ese matrimonio nació:

  • Ranuccio I Farnesio (1569-1622), su sucesor y uno de los posibles herederos al trono portugués durante la crisis de 1580 (por ser bisnieto de Manuel I de Portugal).

Pasaron varios años antes de que pudiera demostrar su talento para las operaciones militares. Durante ese tiempo los Países Bajos se habían rebelado contra la corona española y tras la muerte de Luis de Requesens, Don Juan fue enviado como gobernador en 1576. En otoño de 1577 Alejandro Farnesio fue enviado en ayuda de Don Juan, llegando como comandante del ejército al frente de los tercios, con los que en enero de 1578 derrotó a un ejército protestante en la batalla de Gembloux. En octubre de 1578 Don Juan moría de tifus solicitando a Felipe II que Alejandro fuera nombrado gobernador de los Países Bajos, a lo que el rey accedió.

Demostró sus dotes como diplomático a los tres meses, en enero de 1579, cuando consiguió, mediante la Unión de Arras, llevar de nuevo a la obediencia a la corona española a las provincia del sur que se habían unido a Guillermo de Orange en su rebeldía. Por el contrario, las provincias rebeldes abjuraron definitivamente de la soberanía de Felipe II unas semanas más tarde mediante la Unión de Utrecht.

Tan pronto como obtuvo una base de operaciones segura en la provincia de Hainaut y Artois, se dispuso a reconquistar las provincias de Brabante y Flandes. Una ciudad tras otra fueron cayendo bajo su control hasta llegar frente a Amberes, a la que puso sitio en 1584. El asedio de Amberes exigió todo el genio militar y fuerza de voluntad de Alejandro para completar el cerco y finalmente rendir la ciudad el 15 de agosto de 1585. El éxito militar de Alejandro volvió a poner en manos de la corona española todas las provincias del sur de los Países Bajos, pero la orografía y situación geográfica de las provincias de Holanda y Zelanda hacían imposible su conquista sin contar con el dominio del mar, en manos de los rebeldes.

En 1586 se convierte en duque de Parma por la muerte de su padre y solicita permiso al rey para ausentarse y visitar el territorio del ducado, permiso que no le es otorgado, ya que el rey lo considera insustituible.

En preparación al intento de invasión de Inglaterra con la Armada Invencible, Alejandro marcha contra las ciudades de Ostende y Sluis, conquistando ésta última, a donde llega la Armada en 1587. Después de la derrota de la Armada, Alejandro se instala en Dunkerque.

Tras el asesinato del rey francés Enrique III en diciembre de 1589, Alejandro fue enviado con el ejército a Francia para luchar con el bando católico opuesto al rey Enrique IV. En el asedio de Caudebec, el 25 de abril de 1592, resultó herido de un disparo de mosquete.  Se retiró con su ejército a Flandes. Posteriormente su salud se agravó, falleciendo la noche del 2 al 3 de diciembre de 1592 en la Abadía de Saint-Vaast de Arrás.

En 1956 se creó el cuarto tercio de la Legión Española, llamándose Tercio Alejandro Farnesio en su honor.

DON JUAN DE AUSTRIA

El apuesto don Juan de Austria, hijo natural de Carlos V y la alemana Bárbara Blomberg, fue según muchos quien heredó las cualidades del emperador. Derrotó a los turcos en Lepanto y quiso hacerse con el trono de Inglaterra, pero su medio hermano Felipe II tenía otros planes para él. Lo envió como gobernador a Flandes, donde se vio envuelto en turbias intrigas y murió de tifus a los 31 años.

Con apenas 25 años comandó la flota cristiana que derrotó a los turcos en Lepanto. Toda Europa lo celebró como su salvador. Pero siete años después moría en Flandes, en un humilde palomar, sin haber podido realizar sus grandiosos proyectos. Don Juan de Austria fue fruto de los amores fugaces del emperador Carlos V con una joven alemana. Su padre no le reconoció públicamente como hijo suyo, y sólo hizo que lo trasladaran a España cuando tenía cinco años para ponerlo al cuidado de una modesta familia de Leganés que le dio una educación despreocupada. Tres años después se descubrió oficialmente el secreto a voces de la paternidad del muchacho, después de que éste visitara a su progenitor en el monasterio de Yuste, adonde Carlos V se había retirado tras abdicar de sus títulos.

Fue entonces cuando pasó a llamarse don Juan de Austria. Felipe II, su medio hermano, le puso casa propia y le tuvo desde el principio un cierto cariño como miembro de la familia real, de la que ahora ya formaba parte por derecho. Aunque siempre le negó el tratamiento de alteza y tampoco le permitió ostentar la dignidad de infante. El siempre desconfiado Felipe le nombró nada menos que capitán general de las fuerzas cristianas en la lucha contra los moriscos sublevados en Granada, en 1568. La dureza que demostró en la toma de Galera fue una mancha negra en su brillante historial como héroe, aunque jamás repitió una actuación semejante. De aquel conflicto salió con una importante aureola de pacificador victorioso.

Su triunfo representó un éxito en la corte, pero le aguardaba un reconocimiento mucho mayor en Europa. Pese a su juventud, don Juan fue nombrado comandante de la flota aliada de la Santa Liga (alianza de las fuerzas navales del papado, Venecia y España para luchar contra el todopoderoso Imperio otomano); el piadoso y decidido Pío V estaba convencido de que era el hombre elegido por dios para defender a la Cristiandad. La batalla naval de Lepanto (la más grande de su época) lo consagró como el héroe del momento.

Se había ganado un puesto entre los grandes capitanes desde la Antigüedad. Más allá de sus indudables dotes físicas y de que fuera el personaje admirado por dos pontífices sucesivos (Pío V y Gregorio XIII, que le agasajaron por sus grandes servicios a la fe), para el alimento de la leyenda estaban también su carácter extraordinariamente abierto, una personalidad cautivadora que destacaba más en él que su propia inteligencia o talento militar. Y, por supuesto, su innegable generosidad, especialmente con los vencidos y con los humildes, al estilo de los héroes clásicos. Años más tarde, don Juan de Austria fue nombrado gobernador de los Países Bajos. Pero aquella decisión se convertiría, a la postre, en una trampa mortal. Para don Juan, el único interés de ese cargo estribaba en las posibilidades que le daba para optar a la corona de Inglaterra, pero llegó a aquellas tierras en el peor momento, poco después del terrible saqueo de Amberes por las fuerzas españolas, en noviembre de 1576.

Al final, de Inglaterra, nada; según Felipe, había que firmar la paz con los flamencos. Por si eso fuera poco, don Juan se enteró después del fatal asesinato de su fiel secretario Juan de Escobedo en Madrid. Esta impactante noticia demostraba que su hermano le había retirado la confianza y hasta el afecto. El tifus hizo presa en su joven cuerpo de 31 años y, en un modestísimo palomar, adecentado a duras penas para la ocasión dentro de las circunstancias extremas que deparaba la guerra, pasó sus agónicos últimos días, hasta expirar el primero de octubre de 1578.

Ambrosio de Spinola

(Génova, 1569-Castelnuovo di Scrivia, actual Italia, 1630) Militar español de origen genovés.

Miembro de una rica familia de banqueros genoveses muy ligada a la monarquía española, en 1601 entró al servicio de Felipe III y financió un poderoso ejército, a cuyo frente se puso él mismo, para apoyar al archiduque Alberto, gobernador español de los Países Bajos, en su lucha contra los holandeses. Pronto demostró su valía como general, y en 1604 derrotó a Mauricio I de Nassau-Orange en Ostende. A pesar de las numerosas victorias que cosechó en los campos de batalla, los gastos de sus tropas y las dificultades económicas de la Corona lo llevaron a la ruina y le convencieron de la necesidad de buscar la paz, por lo que tomó parte en las negociaciones que condujeron a la tregua de los Doce Años en 1609. Tras el inicio de la guerra de los Treinta Años (1618), invadió el Palatinado y derrotó a los partidarios del elector Federico. Las operaciones en Alemania se vieron interrumpidas por la conclusión de la tregua de los Doce Años, lo que supuso reanudar las hostilidades en los Países Bajos. Spínola realizó una ofensiva que culminó con la toma de Breda en agosto de 1625, inmortalizada por Velázquez en su cuadro La rendición de Breda (o Las lanzas) Pero el gobierno de Madrid no supo aprovechar esta situación para lograr una paz favorable, y el príncipe de Orange, Federico Enrique, consiguió recuperar la iniciativa y Spínola hubo de pasar a la defensiva. Tras su regreso a España, donde abogó por concertar la paz y mostró su desacuerdo con la política del conde-duque de Olivares, fue enviado a Italia, en 1629, para combatir contra los franceses por el conflicto originado por la sucesión del ducado de Mantua. En Italia falleció, a consecuencia de las heridas sufridas en el asedio de Casale.

Duque de Alba

En 1507, nacía el que sería uno de los soldados más importantes de la Historia de España, que libraría espectaculares batallas y conseguiría brillantes victorias , tanto en el reinado de Carlos V como el de Felipe II.

Estamos ante un hombre de recia condición , ante un guerrero de la España Imperial. Su nombre se haría temible en toda la Europa Occidental, especialmente en los Países Bajos, cuyos pueblos sentirían su extremo rigor. Pero también los de Italia, hasta el punto de acobardar al mismo papa Paulo IV. Lucharía en los campos de Europa y África. Estaría en Viena, defendiéndola del turco. Y en Túnez acompañando a Carlos V en su brillante conquista. Y siempre al lado del Emperador también en la Germanía contra los príncipes protestantes alemanes. Y ante Roma acercándose a ella con sus temibles Tercios viejos. Después cuando estalla la rebelión calvinista contra Felipe II, su rey le manda allí para imponer la ley. Y lo hará de un modo implacable.

De aquí el sobrenombre de “Duque de Hierro” . Asombrosamente su entrega a la Monarquía no le consigue el amor de su rey, Felipe II se le mostrara siempre receloso, distante y desconfiado. Incluso en su vejez, cuando solo aspiraba a la paz de su hogar, el rey le confina en un castillo.

Un destierro que saldrá por orden regía. Porque Felipe II quiere ponerle al mando del ejército para la conquista de Portugal. Y será en Lisboa, después de lograr tal conquista, donde muere el fiero “Duque de Hierro” a finales de 1582. Una vida legendaria al servicio de la España Imperial.

El III Duque de Alba fue un hombre sin tiempo propio, permanente servidor de la Corona como soldado y como diplomático , arquetipo de la nobleza castellana , altivo, orgulloso, siempre endeudado, de vida familiar ejercida intermitentemente, que vivió entre el Renacimiento y el Barroco , con la vista puesta siempre hacia atrás.

¿integrista? Esta es una imagen estereotipada, su gobierno en los Países Bajos, de 1567 a 1574, dejó tras de si una estela de muertes, a través del Tribunal de los Tumultos y por los saqueos y masacres en diversas ciudades flamencas. Pero su labor política no la hizo en un sentido contrareformista , sino en el sentido estricto del servicio a la Monarquía. A lo largo de la década de 1540 ,colaboró con hombres como Mauricio de Sajonia y Guillermo de Orange . No empleó la palabra “hereje” hasta 1560 . Su obsesión no fue la herejía, sino la rebeldía al rey. Fue un político de piñón fijo. No sorprenden en nada sus pésimas relaciones con Francisco de Borja, duque de Gandia, jesuita y santo.

Sin pliegues en su carácter , el  problema del duque de Alba fue que no supo entender la modernidad barroca y las estrategias de la disimulación y el compromiso. Kamen lo llamó “el soldado perdido en el mundo de la política”. Ciertamente su mentalidad fue militar, pero tampoco se movió mal en el mundo de la política, como lo demuestra su papel en la paz de Cateau-Cambresis. De hecho conjugo guerra y paz desde su nacimiento en 1507 en Piedrahita.

Huérfano de padre a los tres años, al morir este en Trípoli, sus preceptores fueron  italianos(Bernardo Gentile y Severo Marini). Su abuelo intento que Luis Vives fuese su maestro pero no lo consiguió. Su amistad con Boscán y Garcilaso le marcó con una formación humanística notable. Dominio del latín y buen conocimiento del francés ,inglés y alemán , aunque nunca se considerara un intelectual. Fue un soldado en la línea  del Gran Capitán, con el sueño italiano por bandera, pero con la voluntad firme de no tener los problemas que tuvo Gonzalo Fernández de Córdoba con el Rey Católico.

Como militar destacó en diversos frentes mucho antes de su gobierno en Flandes  Fuenterrabía, conquista de Túnez en 1535, invasión de Provenza al año siguiente ,represión de la revuelta de Gante, fracaso ante Argel, victoria en Mülhberg, sitio de Metz, enfrentamiento con el papa Paulo IV…), pero no estuvo presente en Villalar ,ni en S. Quintín(donde por cierto si estuvo Egmont, luego su victima), ni en Lepanto.

Donde mejor se movió fue en Italia, especialmente en su papel de capitán general, gobernador de Milán y virrey de Nápoles. Pudo repetir el Saco de Roma de 1527 pero no quiso y acabó entendiéndose con el papa Paulo IV, lo que más cumplidamente.

El emperador Carlos que tanto le debía, recomendaba a su hijo : “ De ponerle a él o a otros grandes muy adentro en la gobernación os haveis de guardar , por todas las vías que él y ellos pudieran, os ganaran la voluntad que después os costará caro”. La verdad que Felipe II no hizo mucho caso a lo que le dijo su padre y repitió lo mismo que había hecho Carlos; Confiar en el fiel servidor y desecharlo al primer signo de fracaso.

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5. Grandes gestas

La batalla de San Quintín 1556

La batalla de San Quintín

La batalla que da título a este blog empezó a gestarse en 1556, tomando lugar un año más tarde. Una batalla entre el vasto Imperio Español y la pujante Francia, consecuencia en cierto modo de las intrigas políticas de la época.

Francia, España e Inglaterra han estado siempre en conflictos, los unos con los otros, los otros con los unos, alianzas de dos contra uno, luego los otrora enemigos pasando a aliados y así sucesivamente. No obstante, no fue hasta la llegada de los Borbones a la corona hispana cuando realmente España y Francia empezaron a aliarse contra la archienemiga Gran Bretaña. Una alianza que trajo más penas que gloria para los españoles, pero esta es otra historia.

La batalla de San Quintín no se entiende sin el contexto histórico de la época. En 1556 Carlos I de España y V de Alemania abdica en favor de su hijo Felipe II. El legado de aquél fue no sólo la península ibérica, sino la Europa controlada por el emperador Carlos, que comprendía los Estados de Borgoña por herencia de su abuela paterna, María de Borgoña, que a su vez incluían: el Franco Condado y los derecho sobre el ducado de Borgoña, Flandes, el Artois, Brabante, Holanda y Luxemburgo. De su abuelo paterno, Maximiliano I de Austria, también obtuvo Austria, Carintia, Carniola, Estiria, Tirol y Sundgau.

Por parte de sus abuelos maternos (los Reyes Católicos), obtuvo el dominio de toda España a la muerte de su abuelo, Fernando el Católico, en 1516. Por fin se reunificó lo que en el 711 fue dividido por la invasión de los muslimes. Bajo una corona ahora estaban los antiguos reinos de Castilla, Aragón, Valencia, los Condados Catalanes, Navarra y Granada, más las posesiones aragonesas en el Mediterráneo, que eran Cerdeña, Sicilia y Nápoles, más las plazas castellanas en África, como las islas Canarias, Melilla, Orán, Trípoli, Bugía más, por supuesto, el Nuevo Mundo (Ceuta no pasaría a manos españolas hasta la reunificación de la corona de Portugal, ya con Felipe II).

Ante tamaño Imperio, Francia se veía amenazada por todos los flancos y, sabiendo ese aire de superioridad francesa, sobre todo para con los españoles, esto era una afrente difícil de soportar.

Un jinete herreruelo de la caballería española dispara a un sargento alemán al servicio de Francia durante la Batalla de San Quintín en Agosto de 1557, donde los Tercios lograron una gran victoria sobre el ejército de Enrique II de Francia.

Conociendo así el mapa de Europa, Francia y España llevaban casi un siglo de conflicto por las posesiones italianas. Fue en 1556 cuando el Rey francés Enrique II pactó con el papa Paulo IV, antiespañol, con el objetivo de liberar Nápoles del dominio español e integrarlo a los Estados Papales. Facilitó así la entrada de las tropas francesas rechazando el duque de Alba, al mando de las tropas hispanas, a los invasores, procediendo a aislar al Papa y ganándose un sitio en el infierno o, al menos, eso fue lo que intentó el Papa Paulo IV al excomulgarle. No obstante, curiosamente el desenlace del conflicto sería en territorio galo.

Una vez que Felipe II logró reunir un ejército respetable (los problemas económicos fueron un obstáculo duro a superar), comenzó la invasión a Francia desde Flandes. Más de 40 mil soldados, entre españoles, flamencos, borgoñones y los mercenarios alemanes, se adentraron en suelo francés, en julio de 1557 bajo el mando de Manuel Filiberto, duque de Saboya que, a la sazón, contaba tan solo con 29 años.

Tras realizar diversas maniobras de diversión, haciendo creer a los franceses que se intentaría una invasión de la Champaña, hacia donde se dirigió el ejército imperial fue a San Quintín, localidad de la Picardía francesa situada a orillas del río Somme. Los españoles contaban con superioridad numérica, pero la ciudad contaba con muy buenas defensas y, sobre todo, el ánimo de los defensores a resistir hasta la última gota de sangre. Batallas incluso más desproporcionadas en número, como la de Blas de Lezo en Cartagena de Indias, esta vez conteniendo el ataque inglés, se resolvieron a favor de los sitiados al estar bien dirigidos, contar con una estrategia clara y estar dispuesto a luchar hasta el último aliento.

Pero a estas premisas que ya presumían un sitio duro, se le añadió el hecho de que los franceses pronto acudieron al apoyo de sus compatriotas. El Condestable Montmorency reunió a 26 mil hombres bien pertrechados, y confiaba que uniéndose a los sitiados, obtendría un muy fácil victoria, a lo que se sumaba la poca consideración que tenía sobre la capacidad militar del duque de Saboya.

Al conocer el resultado de San Quintín, Felipe II decidió construir, en homenaje, el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Acto seguido fue en persona a visitar al duque de Saboya (Felipe II se encontraba en Flandes antes de iniciar el ataque) y, probablemente en lo que ha sido un error, decidió no atacar París, en contra de la opinión de Manuel Filiberto, hasta no tomar completamente San Quintín, que cayó definitivamente el 27 de agosto de 1557. En 1558 las tropas españolas volvieron a vencer a las francesas en la batalla de Gravelinas, forzando a Francia a firmar la Paz de Cateau-Cambresis un año más tarde.

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Saqueo de Amberes 1576

Saqueo de Amberes
El saqueo de Amberes, conocido como la Furia Española en Holanda, Bélgica e Inglaterra, por parte de soldados españoles amotinados se produjo entre el 4 de noviembre y el 7 de noviembre de 1576. En él murieron varios miles de ciudadanos y fue el detonante para la sublevación de las provincias de Flandes que aún permanecían leales a la corona española en la Guerra de los Ochenta Años.

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El 1 de septiembre de 1575 se produjo la segunda quiebra de la Hacienda Real de Felipe II, lo cual hacía imposible el abono de las pagas que se debían a los soldados del ejército de Flandes, algunas de cuyas unidades llevaban más de dos años y medio sin cobrar, por lo que tenían que vivir de la población, a la que usualmente robaban. En julio de 1576 el tercio de Valdés se amotinó por el mismo motivo y ocupó la ciudad de Aalst para saquearla (ver Motín de Aalst) . El Consejo de Estado, con los miembros leales a la corona arrestados por orden de los nobles flamencos Heese y Climes y apoyándose en la indignación por los desórdenes y el cansancio de la guerra, autorizó a la población de los Países Bajos a que se armase para expulsar a todos los españoles, soldados o no, y puso bajo su mando a unidades valonas y alemanas para luchar junto a los rebeldes holandeses contra las tropas españolas. Aprovechando la situación, las tropas rebeldes intentaron apoderarse del castillo de Amberes.

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El ayuntamiento de Amberes ardiendo durante el saqueo de la ciudad por tropas españolas en 1576.

El 3 de octubre las tropas rebeldes (formadas por casi 20.000 hombres), entraron en la ciudad, cuyos gobernadores les habían abierto las puertas, y tomaron posiciones para asaltar el castillo defendido por tropas españolas al mando de Sancho Dávila. Los amotinados de Aalst (unos 1.600 hombres), que habían rehusado anteriormente obedecer cualquier orden sin haber cobrado antes las deudas, al tener noticia del ataque, marcharon toda la noche en dirección a Amberes para ayudar a los sitiados, llegando a la ciudad la mañana del día cuatro. Consiguieron entrar en el castillo y reunirse con otras unidades (600 hombres al mando de Julián Romero y Alonso de Vargas) que acudían desde diferentes lugares a socorrer a Dávila. A pesar de que las tropas rebeldes eran mucho más numerosas, los amotinados y la guarnición del castillo se lanzaron al ataque por las calles de la ciudad haciendo huir a los holandeses. Algunos de ellos se refugiaron en el ayuntamiento, escopeteando con mosquetes a los españoles. Éstos lo incendiaron, propagándose las llamas por la ciudad. Acto seguido, y debido al gran desorden, procedieron a saquear la ciudad durante tres días, contándose los muertos por millares.

Saqueo de Amberes 1576

La indignación de las provincias y el Consejo de Estado por el saqueo no tuvo límites. El día 8 de noviembre firmaron la pacificación de Gante que exigía la salida de los soldados españoles de los Países Bajos, acuerdo que Don Juan de Austria tuvo que aceptar para no perder totalmente el control de las provincias.

Con el saqueo de Amberes y la marcha de los tercios del ejército de Flandes, se perdió el fruto de diez años de esfuerzos por parte de la corona para recuperar el control de las provincias rebeldes.

Este incidente además sirvió para alimentar aun más la Leyenda Negra.


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Batalla de Mühlberg 1547

La batalla de Mühlberg tuvo lugar el 24 de abril de 1547 en esta localidad alemana entre las tropas del emperador Carlos V y las de la Liga de Esmalcalda, con el triunfo de las primeras.

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La reforma luterana estaba creando una escisión no sólo religiosa, sino también política en el seno del Sacro Imperio Romano Germánico. Los opositores al emperador Carlos V formaron la Liga de Esmalcalda y desafiaron la autoridad imperial. Carlos y su hermano el archiduque Fernando (futuro emperador) se unieron para combatir contra la Liga. Por razones no confesionales, sino estratégicas, contaron con el apoyo del duque protestante Mauricio de Sajonia. Las tropas de los Habsburgo estaban compuestas por 8.000 veteranos de los tercios españoles procedentes del Tercio de Hungría, con 2.800 infantes a las órdenes del maestro de campo Álvaro de Sande; elTercio Viejo de Lombardía, con 3.000 hombres mandados por Rodrigo de Arce, y el Tercio Viejo de Nápoles, con poco más de 2.000 soldados, dirigido por Alonso Vivas, todos al mando del duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, 16.000 lansquenetes alemanes, 10.000 italianos comandados por Octavio Farnesio y otros 10.000 belgas y flamencos capitaneados por el conde de Buren, Maximiliano de Egmont. En total, 44.000 soldados de infantería a los que hay que añadir otros 7.000 de caballería. La Liga contaba con una fuerza similar mandada por Juan Federico, el elector de Sajonia, y por Felipe el Magnánimo, el landgrave de Hesse.

Batalla de Mühlberg, 1547

Las tropas de la Liga estaban acampadas a orillas del río Elba, en las proximidades de la actual localidad de Mühlberg an der Elbe, hoy en al Estado federado alemán de Brandeburgo y en aquella época en Sajonia. Habían destruido los puentes que comunicaban con la otra orilla y se consideraban protegidas por el caudaloso río, cuya barrera les parecía infranqueable. Mas no era así; el ejército imperial averiguó el emplazamiento del enemigo y antes de la madrugada del 24 de abril de 1547, aprovechando la nocturnidad, la audacia de diez arcabuceros españoles al mando del capitán Cristóbal de Mondragón, que cruzaron el río a nado con las espada entre los dientes y apresaron varias barcas, con las que luego pasarían de un lado al otro de las orillas del río a casi mil soldados de la infantería de los tercios, con lo que lograron crear una cabeza de puente segura, que consiguió que -gracias a la eficacia de los pontoneros imperiales- el grueso de las tropas de Carlos I de España pasase y aniquilara al ejército de la Liga de Esmacalda mientras el ejército protestante intentaba huir. Sus jefes, Juan Federico y Felipe I de Hesse fueron apresados.

Tras la batalla, Carlos I llamó ante su presencia a aquellos primeros arcabuceros españoles que consiguieron cruzar a nado el río y que dieron la victoria a los imperiales. El rey los recompensó con una vestimenta de terciopelo grana, guarnecida de plata, y cien ducados.

Como consecuencia la Liga de Esmalcalda quedó disuelta, sus jefes encarcelados en el castillo de Halle, a Mauricio de Sajonia se le otorgó el cargo de elector, y Carlos V salió triunfante y reforzado en su poder imperial. Sin embargo, esta euforia no fue muy duradera, ya que los príncipes alemanes se aliaron con Enrique II de Francia en el Tratado de Chambord, quien tomó las plazas imperiales de Metz, Toul y Verdún, al tiempo que los turcos ocupaban Trípoli y Mauricio de Sajonia traicionaba la confianza de su Emperador Carlos y le atacaba en Innsbruck, quien pudo escapar por los nevados pasos de los Alpes para salvarse en Italia.

La huida de Innsbruck supone una humillación para el Emperador y además fracasa estrepitosamente al intentar recuperar Metz (1553). La solución definitiva se alcanzará en la Paz de Augsburgo de 1555, por la que cada príncipe podrá determinar la religión de su territorio (cuius regio, eius religio), y la posición del Emperador quedará irremediablemente debilitada en el interior del Imperio.

Retrato Ecuestre de Carlos V en Mühlberg

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Lepanto 1571 Fin de la amenaza islámica. Última Cruzada

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La batalla de Lepanto (1571):

La armada aliada estaba formada por 70 galeras españolas (sumadas las propiamente hispanas con las de Nápoles, Sicilia, y Génova), 9 de Malta, 12 del Papado y 140 venecianas. Los combatientes españoles sumaban 20.000, los del Papa 2.000 y los venecianos 8.000. La flota estaba confiada teóricamente a Juan de Austria y dirigida efectivamente por jefes experimentados como Gian Andrea Doria y los catalanes Juan de Cardona y Luis de Requesens. Marco Antonio Colonna, condestable de Nápoles y vasallo de España, era el almirante del papa. Las naves venecianas estaban al mando de Sebastián Veniero.

Preparativos

La preparación de la cristiandad para enfrentarse de una forma decidida con el peligro turco fue muy laboriosa. El único hombre que vio clara la situación desde el primer momento fue el papa Pío V. Incluso Felipe II, que tan amenazadas veía sus posesiones peninsulares por el enemigo, tardó mucho en convencerse de la necesidad de afrontar el peligro de frente y de asestar un golpe definitivo a los turcos. Las capitulaciones para constituir la Liga Santa se demorarían hasta el 25 de mayo de 1571 debido a la disparidad de intereses y proyectos. La unión de escuadras cristianas que el Papa había convocado en respuesta a la toma de Chipre (1570) había resultado un fracaso del que los jefes se culpaban mutuamente. La Sublime Puerta lanzó un ataque a fondo contra Famagusta, último reducto de los venecianos en Chipre. Fuerzas turcas se apoderaron de Dulcino, Budua y Antivari, e incluso llegaron a amenazar la plaza de Zara. La escuadra española estuvo ya preparada el 5 de septiembre con la llegada de Andrea Doria, Don Alvaro de Bazán y Juan de Cardona. El 29 de agosto, el obispo Odescalco llegó a Mesina, dio la bendición apostólica en nombre del Papa y concedió indulgencias de cruzada y jubileo extraordinario a toda la armada. El 15 de septiembre, Don Juan ordenó la salida de la flota y el 26 fondeó en Corfú, mientras una flotilla dirigida por Gil de Andrade exploraba la zona.


Agostino Barbarigo, segundo del almirante Veniero murió en combate por un flechazo en la cabeza despues de ser herido por una flecha en el ojo (no cayó hasta pasadas pocas horas de ser herido, seguro ya de la victoria de la flota).

Las armadas se encuentran en el golfo de Lepanto

Don Juan de Austria constituyó una batalla central de 60 galeras en las que iban Colonna y Veniero con sus naves capitanas, flanqueada por otras batallas menores al mando de Andrea Doria, Alvaro Bazán y el veneciano Agustín Barbarigo. A Cardona se le dio una flotilla exploradora en vanguardia. A bordo iban cuatro tercios españoles de Lope de Figueroa, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel Moncada. La infantería italiana era también de gran calidad. La desconfianza hacia los venecianos era tal que don Juan repartió 4.000 de los mejores soldados españoles en las galeras de la Señoría e hizo que éstas navegasen entreveradas con las de España. El 29 de septiembre abordó a la capitana de don Juan una fragata de Andrade con el anuncio de que los turcos esperaban en el golfo de Lepanto. La flota de la Liga salió el 3 de octubre del puerto de Guamenizas en dirección a Cefalonia, y el sábado 6, a la caída de la tarde, llegaba al puerto de Petela. Bazán aconsejaba entrar en el golfo y Andrea Doria temía aventurarlo todo en una jornada. En el Consejo se aprobó el plan de Bazán de presentar combate en la madrugada del día siguiente, frente al golfo de Lepanto. La maniobra ordenada permitió cerrar el golfo y dio tiempo a una perfecta colocación de la armada.


Don Juan de Austria superó todas las expectativas. Tras la Rebelión de los Moriscos
dió cumplida fe de todo lo que venía comentándose sobre su persona. Su papel fue decisivo en la jornada de Lepanto, y años más tarde asestaría un tremendo golpe a los protestantes holandeses en Gembloux.

El combate (7 de octubre de 1571)

Al alba del día 7 la flota cristiana estaba situada en las islas Equínadas. Poco después avistaron a la turca adelantándose hacia la boca del golfo de Lepanto. Alí estaba al mando de 260 galeras y contaba con las naves del corsario argelino Luchalí. A las diez de la mañana las escuadras se hallaron frente a frente. Cerca del mediodía la galera del Amirante Alí Bajá disparó el primer cañonazo. Alí concentró el esfuerzo sobre las galeras venecianas, que suponía menos aguerridas. El primer ataque turco fue neutralizado por Barbarigo, que fue herido de muerte.

Durante dos horas se peleó con ardor por ambas partes, y por dos veces fueron rechazados los españoles del puente de la galera real turca; pero en un tercera embestida aniquilaron a los jenízaros que la defendían y, herido el almirante de un arcabuzazo, un remero cristiano le cortó la cabeza. Al izarse un pabellón cristiano en la galera turca arreciaron el ataque las naves cristianas contra las capitanas turcas que no se rendían; pero al fin la flota central turca fue aniquilada. (Marqués de Lozoya)

En la galera Marquesa combatió Miguel de Cervantes con gran valor. Tenía entonces veinticuatro años y continuó combatiendo después de ser herido en el pecho y en el brazo izquierdo, que le quedaría inútil. El consejo de don García de Toledo de recortar los espolones hizo más eficaz el empleo de la artillería. La arcabucería española resultó decisiva en el combate cuerpo a cuerpo causando gran número de bajas. En muchas de las galeras turcas los cautivos cristianos se rebelaron en lo más recio del combate. Fue un galeote cristiano quien cortó la cabeza del almirante Alí con su hacha de abordaje. Sólo 50 de las 300 naves turcas pudieron escapar. El argelino Luchalí combatió con fortuna en el ala derecha y logró escapar hacia la costa de Morea. La persecución que llevó a cabo Bazán cesó al caer la tarde sin conseguir darle alcance.


Don Álvaro de Bazán fue uno de nuestros insignes almirantes, no conociendo la derrota en el mar durante múltiples campañas. Murió preparando la Invencible en Lisboa en 1588.

Carácter decisivo de la victoria y consecuencias

Se celebró un Consejo después de que la flota se retirarse a Petela y prevaleció el parecer de dar por terminada la campaña de aquel año. Pío V y el Dux de Venecia reconocieron que la victoria se debió principalmente a España y a Don Juan de Austria. Aunque Lepanto aparentemente fue una victoria total para los miembros de la Liga Santa, el carácter definitivo de la victoria cristiana ha sido discutido por muchos historiadores.

Pocas veces, si alguna, en la historia de los tiempos modernos, los frutos de una bella victoria han sido más vergonzosamente desperdiciados.

Aplazamientos, desconfianzas entre los aliados y la muerte del papa San Pío V provocaron la malversación del triunfo de Lepanto. Felipe II se sentía temeroso de un nuevo afianzamiento de la alianza francoturca; los venecianos se hallaban dispuestos, al cabo de cierto tiempo, a hacer una paz separada: si no hubiese sido por el entusiasmo de Don Juan de Austria, la Liga se habría deshecho… Pero las desconfianzas de Felipe -sus celos- hacia Don Juan de Austria, sus lentitudes características, dieron por resultado, al cabo de pocos meses, la caída de Túnez y la Goleta en poder de los turcos (1574). Así quedaba desvanecida la gloria de Lepanto.

La victoria de Lepanto abría la puerta a las mayores esperanzas. Sin embargo, de momento, no trajo consigo ninguna clase de consecuencias. La flota aliada no persiguió al enemigo en derrota, por diversas razones: sus propias pérdidas y el mal tiempo, a quien el imperio turco, desconcertado, debió tal vez su salvación. En este sentido, fue fatal la larga demora española del verano de 1571, pues, al colocar a los aliados victoriosos en los umbrales de la estación del mal tiempo, vinieron a interponerse ante la victoria, como treguas obligatorias, el otoño, el invierno y la primavera… Pero si, en vez de fijarnos exclusivamente en lo que viene después de Lepanto, paramos la atención en lo que precede a esta victoria, nos daremos cuenta de que viene a poner fin a un estado de cosas lamentable, a un verdadero complejo de inferioridad por parte de la Cristiandad y una primacía no menos verdadera por parte de los turcos. La victoria cristiana cerró el paso a un porvenir que se anunciaba muy próximo y muy sombrío.


El combate adquirió mayor crudeza en la cubierta de las dos naves capitanas, La Real y La Sultana. Los capitanes y generales españoles combatieron con ardor como un soldado más. Ilustración de Juan Luna y Novicio.



Los vencedores de Lepanto: Don Juan de Austria, Marco Antonio Colonna y Sebastián Veniero.