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DON GONZALO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, EL GRAN CAPITÁN (1453 – 1515)
General español, conquistador del reino de Nápoles para la corona de España.
Don Gonzalo Fernández de Córdoba nació en Montilla, Córdoba, el 1 de septiembre de 1.453 y murió en Loja en 1.515. Pertenecía a la Casa de Aguilar. Era hijo de Pedro Fernández de Aguilar y Elvira de Herrera y fue educado en Córdoba. Desde muy niño fue paje del infante don Alfonso, al que sirvió durante la guerra que éste sostuvo como aspirante al trono de Castilla contra el legítimo rey Enrique IV, su hermano.
La reina Isabel la Católica, que acababa de casarse, se disponía a defender sus derechos contra los partidarios de La Beltraneja en la Guerra Civil castellana, y le llamó a su lado para que luchara con sus tropas. En esta guerra hizo sus primeras armas, como correspondía a un segundón de la nobleza castellana, mereciendo grandes elogios de sus jefes. A partir de entonces, se distinguió en la Corte por su apostura, magnificiencia y generosidad. Se casó con su prima Isabel de Montemayor, pero pronto quedó viudo y libre para dedicarse por entero a la vida militar.
En la Guerra de Granada mandó una “capitanía” de 100 lanzas de las Guardas Reales de Castilla. Figuró entre los más valientes en la toma de Loja, ciudad que le confiaron los Reyes Católicos, y se distinguió en el sitio de Tájara y en la conquista de Illora. Durante el cerco de Granada tomó parte en las negociaciones con Boabdil para lograr la capitulación de la capital.
En recompensa por sus destacados servicios, recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Orjiva y determinadas rentas sobre la producción de seda granadina, lo cual contribuyó a engrandecer su fortuna. Sus hazañas y cualidades inclinaron a la reina Isabel para escogerle para mandar el cuerpo expedicionario que el rey Fernando envió a Italia para librar a Nápoles de las tropas invasoras francesas.
Don Gonzalo zarpó para Sicilia en 1495. Tenía a la sazón 42 años. En la Primera Campaña de Italia Fernández de Córdoba hizo gala de grandes dotes militares como jefe de un ejército. Con escasas fuerzas y mucha movilidad se hizo con toda la Calabria en 1495. Al año siguiente efectuó una marcha relámpago para acudir al sitio de Atella y ponerse al frente de las fuerzas aliadas de la Santa Liga. En algo más de un mes logró la capitulación del ejército francés, la repatriación a Francia de la mayoría de sus efectivos y la entrega de la mayor parte de las plazas fuertes en su poder. Su éxito tuvo una gran repercusión internacional y se ganó el título de El Gran Capitán.
Tras la toma de Ostia en nombre del papa Alejandro VI, el Gran Capitán entró triunfador en Nápoles, donde fue repuesto el rey Don Fadrique III, de la Casa de Aragón. Finalizada su tarea, regresó a España en 1498.
A su llegada a la península, la gente le recibió como un héroe nacional, y el rey don Fernando decía en la Corte que las victorias de Italia daban mayor renombre y gloria a España que la guerra de Granada. Su retorno coincidió con la rebelión de las Alpujarras, por lo que el Gran Capitán fue enviado con el conde de Tendilla a sofocar la rebelión en el año 1.500.
En el año 1.500 el rey Fernando el Católico pactó con Luis XII, rey de Francia, el reparto del reino de Nápoles, dando lugar con ello a la Segunda Campaña de Italia por los desacuerdos entre ambos reyes a la hora de interpretar el pacto. En abril de 1503 el Gran Capitán derrotó en la batalla de Ceriñola el ejército francés mandado por el duque de Nemours, que murió en combate. Tras esta victoriosa batalla, el ejército español se hizo dueño de todo el reino napolitano.
El rey francés envió otro ejército a Italia, pero fue igualmente vencido por el Gran Capitán en labatalla de Garellano de diciembre del mismo año. Como consecuencia de ella los franceses tuvieron que entregar la plaza de Gaeta y dejar el terreno libre al ejército español.
Finalizada la guerra gracias al tratado de paz entre Francia y España del 11 de febrero de 1504, Nápoles pasó a la corona de España. El Gran Capitán gobernó el reino napolitano como virrey con amplios poderes. Congregó a todos los Estados del reino y les recibió juramento de fidelidad a los monarcas de Castilla y Aragón. También quiso recompensar a los que le habían ayudado combatiendo a su lado: a Próspero y Fabricio Colonna les devolvió los estados que les habían arrebatado los franceses; al jefe de los Ursinos, Bartolomé Albiano, le dió la ciudad de San Marcos; a Diego de Mendoza, el condado de Mélito; a Pedro Navarro, el condado de Oliveto; a Diego de Paredes, el Señorío de Coloneta.
Pero la reina Isabel, su valedora, murió a los pocos meses de la ratificación tratado, y el rey don Fernando el Católico entró en zozobra sin la compañía y apoyo de aquella gran reina. Incitado por recelos obsesionantes, el rey decició relevar al Gran Capitán por el arzobispo de Zaragoza y, temiendo que aquel no se dejase relevar, quiso que acompañaran al clérigo Pedro Navarro con órdenes de arrestar al Gran Capitán y apresarlo en Castelnovo, y Alberico de Tenacina para agitar al pueblo en favor del arzobispo. Afortunadamente aquel proyecto no se llevó a cabo, porque don Fernando nombró a su yerno Felipe como Rey consorte Gobernador de Castilla.
Al año siguiente, en 1505, don Fernando visitó Nápoles acompañado de su nueva mujer, Germana de Foix, a la sazón sobrina del rey Luis XII. El Gran Capitán, conocedor de los recelos que inspiraba al rey, salió a recibirlo al mar con gran agasajo, y trató de disipar sus temores por todos los medios. A pesar de ello, don Fernando comprobó personalmente que los napolitanos tenían más aprecio a su general que a él mismo, y que con su comportamiento había decepcionado a los napolitanos y a los subordinados del Gran Capitán.
Los injustificados recelos del rey aumentaron y, ya que debía regresar a España a hacerse cargo de la situación por la reciente e inesperada muerte de su yerno Felipe I, ordenó al Gran Capitán que entregase el mando y regresase con él a España. Corría el año de 1507. Una vez allí le mantuvo apartado de cargo alguno. En una ocasión le había jurado por“Dios nuestro Señor, por la Cruz y los cuatro Santos evangelios que resignaría a su favor” el cargo de Maestre de Santiago, pero faltó a tan sagrado juramente y le negó lo prometido al Gran Capitán, por lo que éste se retiró a Loja, ciudad que le concedió el Monarca, cansado y desengañado. En 1.512 rompió su amistad con el rey Fernando el Católico.
Antes de su fallecimiento estuvo una temporada de retiro en el monasterio de San Jerónimo de Córdoba, en cuyo cenobio tuvo intención de recluirse el resto de sus días. Murió en Loja en 1.515 a la edad de 62 años. Su cadáver se conserva en la iglesia de San Francisco de Granada.
El Gran Capitán fue un gran servidor del naciente estado español, a la vez que sagaz político, extraordinario diplomático, gran general y un genio militar excepcional. Supo combinar con maestría las tres armas de infantería, caballería y artillería; incorporó los fuegos de arcabuces y artillería a la maniobra general y supo sacar provecho de ellos adaptándolos al terreno. Supo mover las tropas por el terreno, efectuó marchas muy rápidas para la época, que se hicieron célebres, y supo llevar al enemigo a que combatiera en el terreno que él deseaba. Era idolatrado por sus soldados y admirado por todos.
Sin duda alguna el ejército del Gran Capitán sentó las bases de lo que en un futuro inmediato sería la famosa “infantería española”, que reinaría en los campos de batalla hasta la derrota de Rocroi.
La leyenda afirma que el rey le pidió cuentas de su gestión, las famosas “Cuentas del Gran Capitán”, pero este hecho no está demostrado documentalmente. Sí es cierto la diferencia de caracteres tan abismal entre el Gran Capitan y el rey don Fernando. Este era tacaño, quizás debido a la penuria de medios económicos de su padre y de él mismo en sus primeros años de reinado como príncipe aragonés. En cambio aquel era bastante generoso: ganaba y derrochaba como un gran señor andaluz, como lo demostró a la hora de recompensar a sus subordinados.
Alejandro Farnesio y Habsburgo (Roma, 27 de agosto de 1545 – Arrás, 3 de diciembre de 1592)
Tercer duque de Parma y Piacenza, hijo de Octavio Farnesio y Margarita de Parma, la hija ilegítima del emperador Carlos V, sobrino de Felipe II y de Don Juan de Austria. Desarrolló una importante labor militar y diplomática al servicio de la corona española. Luchó en la batalla de Lepanto contra los turcos y en los Países Bajos contra los rebeldes holandeses.
Acompañó a su madre a Bruselas cuando fue nombrada gobernadora de los Países Bajos. En 1565 se casó con la princesa María de Portugal, boda celebrada en Bruselas con gran esplendor. Alejandro había crecido en España con el príncipe Carlos, hijo de Felipe II, y su tío Don Juan de Austria y tras su matrimonio se instaló en la corte de Madrid. De ese matrimonio nació:
- Ranuccio I Farnesio (1569-1622), su sucesor y uno de los posibles herederos al trono portugués durante la crisis de 1580 (por ser bisnieto de Manuel I de Portugal).
Pasaron varios años antes de que pudiera demostrar su talento para las operaciones militares. Durante ese tiempo los Países Bajos se habían rebelado contra la corona española y tras la muerte de Luis de Requesens, Don Juan fue enviado como gobernador en 1576. En otoño de 1577 Alejandro Farnesio fue enviado en ayuda de Don Juan, llegando como comandante del ejército al frente de los tercios, con los que en enero de 1578 derrotó a un ejército protestante en la batalla de Gembloux. En octubre de 1578 Don Juan moría de tifus solicitando a Felipe II que Alejandro fuera nombrado gobernador de los Países Bajos, a lo que el rey accedió.
Demostró sus dotes como diplomático a los tres meses, en enero de 1579, cuando consiguió, mediante la Unión de Arras, llevar de nuevo a la obediencia a la corona española a las provincia del sur que se habían unido a Guillermo de Orange en su rebeldía. Por el contrario, las provincias rebeldes abjuraron definitivamente de la soberanía de Felipe II unas semanas más tarde mediante la Unión de Utrecht.
Tan pronto como obtuvo una base de operaciones segura en la provincia de Hainaut y Artois, se dispuso a reconquistar las provincias de Brabante y Flandes. Una ciudad tras otra fueron cayendo bajo su control hasta llegar frente a Amberes, a la que puso sitio en 1584. El asedio de Amberes exigió todo el genio militar y fuerza de voluntad de Alejandro para completar el cerco y finalmente rendir la ciudad el 15 de agosto de 1585. El éxito militar de Alejandro volvió a poner en manos de la corona española todas las provincias del sur de los Países Bajos, pero la orografía y situación geográfica de las provincias de Holanda y Zelanda hacían imposible su conquista sin contar con el dominio del mar, en manos de los rebeldes.
En 1586 se convierte en duque de Parma por la muerte de su padre y solicita permiso al rey para ausentarse y visitar el territorio del ducado, permiso que no le es otorgado, ya que el rey lo considera insustituible.
En preparación al intento de invasión de Inglaterra con la Armada Invencible, Alejandro marcha contra las ciudades de Ostende y Sluis, conquistando ésta última, a donde llega la Armada en 1587. Después de la derrota de la Armada, Alejandro se instala en Dunkerque.
Tras el asesinato del rey francés Enrique III en diciembre de 1589, Alejandro fue enviado con el ejército a Francia para luchar con el bando católico opuesto al rey Enrique IV. En el asedio de Caudebec, el 25 de abril de 1592, resultó herido de un disparo de mosquete. Se retiró con su ejército a Flandes. Posteriormente su salud se agravó, falleciendo la noche del 2 al 3 de diciembre de 1592 en la Abadía de Saint-Vaast de Arrás.
En 1956 se creó el cuarto tercio de la Legión Española, llamándose Tercio Alejandro Farnesio en su honor.
DON JUAN DE AUSTRIA
El apuesto don Juan de Austria, hijo natural de Carlos V y la alemana Bárbara Blomberg, fue según muchos quien heredó las cualidades del emperador. Derrotó a los turcos en Lepanto y quiso hacerse con el trono de Inglaterra, pero su medio hermano Felipe II tenía otros planes para él. Lo envió como gobernador a Flandes, donde se vio envuelto en turbias intrigas y murió de tifus a los 31 años.
Con apenas 25 años comandó la flota cristiana que derrotó a los turcos en Lepanto. Toda Europa lo celebró como su salvador. Pero siete años después moría en Flandes, en un humilde palomar, sin haber podido realizar sus grandiosos proyectos. Don Juan de Austria fue fruto de los amores fugaces del emperador Carlos V con una joven alemana. Su padre no le reconoció públicamente como hijo suyo, y sólo hizo que lo trasladaran a España cuando tenía cinco años para ponerlo al cuidado de una modesta familia de Leganés que le dio una educación despreocupada. Tres años después se descubrió oficialmente el secreto a voces de la paternidad del muchacho, después de que éste visitara a su progenitor en el monasterio de Yuste, adonde Carlos V se había retirado tras abdicar de sus títulos.
Fue entonces cuando pasó a llamarse don Juan de Austria. Felipe II, su medio hermano, le puso casa propia y le tuvo desde el principio un cierto cariño como miembro de la familia real, de la que ahora ya formaba parte por derecho. Aunque siempre le negó el tratamiento de alteza y tampoco le permitió ostentar la dignidad de infante. El siempre desconfiado Felipe le nombró nada menos que capitán general de las fuerzas cristianas en la lucha contra los moriscos sublevados en Granada, en 1568. La dureza que demostró en la toma de Galera fue una mancha negra en su brillante historial como héroe, aunque jamás repitió una actuación semejante. De aquel conflicto salió con una importante aureola de pacificador victorioso.
Su triunfo representó un éxito en la corte, pero le aguardaba un reconocimiento mucho mayor en Europa. Pese a su juventud, don Juan fue nombrado comandante de la flota aliada de la Santa Liga (alianza de las fuerzas navales del papado, Venecia y España para luchar contra el todopoderoso Imperio otomano); el piadoso y decidido Pío V estaba convencido de que era el hombre elegido por dios para defender a la Cristiandad. La batalla naval de Lepanto (la más grande de su época) lo consagró como el héroe del momento.
Se había ganado un puesto entre los grandes capitanes desde la Antigüedad. Más allá de sus indudables dotes físicas y de que fuera el personaje admirado por dos pontífices sucesivos (Pío V y Gregorio XIII, que le agasajaron por sus grandes servicios a la fe), para el alimento de la leyenda estaban también su carácter extraordinariamente abierto, una personalidad cautivadora que destacaba más en él que su propia inteligencia o talento militar. Y, por supuesto, su innegable generosidad, especialmente con los vencidos y con los humildes, al estilo de los héroes clásicos. Años más tarde, don Juan de Austria fue nombrado gobernador de los Países Bajos. Pero aquella decisión se convertiría, a la postre, en una trampa mortal. Para don Juan, el único interés de ese cargo estribaba en las posibilidades que le daba para optar a la corona de Inglaterra, pero llegó a aquellas tierras en el peor momento, poco después del terrible saqueo de Amberes por las fuerzas españolas, en noviembre de 1576.
Al final, de Inglaterra, nada; según Felipe, había que firmar la paz con los flamencos. Por si eso fuera poco, don Juan se enteró después del fatal asesinato de su fiel secretario Juan de Escobedo en Madrid. Esta impactante noticia demostraba que su hermano le había retirado la confianza y hasta el afecto. El tifus hizo presa en su joven cuerpo de 31 años y, en un modestísimo palomar, adecentado a duras penas para la ocasión dentro de las circunstancias extremas que deparaba la guerra, pasó sus agónicos últimos días, hasta expirar el primero de octubre de 1578.
Ambrosio de Spinola
(Génova, 1569-Castelnuovo di Scrivia, actual Italia, 1630) Militar español de origen genovés.
Miembro de una rica familia de banqueros genoveses muy ligada a la monarquía española, en 1601 entró al servicio de Felipe III y financió un poderoso ejército, a cuyo frente se puso él mismo, para apoyar al archiduque Alberto, gobernador español de los Países Bajos, en su lucha contra los holandeses. Pronto demostró su valía como general, y en 1604 derrotó a Mauricio I de Nassau-Orange en Ostende. A pesar de las numerosas victorias que cosechó en los campos de batalla, los gastos de sus tropas y las dificultades económicas de la Corona lo llevaron a la ruina y le convencieron de la necesidad de buscar la paz, por lo que tomó parte en las negociaciones que condujeron a la tregua de los Doce Años en 1609. Tras el inicio de la guerra de los Treinta Años (1618), invadió el Palatinado y derrotó a los partidarios del elector Federico. Las operaciones en Alemania se vieron interrumpidas por la conclusión de la tregua de los Doce Años, lo que supuso reanudar las hostilidades en los Países Bajos. Spínola realizó una ofensiva que culminó con la toma de Breda en agosto de 1625, inmortalizada por Velázquez en su cuadro La rendición de Breda (o Las lanzas) Pero el gobierno de Madrid no supo aprovechar esta situación para lograr una paz favorable, y el príncipe de Orange, Federico Enrique, consiguió recuperar la iniciativa y Spínola hubo de pasar a la defensiva. Tras su regreso a España, donde abogó por concertar la paz y mostró su desacuerdo con la política del conde-duque de Olivares, fue enviado a Italia, en 1629, para combatir contra los franceses por el conflicto originado por la sucesión del ducado de Mantua. En Italia falleció, a consecuencia de las heridas sufridas en el asedio de Casale.
Duque de Alba
En 1507, nacía el que sería uno de los soldados más importantes de la Historia de España, que libraría espectaculares batallas y conseguiría brillantes victorias , tanto en el reinado de Carlos V como el de Felipe II.
Estamos ante un hombre de recia condición , ante un guerrero de la España Imperial. Su nombre se haría temible en toda la Europa Occidental, especialmente en los Países Bajos, cuyos pueblos sentirían su extremo rigor. Pero también los de Italia, hasta el punto de acobardar al mismo papa Paulo IV. Lucharía en los campos de Europa y África. Estaría en Viena, defendiéndola del turco. Y en Túnez acompañando a Carlos V en su brillante conquista. Y siempre al lado del Emperador también en la Germanía contra los príncipes protestantes alemanes. Y ante Roma acercándose a ella con sus temibles Tercios viejos. Después cuando estalla la rebelión calvinista contra Felipe II, su rey le manda allí para imponer la ley. Y lo hará de un modo implacable.
De aquí el sobrenombre de “Duque de Hierro” . Asombrosamente su entrega a la Monarquía no le consigue el amor de su rey, Felipe II se le mostrara siempre receloso, distante y desconfiado. Incluso en su vejez, cuando solo aspiraba a la paz de su hogar, el rey le confina en un castillo.
Un destierro que saldrá por orden regía. Porque Felipe II quiere ponerle al mando del ejército para la conquista de Portugal. Y será en Lisboa, después de lograr tal conquista, donde muere el fiero “Duque de Hierro” a finales de 1582. Una vida legendaria al servicio de la España Imperial.
El III Duque de Alba fue un hombre sin tiempo propio, permanente servidor de la Corona como soldado y como diplomático , arquetipo de la nobleza castellana , altivo, orgulloso, siempre endeudado, de vida familiar ejercida intermitentemente, que vivió entre el Renacimiento y el Barroco , con la vista puesta siempre hacia atrás.
¿integrista? Esta es una imagen estereotipada, su gobierno en los Países Bajos, de 1567 a 1574, dejó tras de si una estela de muertes, a través del Tribunal de los Tumultos y por los saqueos y masacres en diversas ciudades flamencas. Pero su labor política no la hizo en un sentido contrareformista , sino en el sentido estricto del servicio a la Monarquía. A lo largo de la década de 1540 ,colaboró con hombres como Mauricio de Sajonia y Guillermo de Orange . No empleó la palabra “hereje” hasta 1560 . Su obsesión no fue la herejía, sino la rebeldía al rey. Fue un político de piñón fijo. No sorprenden en nada sus pésimas relaciones con Francisco de Borja, duque de Gandia, jesuita y santo.
Sin pliegues en su carácter , el problema del duque de Alba fue que no supo entender la modernidad barroca y las estrategias de la disimulación y el compromiso. Kamen lo llamó “el soldado perdido en el mundo de la política”. Ciertamente su mentalidad fue militar, pero tampoco se movió mal en el mundo de la política, como lo demuestra su papel en la paz de Cateau-Cambresis. De hecho conjugo guerra y paz desde su nacimiento en 1507 en Piedrahita.
Huérfano de padre a los tres años, al morir este en Trípoli, sus preceptores fueron italianos(Bernardo Gentile y Severo Marini). Su abuelo intento que Luis Vives fuese su maestro pero no lo consiguió. Su amistad con Boscán y Garcilaso le marcó con una formación humanística notable. Dominio del latín y buen conocimiento del francés ,inglés y alemán , aunque nunca se considerara un intelectual. Fue un soldado en la línea del Gran Capitán, con el sueño italiano por bandera, pero con la voluntad firme de no tener los problemas que tuvo Gonzalo Fernández de Córdoba con el Rey Católico.
Como militar destacó en diversos frentes mucho antes de su gobierno en Flandes Fuenterrabía, conquista de Túnez en 1535, invasión de Provenza al año siguiente ,represión de la revuelta de Gante, fracaso ante Argel, victoria en Mülhberg, sitio de Metz, enfrentamiento con el papa Paulo IV…), pero no estuvo presente en Villalar ,ni en S. Quintín(donde por cierto si estuvo Egmont, luego su victima), ni en Lepanto.
Donde mejor se movió fue en Italia, especialmente en su papel de capitán general, gobernador de Milán y virrey de Nápoles. Pudo repetir el Saco de Roma de 1527 pero no quiso y acabó entendiéndose con el papa Paulo IV, lo que más cumplidamente.
El emperador Carlos que tanto le debía, recomendaba a su hijo : “ De ponerle a él o a otros grandes muy adentro en la gobernación os haveis de guardar , por todas las vías que él y ellos pudieran, os ganaran la voluntad que después os costará caro”. La verdad que Felipe II no hizo mucho caso a lo que le dijo su padre y repitió lo mismo que había hecho Carlos; Confiar en el fiel servidor y desecharlo al primer signo de fracaso.