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La Leyenda Negra

La leyenda negra de Felipe II

Las guerras que mantuvo Felipe II en toda Europa y su apoyo a la Contrarreforma católica lo hicieron objeto de una propaganda hostil que ha ensombrecido su imagen ante la historia.

 

Los muchos enemigos de la monarquía española acusaron a Felipe II de una insaciable sed de dominio, de intolerancia religiosa e incluso de crímenes como la muerte de su hijo y su esposa. Historiadores, dramaturgos y poetas de fuera de España presentaban a Felipe II como un monarca tiránico y siniestro, culpable de los más terribles crímenes, tanto en su vida privada como en la pública. En lugares como los Países Bajos y Bélgica, su figura estaba ligada a episodios tristemente célebres, como el saqueo de Amberes, protagonizado por los temibles combatientes de los tercios hispánicos en 1576. Allí la «furia española» (por cierto, de aquí deriva precisamente la expresión, y no de ninguna connotación deportiva de nuestro tiempo) había alcanzado su máxima expresión de barbarie: violaciones, saqueos, cuchilladas, bebés lanzados desde las ventanas y atravesados por las largas y enhiestas picas españolas… De hecho, no era sólo Felipe II el acusado, sino los españoles en general, a los que se achacaba en buena parte de Europa una aureola de prepotencia y crueldad. Todo ello formaba parte de lo que se ha denominado «leyenda negra» sobre España, una serie de escritos y representaciones culturales de diverso tipo que presentan bajo una luz desfavorable la historia española. Muchos de los elementos de esta leyenda negra están claramente infundados o tergiversados, pero han tenido enorme éxito gracias a la obra de historiadores, autores teatrales, libretos de ópera e incluso el cine. El origen de estas críticas se relaciona con la hegemonía política que ejerció España en Europa desde la llegada al poder de Carlos V, en 1517. Felipe II fue objeto de terribles acusaciones sobre su política, pero también sobre su vida personal, acusaciones que han resultado tener gran eficacia. Podría decirse que el Rey Prudente perdió la batalla de la imagen, en su época y muchos siglos más allá. Ello fue así, en parte, porque tuvo la mala suerte de enfrentarse con enemigos de la talla que hoy sonconsiderados en sus respectivos países como auténticos héroes nacionales. Tal fue el caso de Guillermo de Orange, líder de la guerra de independencia de los Países Bajos contra el dominio español; de Isabel de Inglaterra, que galvanizó la resistencia de Inglaterra contra la Gran Armada española en 1588; o de don Antonio de Portugal, pretendiente al trono luso cuando Felipe II lo ocupó en 1580. También se debió a que en muchas de las empresas acometidas por el monarca la suerte le fue esquiva, lo que no ayudaba demasiado a contrarrestar algunas limitaciones de su carácter personal; como, por ejemplo, el no conceder la suficiente importancia al hecho de que el gobernante no sólo debe ser bueno, sino también parecerlo. En 1581, ante el enconamiento de la guerra de Flandes, Felipe II promulgó un edicto en el que ponía precio a la cabeza de Guillermo de Orange. En respuesta, el líder holandés publicó ese mismo año lo que se considera la primera gran muestra de la leyenda negra en el reinado de Felipe II: su famosa Apología. En este escrito, Orange atacaba los duros métodos del duque de Alba como gobernador y presentaba a los soldados españoles como crueles y bárbaros. No escatimaba los insultos a los españoles como tales: «todo el mundo cree que la mayor parte de los españoles, y principalmente los que se dicen nobles, son de sangre de marranos, y de judíos […] que han hecho buenos negocios con la vida de nuestro Salvador». En cuanto al rey, lo acusaba de adulterio (por su relación con Isabel Osorio), de incesto (por haberse casado con su sobrina Ana de Austria) y de ser el asesino de su propio hijo don Carlos y su mujer, Isabel de Valois. Estas dos últimas acusaciones, las más graves, eran totalmente infundadas pero a partir del panfleto de Orange tuvieron amplia difusión por Europa. Todos los rivales y enemigos de Felipe se valieron de ellas, como el prior don Antonio de Portugal, en la edición de su propia Apología, de 1582. Aunque hoy nadie sostienecon seriedad las tremendas acusaciones de la leyenda negra, el hecho de que esta visión negativa de la historia de España, y de Felipe II en particular, trascendiera durante tanto tiempo y en tantos escenarios, tiene que ver con que esta leyenda tenía algún fondo de verdad. Sin embargo, la avalancha de biografías publicadas en los últimos años nos muestra a un personaje más auténtico y desprovisto de esos clichés tantas veces repetidos en el pasado.

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Madrid, “invención” de Felipe II

Madrid como capital y corte fija de los monarcas castellanos y/o españoles fue producto de la genialidad de Felipe II.

Y es en junio de 1561, cuando la villa ya contaba con 30.000 habitantes, cuando Felipe II trasladó la corte de Toledo a Madrid, instalándola en el antiguo alcázar. Las razones que se dan para este traslado son muy variadas. Entre ellas destacan la necesidad de separar la Corte de la influencia del poderoso arzobispo de Toledo, y la gran aflición de la joven reina Isabel de Valois (1546-1568), asfixiada entre los muros del recio alcázar toledano y que urgía a su esposo a encontrar una nueva sede para la Corte. El microclima madrileño, más suave que el toledano, su situación geográfica y su magnífico entorno natural, hicieron de la villa una candidadata muy apropiada. Con este hecho, la villa de Madrid se convierte en centro político de la monarquía.

Real Monasterio de la Encarnación (1611–1616). Arquitectos: Juan Gómez de Mora y Fray Alberto de la Madre de Dios. La iglesia fue reformada por Ventura Rodríguez entre 1755 y 1767.

Como fruto de la llegada de la corte, la población de la ciudad empieza a crecer a un ritmo acelerado. Se levantan edificios nobiliarios, iglesias y conventos, siendo los más destacados los de fundación real, como el Monasterio de la Encarnación y el de las Descalzas Reales. Se derriba la vieja muralla y, en 1566, se levanta una nueva, la tercera de su historia. A la capital llegan gentes para cubrir las necesidades de la corte, así como un sinnúmero de pretendientes, aventureros, aspirantes a cargos, pícaros… que fueron reflejados en la literatura del Siglo de Oro. La política del rey da una fisionomía especial a la ciudad: declara que, por falta de espacios habitacionales adecuados para sus nobles y consejeros, quedan expropiadas las segundas plantas de las casas, que serán de posesión real. Esta normativa causa que todas las nuevas construcciones tiendan a tener una sola planta, con patio y rejería, con una segunda escondida a la vista de los viandantes y regidores del municipio. En 1562, Felipe II adquirió los campos y huertas de lo que luego será la Casa de Campo para coto de caza.