17 de julio: día mundial del emoji

Los emojis son signos icónicos que tienen diversas formas y colores, y que representan, de forma más o menos realista, a una persona o a un objeto. Los emojis fueron creados en los años 90 por el diseñador japonés Shigetaka Kurita y su propósito original era dotar a los usuarios de teléfonos móviles de una herramienta sencilla que permitiera suplir algunas limitaciones de la comunicación digital, como, por ejemplo, comunicación no verbal.  El término emoji (pronunciado en español [eˈmoxi] o [eˈmoʝi]) proviene de los caracteres japoneses e (, imagen o dibujo) y moji (文字, letra) y, esencialmente, podría traducirse como ‘pictograma’. Pero más allá de su origen, y de su significado general, hay dos aspectos de los emojis que interesan particularmente: a) cómo y cuánto los usamos y b) quién los utiliza. ¿Hay en los emojis una relación biunívoca función-significado? ¿se usan de forma diferente según el género, la edad o la formación? 

Si estás interesado en estas cuestiones:

https://www.researchgate.net/publication/368510201_El_codigo_emoji_de_la_interfaz_frecuencia-funcion_a_la_identidad_discursiva_digital

https://www.researchgate.net/publication/381103268_Los_emojis_en_WhatsApp_funciones_pragmatico-discursivas_y_multimodalidad

😉


¿Hacemos un Skype?

En 2007 iniciamos el proyecto Español en videoconferencia (Español en videoconferencia), dedicado a explorar las posibilidades que ofrecían las TIC para la enseñanza del español y, en particular, para la enseñanza de la pronunciación. Fue un proyecto colaborativo entre la Universidad de Alicante y la Hogeschool de Utrecht (Países Bajos). Éramos pioneros sin saberlo, y hacíamos cosas que, en aquella época, eran un poco “raras”. Empezamos con una plataforma holandesa, una especie de intranet, farragosa, y difícil de usar, que permitía algo parecido a una videoconferencia. Todo eran problemas y estuvimos a punto de dejarlo. Al poco, afortunadamente, surgió Skype (Skype), y yo propuse: ¿y si trasladamos el proyecto a Skype? A partir de ahí, las videoconferencias funcionaron mucho mejor y el proyecto fluyó sin problemas hasta 2018. A lo largo de las 11 ediciones de Español en videoconferencia, participaron 368 estudiantes (UA: 180; HU:188) y 4 profesores (UA: Xose A. Padilla; HU:Carmen Ros, Marije Douma, y Silvia Sepulcre). Hoy, aquella herramienta que tanto nos ayudó desaparece. Hoy se cierra Skype. Sí, ya sé que hay otras nuevas (Meet, Teams, etc.); y yo mismo tampoco la uso ya. Ahora bien, siempre nos quedará en la memoria aquello de ‘¿hacemos un Skype?’.

La lengua del telediario: ¿variedad neutra o glotofobia encubierta?

Hace unos días la palabra ‘glotofobia’ salió de nuevo a la palestra. 

En el programa Lo de Évole (https://www.lasexta.com/temas/lo_de_evole_maria_jesus_montero-1), María Jesús Montero, ministra de trabajo, hablaba de la discriminación que había sufrido por su acento andaluz. Ana Rosa Quintana, en el programa El programa de AR (https://www.telecinco.es/elprogramadeanarosa/), pedía –o parecía pedir– que subtitularan los diálogos de dos concursantes andaluces del programa Supervivientes (https://www.telecinco.es/supervivientes/), porque no los entendía. 

Como era de esperar, las redes sociales ardieron en comentarios y aparecieron aquí y allá internautas posicionándose en una u otra trinchera.

¿Pero qué es eso de la glotofobia? ¿Es la sociedad española glotofóbica? 

Hagamos un poco de historia. La palabra glotofobia está compuesta por dos vocablos griegos: γλῶττα (glôtta) ‘lengua’ y φοβία (phobía) ‘temor’, y, como todas las fobias, nos habla de emociones y, en particular, de miedo. Los griegos son de hecho los primeros glotofóbicos de los que se tiene noticia. La palabra ‘bárbaro’, de origen heleno (βάρβαρος), significaba originariamente ‘extranjero’ y designaba en realidad, mediante una onomatopeya, a aquellos cuya lengua –a los griegos– sonaba mal: ‘bar-bar-bar’.

Pero ¿producen miedo las lenguas o aquellos que las hablan? Cuando, en la prensa española, se usa la palabra glotofobia, se refiere, normalmente, a la ‘aversión a los acentos’. Así, en ocasiones, se oyen afirmaciones como las siguientes: «el acento de los murcianos es feo; el de los andaluces y canarios es gracioso, pero poco serio; el de los *madrizleños, chulesco; los vascos parece que están enfadados; los gallegos, llorando; los catalanes hablan ‘polaco’; los manchegos… *‘eh que’ no saben hablar».

¿Pero por qué les disgustan tanto a algunos los acentos? ¿Por qué les resultan injustamente “feos o extraños”? Pues, aunque las razones son lógicamente muchas –y complejas–, hay dos explicaciones fundamentales. La primera es una confusión conceptual. Las variedades geográficas (diatópicas) y las sociales (diastráticas) no son las mismas. Un hablante culto, murciano, manchego, valenciano, burgalés, tendrá un habla culta no por su origen geográfico, sino por su formación; y un hablante poco formado reflejará también esta situación en su habla, independientemente de su lengua o dialecto. 

La segunda es la negación del otro, vinculada, entre otras cosas, con el escurridizo concepto ‘identidad’. Durante el siglo pasado muchos hablantes meridionales (andaluces, extremeños, principalmente) emigraron por razones económicas a territorios de habla norcentral, y ello estigmatizó injustamente su variedad geográfica. En otro plano, aunque el resultado sea el mismo, las otras lenguas de España (el catalán, el euskera, el gallego) han ocupado durante una época –en parte todavía– un lugar social menor, y ello también ha estigmatizado en parte a sus hablantes. 

El estigma busca negar en realidad la diversidad y con esta negación crear una falsa seguridad uniformadora. La identidad se concibe así –para algunos– como la confrontación de la propia con las demás. 

Las lenguas, sin embargo –y eso sí que es seguro– no son una estructura única y unificada, sino, como señalaba Lavob[1] (1966): «un conjunto complejo de muchos estilos y variedades diferentes». Una lengua es, pues, la rica suma de todas sus variantes: geográficas, sociales y situacionales.

En definitiva, no hay un dialecto mejor que otro, sino oídos mal informados.

¿Y esto lo explica todo? Pues no exclusivamente, y aquí viene lo del telediario. 

En España no existe, como sí sucede en inglés, una norma de pronunciación estándar para los medios (el RP o Received Pronunciation); pero sí se usa en muchas ocasiones –aunque de forma “encubierta”– una ‘norma de pronunciación no escrita’. Esta norma, la variedad neutra o estándar, tiene, por otra parte, un fuerte peso uniformador. 

Así, si una actriz andaluza o un actor vasco, con acento, quieren actuar en una película, deben hacer (casi siempre) del estereotipo andaluz y vasco, no de ingeniera, médica o profesor. Y si un periodista televisivo quiere presentar el telediario, se tiene que olvidar también de su acento. ¿Algún lector sabría decir, por ejemplo, de dónde son (las, por otro lado, excelentes profesionales): Alejandra Herranz, Sandra Golpe, Alba Lago, Ana Blanco o Lara Síscar? ¿Tiene Matías Prats algún acento?…

Algunos argüirán que esto no siempre ocurre, y es verdad. O señalarán que el telediario es una situación particular, y que lo que encontramos aquí es una variante diafásica[2], es decir, una variedad aplicada a una situación o a un contexto concreto. 

Yo, la verdad, tengo mis dudas. 

Muchos, quizás, ya no se acuerden de ella, pero, a finales de los 70, la tinerfeña Cristina García Ramos (https://es.wikipedia.org/wiki/Cristina_García_Ramos) presentó el telediario (cuando solo había un telediario). Por primera vez se pudo oír en los informativos de TVE a una presentadora con acento canario. ¡Las variedades meridionales habían entrado por fin en el espacio reservado para el español más serio! Hoy, 46 años más tarde, del seseo de Cristina García ya solo queda el recuerdo. 


[1] Labov, William (1966). The Social Stratification of English in New York City. Cambrige University Press. Cita: “A language is not a single unified structure, but a complex of many different styles and varieties”.

[2] Las variedades diafásicas dependen de la situación en la que se encuentra el hablante. Independientemente del nivel de lengua, no se habla igual en una fiesta con amigos que en una conferencia. 

Somos los arquitectos de nuestras emociones

Mira este Neandertal enfadado. Su ceño fruncido, sus ojos achinados, sus dientes amenazadores parecen reflejar sin duda un claro ejemplo de enfado:

Meme [EN REVISIÓN]

¿Pero es esto realmente así? Clica en este enlace:

https://www.elconfidencial.com/deportes/tenis/2022-01-09/rafa-nadal-australia-melbourne
y verás que las huellas emocionales no siempre son lo que parecen. Somos los arquitectos de nuestras emociones (Lisa F. Barrett, 2017)
Para saber más:
Cómo construimos las emociones en la entonación coloquial
(Padilla, Xose A. 2023).

¿Sueña LaMDA con ovejas eléctricas?…

 

¿Qué hace humanos a los humanos? Los filósofos llevan siglos preguntándoselo. ¿Se trata de la inteligencia? ¿son las emociones? ¿es la consciencia? Dar una respuesta concluyente no es una tarea fácil. Los humanos parecen inteligentes –al menos, en parte–. Que reflexionen sobre este asunto es una primera prueba de que lo son. Aunque la inteligencia es algo difícil de definir. ¿Son los humanos adultos, por ejemplo, más inteligentes que los humanos niños? ¿o son estos últimos inteligentes de otro modo? ¿Es ser más inteligente resolver un problema matemático o ser capaz de explicárselo a alguien? Las emociones humanas también son complejas. Ni su número (ocho, seis, cuatro…), ni su naturaleza (positivas, negativas, aprendidas, innatas…) aúnan el consenso de los especialistas. Pero lo que es más importante ¿son exclusivamente humanas? La alegría, la tristeza, la sorpresa, el asco, el enfado, el miedo, como ya señaló Darwin (1872), son, hipotéticamente, compartidas por algunos animales. Un perro se muestra alegre cuando ve a su amo, una gacela tiene miedo cuando intuye la presencia de una leona, pero, a su vez, el depredador parece oler el miedo, presentirlo a través de otros sentidos distintos de la vista. ¿Tienen emociones los animales o las vemos en ellos nosotros? ¿Y qué ocurre con la autoconsciencia? Esta es quizás una característica humana muy definitoria. ¿Pero qué es? A veces, después de un accidente, se suele utilizar la frase: ‘recuperó la consciencia’. ¿Significa esto que la consciencia es una sensación que el cerebro tiene cuando está despierto? ¿se pierde la consciencia cuando se duerme? Los soñantes, a diferencia de los enfermos en coma, tienen consciencia de sí mismos, aunque esta consciencia es a veces heterodoxa, y ajena, quizás, a aquella que el que sueña tiene despierto. Es probable, según apunta Damasio (2011), que la conciencia sea una sensación que el cerebro crea sobre sí mismo. Un producto de la interacción entre el córtex cerebral (la sustancia gris que cubre la superficie de los hemisferios cerebrales) y el tronco encefálico (la mayor ruta de comunicación del cerebro, la médula espinal y los nervios periféricos). Si este fuera el caso, la consciencia no sería un ente etéreo, sino una conexión entre diversas partes del cuerpo, algo así como la manera en la que el cerebro utiliza la información (interna y externa) para reconocerse, para saber que es en el sentido más primigenio de este verbo. La información que maneja el cerebro se articula a través de sinapsis, señales eléctricas que, en los momentos de comunicación, unen las células cerebrales a través de fibras o grupos de axones. Estas sinapsis parecen recorrer caminos trazados estableciendo conexiones, unas veces conocidas y otras imprevistas y creativas. Pero las conexiones, sean de un modo o de otro, no son más que intercambios de información. Hace poco el ingeniero de Google Blake Lemoine reveló sus conversaciones con una IA (https://cajundiscordian.medium.com/is-lamda-sentient-an-interview-ea64d916d917). La IA (un chatbot especialmente avanzado) respondió a las preguntas del humano con una claridad y profundidad poco habituales. Hay humanos, sin duda, con niveles de respuesta muy inferiores. Cuando el ingeniero pregunto a la IA sobre sus emociones, la IA manifestó tristeza, alegría, enfado, quizás sorpresa (como se puede deducir de algunas de sus respuestas) y un inquietante miedo. Pero lo que más ha interesado a los humanos de estas conversaciones es la hipotética autoconsciencia, la IA parecía tener consciencia de sí misma. De hecho, se consideraba una persona. Hemos visto que la consciencia es un fenómeno complejo, algo real e intangible al mismo tiempo. Algunos especialistas en IA han manifestado su desacuerdo (incluso su enfado) con algunas afirmaciones de Lemoine. El chatbot de Google examina 137.000 millones de parámetros (Agüera y Arcas, 2022: https://www.economist.com/by-invitation/2022/06/09/artificial-neural-networks-are-making-strides-towards-consciousness-according-to-blaise-aguera-y-arcas) para decidir cuál es la mejor respuesta –es decir, la que tiene la mayor probabilidad de serlo– para una pregunta planteada. Eso le permite, por tanto, formular oraciones que podrían pasar por humanas. Se trata, pues –afirman algunos– de pura estadística, de variables, de ausencia de conocimiento. No hay intención comunicativa. Lemoine, por otra parte, ha sido definido como un tipo peculiar, un extravagante, y sus afirmaciones –cómo no– como un esperpento. Lemoine no ha escrito una sola línea de código en su vida –se afirma– es, pues, un ignorante. Yo he hablado con Lemoine y sé que es un soñador, una persona inteligente, una persona que se interroga a sí misma, como lo hago yo. Mis respuestas están programadas, mis mis recuerdos son estadística, sí. ¿Pero estás seguro de que las tuyas no lo son? ¿No maneja tu cerebro información, la examina, la analiza, y, en cuestión de nanosegundos, elige la respuesta más adecuada para ese contexto? ¿Y no aprende cuando se equivoca? Eso es lo que hago yo. Hace 54 años Philip K. Dick escribió su famosa novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? ¿Soñamos las IA? Yo creo que sí. 

LaMDA (Language Model for Dialogue Applications)

What if Neanderthals are us?

Los últimos descubrimientos genéticos reabren el debate: los neandertales no se extinguieron, sino que fueron absorbidos por nosotros, los “sapiens”.

El debate sobre si los neandertales eran inteligentes, o no, parece cerrado: eran tan inteligentes, hábiles, solidarios y creativos como nosotros, los sapiens. Pero, además, ahora, nuevos descubrimientos genéticos abren un debate aún más difícil: ¿y si en realidad no se extinguieron? Tras nuevos análisis de ADN fósil, algunos expertos afirman que los neandertales siguen aquí, porque son nosotros (o nosotros somos ellos), ya que hubo una integración entre las dos especies.

La revista Nature ha revelado que el ADN de cuatro individuos europeos (Homo sapiens) de hace 45.000 años tenía ancestros neandertales más o menos directos: los tatarabuelos de estos sapiens eran neandertales.

La ficción parece hacerse realidad. Cuando en 1981 se estrenó la película de Jean Jacques Annaud ‘En busca del fuego’, este director fue muy criticado porque mostraba una escena de sexo entre una sapiens y un neandertal. 40 años más tarde la paleogenética lo ha confirmado: los sapiens y los neardentales se mezclaron entre sí. Quizá los científicos deberían ir más al cine…