El cuadro de “Carlos V en la batalla de Mühlberg” (1548), es un retrato encargado por Carlos V para conmemorar su victoria del año anterior sobre la Liga de Smalkalda.
Tiziano representó únicamente a Carlos V cabalgando sobre un paisaje en cuyo fondo se puede ver el Elba y apoyando el efecto de su obra no en la carga literaria de la alegoría sino exclusivamente en las calidades plásticas y formales de una pintura en la que todos sus elementos son cuidadosamente reales: desde la armadura de Carlos V, la misma que llevaba el día de la batalla, hasta el paisaje y la extraña luz rojiza que lo baña, sacados directamente de las crónicas históricas. Que estos elementos fueran reales no quiere decir en absoluto que estuviesen exentos de connotaciones simbólicas. Y, prácticamente, desde la larga lanza que lleva en sus manos y el sol rojo hasta el propio modelo que elige para su pintura -la estatua ecuestre de Marco Aurelio-, las tienen. Unas connotaciones simbólicas en las que se mezclan las referencias al mundo romano y al mundo cristiano, al mundo clásico y al mundo de la caballería, pudiendo verse en este Carlos V que monta a caballo tanto al último descendiente de los emperadores romanos como al Caballero Cristiano medieval.
La novedad de este retrato consistía en la integración del personaje en el curso de un acontecimiento, sea éste una acción histórica importante o un hecho trivial. La fórmula, nueva, era genial y, de hecho, Tiziano creó en este retrato el modelo de imagen heroica que, a partir de él, va a ser unánimemente aceptada en la tradición del arte occidental.