Conflicto en el Bajo Aguán (Honduras)

El paisaje google earth de palma africana en Borneo, Etiopía, Brasil, Honduras…

Hace unos días me tropecé con un post sobre el conflicto del Bajo Aguán en Honduras. Se trata de una rica región agraria del norte del país donde en los últimos años se ha recrudecido el conflicto entre los pequeños agricultores y uno de los hombres más poderosos de Centroamérica, Miguel Facussé Barjum, un empresario-terrateniente que trata de hacerse por las buenas y por las malas, golpe de estado incluido, con las tierras de la región para convertirlas en plantaciones de monocultivo de palma africana para la exportación.

Resulta que hace año y medio tuve la oportunidad de compartir unos días con uno de los responsables del Movimiento Unificado Campesino del Aguan (MUCA), lo llamábamos el Comandante. Nos contaba incansablemente a todos los compañeros que veníamos a hablar con él la realidad de su región. Todo lo que este post cuenta me fue confirmado hace año medio por el Comandante: la connivencia entre el ejército y las milicias privadas, los asesinatos de líderes campesinos, la impunidad de los culpables, la indefensión de las víctimas. Las fotos de las personas asesinadas que nos enseñó son las más duras que he visto en mi vida. Son fotos con nombre y apellido que recuerdan de manera brutal que la realidad siempre supera la ficción. El Comandante, Juan Chinchilla, fue secuestrado en enero de 2011 y el ocho de febrero de 2013, hace diecisiete días, fue detenido – o secuestrado con orden judicial – por militares y liberado unas horas más tarde por la presión de los campesinos del Bajo Aguán.

Escribo este post, no desde la realidad de un productor latinoamericano, sino desde la de un consumidor español y europeo que está en su casa apoltronado frente a la caja tonta. Cada vez que consumo un producto que contiene aceite de palma, estoy apoyando a Miguel Facussé y a todos los terratenientes locales o foráneos que en África, Sureste Asiático y Latinoamérica están expulsando, hoy y ahora mismo, a los campesinos de sus tierras y haciéndome participar en un modelo agroalimentario. Un modelo que, además de devorar energía en producción, empaquetado, transporte y distribución, mata de este lado lo que queda de nuestra agricultura local además de arriesgar mi salud y mata del otro lado a los pequeños campesinos, además de acelerar la erosión, el consumo de agua y reducir peligrosamente la diversidad medioambiental.

No se trata ya de una sola región ni de un caso puntual, ni siquiera de muchos casos puntuales. En este siglo XXI el mundo entero se está poniendo al ritmo las plantaciones, de unas enormes plantaciones, pero que son las mismas que desde el siglo XVI vienen provocando tanta desgracia social para que los Occidentales de antes, y las clases medias globalizadas de ahora podamos tomar café, té o chocolate a la hora del desayuno.

No hay mucho secreto, si buscáis en internet “Bajo Aguán” veréis los enlaces que describen el conflicto, si seguís a través de las fotos satélite el curso del río Aguán veréis las plantaciones, si buscáis en vuestra propia despensa la composición de las patatas de anoche o de los bollos industriales de esta mañana encontraréis la causa de este conflicto.

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