Algo que he aprendido en la Universidad es que la objetividad es una quimera. En cambio siempre debemos tender hacia ella. Es el horizonte en nuestras miras, aquel al que es imposible llegar por más que caminemos pero sin cuya referencia no podríamos avanzar, o al menos no deberíamos. Por esto trataré de acercarme esta vez a esa objetividad precisamente desde la más pura subjetividad, pues creo estar seguro de que expresando mis razones y mis experiencias con la premisa de que son propias podré ofrecer una visión si no clara sí al menos no corrupta.
Como cualquier otro adolescente crecí pensando en la cantidad de decisiones que tomaría cuando fuese mayor. Especulando sobre qué protestas apoyaría y en cuales no me manifestaría pero consciente de que en ciertas ocasiones es necesario hacerlo. La pregunta era ¿cuándo? Cuando alcanzaría esa mayoría de edad mental que me capacitase no solo a posicionarme sino a ser capaz de responder cuando alguien me preguntase qué es lo que pido. Para más inri mi generación fue de las primeras en quedarse sin “mili” aquel referente a la hora de medir nuestra hombría. Así pues yo miraba a la Universidad como ese mundo al margen del mundo, ese paraíso de las ideas que más que dotarme de un título o “formarme como persona” me abriese las puertas del pensamiento autónomo, que dotase de corriente mi bombilla particular para alumbrar mis propios pensamientos.
Entré a la Universidad Pública desde un colegio concertado y cursé una diplomatura de las ramas, quizá, más mercantilizadas de entre los estudios universitarios. Seguramente, esto me abocaba a tener un paso fugaz y poco implicado en el ambiente universitario. En cambio dije No a la guerra, me dolió el Prestige y exigí la verdad a un gobierno facineroso pero, sobretodo, conocí gente tan parecida y tan distinta a mí, accedí a las más variadas opiniones y me sentí enriquecido por todas ellas. También aprendí. Al acabar el tercer año me fui de Erasmus, donde acabé de sublimar mi experiencia universitaria y al acabarlo quería más, mucho más. Me volví a matricular en una nueva carrera, esta sí, más acorde a mis vocaciones originales y más ligada al seno de la Universidad tradicional. Aquí sigo y espero seguir, con las mismas ganas que cuando la Universidad era todavía algo lejano. Con tantas que en mi casa dicen que ya nunca saldré de aquí, ya me gustaría. El problema es que no se por cuanto más esta mi experiencia podrá perdurar o si alguien podrá repetirla porque creo que la Universidad tal cual la conocemos está en serio peligro.
Nunca he sido partidario de eslóganes ni de vocabulario decimonónico pero es que todos mis hilos de pensamiento me conducen a ellos. La Universidad no fue concebida como centro de formación profesional sino más bien a la inversa, el sector privado, las empresas, solían rebuscar entre el mercado de universitarios en busca de investigadores y/o gente con una formación que se asemejase a sus necesidades. Ahora es la empresa quien tira de la Universidad y la transforma en un mero centro de formación olvidando aquella primera finalidad. Lo inútil, perdón, lo no útil, lo que no reporte beneficio monetario no tiene cabida. Si seguimos esa premisa la Universidad dejará de ser aquel templo del saber que suponíamos, ese refugio del conocimiento puro y limpio de todo interés más allá del saber por el saber.
Así que yo les digo:
-a los que dicen que somos una minoría; que sí, que lo somos. Pero no una minoría en contra de una mayoría a favor sino indolente. Porque tristemente parece haber calado el pasotismo, porque parece que el hecho de protestar suponga para muchos la vergüenza de luchar por algo que crean mejor sin pensar en el horror superior que es la vergüenza de callar por el qué dirán o de no hacerlo por pura pereza. No obstante, y si minoría somos, ¿por qué no someter a la democracia del referéndum sobre si nosotros, profesores y alumnos, queremos o no esta nueva pseudo-universidad?
-a los que califican la reforma de necesaria y ven en Bolonia la Universidad del futuro, sin fronteras y común en el mercado común que el futuro nos depara; que esa Universidad la queremos todos, multicultural, abierta… pero no es eso lo que imponen pues su libre circulación siempre se ha referido a la de capitales y no a la de conocimientos. Y sin embargo, ¿no hubiese bastado con el fomento auténtico de proyectos como Erasmus y demás?
-a los que opinan que hay que encontrar una nueva forma de financiación que acabe con la Universidad deficitaria; que la cultura no es un fondo de inversión al uso y como tal el sector público no puede o no debe observarlo como un producto financiero más o que si así lo hacemos entendamos que lo que hoy en cultura invertimos nos reportará un beneficio superior, incalculable, un pueblo culto.
-a los que ven en los movimientos anti-Bolonia un grupo donde subyace una fuerza política; que los movimientos sociales son por definición transversales a cualquier ideología y que la defensa de la Universidad nos une por encima de cualquier política.
-a los profesores que se mantienen en posiciones tibias; que, del mismo modo que justifican los procesos electorales en la Universidad, ellos son los que en ella perdurarán así que señores tiren de deontología y defiendan lo que creen justo, es su deber de maestro.
-a los antiguos alumnos que se creen de vuelta de cualquier protesta; pobre de aquel que piense que su tiempo de lucha ha pasado como se pasa una enfermedad pues si no está muerto tampoco vivo.
-a los alumnos de hoy que se desentienden creyendo que esto no les tocará; que piensen en qué responderán cuando mañana les pregunten qué hicieron cuando la Universidad agonizaba.
-a todo aquel ajeno a la Universidad que vive este proceso al margen sin comprender bien qué es lo que ocurre; lean, infórmense, critíquenme pero sobretodo formen su propia opinión, eso es lo que aquí se nos transmite.
-a mi mismo que me he conformado con dar apoyo de palabra a quienes verdaderamente se implicaban en el problema; quiero actuar.
Por esto y por mucho más digo No al plan Bolonia. Aunque, pensándolo bien, siempre he detestado ser un “anti”, es más, siempre me he proclamado un anti-anti, así que, permítanme pero me declararé un PRO-UNIVERSIDAD.