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Cine Opinión Varios

Good bye, Lenin! (2003)

Esto no es una crítica objetiva, pero ¿cuál lo es?.

La obra más afamada del director alemán Wolfgang Becker habla de los últimos días de la DDR, del despertar de un sueño, de la aspereza de la realidad, de la ironía de la vida y de la propia condición humana. Poco antes de la caída del muro la madre de Alex (Daniel Brühl) entra en coma. Durante los meses en los que se ausenta el país en el que vivía y del que era ferviente activista se desmorona. Al despertar, su delicado estado de salud obliga a Alex a crear la ficción de que el muro nunca ha caído. Esta fantasía sobrevive gracias a la inconmensurable voluntad de un Alex acuciado por las evidencias de la realidad. A partir de ahí encontramos dos películas, la trama que se desarrolla en el mundo real y la Historia-ficción que Brühl urde y que, como él mismo nos dice, acaba por cobrar vida propia y por convertirse en la Alemania que él siempre habría deseado.

Sin querer dotarlo de un análisis trascendental ni tratar de decir más de lo que el director quería plasmar, no puedo evitar en cambio reflexionar sobre varios aspectos de la película. La entrada en el coma es para mí el colapso del sistema. Un punto de inflexión en el que se gesta el nuevo Estado. Un mecanismo de desconexión que da lugar a la materialización de un mundo ideal. La aspiración comunista ha degenerado en un sistema burocrático, militar y dictatorial, algo que se aleja mucho del paraíso soñado. Además su necrosis se hace cada vez más patente cuando al otro lado del muro se dejan ver los relucientes colores del marketing del capital. Colores que el propio Alex observa mientras trata de construir esa nueva Alemania alternativa pero, ¿quién necesita más esa nueva Alemania?

La grandeza de la cinta reside en que mientras nos regodeamos en el juicio de una sociedad caduca, suave y delicadamente unas gotas empiezan a salpicar de crítica nuestro idealizado mundo capitalista. Gotas que no tardarán en convertirse en torrente que refresca nuestras cabezas durante los 118 minutos que nos regala Becker.

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1 Franco, 14 pesetas

Entrañable puede ser una palabra cursi o en un giro irónico referirse a algo que te revienta las entrañas. En este caso tengo claro que nos iremos a la acepción más naif para definir la película que aquí nos trae. 1 franco 14 pesetas es la “opera prima”, esto sí que es cursi, de Carlos Iglesias. Este, todavía actor y descubierto director, que ganó de forma muy meritoria la nominación a los Goya como mejor director novel nos transporta a un tiempo  que parecíamos haber olvidado. Aquel en el que todavía éramos menos que nada y para ganarnos el pan teníamos que salir al extranjero. De un tiempo en el que vivíamos horadando nuestro propio ombligo mientras el mundo cambiaba. Pero esta película es tan antigua como actual y tiene la ternura necesaria como para retratar cruelmente muchas de nuestras bajezas. Iglesias retrata el españolito de un tiempo y al de hoy pero lo hace oponiéndolo al modelo exterior (al suizo en este caso) y apuntando a nuestras vergüenzas y a veces incluso a alguna de nuestras grandezas, devolviéndonos el sabor agridulce que tiene todo el que haya vivido fuera.

Mi consejo: recomendable.

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Mi descubrimiento del cine iraní

Cuando hace poco me plantaron delante “Baran” supuse que encontraría un ladrillo sobre reflexiones acerca de la multiculturalidad. En cambio me topé con un nuevo motivo para recriminarme los prejuicios que todos, aunque sea un poco, solemos tener. La cinta podría haber sido firmada por cualquier director/a “occidental” y aunque tampoco pretendo hacer creer que se traten de dos obras maestras, ni tan siquiera apuntarlas como el dato nerd solo apto para culturetas, sí creo que por lo menos merecen ser tenidas en cuenta. Una semana después vi “Buda exploto…” esta vez al margen de los prejuicios y recordé lo mucho que se puede transmitir con la parquedad de medios. Ambas son dos películas de origen iraní, cargadas de simbolismo y de muchas lecturas. Aquí os dejo la mía.

Baran (Lluvia)” 2001

Tan iguales y tan diferentes. El amor tintado de admiración que el protagonista experimenta supera cualquier barrera de diferenciación cultural y pertenece a la propia existencia humana pudiendo hablar pues de una supra cultura como esencia humana que sería la de los sentimientos. Por otro lado la diferencia cultural en función de la procedencia pasa de estar latente (diferente reconocimiento laboral…) a ponerse de manifiesto de la manera más absoluta cuando él trata de entrar en su vida. El resto: condición, panorama etc. podría perfectamente emplazarse en una obra cualquiera de la construcción española.

Buda explotó por vergüenza” 2007

La violencia atrapa la existencia de los que todavía viven bajo las ruinas de Buda reventado por los talibanes. Esta envuelve los juegos de los niños quienes de manera especialmente interesante no diferencian entre talibanes y americanos sin hacer ascos a pertenecer a uno u otro bando. En medio de este panorama Baktay lucha por acceder a una educación. Algo que se le presenta harto difícil en un mundo en el que la única forma de escapar es dejarse matar.

El análisis sobre el primer film me parece mucho más claro y representa la problemática de la frontera. Se trata del mismo problema que tuvo Huntington cuando trata de situar una frontera entre las culturas para así poder diferenciarlas. Pero si él lo hizo empleando la religión como elemento diferenciador esta no parece ser la respuesta definitiva. A lo largo de la película observamos la evolución de los sentimientos de Lateef con respecto a la chica, del odio y el desprecio por haberle usurpado el puesto de trabajo y pertenecer a la minoría afgana sobre cuyas penalidades bromea hasta el amor cuando descubre que es una mujer o más bien una niña. A parte del marcado carácter sexista que Majid Majidi padece cuando nos muestra una chica endeble a la hora de trabajar de igual a igual con los hombres mientras que en las labores propias de la cocina sus aptitudes son óptimas, la película nos muestra a las claras un valor, el del amor (pero también la amistad de Memar el jefe de obra), superior a cualquier diferencia cultural. En cambio cuando Lateef trata de irrumpir en la vida de ella, cuando se acerca a su mundo descubre que su destino está sometido a los designios de su padre, a volver a su patria a colocarse el burka y volver a Afganistán.

Por su parte “Buda explotó…” comienza con la brutal explosión de los budas de Bamiyan en Afganistán y a partir de ahí sobre la vida que continua sobre el mismo escenario. En una de esas cuevas vive Baktay, una niña de corta edad quien fascinada por las historias que escucha leer a su vecino Akbhed (el hombre que dormía bajo el árbol…) decide ir a la escuela por iniciativa propia. Ante esta decisión las dificultades de la realidad afgana, de costear el material, de elegir si cuaderno o lapicero, de encontrar la escuela (la de niñas no la de niños claro está) que parece escaparse como el agua del rio, y de camino, la violencia instalada en la niñez. Los niños que juegan a la muerte y que instauran el terror en sus juegos infantiles. Niños que juegan a lapidar, a derribar aviones y a reventar budas. El simbolismo en una película cargada hasta las trancas de esto mismo alcanza su punto álgido en la escena final en la que Baktay ha de morir como solución última para lograr abstraerse de esa violencia mientras adultos sin rostro (igual que los verdugos pero también igual que los ajusticiados que van a morir) la rodean más atentos a trillar la mies que a prestar la más mínima atención a lo que suponen que son juegos de niños.

Así visto las películas parecen hablarnos de diversidad y unicidad cultural. Parecen hacernos reflexionar sobre la frontera anteriormente mencionada, sobre los factores de la misma y sobre su propia existencia. Nos hace plantearnos si la diferenciación  o la fractura Oriente-Occidente existe realmente cuando hablamos de cultura.

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A Man for all Seasons (1966)

Un hombre para la eternidad es el tercer gran icono de la carrera cinematográfica de Zinnemann (“Solo ante Cartelel  peligro”, “De aquí a la eternidad”) y la segunda de estas tres en cuanto a galardones se refiere, seis Oscar en total para esta producción estadounidense de 1966, incluyendo Mejor Película y Mejor Director.

Nuestro hombre para la eternidad es Thomas More (Santo Tomás Moro para la Iglesia Católica) y sobre él  y su conflicto con el rey de Inglaterra, Enrique VIII, versa toda la película. Desde el inicio del conflicto matrimonial hasta su desenlace final, Zinnemann nos lleva de la mano a través de caminos oscurecidos por las intrigas políticas y las luchas de intereses entre personajes clave de la Historia, en un mundo alejado del nuestro en el tiempo pero no en esencia. Quizá este camino pueda parecer, a ojos del espectador acostumbrado a ritmos vertiginosos y florituras técnicas, un tanto farragoso y espeso pero en verdad,  la cinta, por cierto adaptación de una obra teatral de Robert Bolt, nos muestra con claridad y eficacia cómo se desarrolló la trama del cisma anglosajón. Tal vez la única pega la encontremos en la excesiva carga moral de la película, encumbrando sin medidas la figura de More como incorruptible hombre y mejor cristiano. Si bien es cierto que su forma de actuar puede ser ejemplo atemporal en un mundo movido por el interés, el film no duda en acrecentar y ensalzar hasta convertir la moral de Thomas en el centro y fin de la obra.

Aunque la película en sí pueda parecer aburrida, lenta o pesada (la sucesión de movimientos en el tablero político se alarga necesariamente) se trata en realidad de un acercamiento interesante y veraz al conflicto matrimonial que desencadenó en la aparición de la tradición anglicana que todavía hoy perdura en las Islas Británicas. Especialmente destacable en ella son los papeles de los protagonistas, entre los que encontramos un breve pero intenso Orson Welles en el papel del Canciller y Cardenal Walsey; un genial Paul Scofield en el papel protagonista, después de haber sido recuperado para el cine por Zinnemann; y un incomparable Robert Shaw que nos deleita con una colección de matices interpretativos  entre los que destaca su especial énfasis en mostrarnos los cambios de humor y las veleidades del monarca Enrique.

Por último me resulta inevitable acudir al recurrente y facilón juego de palabras a la hora de loar la obra de este gran director. Pues Zinnemann demostró en estas tres citadas obras ser un verdadero Cine-man, aunque en su Austria natal hubiésemos de llamarlo Kino-Mann.

Conclusión opinable en función del punto de vista:

Cinematográfico: Buena                              Valor Histórico: Esencial

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Que hace una entrada como yo en un blog como este…

Lutero. Cartel

El titulo nos lo dice todo.

Es un film biográfico del 2003 de producción alemana que nos acerca a la vida y milagros del protagonista caracterizado por el británico Joseph Fiennes (Shakespeare in Love 1998, Enemigo a las puertas 2001). Si cinematográficamente la película no da excesivamente de sí, podríamos decir todo lo contrario desde el punto de vista histórico.

La trama nos conduce de manera desacompasada por la vida de Martin Lutero desde su acercamiento a la Fe Católica con su entrada en la orden dominica de Erfut en 1505 hasta, y creo no estar revelando nada, la consolidación de la nueva Fe protestante en centroeuropa y su enlace con Catalina de Bora. El ritmo de la pelicula parece acelerarse y acaparar demasiados detalles en poco tiempo y que, junto a la dirección, hacen que la obra adolezca de rasgos que la acercan más a una producción para la televisión que para la gran pantalla. En cambio hay un fin que lo justifica todo. Si nos fijamos en qué momento de la vida de Lutero se ubica el principio y el fin  de la película nos topamos con él. Esta recorre precisamente el periodo de vida en que nuestro personaje encuentra la justificacón para su “obra” la cual lleva a cabo durante el resto del film. Esto nos habla de cual es su auténtico leitmotiv.

La misión instructiva de la película parece ser el verdadero fin de la misma. Revisándola desde este punto de vista creo haber encontrado en ella una producción verdaderamente útil y sincera. Si nos sentamos a verla más como documental que como cualquier otra cosa consigue acercarnos a la figura de Lutero y a su mundo. Nos detalla cuales fueron los conflictos de intereses, cuales los problemas y cuales los hechos llevando acabo una función divulgativa al menos interesante. Pero desde este punto de vista podríamos encontrar ciertas pegas. Al no ser estrictamente un documental no ahonda en demasía en un análisis histórico cayendo en exceso en la justficación personal de un atormentado Martín que dialoga con el propio satanás y recortando, obviamente, cierto hechos anejos y de igual importancia (movimientos anabaptistas, relación e influencia de figuras del pensamiento moderno -Erasmo-) pero no nos engañemos todo esto sería imposible llevarlo al cine.

Conclusión opinable en función del punto de vista:

Cinematográfico: Regular;   Histórico: Altamente aceptable. Importante valor divulgativo.

Pd.- Para dar respuesta a la pregunta del título véase Manifiesto punto 5.