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Mi descubrimiento del cine iraní

Cuando hace poco me plantaron delante “Baran” supuse que encontraría un ladrillo sobre reflexiones acerca de la multiculturalidad. En cambio me topé con un nuevo motivo para recriminarme los prejuicios que todos, aunque sea un poco, solemos tener. La cinta podría haber sido firmada por cualquier director/a “occidental” y aunque tampoco pretendo hacer creer que se traten de dos obras maestras, ni tan siquiera apuntarlas como el dato nerd solo apto para culturetas, sí creo que por lo menos merecen ser tenidas en cuenta. Una semana después vi “Buda exploto…” esta vez al margen de los prejuicios y recordé lo mucho que se puede transmitir con la parquedad de medios. Ambas son dos películas de origen iraní, cargadas de simbolismo y de muchas lecturas. Aquí os dejo la mía.

Baran (Lluvia)” 2001

Tan iguales y tan diferentes. El amor tintado de admiración que el protagonista experimenta supera cualquier barrera de diferenciación cultural y pertenece a la propia existencia humana pudiendo hablar pues de una supra cultura como esencia humana que sería la de los sentimientos. Por otro lado la diferencia cultural en función de la procedencia pasa de estar latente (diferente reconocimiento laboral…) a ponerse de manifiesto de la manera más absoluta cuando él trata de entrar en su vida. El resto: condición, panorama etc. podría perfectamente emplazarse en una obra cualquiera de la construcción española.

Buda explotó por vergüenza” 2007

La violencia atrapa la existencia de los que todavía viven bajo las ruinas de Buda reventado por los talibanes. Esta envuelve los juegos de los niños quienes de manera especialmente interesante no diferencian entre talibanes y americanos sin hacer ascos a pertenecer a uno u otro bando. En medio de este panorama Baktay lucha por acceder a una educación. Algo que se le presenta harto difícil en un mundo en el que la única forma de escapar es dejarse matar.

El análisis sobre el primer film me parece mucho más claro y representa la problemática de la frontera. Se trata del mismo problema que tuvo Huntington cuando trata de situar una frontera entre las culturas para así poder diferenciarlas. Pero si él lo hizo empleando la religión como elemento diferenciador esta no parece ser la respuesta definitiva. A lo largo de la película observamos la evolución de los sentimientos de Lateef con respecto a la chica, del odio y el desprecio por haberle usurpado el puesto de trabajo y pertenecer a la minoría afgana sobre cuyas penalidades bromea hasta el amor cuando descubre que es una mujer o más bien una niña. A parte del marcado carácter sexista que Majid Majidi padece cuando nos muestra una chica endeble a la hora de trabajar de igual a igual con los hombres mientras que en las labores propias de la cocina sus aptitudes son óptimas, la película nos muestra a las claras un valor, el del amor (pero también la amistad de Memar el jefe de obra), superior a cualquier diferencia cultural. En cambio cuando Lateef trata de irrumpir en la vida de ella, cuando se acerca a su mundo descubre que su destino está sometido a los designios de su padre, a volver a su patria a colocarse el burka y volver a Afganistán.

Por su parte “Buda explotó…” comienza con la brutal explosión de los budas de Bamiyan en Afganistán y a partir de ahí sobre la vida que continua sobre el mismo escenario. En una de esas cuevas vive Baktay, una niña de corta edad quien fascinada por las historias que escucha leer a su vecino Akbhed (el hombre que dormía bajo el árbol…) decide ir a la escuela por iniciativa propia. Ante esta decisión las dificultades de la realidad afgana, de costear el material, de elegir si cuaderno o lapicero, de encontrar la escuela (la de niñas no la de niños claro está) que parece escaparse como el agua del rio, y de camino, la violencia instalada en la niñez. Los niños que juegan a la muerte y que instauran el terror en sus juegos infantiles. Niños que juegan a lapidar, a derribar aviones y a reventar budas. El simbolismo en una película cargada hasta las trancas de esto mismo alcanza su punto álgido en la escena final en la que Baktay ha de morir como solución última para lograr abstraerse de esa violencia mientras adultos sin rostro (igual que los verdugos pero también igual que los ajusticiados que van a morir) la rodean más atentos a trillar la mies que a prestar la más mínima atención a lo que suponen que son juegos de niños.

Así visto las películas parecen hablarnos de diversidad y unicidad cultural. Parecen hacernos reflexionar sobre la frontera anteriormente mencionada, sobre los factores de la misma y sobre su propia existencia. Nos hace plantearnos si la diferenciación  o la fractura Oriente-Occidente existe realmente cuando hablamos de cultura.