La presencia española en Nápoles.
El golfo de Nápoles constituye un espacio único no sólo por su historia y cultura, sino también por su heterogénea conformación geográfica. La posición privilegiada de este accidente terrestre ha seducido irresistiblemente a grandes viajeros, civilizaciones y, como no, a las principales potencias políticas dominantes del Mediterráneo a lo largo de los siglos.
Los aragoneses en Nápoles
Ya desde el siglo XIII, la Corona de Aragón había iniciado su expansión comercial por el Mediterráneo, a pesar de sus continuos enfrentamientos con Francia y el papado por el dominio territorial y mercantil. Pero no fue hasta el siglo XV, cuando el floreciente reino cristiano logró uno de sus principales objetivos: anexionar a la Corona el territorio napolitano.
Desde el siglo XIII, con la casa francesa de Anjou, Nápoles se había convertido en capital del reino angevino. A partir de entonces la ciudad creció rápidamente en importancia política, en población y en área urbana, al tiempo que la actividad económica y cultural (muy favorecida por el mecenazgo de los reyes) sufría un rápido incremento. Muy frecuentada por pisanos, genoveses y venecianos, la villa ofrecía ya entonces enormes contrastes sociales entre el lujo de un pequeño grupo y la miseria de una plebe sin trabajo.
A la muerte de Roberto el Sabio (1309-1343), se abrió un periodo de querellas dinásticas, que acabarían con la entronización de Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón y de Sicilia; éste se hizo con Nápoles tras un largo asedio (1441-1442), acabando con las aspiraciones de la casa de Anjou. [Imagen: Retrato de Alfonso V de Aragón “El Magnánimo” por Juan de Juanes. Fuente: Wikipedia]
Durante el dominio catalano-aragonés (1442-1504), Nápoles fue el eje de un gran imperio mediterráneo; la industria de la lana y de la seda llegó a su máximo apogeo y una corte fastuosa hizo de la ciudad un centro artístico de primer orden. En la villa se construyeron imponentes monumentos y se dotó a la ciudad de una nueva organización urbanística. En todas las obras se siente el influjo del arte catalán.
A pesar de todo ello, la dinastía catalanoaragonesa no consiguió hacerse con el favor popular debido, principalmente, a haber colocado a un gran número de catalanes en los principales puestos de la administración, de la política y de la economía. La corriente adversa llegó a su máximo apogeo en 1484, cuando la nobleza napolitana se sublevó contra Fernando I, hijo del Magnánimo y en 1495, año en que Fernando II, hijo de aquél, tuvo que huir de la ciudad al invadir el reino Carlos VIII de Francia. No obstante, gracias al auxilio de la Liga de Venecia, pudo volver a Nápoles el mismo año.
Dónde ver el Nápoles angevino y aragonés
Durante su estancia en Nápoles, Cervantes pudo entrar en contacto directo con los vestigios que estas dos dinastías habían dejado en la ciudad. En la actualidad, las sucesivas reconstrucciones ocultan con frecuencia la arquitectura primitiva. Sin embargo, todavía podemos encontrar construcciones de gran interés, como Castel Capuano o las iglesias como Santa Chiara, San Lorenzo, San Domenico Maggiore y Santa Maria di Donnaregina Vecchia, con su espléndida serie de frescos de la escuela de Giotto. Y como no, el Castel Nuovo, originalmente angevino pero que presenta un gran número de elementos aragoneses.[Imagen: Claustro de Santa Chiara. Fuente: picasaweb.google.com]
El Renacimiento “aragonés”
Con la llegada de los aragoneses a la Campania se inicia el Renacimiento, aunque todavía se realizarían algunas obras artísticas propias del gótico tardío. En pintura, aparecieron rasgos y materiales ibéricos, y la influencia de los pintores flamencos fue más que evidente. Con la corte aragonesa, el arte en el Golfo asumió las tendencias europeas y se dejó influir tanto por la cultura franco-provenzal como por la ibérica, que a su vez influyó en ambas.
La adquisición por parte de los reyes aragoneses de obras de autores flamencos, entre ellas las de artistas tan célebres con Jan van Eyck, inspiró determinantemente a la pintura napolitana de la época. Uno de los mayores exponentes de la época es el napolitano Colantonio, el cual, con obras como sus tablas de San Lorenzo Maggiore, San Domenico Maggiore y San Pietro Martire, demuestra la influencia humanista de Piero della Francesca, aunque también los rasgos más marcados de la pintura borgoñona-provenzal.
En cuanto a la escultura, hay que destacar la influencia tanto catalana como borgoñona en obras de claros tintes clásicos, como el Arco del Triunfo del Castel Nuovo o la puerta Capuana en Nápoles, al igual que los trabajos de escultores procedentes de Lombardía; un ejemplo de ello es el Succorpo del Duomo, obra maestra del renacimiento napolitano.
Hay que destacar también en esta época, el auge de las artes decorativas, en las que influirá de forma definitiva el gusto valenciano por la mayólica (obviamente, de procedencia árabe). El pavimento de la sala de los Barones en el Castel Nuovo, obra de Guillermo Sagrera, es buena muestra de ello.