Pedro Ibarra Ruiz nació el 10 de abril de 1858 en la ciudad de Elche (Alicante), siendo el hijo de la segunda mujer de su padre Jose Ibarra. Se criaría en la misma ciudad durante su infancia hasta los años de juventud, donde realizó sus estudios superiores en la Academia San Carlos de Valencia y en la de Bellas Artes de Barcelona, siempre influido por la atrayente personalidad de su hermano mayor Aurelià i Manzoni.
En 1891 obtuvo el título de Archivero, Bibliotecario y Anticuario en la Escuela Superior de Diplomática de Madrid. También consiguió plaza en el Museo de Cádiz, a la que renunció para volver a Elche y centrar su trabajo en la investigación de su ciudad natal, primero como simple escribiente y posteriormente como archivero y bibliotecario municipal. Por lo tanto, la ciudad ilicitana le debe valiosas aportaciones desde su faceta de humanista como desde la de artista, con sus fotografías y pinturas diversas.
El Ayuntamiento de Elche conservó buena parte de la producción artística de Pedro Ibarra y en el Archivo Histórico Municipal puede verse una buena muestra de su aportación como documentalista, a través de sus colecciones de fotografías, folletos de todo tipo, carteles, etc. Fue además un hombre en contacto
con el mundo científico y cultural de su tiempo, siendo socio, entre otras entidades, del Centro de Cultura Valenciana, el Instituto Arqueológico de Berlín, la Sociedad de Cultura Hispánica de Burdeos, la Asociación Artística-Arqueológica de Barcelona y The Hispanic Society of America.
En 1926 el Ayuntamiento de Elche le nombró Hijo Predilecto y con motivo de su muerte el 8 de enero de 1934, la ciudad unánimemente le rindió el homenaje que se merecía, dedicándole una calle dos años después, el carrer Conde, donde el ilustre historiador había vivido.
PEedro fue masón en su juventud, católico toda su vida y no participó activamente en la política de su tiempo ni en la Restauración, ni en la Dictadura de Primo de Rivera ni en la II República. Su preocupación se centró sobre todo en la arqueología, en el Palmeral y en La Festa. Que hoy ambos sean patrimonio de la humanidad no deja ser un homenaje póstumo a un hombre que dedicó todo su esfuerzo intelectual para proteger ambos bienes.