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En su infancia, mostró interés por los libros, la música, la tapicería, la costura, la caza y la naturaleza. Una vez coronado, amplió sus hobbies. Demostró gusto por los jardines, la pesca, la construcción, la numismática o la decoración de interiores. Se convirtió en un gran coleccionista de pintura (le encantaban los flamencos, pero no los italianos, salvo Tiziano), joyas, monedas, medallas, relojes, astrolabios, instrumentos musicales, estatuas, armas y armaduras… Formó la mayor biblioteca privada del mundo occidental, convirtiendo El Escorial en un centro de investigación. Fascinado por la magia y la alquimia, allí mismo creó un laboratorio, lleno de alambiques y destiladoras. Felipe fue, además, un gran mecenas de eruditos –especialmente, de los más humildes-. No sintió ningún interés ni por la astrología ni por el teatro popular.