A lo largo de todo el recorrido que hemos realizado por las diferentes comunidades españolas hemos ido obviando o pasando sin detenernos entre las obras que descubríamos de El Greco, como ocurrió en nuestro paso por el Museu Nacional d’Art de Catalunya, el Museo del Patriarca de Valencia, o el Museo del Prado. Este olvido de la obra del gran artista cretense ha sido deliberado, pues queríamos que fuera en nuestro paso por Toledo cuando abriéramos los ojos ante la magnitud de sus pinturas.
El Greco, pintor nacido en la isla de Creta, llegó a España, procedente de Italia, atraído por el foco pictórico escurialense. Sin embargo, tras realizar una obra para uno de los retablos del monasterio, abandonó Madrid y marchó a Toledo, donde desarrollará hasta su muerte la gran parte de su obra, que fusiona los principios pictóricos venecianos y manieristas con reminiscencias iconográficas orientales y el carácter recio de la devoción y la cultura castellanas.
Para la catedral de Toledo realizó entre 1577 y 1579 El Expolio, una de sus primeras pinturas españolas, que muestra el momento previo a que Jesús sea despojado por sus vestiduras. El Greco muestra la rabiosa novedad de su concepción pictórica mostrando a un enjambre de personajes que anulan cualquier referencia perspectívica. Se intelectualiza el espacio, trasladando la escena a un mundo irreal. El momento no puede resultar más dramático, frenético y sugestivo para el espectador.
También en Toledo, en la iglesia de Santo Tomé (que cuenta con una maravillosa página web), encontramos la que se considera obra maestra de este pintor: el Entierro del Señor de Orgaz. El Greco realizó esta pintura entre 1586 y 1588, representando en ella el momento milagroso en que San Agustín y San Esteban descendieron del cielo para participar del entierro del Señor de Orgaz. Volvemos a encontrarnos ante un espacio que carece de referencias de perspectiva, pero que además, cuenta con relación de continuidad entre el mundo celestial y el mundo terrenal, que resulta tremendamente irreal. La capacidad técnica y compositiva de El Greco es apabullante, pues aúna perfectamente las dos dimensiones y realiza una pintura de detalles exquisitos y fantásticos retratos.
En Toledo contamos también con el Museo de El Greco, que contiene importantes obras suyas.
En cuanto a los cuadros del pintor cretense que se custodian en el Museo del Prado, destacaremos en primer lugar su maravillosa Trinidad. El Greco concibe el momento en que Dios Padre recibe a Cristo como si de una Piedad se tratara; la actitud del Padre ante el cadáver de su hijo llena de ternura y dolor la pintura, en la que el influjo de los cuerpos rotundos de Miguel Ángel y de los ácidos colores venecianos es evidente. Además, el pintor construye el cuerpo de Cristo en una línea curva o serpentinata que nos recuerda el carácter manierista de su arte.
Por último, nos detendremos en la Adoración de los Pastores, una obra ya del siglo XVII (h. 1618) en la que asistimos a la culminación del proceso de desmaterialización e irrealidad que El Greco inició años atrás. Las figuras carecen de estabilidad y solidez por su extremo alargamiento y el movimiento ascendente de los ropajes, lo que unido a los efectos lumínimos, confieren un tono místico y trascendente a la obra.
La pintura de El Greco es totalmente sorprendente y a nadie puede dejar indiferente. La ingravidez de las figuras de sus últimas obras nos traslada realmente a un mundo paralelo, en que los cuerpos flotan y se elevan por brisas que parecen formadas por luz en lugar de por aire. Los ángeles son adolescentes alados que han cruzado la frontera. Y nosotros, los espectadores, asistimos atónitos a tal destrucción de la realidad sensible. Si alguien nos retratara contemplando uno de los cuadros de El Greco, no nos pareceríamos, con seguridad, a ninguno de esos personajes que asistían, sin alterarse, al entierro milagroso del Señor de Orgaz.
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