La reivindicación del canon o El caballo rojo de Luz C. Souto Larios

La literatura de Concha Alós continúa moviéndose en las filas académicas y así lo hace ver la profesora Luz C. Souto Larios de la Universidad de Valencia con su reciente artículo, publicado el pasado 26 de marzo, disponible en el Boletín de Estudios Hispánicos: Hispanic Studies and Researches on Spain, Portugal and Latin America. Este artículo, titulado «El caballo rojo (1966) de Concha Alós: una escritura a contrapelo del canon», trata de reivindicar la narrativa de nuestra escritora en el plano actual con una de sus novelas más hirientes por la recreación del drama de la Guerra Civil desde la perspectiva de los refugiados con las bombas sobre la cabeza, tal y como vimos en otras anteriores entradas. Las consecuencias de un Castellón castigado por las tropas franquistas se materializan en El caballo rojo, donde la vida de miles de familias anónimas, entre ellas las de Concha Alós, sobreviven como pueden en Lorca, en principio a salvo de los bombardeos, pero con la hostilidad vecinal tensando la cuerda.

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Luz C. Souto Larios. Foto de perfil en Academia Edu

Luz C. Souto Larios inicia su artículo repasando la trayectoria biobibliográfica de la autora. Posiciona a Concha Alós al lado de otras grandes escritoras como Carmen Laforet, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa, Dolores Medio, Mercedes Formica, Mercedes Salisachs, Rosa Chacel, Mercè Rodoreda… y tantas otras. También se lamenta del olvido literario que sufrió la escritora, junto con tantas otras. La profesora señala como motivo de ese ostracismo las ideas que destacan Genaro J. Pérez y Fermín Rodríguez: los temas de los que hablaba Concha Alós en su literatura no despertaron interés, sobre todo, aquellos que incidían en los conflictos femeninos. En este sentido, también valdría acercarse a los análisis de Francisca López en su libro Mito y discurso en la novela femenina de posguerra en España (1995). Básicamente, subraya la poca consideración de la crítica del momento a la producción literaria en manos femeninas, salvando los casos de Carmen Laforet, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite. La falta de deferencia no tenía otra razón que el sesgo de género con el que la obra de estas mujeres era leída y analizada: siempre con la hermenéutica de la sospecha de que esas escritoras se atrevían a invadir un espacio destinado a los hombres, los únicos valedores de los mecanismos del arte literario. Aquellas pobres mujeres no disponían del talento suficiente para igualarse a los verdaderos genios e intelectuales, todavía estaban en el punto de tener que madurar sus textos… eternamente. Las mujeres a escribir cosas de mujeres: pasteles rosas y príncipes azules, nótese mi ironía. Así también lo argumenta María Álvarez Villalobos en su artículo publicado en la revista científica Kamchatka (2019).

Volviendo al estudio de Luz C. Souto Larios y a su análisis de El caballo rojo, cabe destacar la perspectiva que subraya la investigadora con la aplicación indirecta del término «insilio» que acuñó Manuel Aznar Soler en 2018 a partir de las ideas de Paul Ilie y sus aportaciones sobre «el exilio interior» (1980). Félix Alegre y su familia serían los insiliados de El caballo rojo. Aunque con el matiz, según hace ver Luz C. Souto Larios que el insilio en la novela de Concha Alós bifurca las características descritas por Manuel Aznar Soler, ya que, en este caso, sufrirían un desplazamiento territorial aun sin salir de las fronteras españolas. No obstante, el sentimiento de desarraigo añadido a los problemas de adaptación, la exclusión y la pobreza atraviesan la vida de los personajes en su condición de refugiados, produciéndose, por tanto, «una auténtica escisión entre el ser y la tierra de origen» (2024: 7). Incluso, cuando vuelven a su idealizado Castellón, lugar arrebatado por la guerra, la inserción a la nueva realidad no podrá darse de forma íntegra.

Otro elemento destacable del trabajo de la profesora Souto Larios es su magnífico análisis de las distintas significaciones del título de la novela. Nos recuerda que, además de la alusión al color rojo: el color del enemigo, el adoctrinamiento nacionalcatólico del régimen queda desmontado y retratado ante las reminiscencias bíblicas que anuncian la guerra: «En el libro del Apocalipsis, el caballo rojo está montado por un jinete que tiene la potestad de quitar de la tierra la paz para que se maten unos a otros, es quien posee la espada más grande» (2024: 8). Asimismo, El caballo rojo es el nombre del bar en el que trabaja Félix Alegre, un establecimiento cuyo dueño, Don Trinitario, es el reflejo de la desconfianza y la xenofobia entre sus propios compatriotas. Por tanto, se observa cómo desde el título mismo de la obra comienza a destilar los rasgos del desarraigo y la precariedad.

El caballo rojo es también un grito a la infancia rota a través del personaje de Isabel, la hija de Félix Alegre, alter ego de nuestra escritora. El quiebre ya no es tanto por la interrupción vital que supone un conflicto bélico en cualquier vida humana, sino, además, por la brutalidad de la guadaña implacable de la guerra que siega lo que encuentra a su paso:

El desorden se había apoderado de todo. Se oían sollozos, gritos y lamentos. Los faros de los coches estaban encendidos. Los hombres recogían a los heridos y a los muertos. Olía a gasógeno y a polvo, también a jazmín. Rosa [la madre de Isabel] estaba sentada en la cuneta. Parecía tranquila. Con el babero de los patitos apretaba la cabeza de Leopoldo [su hermano], que tenía los ojos cerrados. El babero estaba empapado, rojo (Alós, 1966: 27).

Sin embargo, El caballo rojo guarda en su interior mucho más que el dolor de la pérdida y de la guerra en sí misma. Luz C. Souto Larios hace muy bien en reivindicar la apuesta de Concha Alós en su novela a la hora de exponer contramodelos de la maternidad imperante en la época. El personaje de Nanín, la novia de un mando militar republicano Manolo Causanilles, se muestra contundente desmitificando el naturalizado y famoso instinto maternal que bien se había encargado la Sección Femenina de enarbolar e inculcar a fuego. Nanín no sólo se niega a tener un hijo con Manolo:

Era muy gracioso Manolo: «Quiero tener un hijo». Así, sencillamente, «quiero». Como si un niño se encontrara de pronto tirado en medio de la calle, como un gato pequeño. Si él tuviera que llevarlo en la barriga, pasar todo el embarazo y luego parir…Y aún si viniera por su natural, pero tener que ir a buscarlo con boticas… (Alós, 1966: 97).

Sino que, además, decide apartarse de un matrimonio en pro del exilio. Nanín abandona a Manolo para salvar su vida y no sucumbe ante los ideales de sumisión y abnegación ciegas. Así, entre el personaje de Nanín y Rosa, la madre de Isabel, se contraponen frente a frente dos modelos de mujer despojados de toda misticidad femenina. Incluso, tal y como subraya Luz C. Souto Larios, en la novela también aparecen contramodelos masculinos que desmienten los valores tradicionales estereotipados y promulgados por el régimen. La investigadora destaca la posición de tres personajes secundarios: Vicente Martell, Diego y Pedro Bibiloni. El primero ejerce la profesión de médico y desea que sus hijas estudien y no se conformen con el papel de enfermera, quiere que sus hijas sean doctoras como él. Además, su carácter pensativo, dubitativo y sin pudor a mostrar el miedo, se dibuja muy opuesto al canon varonil de un hombre de pelo en pecho. Diego, por su parte, será un chico vegetariano que hace gimnasia y cuida su forma física, le gusta la literatura y la fotografía. El conflicto de este personaje, según indica Luz C. Souto Larios, radica «en fracturar tanto el estereotipo de género como el de clase: por un lado, es hijo de un carpintero, pero se aleja de la profesión familiar y tiene intereses intelectuales, por otro lado, su sensibilidad autodidacta y artística choca con una sociedad en la que los hombres no podían mostrar fisuras» (2024: 18). Por último, Pedro Bibiloni es un joven soldado herido en la guerra que se muestra totalmente opuesto a la violencia y no tiene apuros en admitir su miedo a morir o sus aprensiones cuando estuvo metido en las trincheras del frente del Ebro.

Todo esto son motivos suficientes para no olvidarnos de la literatura de Concha Alós, en general, y en El caballo rojo, en concreto. Una novela osada que abre en canal múltiples aspectos de la sociedad franquista desde sus inicios mediante otros elementos fuertes como el trauma de la guerra y su experiencia en primera persona. Gracias, querida Luz C. Souto Larios por esta aportación tan necesaria para seguir con la labor de restauración del canon y no dejar de enriquecer el valor literario de Concha Alós. Y, sobre todo, miles de gracias por tus investigaciones y metodologías didácticas que abren portales como Escritoras Rescatadas que aglutinan y dan reconocimiento a más de cuarenta escritoras españolas del siglo XX, entre ellas no podía faltar Concha Alós, que también han sido silenciadas por el desdén de un canon machista.

Realismo de la fealdad

Constantino Bértolo dijo de Los enanos que la censura permitió que se publicara la novela porque fue leída como una historia en la que sólo habitan «gentes vulgares». Es decir, la censura minusvaloró la obra. El Lector 28 fue el encargado de redactar el informe de evaluación el 27 de octubre de 1962, diez más tarde del polémico premio Planeta. Destacan pasajes como:

Por la novela de Concha Alós […] desfilan la vida cotidiana, los afanes, las miserias y las virtudes de unos cuantos seres grises y vulgares; […] Estampas conocidas en el marco de la penuria económica o de la vida irregular que algunas veces ofrecen los realquileres o las pensiones modestas; cuadros inconexos y reales, a los que presta cierta unidad e interés el relato que […] va vertiendo la pupila María Robles Martorell, una desgraciada muchacha que se aparta de un amor imposible de legitimar y por el que hubo de dejar el calor y la comodidad de una familia honorable […] (AGA 5708/62).

El arrepentimiento de María −que abandona a su amado por ser hombre casado y no desear vivir en pecado, perdón el pareado− pudo dar la clave para «salvar» la novela de los tijeretazos de la censura. Recordemos que el franquismo enarboló un modelo de mujer −sumisa, abnegada y dependiente− muy sujeto a los preceptos católicos. Por tanto, no es extraño observar que bajo este halo de beatitud y sufrimiento de María yace la constricción de todo siervo de Dios. Quizá fue esta la lectura que vio el censor número 28 y no la que propone Constantino Bértolo: «como uno de los testimonios más contundentes de la vida bajo el franquismo. El poder literario de su mirada sobre la realidad pone en evidencia la cruel y dura dictadura, su poder intimidatorio silencioso e implícito, pero a la vez manifiesto y visible». Es decir, que el «desfile de seres grises y vulgares» guarda en su interior «algo concreto y al tiempo difuso», asegura Constantino Bértolo, porque pone bajo esos «cuadros inconexos y reales» todo el aplomo de la fealdad del franquismo.

El periodista, crítico literario, profesor universitario, editor y escritor señala en su aproximación a Los enanos que, a través de los pequeños detalles: la suciedad de la cocina, el comportamiento de los niños, la usura de la dueña de la pensión, el sonido de las llaves del sereno, los redobles de los desfiles militares, la mirada lasciva de Don Benito, el asco de Sabina…, se encuentra «la característica más profunda y germinal del franquismo: su fealdad. Su fealdad civil, moral, individual y colectiva».

Constantino Bértolo durante su entrevista con El Salto (2021). Foto de David F. Sabadell

Otros autores como Fernando Larraz comentan las arbitrariedades o contradicciones que manejaba la censura a la hora de autorizar una obra. Por ejemplo, El gran sapo de Lauro Olmo (1961) fue sometida a tachaduras importantes. Igualmente le ocurrió a José María Cid con El trueno (1962). Al contrario, novelas como Los ninguno de Eugenio Nácher o El techo de lona de Mariano Tudela pasaron intactas por la censura (ambas publicadas en 1959). Quizá tenga razón Fernando Larraz cuando observa que «para la censura no había temas sociales prohibidos, sino tratamientos imposibles» (2014: 254). Es decir, que a la censura poco le importaban los retratos de fealdad que pudieran representar las obras, más bien observaban con celo que la obra guardara el decoro ante alusiones directas a figuras del franquismo y se preservara la moralidad católica (Manuel L. Abellán, 1980).

Bien es cierto que el relato de María son reminiscencias dolorosas del recuerdo de una vida anterior, pero, sobre todo, son la penitencia: «el peso de la culpa, el aborto, la soledad como destierro, vacío y prisión» como dice Constantino Bértolo. No hay lugar para la nostalgia, solo el castigo por haber desviado la senda. ¿Y no será que Concha Alós nos advierte precisamente de eso, de las consecuencias de vivir siguiendo esa línea recta? El dolor de María no representa la moralina de un escarmiento, sino la advertencia sobre la constricción del amor libre.

Dice Constantino Bértolo que en la novela no queda sitio para «el estilismo, la paradoja, la ironía o la parodia; sólo cabe la suciedad, la fealdad, la tristeza, la amargura, la mierda física y mental sin la menor sombra de psicologías de clase media o vida interior». Tiene razón. Los enanos dibujan el «realismo de la fealdad». Pasó «el filtro de la censura» porque su discurso fue tamizado por la penitencia de una pobre mujer. Las «gentes vulgares» con sus vidas «grises y tristes» se consideraron inofensivas, «inconexas». Sin embargo, la realidad, la triste y fea realidad es que Los enanos son el resultado de la fealdad misma que vive «a ras de ratas y a pan duro».

Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX ...

Constantino Bértolo tenía razón, la censura pasó por alto la descarnada crítica al régimen. Quizá no la pasó por alto, simplemente la menospreció porque tenían atado y bien atados los privilegios de los suyos. Mi ingenuidad quiere pensar que el aparato censor no supo leer Los enanos con toda su carga ideológica. Mi cinismo me dice que no solamente les importó un pito esa lectura crítica, sino que también la dejaron pasar por el escándalo mediático que suscitó la polémica del Planeta, dando preferencia al mercado editorial. Mi sentido común me orienta a sopesar todas las alternativas y a dejar en suspenso algo que no se sabrá cierto nunca. Lo único tangible que nos queda es la fealdad de Los enanos que bien deseaba mostrarnos en contraposición el camino opuesto hacia la belleza o la autenticidad del ser.

 

ABELLÁN, Manuel L. (1980). Censura y creación literaria en España (1939-1976). Ediciones Península: Barcelona.

BÉRTOLO, Constantino. (2021). ¿Quiénes somos? 55 Libros de la Literatura española del siglo XX. Editorial Periférica: Cáceres.

LARRAZ, Fernando. (2014). Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo. Ediciones Trea: Gijón.

Echando una mano a Juan Manuel de Prada

Las alosianas nos hemos quedado con los dientes apretados cuando a nuestras manos ha llegado el ejemplar Raros como yo (Espasa, 2023) de Juan Manuel de Prada. El volumen aspira a ser una antología de escritores y escritoras que, a juicio del autor, han sido considerados como «raros» o «malditos» a lo largo de la historia. Concha Alós se encuentra entre la abultada nómina de autores rescatados −cuarenta y cuatro en total−. No hay que desmerecer el trabajo recopilatorio que realiza Juan Manuel de Prada para corregir el «injusto olvido» al que muchos de estas rara avis han sucumbido con el paso del tiempo. El libro guarda una especial mención al escritor y sacerdote argentino Leonardo Castellani, muy admirado por Juan Manuel de Prada. Asimismo, dedica la última parte a las «Rosas de Cataluña», como él bautiza al ramillete compuesto por nueve poetas catalanas: Carme Guasach, María Luz Morales, María Teresa Vernet, Elvira Augusta Lewi, Rosa María Aquimbau, Irene Polo, Llucieta Canyà, Anna Murià y, quizá, la que más «fama» disfrutó de ellas, Elizabeth Mulder.

Concha Alós se ubica entre la «Gavilla de malditos» compartiendo cartel con su tocaya Concha Espina, Diego San José, Juan Antonio de Zunzunegui, Víctor de la Serna o Margarita de Pedroso, por hacer una somera mención entre los más de treinta que componen «la gavilla». Las aproximaciones a cada uno de estos autores son escuetas, apenas tres páginas que recorren los hitos más principales de sus biografías. No seré yo quien ponga en duda la capacidad y/o rigor investigador de este prolífico escritor firmante del volumen. Pero, déjeme decirle señor Juan Manuel de Prada −contando con el respaldo de mis alosianas detrás−, que con Concha Alós no ha sido usted muy preciso con su breve retrato.

Las referencias a la vida personal de la escritora continúan reproduciendo los mismos errores manidos ya hace tiempo desmentidos. Por ejemplo, su año de nacimiento que continúa situando en 1926. A partir de este dato, todo lo demás cae en cadena como un efecto dominó. Por consiguiente, Concha Alós no se casó con Eliseo Feijóo a los diecisiete años y tampoco tenía once más que Baltasar Porcel. Quien sea seguidor de este blog sabrá que la fecha de nacimiento de Concha Alós no está libre de controversia porque existe disparidad a la hora de situar el año según la referencia bibliográfica que se consulte. Recordemos la monografía de Fermín Rodríguez que ponía el dato en 1928. Sin embargo, una simple búsqueda en Dialnet −por mencionar una base de datos de fácil manejo y acceso a la mayoría− nos devuelve un significativo listado de referencias sobre estudios dedicados a la figura de Concha Alós en los que destacan los de mis alosianas Amparo Ayora del Olmo, Verónica Bernardini y Noémie François que, le puedo asegurar, aparece corregida la fecha 1922, según su partida de nacimiento.

El epígrafe de Juan Manuel de Prada no se olvida de mencionar el «escándalo literario de primera magnitud que ocupó varios días titulares de prensa» que el XI Planeta suscitó con Los enanos. Es muy probable que, con tantos titulares, se le haya podido hacer un batiburrillo el desarrollo de los acontecimientos y sea más eficaz para el señor de Prada mezclar los ingredientes según le encajen mejor. Ya saben el dicho: que la realidad no me estropee un buen titular. Juan Manuel de Prada basa su información siguiendo la nota de prensa que publicó ABC el 20 de octubre de 1962 (p.59), días después de la celebración de la entrega de premios. Si, al menos, hubiera buscado una sola referencia más en hemeroteca −sólo una, por ejemplo, la del diario zamorano Imperio (17-X-1962, p. 8)− habría sabido que Tomás Salvador, «el villano de la película» que ya contamos en su momento en este blog, no denunció el asunto de los derechos de editorial al día siguiente, sino en la noche de la gala, entrando un poco a la gresca con José Manuel Lara. En Imperio se reproducen las palabras de Tomás Salvador donde acusa al editor de Planeta de haber organizado la polémica intencionadamente para beneficiarse de la publicidad.

De hecho, otra noticia de ABC (19-X-1962, pp. 45 y 46) asegura que Tomás Salvador estaba al tanto de que Concha Alós había presentado su novela al Planeta y que él mantenía su intención de no publicar la obra. Fue después de que el nombre de Concha Alós saliera del último sobre cuando se acordó de la famosa cláusula siete del acuerdo que había firmado previamente con la autora (La Vanguardia, 18-X-1962, p. 25) y que, precisamente él, había decidido romper verbalmente (Rodríguez, 1985: 18). Aunque, claro, ya se sabe que las palabras se las lleva el viento… No obstante, era solo rascar un poco más en la hemeroteca.

En el lógico batiburrillo de Juan Manuel de Prada −digo «lógico» porque no referencia nada y se limita a señalar el diario ABC sin fechas ni orden cronológico−, no solamente confunde la sucesión de los hechos, sino también las noticias mismas. Como no se encuentran especificaciones a las notas de prensa consultadas −tampoco hay al final del volumen un apartado de bibliografía donde se pueda buscar la referencia, primero de carrera de investigador−, se sobreentiende en el texto que las frases que entrecomilla pertenecen a la misma nota de prensa del 20 de octubre de 1962 (p. 59), pero no. Juan Manuel de Prada alude al titular «Concha Alós, una maestra de treinta años, ha sido galardonada con el premio Planeta de novela» que no se resiste a apostillar: «En realidad contaba con seis más». El titular responde a un artículo de ABC del 16 de octubre de 1962 (p. 61) y Concha Alós «en realidad» tenía una década más. Las fichas continúan golpeándose unas a otras.

Por otro lado, reproduce, con un poco de mala baba a mi parecer, las palabras de Concha Alós cuando admitía que el desaguisado del Planeta la catapultó a la fama. Juan Manuel de Prada sigue en su nota de prensa del 20 de octubre de 1962 de ABC y toma únicamente los fragmentos que le convienen para que encajen sus juicios de valor: «se defiende como una leona ante las maledicencias»; «apostillaba con cierta desfachatez». Perdóneme, señor de Prada, el tono de las entrevistas no fue ese: ni la defensiva de ningún ataque, ni descaro de ninguna clase. Obviamente, no es ingenua y sabe que el lío mediático le beneficia. Pero se limita a afirmar un hecho irrefutable. Si hubiera leído entrevistas posteriores como las de Miguel Fernández-Braso para Diario de Burgos (14-V-1965, p. 3) o, meses antes a esta, el 4 de febrero de 1965 para ABC en «La necesidad de leer» (p. 23) o, incluso, para la genuina sección de «Mano a mano» con Manuel del Arco (La Vanguardia, 16-X-1962, p. 23), se habría dado cuenta de que Concha Alós estaba tan sorprendida por el escándalo como agradecida, ya que su premio, a pesar de todo, le «ha abierto una puerta que estaba cerrada» (p. 23). Bien es cierto que Concha Alós no tuvo paciencia presentando su novela a varios premios literarios a la vez. Sin embargo, eso no quita que la jugada de Tomás Salvador fuera un tanto a contrapié. Siento estropearle el titular.

Más adelante, indica que «leída hoy Los enanos…», señor Juan Manuel de Prada, ¿está usted seguro de que ha leído la novela? Porque la protagonista, esa «muchacha desvaída y melancólica», se llama María. Eloísa es la dueña de la pensión destartalada. Vale que solo haya consultado dos notas de prensa de ABC para referirse al Planeta de 1962, que ni cita debidamente y confunde, pero tampoco le ha puesto mimo al redactar esta semblanza.

Después, alude a «unos orígenes confusos» de la escritora que siempre aparecen en sus obras a través de «asuntos familiares escabrosos». Bien la dosis de morbo. También le ha faltado delicadeza, señor Juan Manuel de Prada porque ha lanzado una piedra para, luego, esconder la mano. Pasa rápidamente por la trayectoria de su vida sentimental, de su etapa en Mallorca hasta detenerse en su nueva estancia en Barcelona junto a Baltasar Porcel y asegura que el mallorquín se consagra como escritor gracias a «los desvelos de [Concha] Alós, que se encarga de traducir al castellano sus obras». Esto es sí y no, señor Juan Manuel de Prada. Es cierto que Concha Alós tradujo obras al castellano de Baltasar Porcel, dos para ser exactos: Los argonautas y Los chuetas mallorquines. Pero no fue ésa la única razón por la que Baltasar Porcel se consagraría en las letras catalanas: él sabía moverse muy bien mucho antes de conocer a Concha Alós. No hacía falta más que leer la correspondencia entre Baltasar Porcel y Llorenç Villalonga que edita Rosa Cabré en Les passions ocultes (2011). Son ganas de hacer buenismo, me da la impresión.

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Por último, se permite afirmar que, después de Las hogueras con la que consiguió definitivamente su Planeta, ya no obtuvo ningún éxito «neto» literario. Si por «neto» se refiere usted a bombazo editorial, puede que tenga razón. No le voy a negar que las demás novelas que publicó posteriormente no fueron galardonadas en ningún certamen, pero El caballo rojo y La madama tuvieron su eco mediático y sus vitolas de ediciones. Juan Manuel de Prada realiza una breve aproximación de El caballo rojo y Los cien pájaros, olvidando La madama. Tiene razón cuando asegura que «sus últimas obras, durante la década de los ochenta, pierden el fuelle que caracterizó sus años de esplendor». Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con su impresión sobre estas obras cuando afirma que se trata de novelas en las que «abundan vagabundeos oníricos». Déjeme decirle que, en realidad, representan la introspección al subconsciente femenino, al deseo de la mujer, normalmente coartado por la trampa del patriarcado. Siento de veras que usted las haya leído como delirios de una señora trasnochada.

No sé, señor Juan Manuel de Prada, me disgusta en sobremanera escribir estas líneas porque le puedo asegurar que yo fui a la biblioteca con la mayor de las ilusiones para leer su libro −me dio el aviso de su existencia el historiador Josep María Cuenca Flores que me ha ayudado mucho en unas cuestiones de mi investigación−. Esperaba con su libro poder dar cuenta de que la estela de Concha Alós no está tan «maldita», después de todo. Ni tan olvidada. No fue una «rara», ya que ella seguía la tónica de la época y escribió el mensaje que ella quiso dejarle al mundo, igual que hicieron Dolores Medio, Mercè Rodoreda, Elena Quiroga, la otra Elena Soriano, Carmen Gómez Ojea, Marta Portal…

Usted podrá contraargumentarme que para montar el epígrafe de Concha Alós debía ajustarse a unas limitaciones de espacio. Lo veo razonable. Pero no me negará usted que hay algunas precisiones que podría haber salvado con un poquito de ganas investigadoras y no reproduciendo lo que dice Wikipedia, con todos mis respetos a la página. Únicamente con un poquito de mimo, delicadeza… interés, en una palabra, habría conseguido usted un esbozo de Concha Alós mucho más ajustado a la realidad, sin recurrir a los detalles morbosos si luego no va a desarrollar o justificar por qué los saca de la chistera. Y todo ello en la misma extensión, sin añadir una palabra.

Déjeme contarle algo, señor Juan Manuel de Prada, por si todavía no está enterado. Efectivamente, Concha Alós murió en soledad arrasada por el alzhéimer y que a su entierro acudieron «un puñado de amigos» y que su cuerpo descansó en el cementerio de Montjuïc, pero no «frente al mar», como dice usted. Su sepultura quedó en lo alto de una de las colinas encaramada en un sexto piso, perdida. Siento estropearle la retórica. Sin embargo, desde noviembre de 2022, los restos mortales de Concha Alós fueron trasladados a Castellón de la Plana, la ciudad que la vio crecer. Gracias al esfuerzo inhumano de Amparo Ayora del Olmo, nuestra escritora descansa hoy como merece: reconocida al calor de un columbario escultórico diseñado por Juan Cabeza. Se le organizó un funeral de primer orden con música de cámara en directo y estuvo acompañada por las autoridades del Ayuntamiento, las alosianas abrazadas por la emoción y su familia que no pudo despedirse en su día. Puede darse una vuelta por este blog si le interesa conocer los detalles de aquel evento, sobre todo, si está usted pensado reeditar sus Raros como yo.

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Nosotras, las evacuadas

Concha Alós y Josefina de Silva nunca se conocieron. Pero imagino que les hubiera gustado hacerlo, ya que ambas compartieron el horror de haber vivido la Guerra Civil durante su infancia. Seguramente, tendrían mucho de que hablar porque las dos también fueron niñas evacuadas en la provincia de Murcia.

En el último año del conflicto, la familia de Concha Alós tuvo que huir con lo puesto. Las tropas de Franco entraban en Castellón y la amenaza de la Pava y sus Pavitos −así llamaban a la aviación alemana− surcaba implacable el cielo. Las familias de Castellón huyeron apretadas en camiones, sucias y hambrientas. Así nos lo cuenta Concha Alós en El caballo rojo. La única salida era ir hacia el sur. Valencia y Alicante también estaban siendo bombardeadas. Las alternativas se acababan y la Región de Murcia parecía un destino seguro. Lorca fue su lugar de residencia como refugiada de guerra. La familia de Félix Alegre en la novela es el alter ego de la de Concha Alós: padre camarero, madre enferma, una niña adolescente que ve cómo su padre se desloma en un bar de sol a sol, donde se reúnen los evacuados de Castellón a compartir la nostalgia de lo perdido, a esperar que todo se pase lo antes posible, porque lo importante es volver, aunque tu casa haya sido borrada del mapa.

El Caballo Rojo - Concha Alos - La Navaja Suiza

Un año antes, 1937, la situación en Madrid se volvía insostenible. Más bombas. Asedio. Hambre. La madre, la tía y la abuela de Josefina de Silva tuvieron suficiente y echaron el gozne de su casa. Las tres mujeres, junto a Josefina y sus hermanos, se subieron en un camión hasta Tembleque para, después, coger un tren hasta Murcia capital. ¿Por qué Murcia? Pues porque el nombre de la ciudad nunca salió en los periódicos como ciudad bombardeada. Así nos lo cuenta Josefina de Silva en Nosotros, los evacuados (1978).

Josefina de Silva narra en este libro, desde la óptica de una niña de ocho años, cómo vivió junto a su familia el trauma de la guerra: la inquietud de las detenciones, de los registros, el fusilamiento de un tío suyo, el cautiverio de su tía monja… En Murcia encontró hambre y piojos, sobre todo, piojos. De todos los tamaños: los niños organizaban peleas de piojos como quien asiste a una pelea de perros o de gallos. Algo tremendo. La escasez lo invade todo. Ella enfermó de anemia porque se negaba a comer lentejas con bichos… Pero en Murcia estuvieron a salvo e, incluso, con el tiempo, conocieron algún atisbo de felicidad. Murcia olía a naranjas y el sol era tibio. Las familias que acogían refugiados se convertían en parientes cercanos. Había que arrimar el hombro.

Imagen del vendedor de Nosotros, los evacuados a la venta por Librería Alonso Quijano

Las vivencias de Josefina de Silva tuvieron que muy ser parecidas a las de Concha Alós. A la fuerza. El caballo rojo nos da una faz de lo que significó ser refugiado en una provincia atestada de gente temerosa, sin hogar y sin trabajo. Nosotros, los evacuados no cuenta situaciones más alentadoras −el drama bélico es el mismo en todas partes−, pero aporta la tibieza de la inocencia de una niña que vivió la guerra con suprema entereza. El libro de Josefina de Silva es la crónica de una generación que fue atravesada por la guerra desde su corta infancia y que, con el paso del tiempo, mira atrás con la serenidad del bálsamo de la distancia que quiere reparar, dejar un registro.

Concha Alós y Josefina de Silva fueron evacuadas en una misma zona geográfica. Sus textos son testimonio de la intrahistoria, de lo que vivieron gentes corrientes con su petate al hombro, el cabello invadido de parásitos, el estómago vacío y el corazón lleno de incertidumbre. Miedo. Los libros de estas dos mujeres hablan de aspectos de los evacuados que, a veces, a los historiadores se les olvida entre los datos y la estadística. Las historias de Concha Alós y Josefina de Silva son el retrato de un cercén, de una herida que dejaría una profunda cicatriz.

Estoy segura de que, si un día, Concha y Josefina se hubiesen encontrado por la calle años después, habrían detectado en sus ropas ese olor a corteza de naranjas, habrían leído en sus ojos un miedo remoto, latente. La marca de un hambre caducado. Se habrían sonreído con la malicia de los cómplices, de los que se reconocen. Hubiesen seguido su camino sin volver la vista atrás, pero pensando sin borrar la sonrisa del animal a salvo: Sí, eso nos pasó a nosotras. A nosotras, las evacuadas.

2024, Welcome

2024 comienza fuerte con dos noticias. Como siempre: una buena −buenísima− y otra mala −triste−. Voy a omitir el tópico de la cal y la arena porque a mí las dos opciones se me hacen polvorón en la garganta, vaya usted a saber por qué. Además, no estoy siendo totalmente sincera: en realidad 2024 ha comenzado ramplón y normalito, ha sido 2023 el que se ha despedido poniendo el listón alto: para bien y para mal.

El pasado domingo, o sea, el 31 de diciembre nos decía adiós Isabel Steva Hernández, más conocida como Colita. La fotógrafa barcelonesa, artista de la Gauche Divine y gran activista política y cultural, tuvo grandes maestros como Oriol Maspons, Francesc Català-Roca, Leopoldo Pomés y Xavier Miserachs cuando empezó a trabajar con ellos como ayudante en 1961, tal y como señala la nota de prensa de RTVE. Su labor artística tuvo un considerable impacto en el mundo cultural e influyó en la promoción de escritores, cantantes, bailaores de flamenco… Sus primeras exposiciones tuvieron lugar a partir de 1965 y para cuando el proyecto del Bocaccio −el punto de reunión de la Gauche− alcanzaba su apogeo, dos años más tarde, Colita ya era toda una fotógrafa consolidada e imprescindible. Aquí adjunto los enlaces de las necrológicas más destacadas que han recordado a la fotógrafa que nació debajo de una col, según le contaba su padre, y que nunca dejó de poner el ojo a una realidad exasperante que ella convertía en belleza e ironía.

Isabel Steva, Colita, en una imagen de archivo. David Zorrakino/ Europa Press. Foto que escoge Diario.es para su noticia.

Concha Alós también formó parte de esos escritores retratados por Colita. Algunas de esas fotos pueden consultarse y descargarse en el Arxiu Nacional de Catalunya. La amistad entre Concha Alós y algunos fotógrafos catalanes se materializa en la figura de Toni Catany quien fue uno de los pocos asistentes al funeral de Concha Alós, junto a María del Mar Bonet. Indagando sobre el grado de amistad entre las dos mujeres y averiguar qué podría que contarme Colita sobre Concha Alós, me puse en contacto con Francesc Palop, director del Archivo fotográfico de Colita, y me confirmó su relación profesional y hasta incluso la buena onda entre ambas, pero también me dijo que «no llegaron a tener una amistad en el sentido de la palabra», cito textualmente la respuesta de su correo.

No obstante, la búsqueda en el Arxiu Nacional de Catalunya nos devuelve una fotografía de Concha Alós realizada por Colita fechada en 1992 que ya publiqué en la entrada de abril titulada «La providencia», lo cual demuestra, cuando menos, una relación profesional prolongada en el tiempo.

En cualquier caso, tampoco importa tanto cuán de amigas fueron; lo interesante en este punto es que sus vidas se cruzaron en el fervor cultural de la Barcelona del tardofranquismo −y un pelín más a juzgar por lo dicho en el párrafo anterior− y que nuestra escritora formó parte de la nómina de personalidades que desfilaron delante del objetivo de la gran fotógrafa. El nombre de Colita se ha cruzado innumerables veces en mi investigación doctoral, el comentario de Francesc Palop enfría un poco el asunto, pero no consigue restar admiración por una artista que tuvo a bien conocer y retratar a Concha Alós en un momento álgido de esa efervescencia cultural. Quizá por eso, a las alosianas nos ha trastocado tanto su muerte porque, además del valor incalculable de Colita como fotógrafa en la España de Transición, con su muerte se ha cerrado otra puerta al pasado de Concha Alós. El legado se desvanece ante la impasibilidad del transcurso de la vida.

Por esta razón, para evitar que el legado se borre, se esfume de entre los dedos como arena de playa, la labor de las alosianas sigue también imperturbable −aquí viene la buena noticia−. Nuestra alosiana francesa, Noémie François, vio publicado su artículo para el Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo a finales del año que acabamos de dejar, lo cual aporta un gran cierre de año, añadiendo mi artículo de Anthropocenica, pero, sobre todo, indica la alegría de los resultados de nuestras investigaciones, ya que la palabra de Concha Alós se mantiene con marcado protagonismo y esperemos que dé juego para este 2024 y siguientes.

El artículo de Noémie François habla sobre los premios literarios más relevantes de la época franquista: el Nadal y el Planeta. Como ya hemos mencionado en muchas ocasiones −véase la entrada «La noche del Planeta» del pasado 31 de mayo−, Concha Alós tuvo la fortuna de ganar dos veces el Planeta, pasando por la descalificación en primera vuelta del Nadal con Los enanos (ABC, 7-I-1962, p. 75-6). La valía de la aproximación de Noémie François radica, no tanto en este dato anecdótico de la ruleta de los premios literarios que supuso la participación de Concha Alós en ambas convocatorias, sino en poner en blanco sobre negro la importancia de estos premios literarios para la profesionalización del oficio de escritor, más concretamente, para las escritoras.

Noémie François reivindica en su estudio la trayectoria profesional de Concha Alós y lo mucho que le brindaron los Planetas, el primero la publicidad y el segundo la consolidación de una escritora de pluma afilada. Asimismo, Noémie recuerda el éxito de sus novelas premiadas que fueron adaptadas a la televisión acallando las voces agoreras de los críticos menos amables que se acercaron en su día a las obras de Concha Alós.

José Manuel Lara (c) y el escritor Sebastián Juan Arbó (d), premio Planeta 1949, con Concha Alós. Foto: EFE/CARLOS PÉREZ DE ROZAS en Castellón Plaza.

De esta manera, «La alternativa al Nadal: el caso de Concha Alós y el Planeta» se erige como un artículo oportuno y necesario para mantener vivo el legado de una gran mujer que peleó como una leona para convertirse en una escritora reconocida y de nivel. Gracias, querida Noémie François, por no dejar caer a nuestra Concha Alós. Gracias por continuar siendo un bastión imprescindible en la investigación alosiana, tu ejemplo me da fuerzas para continuar con el mayor de los respetos y tesón la labor reivindicativa sobre Concha Alós. Las alosianas no dejaremos que caiga o, al menos, eso intentamos de corazón hasta que el transcurso de la vida nos deje atrás…

Concha Alós en el III Encuentro de Pensamiento Iberoamericano

Hace apenas un par de semanas, concretamente entre los días 22 y 23 de noviembre, se celebró en la Universidad de Huelva el III Encuentro de Pensamiento Iberoamericano organizado por las áreas de Filosofía y Literatura de las Facultades de Educación y Humanidades, respectivamente, junto a la colaboración de la Cátedra de Juan Ramón Jiménez y enmarcado en la XVI edición del Otoño Cultural Iberoamericano. Además, el evento contó con el apoyo de las Cátedras Externas de la Diputación de Huelva, el Centro de Pensamiento Contemporáneo e Innovación para el Desarrollo Social (COIDESO) y la Asociación Cultura Iberoamericana, según amplía la información el periódico digital de Huelva.

Este tercer encuentro llevaba por lema Cultura, naturaleza y crisis ecológica en las literaturas hispánicas y estuvo dirigido por los profesores David García Ponce y Vicente de Jesús Fernández Mora. El objetivo de este nutrido encuentro, desde su primera edición, ha sido el de contribuir a crear un foro de referencia nacional e internacional donde el diálogo de los mundos culturales iberoamericano y español se hace posible para incentivar debates críticos de sesgo humanístico, filosófico y sociopolítico con tal de promover el compromiso, proponer ideas de transformación y mejora social, así como dar voz a la cultura de calidad.

Huelva acoge los días 21 y 22 de noviembre el III Encuentro de Pensamiento Iberoamericano

Fieles a su cometido, David García Ponce y Vicente de Jesús Fernández Mora diseñaron un riguroso programa con invitados de lujo como José Manuel Marrero Henríquez desde la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria o Jorge Riechmann Fernández desde la Universidad Autónoma de Madrid, contando, además, con el escritor hispano-mexicano Imanol Caneyada que presentó su novela Litio, Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón 2023 en colaboración estrecha con la Librería Cosecha Negra. La Cátedra de Juan Ramón Jiménez protagonizó una jornada notable en la mañana del 23 con comunicaciones de nivel en las que se ofrecían lecturas sobre la visión de la Naturaleza en la extensa obra juanramoniana.

Mi amigo y compañero David García Ponce me puso al tanto de la envergadura de semejante encuentro cultural. Dadas mis incursiones en la ecocrítica para mi investigación doctoral, decidí que era un evento imprescindible y que sería un sacrilegio dejarlo pasar. Las sorpresas del azar quisieron que de mera espectadora del evento pasase a ser un elemento activo del mismo. El motivo de tan drástico cambio fue la ausencia repentina por causa mayor de José Manuel Marrero Henríquez. Conforme su avión aterrizó en Sevilla, recibió una desagradable noticia y tuvo que marcharse de vuelta a su tierra tan rápido como saliera el próximo vuelo. Esto ocurría el mismo día 22. ¿Cómo solucionar el vacío en el programa de la conferencia inaugural dedicada a la ecocrítica con tan poco tiempo de margen? Sencillo.

Los directores, David y Vicente, improvisaron una mesa redonda donde se analizó el concepto de desarrollismo y se puso entre comillas la presencia (o no) de la ecocrítica en el ámbito de la literatura española. Me pidieron que participase en el coloquio que estuvo moderado por Imanol Caneyada. Mi colaboración fue breve, teníamos un tiempo limitado. Sin embargo, aproveché la ocasión para hablar del ecofeminismo y cómo sus teorías filosóficas proveen de unas «gafas», como bien dice la profesora Margarita Carretero González, que nos permiten leer los textos literarios con otros ojos más críticos, desarrollando una «hermenéutica de la sospecha» como diría Alicia Puleo. Mis lecturas y análisis de la obra de Concha Alós las hago con esas gafas −moradas y verdes− puestas. Por ello, mi aportación no sólo se ciñó al ecofeminismo, sino que también empleé mi espacio para reivindicar la figura de Concha Alós y su narrativa deconstruccionista de las estructuras socioculturales. Las diferentes intervenciones que ocuparon la mesa redonda suscitaron una sinergia conversacional muy positiva y rica que se comió el tiempo de pausa y aún tomó prestados unos minutos de la siguiente sesión. El ánimo de la conversación nos hizo olvidarnos del reloj. Fue realmente apasionante.

La organización de aquella mesa redonda nos llevó a David y a mí a dormir tres horas la primera noche −la segunda noche no fue mejor, pero tuvo otras motivaciones−. Así que, acumulé horas de sueño y horas de tren: diez de ida y diez de vuelta. Tardé muchos días en recuperarme después −será que la edad no perdona o que realmente nos dimos una paliza tremenda, pero esto ya se sale de lo estrictamente académico−. A pesar del cansancio, no me arrepiento y lo volvería a repetir con los ojos cerrados porque, efectivamente, era un sacrilegio perderse semejante encuentro. Estoy esperando con ganas la IV edición.

Además, otro capricho de los hados quiso que esa noche de preparación y nervios de la mesa redonda, fuera publicado mi artículo sobre ecocrítica y ecofeminismo en la narrativa de Concha Alós en Anthropocenica. Revista de Estudios del Antropoceno y Ecocrítica que aquí pongo el enlace para su descarga, si estáis interesados en su lectura. Fue mi amigo David García Ponce quien me descubrió la noticia, las alertas de Google son infalibles. No tengo palabras suficientes para agradecer su hospitalidad, su cálido recibimiento, su confianza en mí. Me sentí muy honrada aportando mi pequeño grano de arena en unos encuentros tan importantes y necesarios.

Querido amigo, por favor, acuérdate de mí para el IV Encuentro de Pensamiento Iberoamericano que Concha Alós siempre tendrá algo que decirnos y yo el deber de darle voz.

Miguel Fernández-Braso

El 18 de diciembre de 1968 un joven escritor subió por las floridas cuestas de Vallvidrera para encontrarse con una estimada amiga. Faltaba un año para que esa amiga viera publicada su quinta novela, La madama. Así, en un apacible atardecer rojo invernal el joven escritor, periodista, editor y futuro galerista se sentó a tomar un whisky en el salón de la casa de su querida amiga Concha Alós. Miguel Fernández-Braso deseaba entrevistar a su colega De escritor a escritor. Este es el título del libro, publicado en 1970 poco después de La madama, donde Miguel Fernández-Braso transcribe las conversaciones mantenidas con otros escritores desde Gabriel García Márquez a Juan Benet, pasando por Baltasar Porcel, Max Aub, Carlos Barral, Ángel María de Lera, José Luis Castillo-Puche, el poeta Ángel González o la narradora de cuentos infantiles y traductora Carmen Bravo-Villasante.

La entrevista con su amiga transcurre relajadamente porque, en realidad, no es una entrevista al uso, es una charla distendida entre amigos donde se cuelan impresiones de escritores. La intención de Miguel Fernández-Braso es entrar en la «íntima geografía» de su amiga, desea «inflar los pulmones de la curiosidad en su atmósfera vital» (1970: 137). Sentados en ese salón con vistas a la neblina del atardecer que va palideciendo los rojos, el joven escritor adivina que es entre las montañas y las brumas del entorno privilegiado de Vallvidrera donde Concha Alós encuentra «el reposo necesario para la creación». Miguel Fernández-Braso bromea, un poco medio en serio: «Aquí no se puede escribir mal» y «Concha sonríe» (1970:138). El amigo hace alusión al ineludible asunto del premio Planeta de 1962 y, después, el definitivo de 1964. Ella admite serena: «Planeta lanzó mi nombre y mi obra al mundo literario, a las librerías, al público. […] Si mi obra se sostiene, será por ella misma» (1970: 138). Estas palabras coinciden con las reproducidas en otra entrevista del 14 de mayo de 1965 en el Diario de Burgos realizada también por Miguel Fernández-Braso que, por entonces, firmaba como Miguel Fernández.

A la pregunta: «¿Qué quisiera aportar a la novela española?», Concha Alós responde:

No sé…  No me he planteado el problema de esta manera. La novela española así, como si fuera la producción de cereales y cítricos, no me dice nada. Sé lo que pretendo con mi obra, con cada una de mis novelas. Dentro de algún tiempo, críticos e historiadores, si quieren, ya me relacionarán con esto de la novela española. Sí, mi propósito es escribir novela testimonio: ser testigo del tiempo que me toca vivir, reflejar personas y hechos vivos, deshacer, dentro de mis posibilidades, los mitos impuestos, aceptados soñolientamente o por convivencia, decir la verdad (1970: 139).

Luego hablan de La madama, del mucho trabajo que le ha llevado escribirla y con la que se ha fijado mucho más en la técnica narrativa que en sus anteriores novelas. Concha Alós piensa que el escritor es como la tierra: «necesita abono para producir fruto fresco y jugoso». Miguel Fernández-Braso le da la razón y afea las palabras proferidas por Francisco Umbral en La Estafeta Literaria el 1 de octubre de ese 1968, donde afirma sin contemplaciones que «Concha Alós, nombre intermedio, no parece ya a la altura de su eclosión: esperemos» (p. 39). Así, Miguel Fernández-Braso defiende, desdiciendo al colega Umbral, que Concha Alós «es de las escritoras que avanzan con paso firme, porque se ha planteado, de manera humilde y honda, su labor» (1970: 140). Concha Alós se limita a opinar que:

Posiblemente escribo mejor ahora que años atrás. El oficio de escribir, como todos los oficios, se consigue trabajando. Pero no es fácil. Cada vez que me enfrento con un nuevo tema, con el propósito de novelarlo, encuentro dificultades, tantas dudas, que a veces llego a pensar si no habré aprendido nada. […] Palabras, ideas, personajes, todo se desborda, se amontona. El trabajo está en limar, concretar, decir escuetamente, sobriamente, cortar. Es difícil, muy difícil (1970: 141).

Miguel Fernández-Braso concluye con varias ideas sobre su amiga y colega de letras: la primera que «la prosa de Concha Alós tiene temperatura humana, escozor dramático, temblor poético»; la segunda que sin buscar «grandes pretensiones ideológicas […] en cada página hay fuertemente abrazado como un eco de nuestros sentimientos», son palabras dichas «al oído del corazón» para que «retumben en la bóveda del alma» y la tercera es que Concha Alós se alza como «una mujer estudiosa de todo lo que estimula y aprieta el corazón del hombre»; «es humanidad hecha palabra» (1970: 141-42).

Gracias, Don Miguel por este retrato tan certero de nuestra querida escritora. Desde el ámbito investigador se confirma cada una de estas delicadas impresiones, descritas con tanto mimo y admiración.

La lectura de la conversación entre Miguel Fernández-Braso y Concha Alós reproducida en De escritor a escritor me ha permitido asomarme a un pedacito más de la vida de Concha Alós y me ha servido para reafirmarme en mi valoración sobre su obra: tan respetada y admirada por mí. Arrobada por la curiosidad y el afán investigador, trato de repetir la aventura de aquella entrevista. Pero, esta vez, cambiando Vallvidrera por la calle Villanueva de Madrid, donde se encuentra la Galería de Arte Fernández-Braso, hija de un proyecto embrionario desde que en 1971 el escritor y editor decidiera abrir la librería Rayuela junto a Carmen Muro, situada en la calle Tutor. Poco a poco, según informa la web de la galería, «los cuadros fueron ocupando más espacio e interés» que los libros. En Rayuela se dio a conocer la obra de Antonio Tàpies, Alberto Corazón, Rafael Canogar, Antonio Saura o Manolo Millares. La librería daría paso a la galería Rayuela en la calle Claudio Coello dirigida por Carmen Muro. En estos años, entre 1971 y 1980 fecha en la que Miguel Fernández-Braso crea la galería Juan Gris, el escritor se hace cargo de la editorial Guadalimar que también contaría con una revista especializada en arte con el mismo nombre. Rayuela formaría parte de la primera edición de la feria de arte contemporáneo ARCO de Madrid. No sería hasta 2011 cuando las galerías Rayuela y Juan Gris se unirían «en un espacio más amplio y adaptado a las nuevas necesidades expositivas» en la calle Villanueva.

El pasado 13 de octubre tuve el placer de visitar la galería y conocer personalmente a Miguel Fernández-Braso, tras varias llamadas telefónicas con conversaciones breves, pero muy interesantes. Llevo un par de días en Madrid. He de aprovechar al máximo mi estancia en la capital. Las visitas al Archivo General de la Administración me llevan tres días, otra consulta al Archivo Histórico de Defensa me ocupa la mañana del viernes. Ese viernes 13. En mi feliz cálculo por abarcar y concentrar al máximo las tareas, me comprometo a consultar el sumarísimo y llegar a una hora decente −las once y media, Don Miguel tiene que marcharse antes de la una− a la galería en tiempo récord. Spoiler: llego tarde, como una hora después de lo convenido. Mal. Muy mal. Me siento avergonzada. Menuda primera impresión. Encima, la gracia del retraso me resta tiempo de entrevista.

Llego apurada y sudada (he tenido que hacer un trasbordo en las líneas de metro que, para colmo, hago mal: pudiendo escoger un itinerario corto, me voy por el largo). No puede ir peor. Oigo mi rigor investigador perderse con la descarga de agua de cualquier cisterna. Pero contra todo pronóstico, abro la puerta de la galería y allí me espera el célebre escritor, editor y galerista sentado en su despacho. Un lugar apacible con sillones de terciopelo y muchos, muchos libros por todas partes: el lugar de mis sueños. Poco me importa, si afuera, el cielo está palideciendo los azules brillantes de la luz solar. Esperaba, por mi desconsideración ante la tardanza, ser recibida con algún gesto de contrariedad, algún comentario hostil, algo… Nada. Miguel Fernández-Braso me decida una gentil sonrisa y me extiende una mano amable que me dice con su cálido gesto: Tranquila, ya has llegado.

Me invita a sentarme en esos cómodos sofás de suave terciopelo. Con el apuro de las carreras por el metro, por un momento, olvido todo lo que quería decirle, preguntarle… Pero nuevamente, la mirada de Don Miguel me calma, me pone en su sitio y, sin más, comenzamos a hablar de nuestro nexo común: Concha Alós.

Obviamente, la conversación no se dilata demasiado. Pero los escasos veinticinco minutos que puede dedicarme son extremadamente hermosos y sustanciales. Me cuenta muchas cosas sobre Concha Alós, unas ya las sabía, otras no. Me confirma o desmiente ciertas informaciones que yo tengo que ir completando para el desarrollo de mi tesis doctoral. Miguel Fernández-Braso me cuenta que también él fue amigo de Concha Ibáñez y que compartía su pasión por el arte pictórico con Concha Alós. Se conocieron en un contexto formal en torno a 1962, cuando el joven escritor colaboraba en cabeceras como Pueblo, ABC o el citado Diario de Burgos. De aquellos encuentros formales fue surgiendo una amistad profunda entre él y el binomio Alós-Porcel. Le agradezco enormemente su tiempo y su paciencia. Quedamos en seguir hablando a través de WhatsApp. Me da la enhorabuena por mi entusiasmo y mi admiración sincera por nuestra novelista… De aquel encuentro del pasado 13 de octubre en la galería de la calle Villanueva puedo revelar la anécdota que me contó de Concha Alós cuando una noche, al volver a Vallvidrera en coche, en una de las oscuras cuestas vio a una mujer con un niño pequeño aferrándose a un chal deshilachado para cubrirse del helado viento de aquellas montañas. Ella pidió a Baltasar Porcel, que conducía atento a la carretera, que diera media vuelta. Tenían que ayudar a aquella mujer y a su niño. Así lo hizo Baltasar Porcel y ambos socorrieron a una mujer y a un niño que estaban en peligro de hipotermia. Esta historia me la contó Don Miguel tras preguntarle sobre la humanidad de la escritora que él describe en su entrevista del 18 de diciembre de 1968 y concluye: «Concha Alós desbordaba humanidad».

Pues sí. No puede tener más razón Miguel Fernández-Braso. Concha Alós era humana a rabiar y lo demostraba en cada palabra que salía de su pluma. Gracias, Don Miguel, por aquellos veinticinco minutos y por haberme hecho todavía «más humana» la figura de Concha Alós.

La transferencia del arte

Concha Alós dejó la isla de Mallorca en 1960 para instalarse en Barcelona junto a Baltasar Porcel. Consiguieron un enclave privilegiado en Vallvidrera y, allí, comenzaron a forjar un círculo de amistades nutrido de las diferentes manifestaciones artísticas. Así, la literatura de ambos escritores entró en contacto con el arte pictórico de grandes figuras catalanas del momento. El libro biográfico sobre Baltasar Porcel de Sergio Vila-Sanjuán (2021) arroja algunas trazas al respecto.

El escritor y periodista expone en su monografía cómo la amistad con Miguel Lerín Seguí, un «agente de aduanas y coleccionista de arte» −no menciona nada sobre su pasión por el tenis y su labor destacada como juez-árbitro del Conde de Godó−, permitió a la pareja entrar en contacto con el arte. Miguel Lerín Seguí tenía una casa en Vallvidrera a la que apodaban «La Gordita» por su opulencia de espacios. «La Gordita» era el lugar de encuentro del ámbito intelectual que se deleitaba cada fin de semana con una paella sentados en el mirador de la residencia con vistas a la ciudad, según cuenta Sergio Vila-Sanjuán. En esas reuniones coincidían Concha Alós y Baltasar Porcel con artistas de la talla de Jacqueline Laurent o Jaume Pla. Sin embargo, pronto crecería una afinidad mayor entre ellos y el pintor Eduardo Arranz-Bravo y su esposa, Carmen Mestre. A los cuatro les gustaba Vallvidrera porque «ofrecía una forma de vivir más discreta», opina Arranz-Bravo. Pero no solo, al pintor le encantaban los atardeceres de Vallvidrera porque le parecían «un espectáculo prodigioso, vivo, tan repetido como inédito». En aquella altitud de vientos hinchados de «rojos alucinados», paleta de azules y nubes plateadas, «se creó un hilo de simpatía entre nosotros, entre su literatura y mi pintura», continúa el pintor. (cit. en Vila-Sanjuán, 2021: 49).

Además, añade: «En la intimidad teníamos un contacto muy fácil y natural, no íbamos de divinos. Nuestras carreras se fueron desplegando bastante paralelamente». De hecho, La Vanguardia del 17 de octubre de 1965, Juan Cortés reseñó la exposición de Arranz-Bravo en la Galería de Arte Syra donde se recogieron «treinta lienzos al óleo, una serie de guachas y dibujos en tinta china y la ilustración de tres textos de los cuales uno es una narración de Concha Alós, caligrafiada también por él»; así como otras cuatro ilustraciones «para un cuento de Baltasar Porcel» (p. 43). La amistad trajo inspiración y creatividad común. La transferencia en el arte se había hecho obra.

Detalle de una carta de Arranz-Bravo a Parcerisas, julio de 1968 COLECCIÓN FRANCESC PARCERISAS). La Vanguardia, 1-II-2021.

La exposición de la Galería Syra fue el inicio de aquella transmedialidad artística entre literatura y pintura. Se descubre de nuevo en La Vanguardia del 6 de octubre de 1968, la exposición de «El VII Salón Femenino de Arte Actual», ubicado en la Sala Municipal de Arte −«antigua capilla del Hospital de la Santa Cruz, […] contando con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona y la Diputación»− que reunió a ochenta expositoras. La junta directiva estuvo compuesta por la presidenta María Asunción Raventós, la secretaria Concepción Ibáñez, como relaciones públicas Mercedes de Prato y Claude Collet como tesorera. Además de otras vocales como Teresa Lázaro, María Josefa Colom, Caty Juan, Nuria Limona y Rosario Velasco. El nombre de Concha Alós aparece en la formación de patronato junto a Elisa Lamas, Amparo Ramírez de Cartagena, Montserrat Rogent, Roser Grau y Trinidad Sánchez Pacheco. Todas ellas de estimable protagonismo en las artes plásticas del ámbito catalán. El objetivo del evento era presentar un catálogo de nómina femenina a «la sección catalana A.E.C.A». La redacción del catálogo contó con el prólogo «del Doctor Castillo», acompañado de «un agudo escrito de Concha Alós glosando la incorporación femenina a la producción artística y dos notas biográficas, con sus correspondientes ilustraciones de las invitadas de honor» que fueron Maruja Mallo y la esmaltista barcelonesa Montserrat Mainar, continúa explicando el artículo del medio catalán (6-X-1968, p. 49).

Concha Alós continuó activamente en los círculos de exposiciones. Se hizo amiga de las pintoras Caty Juan y Concha Ibáñez. El 15 de noviembre de ese 1968, poco más de un mes tras El Salón Femenino de Arte, Caty Juan expuso su obra en la Sala Macarrón tal y como muestra el diario ABC. La nota de prensa reproduce las impresiones de Concha Alós sobre el arte de su colega: «Tiene razón Concha Alos: de sus cuadros se desprende una atmósfera armoniosa y tranquila, real» (p. 41). Dos años más tarde, Miguel Fernández Braso escribió para la cabecera madrileña sobre la exposición «El paisaje humano» de Concha Ibáñez el 27 de noviembre de 1970. Miguel Fernández Braso asegura que Concha Alós acompañó en todo momento a su tocaya y añade: «La popular novelista interpreta con gran lucidez los lienzos de esta enteriza pintora catalana» (p. 101). Por su parte, Julio Trenas reseñó la exposición en La Vanguardia el 30 de diciembre de ese mismo año, completando la información de Miguel Fernández Braso. La entradilla concreta que la exhibición tuvo lugar en el «Club Pueblo» y que Concha Alós prologó la misma con estas palabras: «estos cuadros respiran serenidad y miran de frente, sin desmelenamiento, toda la desnuda soledad del hombre» (p. 59).

Concha Ibáñez. Lanzarote, óleo sobre lienzo, 2001.

Tanto el trabajo de Sergio Vila-Sanjuán como la tesis doctoral de Noémie François, revelan a través de la epístola conservada de la escritora que la amistad con las pintoras mallorquina y barcelonesa, así como con el matrimonio Arranz-Bravo y Mestre se prolongó hasta más allá de la ruptura sentimental con Baltasar Porcel. La correspondencia entre la pareja durante el verano de 1970, mientras él estaba en París con María Àngels Roque, que se casaría con ella el 27 de julio de 1972, indica el ferviente interés de la escritora por el arte pictórico. En ausencia de Baltasar Porcel en ese último verano como compañeros, Concha Alós acudió con sus amigos a exposiciones de Joan Miró u otras exhibiciones como L’Arc en la Sala Rovira. Además, continuó celebrando cenas con el círculo del pintor catalán y planeando escapadas con sus amigas Concha Ibáñez y Emilia Xargay con motivo de la inauguración de la exposición Caraltó en Palamós. Sin embargo, Concha Alós no pudo reunirse con sus amigas en aquella ocasión porque, según cuenta en una carta del 5 de julio de 1970, la noche anterior cenó con otros amigos y bebió whisky: «como me pasa a veces, me hizo daño y pasé el sábado fastidiada; por eso no pude ir. Ya estoy bien» (en Vila-Sanjuán, 2021: 280).

La hemeroteca y las anécdotas rescatadas de la epístola reproducida por Sergio Vila-Sanjuán abren la ventana a un pasado efervescente de continuo trasvase creador entre la escritura de Concha Alós y los cuadros de sus amigos; pues Concha Alós tenía la habilidad de leer aquellas pinturas llenas de magnetismo y personalidad con la misma maestría con la que empuñaba su pluma. Ellos pintaban y ella narraba, pero a la inversa, ella pintaba sus narraciones y ellos escribían sus cuadros en gamas de colores.

La transferencia del arte no se limitó al ámbito catalán, traspasó fronteras. El holandés Adrian Stahlecker también formó parte del círculo de amistades de Concha Alós. La Vanguardia del 16 de mayo de 1965 descubre un retrato de Concha Alós pintado por el artista. La fotografía encabeza la reseña de una exposición del holandés en Barcelona que es tildada de «bravía tónica» (p. 51). Ese retrato hace inferir una amistad que todavía no ha sido explorada del todo. Por el momento, no se sabe cómo ni cuándo se conocieron Adrian Stahlecker y Concha Alós, el grado de complicidad entre ambos, si también acudía cada fin de semana a comer paella a «La Gordita»; cómo surgió la idea de pintar ese retrato, ¿fue por algún motivo concreto? ¿Simple inspiración? ¿Un regalo? La nota de prensa tampoco indica la fecha en la que el cuadro fue pintado. Tampoco aclara si formó parte de la exposición que tuvo lugar en Barcelona, pero ¿por qué lo elegiría La Vanguardia si no? La reseña concluye diciendo: «Muy digna de ser tenida en cuenta es también la penetración con que el artista arranca la psicología de las personas que retrata». Aquí se añade el recorte de prensa, la foto no tiene buena calidad, pero juzguen ustedes.

Sin respuestas claras ante la lluvia de interrogantes, las alosianas pensamos que la amistad entre Concha Alós y el holandés tuvo que ser firme porque por esas fechas (1964) Los enanos se tradujo al holandés por Mr. A. Schwartz, según aporta el dato Verónica Bernardini, bajo el título De Dwergen. La transferencia del arte no solo traspasó fronteras a nivel creativo e interpretativo, también sirvió para abrir el texto a más lectores. La transferencia del arte tiene muchas formas de manifestarse y Concha Alós supo estar en el momento adecuado con las personas adecuadas.

Se busca obra de teatro

Últimamente ando muy silenciosa por aquí. Las obligaciones investigadoras me tienen un tanto atada y recorto de donde puedo. Pero ha sido gracias a esta maratón de clasificación de referencias de hemeroteca, de artículos pendientes por leer, de escritura empedernida organizando datos y buscando la manera de redactarlos de forma inteligente y amena −toda una tarea− que me he encontrado con una pepita de oro enterrada bajo la montaña de notas de prensa. Se trata de una noticia breve y muy curiosa en el ABC del 16 de agosto de 1967, en su página 40. El escrito es apenas una columnilla que ocupa una décima parte de la hoja de periódico en la margen derecha. Pero hay que ver cuánta información puede ofrecer una cosa tan pequeña. La noticia, más abajo reproducida, cuenta, además de las maravillosas vacaciones de Concha Alós en las costas azules y blancas de Mahón, que la escritora está trabajando en su nueva novela, por fechas se sabe que se trata de La madama. Pero aporta un dato más, dice que: «Ha terminado su primera obra de teatro». Esta es la parte en la que me quedo muda, me rasco la cabeza y luego reacciono volviendo a repasar mis referencias por si se me hubiera traspapelado semejante pista importante. Pero no. No hay obra de teatro entre las más de cien referencias que suman sus colaboraciones de prensa, guiones de televisión… ¿Entonces?

Pregunto a mis Alosianas que se muestran igual de perplejas que yo. No tienen conocimiento de ninguna obra de teatro escrita por Concha Alós. Pero algo debe de haber, dudo que el simpático entrevistador mencione la referencia porque sí. Así que, a falta de tiempo para contaros cosas más interesantes de nuestra escritora, hoy soy yo la que envía la misiva S.O.S desde la playa náufraga en la que me encuentro. Como dicen en las películas de Western: se busca vivo o muerto, recompensa a convenir. Si alguien tiene conocimiento de esa obra de teatro, por favor, que se manifieste…

Recorte de la noticia. ABC 16-VIII-1967, p. 40

 

La noche del Planeta

Cada 15 de octubre desde 1952, día de Santa Teresa y en honor a la esposa de José Manuel de Lara cuyo nombre coincide con la onomástica, la editorial Planeta brinda su cotizado (y codiciado) premio literario. La noche del señalado 15 de octubre de 1962, paseaba nerviosa por el hall del Hotel Ritz una misteriosa mujer vestida de negro con moño alto y gafas de pasta. Esa mujer se llamaba Concha Alós y había presentado un manuscrito que, contra todo pronóstico, iba pasando las fases de votación del jurado. Ese manuscrito llevaba por título El sol y las bestias y fue el vencedor de la noche.

Concha Alós recibe la noticia de su premio. Foto ABC y La Vanguardia.

Concha Alós sonreía radiante. Los focos de la prensa la apuntaban a ella. Su ansiado premio literario por el que tanto había luchado por fin se ha materializado. Ese premio significaba su consagración como escritora, la entrada en el parnaso de las letras españolas. Pero como en todos los cuentos, siempre aparece un villano para pifiarlo todo. El villano en cuestión era un señor sin atributos de malvado como cuernos, garras o colmillos, solo disponía de su poblado bigote. Esos pelillos se movieron contundentes cuando la boca portadora del sujeto profirió en mitad de la sala que esa novela estaba comprometida con la editorial a la que él prestaba fiel colaboración bajo el título Los enanos (Plaza & Janés). Ese señor de bigote espeso se llamaba Tomás Salvador y acusó a De Lara de entregar el premio a la novela para beneficiarse del escándalo. El señor De Lara se rio a carcajadas. Estaba tranquilo y se tomó el agravio con humor. Dijo que no quería problemas y la obra fue descalificada automáticamente en pro del finalista Ángel Vázquez con Se enciende y se apaga una luz. Lo curioso del asunto es que quien realmente se benefició del escándalo fue precisamente el señor Salvador quien publicitaba la flamante novela editada bajo su sello, aludiendo a la polémica del Planeta (véase la hemeroteca de La Vanguardia).

Hasta aquí creo que no he contado nada nuevo. Como diría una amiga: «No he descubierto el agua tibia», me gusta esa expresión. El caso es que, lógicamente, el asunto del Planeta marcó un antes y un después en la vida de Concha Alós, pero no solo para ella, también para Ángel Vázquez que a ambos les perseguiría en adelante como una segunda piel el estigma del Planeta fallido. En 1977 hubo otro escándalo en Planeta, una disputa entre Jorge Semprún y Manuel Barrio con una acusación de sobornos y favoritismos. Pero esa es otra historia. Lo importante de todo esto es que a Concha Alós el escándalo le allanó el camino literario para saltar a la palestra del reconocimiento. En otras palabras, la propaganda de la polémica la catapultó a la fama y al mundo literario de lleno.

Parece que no ando muy fina porque no salgo de las obviedades. Tomás Salvador y su bigote amenazaron bravucones en la ceremonia XI del Planeta con que irían a los tribunales si el señor De Lara se empeñaba en publicar la obra. De Lara impasible. Dijo algo así como: «No voy a permitir que nada de eso ocurra». En efecto, la sangre no llegó al río como dicen en mi pueblo. Rápidamente se llegó a un acuerdo entre las editoriales y la autora volvió a salir beneficiada, ya que cobraría la misma cantidad del Planeta solo que siendo premio literario de Selecciones de lengua española de Plaza & Janés.

Los días posteriores a la entrega del premio medios como ABC y La Vanguardia aludían a la noticia literaria del año. Cuando Tomás Salvador delató a Concha Alós, por supuesto, las miradas se centraron en ella pidiendo explicaciones. Ella fue tajante y se defendió argumentando que fueron ellos los primeros en incumplir el contrato. Hacía meses que esperaba ver su obra publicada tal y como le habían prometido los editores de Plaza & Janés, pero el tiempo pasaba y la novela continuaba en el cajón. Concha Alós le contó a Fermín Rodríguez que ella presentó la obra al concurso mensual de Selecciones de lengua española. Con la entrega firmó un recibo en el que se especificaba que la narración quedaba sujeta por un año al sello editorial. Sin embargo, a los tres meses Tomás Salvador le comunicó que no pensaba publicar la novela por considerarla «de tendencias socialistas». Le devolvió dos ejemplares de las tres copias que Concha Alós había entregado en un principio bajo el pretexto de que la tercera no la encontraba y que probara «suerte en otra editorial». Creo que el resto de la historia ya se puede figurar. De hecho, el propio Lara confesó en entrevistas concedidas tras el bombazo que Salvador le dijo personalmente antes de la ceremonia de los premios que no tenía ninguna intención de publicar la novela (ABC, 19-X-1962, p. 45).

Este cuento, aun con villano y todo, acaba bien. Tomás Salvador corrigió su mal ojo inicial y consiguió varias tiradas exitosas de Los enanos, José Manuel Lara no vio perjudicado el prestigio de su premio literario, más al contrario, y nuestra querida Concha Alós obtuvo lo que quiso: convertirse en escritora de ley y entrar en los circuitos culturales.

Concha Alós creía tanto en su trabajo que la llevó a luchar con todas las estrategias posibles a su alcance, es decir, no se rindió ante la negativa de Plaza & Janés y presentó su novela a más concursos literarios. Probó suerte en el Nadal que únicamente consiguió pasar la primera ronda de selección (ABC, 7-I-1962, p. 75-6), también tocó la puerta al Ciudad de Palma en el cual llegó a ser finalista… y no conforme, no paró hasta conseguir el campanazo de la noche mágica de Santa Teresa.

La perseverancia de Concha Alós es un hito a seguir. El éxito de Los enanos no mermó su empeño de trabajar duro. Pues dos años después cayó el Planeta, esta vez sin escándalos ni sorpresas, y en 1967 consiguió su premio de Guiones de Televisión Española. Y así hasta hoy que todavía gozamos de su escritura, de su sensibilidad y de su rabia con la pluma.

José Manuel Lara (c) y el escritor Sebastián Juan Arbó (d), premio Planeta 1949, con Concha Alós. Foto: EFE/CARLOS PÉREZ DE ROZAS en Castellón Plaza.

La reedición de La Navaja Suiza en 2021 fue seleccionada por La Sexta en su sección «Ahora qué leo».