Cuando el capitán Robert Scott ordenó soltar amarras del velero Terra Nova en Cardiff el 15 de junio de 1910 no se imaginaba que nunca volvería a pisar suelo británico. Había conseguido financiación para intentar ser el primero en llegar al Polo Sur y dejar constancia de su hazaña poniendo allí una bandera, la Union Jack del Reino Unido. Con mucho esfuerzo recaudó de patrocinadores y suscripciones públicas unas 40.000 libras (equivalentes hoy en día a casi cuatro millones de euros). Estaba a punto de iniciarse el último gran desafío de las exploraciones mundiales y, lo que es aún más importante, la primera gran expedición científica al último lugar de la tierra: la Antártida.
Aparte del claro objetivo político, el Terra Nova tenía otros afanes. En sus bodegas estaban cuidadosamente almacenados numerosos equipos científicos preparados para realizar mediciones geofísicas, recoger muestras geológicas, cartografiar por primera vez el territorio antártico y estudiar la fauna y la escasa flora de la zona. En sus abarrotados camarotes viajaban científicos de todo tipo: biólogos, geólogos, meteorólogos, oceanógrafos, físicos. Por sus diarios sabemos que, sistemáticamente, todos los días se recogían numerosos datos como salinidad y temperatura de las aguas antárticas o la velocidad y dirección del viento. Se tomaron muestras de agua perforando el hielo marino y se realizaron medidas cartográficas muy precisas. Se llevaron a cabo experimentos sobre las formaciones de hielo, se midió la radiación solar sobre la superficie del suelo y se tomaron datos geomagnéticos. El espesor de la capa de hielo era una de las grandes incógnitas de aquella época y la expedición de Scott trajo numerosas muestras y mediciones. En el campo base del Cabo Evans había instalado un auténtico laboratorio científico, el primero de la Antártida. Junto a ellos viajaba el afamado fotógrafo Ponting que captó en cerca de 2.000 negativos tanto el salvaje, y al mismo tiempo sublime paisaje de la Antártida, como de la valentía heroica de este grupo de hombres.
Scott, junto a cuatro de sus compañeros, alcanzó el Polo Sur el 17 de enero de 1912, hoy hace 100 años. Pero entre la bruma de aquella fría tarde, para su sorpresa, observaron de lejos lo que parecía una pequeña tienda de campaña. Al acercarse pudieron ver, además, ondear una bandera noruega, con su cruz azul sobre fondo rojo. «Maldita bandera», bramó el capitán Scott. 34 días antes, el 14 de diciembre de 1911, el explorador noruego Roald Amundsen había llegado allí y aquella bandera noruega era la prueba inequívoca, como lo era la gran cantidad de huellas humanas que habían dejado en un radio de varios metros.
La decepción fue tremenda. Habían perdido la carrera, los honores se los llevaría otro, el noruego. Cuando Scott entró en la tienda encontró una carta de Amundsen fechada el 16 de diciembre de 1911 y en la que le decía lo siguiente: «Querido capitán Scott, con toda probabilidad será usted el primero que lea estas líneas…». El viento arrasaba la desolada meseta antártica, y no se sabe si eran peor los síntomas de fatiga o los de decepción labrados en las caras de Scott y sus cuatro compañeros. Habían perdido y no había nada que hacer. Aun así, Scott alzó la bandera británica y el pequeño grupo se hizo la fotografía ritual. Exhaustos y fracasados, los cinco hombres emprendieron a pie el camino de regreso, durante el que fallecieron todos ellos, se cree que el 29 de marzo de 1912, último registro en el diario de Scott que se encontraría, junto a sus cuerpos, el 12 de noviembre. No pudieron sobrevivir a las durísimas condiciones climatológicas con temperaturas mínimas cercanas a los 50 grados bajo cero a finales del verano antártico. En cambio, el noruego Amundsen logró volver a Oslo y se convirtió en todo un mito en el mundo entero a pesar de que no estaba tan preocupado como Scott por la vertiente científica y, como curiosidad, en uno de sus cuadernos anota que la carne de foca le recuerda el sabor de las morcillas.
Hoy sabemos que la masa de hielo donde está el Polo Sur pertenece a un glaciar y se mueve unos 10 metros cada año, por lo que la posición exacta del Polo, respecto al suelo de hielo, va cambiando lentamente. La estaca, colocada cerca de una columna con una esfera metálica, que marca el punto más austral del globo terráqueo (coordenadas 90° 0″ 0″ Sur) hay que ir cambiándola de sitio cada año. En esta ceremonia anual se homenajea a los dos, al noruego y al británico. Recordando la canción del grupo de pop Mecano dedicada al triste desenlace de la expedición de Scott, diríamos: «Gloria eterna a los héroes de la Antártida».