Cada vez que al entrar o al salir con el coche de nuestro garaje abrimos su puerta con el mando a distancia, estamos haciendo uso, puede que sin saberlo, de un fenómeno físico para cuya explicación detallada necesitamos recurrir a las ecuaciones de Maxwell.
En 1831 nació en Edimburgo, la capital de Escocia, un científico cuya influencia se extendió a lo largo de todo el siglo XX y lo que llevamos de XXI. Su nombre era James Clerk Maxwell y es el tercero en un hipotético podio de excelencia de la Física, en cuyos primeros peldaños estarían Isaac Newton y Albert Einstein. Maxwell estudió en la Universidad de Cambridge en la que fue admitido en el Trinity College, precisamente el antiguo College de Newton. Con 25 años ganó la cátedra de Física en el Marischal College de Aberdeen, que abandonó cuatro años después para ocupar otra cátedra en el King’s College de Londres. Con 40 años fue nombrado el primer catedrático de Física experimental de la Universidad de Cambridge, en la que además fue el primer director del prestigioso Laboratorio Cavendish, en el que han trabajado 29 Premios Nobel, incluidos Watson y Crick, los descubridores de la estructura del ADN. Murió demasiado joven, con tan solo 48 años, de cáncer de estómago. Aun así, en su corta vida tuvo tiempo de realizar contribuciones importantes en física estadística o en teoría del color. Sin embargo, sus aportaciones fundamentales las realizó en el campo del electromagnetismo.