Se cumplen cincuenta años de la teoría de los quarks, que permitió profundizar en el conocimiento de la estructura íntima de la materia
En nuestra civilización occidental, heredera de la Antigua Grecia, muchas ideas introducidas por filósofos como Platón o Aristóteles han llegado hasta nuestros días. Su arte estaba caracterizado por la búsqueda de la belleza ideal y su proporción aurea o “divina proporción” explicaba matemáticamente esta belleza y ya no sólo en el arte sino en la misma Naturaleza. Fueron también filósofos griegos como Leucipo y Demócrito los primeros en proponer en el siglo V a.C. la revolucionaria idea de que la materia estaba constituida por pequeñas partículas indivisibles que denominaron átomos (del griego, “indivisible”). Acababa de introducirse la idea de la existencia de partículas elementales que aún persiste en la Física. Desde entonces los átomos permanecieron en el olvido hasta que Lavoisier en 1789 relacionó el concepto de elemento químico con las hipótesis atomísticas griegas. A finales del siglo XIX y principios del XX se descubrió que los átomos no eran indivisibles sino que tenían una estructura interna formada por un conjunto de electrones moviéndose alrededor de un núcleo central, el cual se comprobó años después que estaba constituido por protones y neutrones. Tras la Segunda Guerra Mundial llegaron los muones, tauones, neutrinos, piones, kaones, hiperones y un largo etcétera, sin olvidar a sus correspondientes antipartículas. Un auténtico zoo repleto de partículas elementales que los físicos pronto pusieron manos a la obra para clasificar.
Los gigantescos aceleradores de partículas y los refinados detectores permitieron a los científicos penetrar aún más en las profundidades del microcosmos y, como resultado, los físicos teóricos concluyeron que algunas partículas que eran consideradas elementales y denominadas hadrones –como los protones y neutrones del núcleo atómico– pudiera que no fueran tan elementales como se pensaba hasta entonces, sino que estarían constituidas por otras partículas aún más pequeñas. Este nuevo concepto fue introducido de forma independiente en 1964, justo hace cincuenta años, por los físicos estadounidenses Murray Gell-Mann y George Zweig. Esas partículas más pequeñas fueron denominadas quarks por Gell-Mann, una palabra que extrajo de una frase absurda de la novela Finnegnans Wake del escritor irlandés James Joyce: “¡Tres quarks para Muster Mark!”.