El 31 de diciembre de 1999 la prestigiosa revista Time dedicaba su portada por segunda vez a Albert Einstein (ya lo había hecho el 1 de julio de 1946) y lo declaraba “personaje del siglo XX” por delante de figuras como Roosevelt o Gandhi. Pero, ¿qué había hecho este físico teórico para que la prensa lo distinguiera de esta manera?
Desde Newton la interacción gravitatoria entre dos masas se describía mediante un campo gravitatorio que ocupa completamente el espacio tridimensional en el que las dos masas se encuentran. Sin embargo, Einstein propuso que la interacción gravitatoria se manifiesta de una forma puramente geométrica, mediante la modificación de la curvatura del propio espacio-tiempo. La complejidad matemática de esta teoría y algunas de sus predicciones habían conseguido el rechazo de la comunidad científica, probablemente porque la mayoría de los físicos de aquella época no la entendían. El astrónomo inglés Arthur Eddington conversaba una vez con un colega sobre dicha teoría cuando éste le dijo que sólo había tres personas en el mundo que la entendían, a lo que Eddington le preguntó “¿quién es la tercera?”, pues él la entendía y el segundo tenía que ser Einstein. Tanto es así, que entre 1920 y 1930 en Estados Unidos todos querían ser el tercer hombre en entender la Relatividad General. De hecho, cuando Einstein recibió el Premio Nobel de Física en 1921 no fue por la Teoría de la Relatividad (en realidad fue por la explicación teórica del efecto fotoeléctrico, algo menor si lo comparamos con su principal aportación), pues no había todavía un consenso sobre su aceptación.
Sin embargo y pesar de su complejidad, ¿por qué resultaba tan interesante la Teoría de la Relatividad General para los no científicos? Quizá la respuesta esté, por una parte, en el hecho de que trata sobre conceptos como el espacio, el tiempo, la masa o la gravedad, conceptos a priori sencillos para el público en general, aunque no entendieran con su significado físico y matemático en el contexto de la nueva teoría. Y por otra parte porque se trataba de una teoría sobre el universo y éste siempre ha fascinado a la humanidad. A todo esto, hay que añadir las expediciones de 1919 a Sobral (Brasil) e Isla Príncipe (Santo Tomé y Príncipe) para observar, aprovechando el eclipse total de Sol del 29 de mayo de 1919, una de las predicciones de la Relatividad General: La desviación de un rayo de luz al pasar cerca de un objeto masivo, como el Sol. El resultado de estas expediciones fue una prueba concluyente que validaba la teoría de Einstein. Ese mismo año, periódicos como The Times o The New York Times anunciaban a bombo y platillo una “revolución en la ciencia” y “una nueva teoría del universo”, catapultando a Einstein a la fama mundial y convirtiéndolo en una auténtica estrella mediática. Así fue hasta su muerte.
Max Born, premio Nobel de Física en 1954 por la interpretación estadística en Mecánica Cuántica –interpretación que Einstein, con su ya famoso “Dios no juega a los dados”, nunca llegó a aceptar– fue gran amigo de Einstein y ambos mantuvieron numerosos intercambios epistolares sobre ciencia, política y religión durante más de cuarenta años. Tras el fallecimiento de Einstein el 18 de abril de 1955, Max Born escribió: “soy consciente de lo que significa haber sido su amigo”. Quizá esta frase resuma la importancia de Albert Einstein a todos los niveles.
Publicado por Augusto Beléndez y Enrique Arribas en ‘La Tribuna de Albacete’ el 25 de marzo de 2017