Sr. Rector Magnífico, Sres. Vicerrectores, Sras. Vicerrectoras, Sra. Secretaria General, Sra. y Sr. Delegados del Rector, Sr. Gerente, Sra. Defensora Universitaria, Decanos, director de la Escuela Politécnica Superior, Sr. Presidente del Consejo de Alumnos, autoridades académicas, profesores y profesoras, miembros del personal de administración y servicios, estudiantes, amigos, amigas, Sras. y Sres…
Cuando nuestro rector, el profesor Manuel Palomar, me propuso participar en el acto de clausura de este ya atípico curso académico 2019-2020 acepté sin dudarlo: es para mí un honor y una enorme satisfacción estar hoy aquí. Quiero felicitarlo por la gran iniciativa que ha sido incluir en este acto de clausura el reconocimiento especial a la tarea docente, la de profesores y profesoras, estudiantes y personal de administración y servicios, la de todos ellos y ellas, la de todos nosotros… en unos meses complicados en los que hemos tenido que reinventarnos y adaptarnos a una situación que ninguno podríamos haber imaginado apenas unas semanas antes. Gracias por haberme dado la oportunidad de intervenir en representación del profesorado que ha alcanzado una calificación global de excelente en el programa DOCENTIA implantado en nuestra universidad el pasado curso 2018-19.
Reconozco la gran responsabilidad que supone representar en este acto a los docentes a los que hoy nuestra universidad rinde homenaje. Les doy mi más sincera enhorabuena y aunque lamento no poder felicitarles personalmente, estoy convencido que pronto volveremos a vernos.
Deseo dedicar estas palabras a mis estudiantes en particular y a todos los estudiantes de la Universidad de Alicante en general; considero que han sido y están llamados a seguir siendo los verdaderos héroes de nuestra universidad en estos momentos de crisis sanitaria global. Su esfuerzo ha sido ejemplar y es justo reconocerlo.
No es la primera vez que me pongo delante de este atril del Paraninfo de la Universidad de Alicante. En septiembre de 2007 tuve el honor de pronunciar la lección inaugural en el solemne acto de apertura de curso, entonces hablé de holografía, mi campo de investigación; y el 8 marzo de 2017, en la gala Igualdad, hice la semblanza de la premiada en aquella ocasión, mi querida María Josefa Yzuel, una académica pionera en el mundo universitario. Nunca podré agradecer lo suficiente a la profesora María José Rodríguez, Vicerrectora de Responsabilidad Social, Inclusión e Igualdad, la oportunidad que me dio de intervenir en esa gala Igualdad.
Sin embargo, he de admitir que esta tercera ocasión tiene connotaciones especiales. Lo insólito de la situación, el espléndido Paraninfo de nuestra Universidad prácticamente vacío -ahora entiendo lo que deben sentir los futbolistas al jugar en un estadio sin público-, pero ante todo el gran orgullo de recibir el reconocimiento a nuestra labor docente. “Dar clase”, no me importa usar ese término que puede que algunos consideren poco ortodoxo, es algo que verdaderamente me apasiona. Enseñar a mis estudiantes y al mismo tiempo aprender de ellos es algo difícil de explicar al que no se dedica a la labor docente. Debo confesar, con cierta inmodestia, que mi mayor satisfacción es que mis estudiantes me recuerden como un “buen profesor”.
Ya quedan lejos los primeros días del curso 1986-87 cuando empecé a impartir clases de Física en la entonces Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica de Obras Públicas de Alicante, origen de nuestra actual y magnífica Escuela Politécnica Superior. Desde entonces han pasado, como se dice, “por mis manos”, muchas generaciones de estudiantes de grado y posgrado y dentro de mi labor formativa he dirigido una decena de tesis doctorales. Mi mayor satisfacción es saber que muchos de aquellos estudiantes son ahora grandes profesionales, algunos catedráticos y profesores y profesoras titulares de universidad.
En estos 34 años de carrera profesional en la universidad me he dedicado a la gestión, la investigación, la transferencia y la docencia. Tengo que decir, como me confirmarán todos los que han ocupado cargos académicos, que la gestión universitaria proporciona muchas alegrías, pero también muchos disgustos. La investigación y la transferencia son apasionantes, estamos creando o descubriendo algo nuevo, tenemos momentos de gran satisfacción, pero también sinsabores al ver como el esfuerzo realizado no siempre es recompensado: un artículo rechazado o un proyecto no concedido. Sin embargo, debo confesar que en la docencia esto no sucede: la docencia siempre me ha dado satisfacciones.
Hace ya un cuarto de siglo, Ricardo Díez Hochleitner, por aquel entonces Presidente del Club de Roma, escribía: “la sociedad del siglo XXI seguramente reafirmará que aprender es la más importante fuente de riqueza, bienestar, capacidad de competir, cooperación y paz” y añadía: “cada institución educativa tiene que empezar por aceptar que necesita transformarse en una organización competitiva para facilitar el aprendizaje personal y colectivo”.
Esta crisis en la que nos encontramos le ha dado del todo la razón y nos ha terminado de convencer que enseñar debe ser crear la necesidad de aprender unos modos y saberes que motiven al estudiante en su aprendizaje, sobre todo en unas circunstancias como las actuales en las que este aprendizaje debe ser mucho más autónomo que nunca.
Dennis Gabor, premio Nobel de Física por la invención de la holografía, en 1963 escribió:
“Tú no puedes predecir el futuro, pero puedes inventarlo”.
Todos nosotros, miembros de la Universidad de Alicante, hoy tenemos la responsabilidad de seguir inventando el futuro de nuestra institución. De nosotros depende.
Y puesto que me han dado la oportunidad de participar en este acto de clausura de curso, no puedo dejar de hablar de Física.
La Física es una ciencia apasionante, una obra colectiva de enorme belleza, fruto del trabajo de numerosas generaciones de científicos y de científicas, en su mayoría anónimos.
Además la Física siempre ha tenido un cierto halo de romanticismo e incluso de épica.
Baste mencionar el eureka de Arquímedes, el heliocentrismo de Copérnico, el eppur si muove de Galileo, la anécdota de la manzana de Newton, la nueva física surgida de la teoría cuántica de Bohr, Schrödinger y Heisenberg, la teoría de la relatividad de Einstein o las carreras científicas y yo diría que hasta heroicas de las Premios Nobel Marie Curie y Marie Goeppert-Mayer y las de otras físicas que no recibieron el Nobel cuando sí lo hicieron los varones con los que trabajaban como Jocelyn Bell o Lise Meitner, “una física que nunca perdió su humanidad”, tal como reza en su lápida.
Ha sido quizás una consecuencia de este halo de romanticismo el que, de entre todas las ciencias, la física sea una de las más atractivas para el gran público.
Es cierto que la física ha suministrado una base conceptual y una estructura teórica sobre la cual se han desarrollado otras ciencias experimentales y muchas tecnologías, pero no es menos cierto que la física es una parte fundamental de nuestra cultura, del fruto acumulado de la actividad racional del ser humano.
Es esta pasión que siento por la Física la que intento transmitir a mis estudiantes cada vez que comienzo un nuevo curso académico. Estoy convencido que sentir pasión por la materia que enseño me motiva a intentar hacerlo cada vez mejor.
Para terminar, seguro que los que tienen más o menos mi edad recordarán la movida madrileña de finales de los 70 y principios de los 80 del siglo pasado, por lo que el nombre de Antonio Vega, fallecido en 2009 y líder carismático del grupo Nacha Pop les será familiar.
En su canción “Una décima de segundo” compuesta en 1983 se puede escuchar (no lo voy a cantar, no se preocupen…):
“Y es que no hay nada mejor que imaginar… la física es un placer”.
… yo añadiría que para mí es aún un placer mayor ENSEÑAR FÍSICA.
Muchas gracias.