Como ya hemos comentado en la entrada dedicada a la caña del azúcar, en 1548 se produjo el matrimonio entre Carlos Borja de Gandía, y Magdalena Centelles de Oliva, con el objetivo de la unión entre ambos señoríos, que se había proyectado ya desde la creación del ducado en 1485. Sin embargo este matrimonio no significó la unión definitiva entre ambos señoríos, teniendo que esperar hasta 1594 para este hecho. Entre ambas fechas del siglo XVI tenemos un episodio habitual de enfrentamiento nobiliario.
Durante las negociaciones del matrimonio entre don Pedro (conde de Oliva, menor de edad) e Hipólita de Zúñiga (pupila de la duquesa viuda de Calabria) surge el conflicto; Gaspar de Centelles, aseguró a la parte de la novia en la negociación que no era necesario que los acuerdos contaran con el visto bueno de la madre de don Pedro. El duque de Gandía (representante de la condesa viuda) desautorizó tal afirmación, estando a punto de no llevarse a cabo el matrimonio. Gaspar envió una airada carta al duque, que respondió tras la firma de las capitulaciones matrimoniales enviando a un criado que apaleó a don Gaspar. El asunto terminó llegando a la corte, donde se dictó embargo para el ducado y que don Gaspar se retirara a las posesiones familiares en Italia. Además el asunto adquirió gran relevancia cuando Ignacio de Loyola intervino en favor del duque de Gandía (pues su padre el IV duque era uno de los miembros más destacados de la orden jesuita). Sin embargo el asesinato de Diego de Aragón pocos meses después hizo que este asunto quedara marginado en los asuntos de la corte.
El matrimonio entre don Pedro e Hipólita, germen del conflicto, fue bastante difícil debido a los problemas mentales del conde, que hizo refugiarse a su esposa en un monasterio de Xàtiva. En 1563 ambos murieron sin dejar un heredero, iniciándose el pleito por el condado de Oliva, que acabaron ganando los Borja, de acuero al testamento de Pedro y Magdalena, que dejaba a esta y sus sucesores como herederos del condado en caso de fallecimiento de su hermano sin hijos, uniendo definitivamente en 1594 ambos señoríos.
Jaime Bleda, autor de la Crónica de los Moros de España (1618), ya decía que la expulsión de los moriscos de España suponía el triunfo de la Fe sobre la razón económica. Aznar de Cardona, coetáneo también a la expulsión, comentaba en 1612 que los arbitristas –a los que él denomina un tanto despectivamente aritméticos– pretendían calcular cuál era el daño económico de la intolerancia religiosa. Y es que el vacío dejado por los moriscos, sobre todo en el Reino de Valencia, produjo una crisis económica que afectó a esta parte de la Monarquía Hispánica durante la mayor parte del XVII.
La comprensión de cómo funcionaba la economía dio un gran paso adelante en la Modernidad; no cabe pensar más que en el papel de los arbitristas y su énfasis en el bienestar material del ciudadano como el fundamento de una república estable. En el Microcosmia (1592) del prior de los agustinos de Barcelona, Marco Antonio de Camos, la economía era la educación de los jóvenes y la protección de los ancianos por la unidad de producción que era el hogar, cuyos excedentes permitían, a través de los diezmos y rentas feudales, la construcción de una jerarquía política que fomentara el buen orden de la comunidad.
Los teólogos de la Escuela de Salamanca empiezan a atraer su atención sobre el funcionamiento del mercado en la misma época, aunque la economía seguía viéndose como algo subordinado a la voluntad de Dios. Coincide además el debate acerca de la cuestión morisca con la controversia sobre la inflación de los precios, que causaba un profundo desorden moral en la república. El intelectual Pedro de Valencia sostenía sobre los moriscos y su posible expulsión que “cuando la pérdida no sea mayor que privarse el Rey y el reino de tantas casas de vasallos en tiempo que tan falta de gente se halla España, es de consideración no pequeña.”
Joan Reglà advierte que fue precisamente la proliferación demográfica morisca una de las causas principales de su ruina. Los moriscos valencianos, a principios del Seiscientos, suponían un tercio de la población total del reino. Habían aumentado, además, un 69,7% entre 1565 y 1609, mientras que los cristianos viejos lo habían hecho sólo un 44,7% en el mismo período.
El principal punto de contacto entre ambos mundos era el párroco, pues la Iglesia se esforzaba en contabilizar, en pleno auge de la Contrarreforma, el número de cristianos que nacía, se casaban y fallecían, por lo que el registro de los bautismos, los matrimonios y las partidas de defunción se volvió imprescindible. Ésta era la única forma que tenían para controlar las rentas que percibía la Iglesia, y la evolución de la población morisca. De ahí que el obispo de Orihuela, en 1595, se quejara de la falta de iglesias y curas en su diócesis. Los rectores de Turís y Pedralba, en Valencia, por ejemplo, apuntaban si sus feligreses les llamaban para confesarse antes de morir, y si se enterraban a la manera cristiana, pues así detectaban si seguían practicando en secreto el Islam.
En cuanto a la economía morisca, Aznar de Cardona señalaba que comían sin mesas, dormían en el suelo, comían preferentemente frutas y legumbres en lugar de carne y trigo, gastaban poco y producían poco. En definitiva, vivían en un régimen de autosuficiencia, y sin embargo, su población continuaba creciendo. Desde la óptica de la nueva economía de los siglos XVII y XVIII, las aljamas ya no eran productivas ni rentables para el incipiente sistema capitalista, que explotaba la tierra siguiendo criterios de mercado. Pero lo más interesante es que existía una importante red de créditos y tierras moriscos fuera de las aljamas y alquerías, que no era bien vista en un contexto de crisis económica profunda por los cristianos viejos.
El obispo de Segorbe se lamentaba en 1587 de que los moriscos ejercían “oficios bajos y mecánicos”, acumulaban dinero y arrendaban alcabalas y otros impuestos, y que en breves años, superarían a los cristianos viejos en haciendas y número de personas. Por otro lado, las relaciones entre los señores y sus vasallos moriscos se deterioran a finales del XVI, y estos últimos comienzan a cuestionarse el valor del “precio” que pagaban a sus protectores para escapar a la presión religiosa. De hecho, pagaban más servicios arbitrarios que los cristianos. La quiebra oficial de la casa de Borja en 1604, por acumulación de deudas, arroja luz sobre los motivos ocultos de la expulsión: era una oportunidad providencial para eliminar las deudas y adquirir nuevas propiedades.
Nos quedamos, a modo de conclusión, con las palabras de Pascual Boronat en su excelente obra sobre los moriscos: “En la historia contemporánea, hay páginas en que figuran nombres como Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Orange y Transvaal, capaces de sonrojar a generaciones hipócritas que lamentaron hechos como la expulsión de los moriscos españoles.” Y es que la Fe, desgraciadamente, a menudo se utiliza como excusa para ocultar la razón económica.
Los moriscos valencianos, al igual que los granadinos, siempre detentaron un superior nivel cultural entre la comunidad morisca de España, no solamente por su fidelidad a la lengua árabe, a los preceptos religiosos islámicos y a las costumbres musulmanas, sino también a su cultura escrita, pese a los pocos textos que han sobrevivido a las purgas y al paso inexorable del tiempo. Casi todos los libros árabes valencianos se han perdido para la posteridad, excepto algunos ejemplares conservados al azar en El Escorial, el Palacio Real de Madrid, Valencia, la British Library y la Bibliotheque Nationale de París.
A diferencia de lo ocurrido en Aragón o en Andalucía, apenas se han encontrado bibliotecas moriscas al derribarse o reformarse una casa en Valencia, y aún menos en Murcia. El 12 de febrero de 1789, don Joaquín Linares Martínez, un cultivado vecino de Gandía notificó al Conde de Floridablanca, secretario de Estado de Carlos IV, que en Potries, a una legua de Gandía, se habían hallado 18 ó 20 libros en árabe, al tirarse una pared en la casa de Vicente Fuster. Para evitar su destrucción por los propietarios del inmueble, labradores, Linares lo comunica al ministro ilustrado, famoso por su interés en conservar el patrimonio cultural español.
Tal vez pudiera atribuirse al célebre cadí gandiense Moscayre, célebre por sus diatribas con Bernardo Pérez de Chinchón por su Antialcorán, pero parece más probable que fuera un comerciante o un rico labrador, que no eran iletrados ni lejanamente, aunque por su condición social se les vea como tales. De lo que no cabe duda alguna es que el pequeño conjunto bibliográfico de Potries es el mayor fondo documental morisco del Reino de Valencia.
Supera al extraordinario hallazgo de los libros y papeles escondidos en una de las paredes de la ermita de Albalat de Sergat, en 1904. Otros hallazgos posteriores son los del castillo de Vilavella (1941) y Muro de Alcoy (1951). La respuesta de Floridablanca a Linares llegó pronto: debía adquirir el lote completo. A partir de ahí, perdemos la pista sobre el destino del lote. Puede que fuera enviado a algún franciscano arabófono destinado en Marruecos, o que fuera donado al sultán Mulay Solimán por Carlos IV.
Con el fortalecimiento de las ideas ilustradas en el reinado de Carlos III nos encontramos con los primeros intentos serios por acabar con la tradicional estructura gremial, que apenas había sufrido modificaciones desde los tiempos medievales, y se había convertido en un obstáculo para la creciente protoindustrialización que se estaba experimentando. Basta mencionar las críticas de Campomanes en su Discurso sobre el Fomento de la Industria Popular en 1774.
En el ducado de Gandía, donde el señor mantenía aún grandes privilegios, el trabajo agrícola continuaba siendo el mayoritario, siendo muy reducidos el número de artesanos, y por tanto la relevancia económico-social de los gremios, no encontrando hasta 1703 un reglamento de estos.
Por la documentación enviada al Consejo de Castilla en 1777, conocemos que en la ciudad existían 19 agrupaciones gremiales, tres de ellas relacionadas con el sector de la seda (Gandía era una de las principales productoras de capullos de seda), y el resto a actividades relacionas con la vida diaria de la población (panaderos, carpinteros, carniceros…). Además no se podía abrir ningún negocio sin la previa autorización del señor, a lo que se añade la feroz defensa por parte de los maestros de no perder sus derechos y las escasas rentas que obtenían de su trabajo.
Con este panorama se comprende que, al contrario que en Cataluña o en Alcoy, donde existían gremios con importante presencia económica y social, en Gandía el paso del régimen feudal al capitalista no pudiera ser llevado a cabo por los propios gremios.
La obra de Pascual Boronat y Barrachina Los Moriscos españoles y su expulsión (1901), acerca de los moriscos está en la línea de la historiografía conservadora decimonónica de Danvila, Roque Chabás y Menéndez Pelayo, que no sólo justifican, sino que alaban la expulsión de los moriscos en 1609, decretada por el rey Felipe III. Como indica don Marcelino, era la conclusión “lógica” y necesaria a la trayectoria iniciada por don Pelayo en Covadonga y jalonada por el bautismo forzoso impuesto por los Reyes Católicios, puesto que las buenas relaciones entre las comunidades cristiana y morisca se veían impedidas por ser los moriscos “perversos españoles, enemigos domésticos, auxiliares natos de toda invasión extranjera” y ser una “raza inasimilable”. La expulsión, según esta corriente historiográfica, era el triunfo de la unidad de raza, de religión, de lengua y de costumbres.
Por el contrario, la actitud moriscófila de los liberales del XIX, como Florencio Janer, José Muñoz Gaviria, Matías Sangrados y Vítores o Vicente Boix, culminaría en la obra del estadounidense Henry Charles Lea, The Moriscos of Spain, también de 1901. Intentan “entender” a los moriscos y alaban su laboriosidad, admiran al arzobispo Hernando de Talavera en Granada y critican a Cisneros, Lerma y Felipe III, y hacen hincapié en las consecuencias negativas de la expulsión.
A partir de los años cincuenta, bajo la influencia de los Annales, los historiadores pretender ser más científicos y no dejarse influenciar tanto por sus opiniones personales, en una postura más acorde con la Historia “total” y “combativa”, que aspira a comprender el pasado y no a juzgarlo. En la postura de esta escuela se sitúa Caro Baroja con su tratado Los Moriscos del Reino de Granada. Ensayo de Historia social, o la Geografía de la España morisca, de Henry Lapeire.
Halperin-Donghi califica la relación entre cristianos y moriscos como un conflicto nacional, mientras que Braudel prefiere usar el término conflicto de civilizaciones. Se ve a estas dos comunidades como dos mundos cerrados, yuxtapuestos, con características peculiares que los diferenciaban entre sí y los llevan a un enfrentamiento en el que se impone el más fuerte.
En Valencia se profundiza en las consecuencias de la expulsión –la distribución de tierras (A. Bataller), las características demográficas del proceso repoblador (Torres Morera) o el análisis de las cartas-puebla (Císcar)- por lo que el período previo a 1609 queda oculto en las sombras. Los estudios de los arabistas son especialmente interesantes para comprender mejor esta cuestión (M. de Epalza, A. Labarta, Barceló Torres, Bramon…), que transcriben documentos aljamiados que aportan a los historiadores información imprescindible para conocer la otra cara de la moneda, es decir la visión que tenían los propios moriscos de su convivencia con los cristianos viejos. Sin duda aún nos queda un largo camino por recorrer en la historia de las relaciones entre ambas comunidades.
Joanot Martorell nació probablemente en Valencia, entre 1405 y 1410, en el seno de un importante linaje nobiliario, aunque su familia era originaria de Gandía, y en la actualidad varios autores defienden que nació en esta ciudad de La Safor. Fue un caballero brioso, muy aficionado a las luchas caballerescas, que intervino en diversos conflictos de este tipo (justas, pleitos, batallas a muerte…), de los cuales destaca el que le enfrentó con su primo Joan de Monpalau, y de incumplido la promesa de matrimonio. Precisamente este duelo lleva a Martorell a viaja a Londres para pedir al rey Enrique VI de Inglaterra que haga de juez. Pero, finalmente, Monpalau no comparece en el duelo y el conflicto se resuelve con una indemnización económica. A causa de diferentes pleitos caballerescos y económicos, Joanot Martorell hace otros viajes a Portugal y a Italia.
En 1460, comienza a escribir Tirant lo Blanch, pero unos cuantos años más tarde, en 1468, le sorprende la muerte y el libro queda inacabado. Asimismo, el manuscrito de Martorell llega a manos de Martí Joan de Galba como prenda por el dinero que aquél le debía. Galba pone a punto la novela y la hace imprimir en Valencia en 1490.
Además del Tirant, dentro de la producción de Joanot Martorell cabe destacar las numerosas letras de batalla y un relato inacabado titulado Guillem de Varoic, adaptación de una narración anglonormanda del siglo XIII que Martorell conoce en Londres en 1438 y que encontramos en los primeros capítulos de Tirant lo Blanch.
Tema, estructura y argumento de Tirant lo Blanch
La novela Tirant lo Blanch narra las proezas de un caballero que con su esfuerzo y valor consigue el grade de capitán general y, después de poner fin a la amenaza de los turcos contra Constantinopla, es casa con la hija del emperador, Carmesina, al mismo tiempo que se convierte en heredero del trono.
El libro comienza con las aventuras del caballero ermitaño Guillem de Varoic, el cual vence a los sarracenos y libera Inglaterra. Caballeros de todo el mundo asisten a las fiestas con motivo de la boda del rey inglés. Tirant, que iba, se duerme encima del caballo y cuando despierta se encuentra con el ermitaño Guillem de Varoic, que le alecciona sobre caballería. En la corte, Tirant es nombrado caballero por el rey de Inglaterra y participa en diversos combates caballerescos con éxito.
Al enterarse Tirant de que la isla de Rodas se halla asediada, acude acompañado del infante Felipe, hijo del rey de Francia. En Sicilia, Felipe se enamora de la princesa Ricomana. Mientras tanto, Tirant lleva a cabo con éxito la liberación de Rodas. Después hace una especie de peregrinaje a Tierra Santa y rescata a cautivos cristianos.
A continuación, Tirant se dirige a Constantinopla para luchar contra los turcos, que amenazan el Imperio Bizantino. El emperador le hace capitán general del Ejército y Tirant gana todas las batallas gracias a su valor e ingenio. En esta parte aparecen escenas románticas que se alternan con las acciones militares. Así, asistimos al enamoramiento de Tirant con la princesa Carmesina y al cortejo, lleno de dificultades, pese a la ayuda de la doncella Plaerdemavida. Las traiciones del Duque de Macedonia obligan a Tirant y Plaerdemavida a embarcarse en un barco que naufraga en las costas del Norte de África. Tirant es apresado y, posteriormente, liberado para luchar contra los moros. Consigue ganar fama militar y convertir al cristianismo diversos reinos magrebíes. Finalmente, acompañado de Plaerdemavida, retorna a Constantinopla. Una vez allí, libera el Imperio de la amenaza turca, se casa con Carmesina y es nombrado César del Imperio. Al final, sin embargo, Tirant enferma y muere después de hacer testamento. Carmesina muere también, a causa del dolor por la muerte de su marido. Finalmente, Hipólito, el escudero de Tirant, se casa con la emperatriz y se convierte, por tanto, en emperador.
En el Tirant lo Blanch se combinan perfectamente tres planos: el caballeresco, donde abundan los torneos y las acciones militares; el histórico, con referencias constantes a la realidad inmediata de aquella época y a personajes históricos; y el realista, al constituir una muestra de la realidad cotidiana de la época.
Joanot Martorell creó con Tirant lo Blanch una novela total, compleja y múltiple como la vida, ya que, como señala Mario Vargas Llosa, es una “novela caballeresca, fantástica, histórica, militar, social, erótica y psicológica: todas estas cosas al mismo tiempo y ninguna exclusivamente, ni más ni menos que la realidad.” A pesar d esto, el afán del autor por presentar las diversas historias de una manera verídica y creíble es uno de los elementos más destacados del Tirant, que permite considerarla como una novela moderna.
Por otra parte y en este mismo sentido, Miguel de Cervantes, en el Quijote, hace esta valoración:
“Digoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo; aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen.”
Asimismo, la nota más original y atractiva la aportan el humor, la ironía y, sobre todo, el erotismo, porque frente el tratamiento más refinado y espiritual del amor en la narrativa medieval, en el Tirant las manifestaciones del amor son múltiples, entre las cuales se incluye un amplio repertorio (lesbianismo, fetichismo, adulterio, alcahuetería…). En el Tirant el amor es tan importante como los hechos caballerescos y militares. El amor aparece, a veces, en su vertiente sensual y erótica, aunque en estas escenas el autor siempre adopta una actitud irónica y humorística.
Los personajes más importantes del Tirant tienen un tratamiento psicológico moderno, porque son de carne y huesos, con evoluciones y cambios de carácter a lo largo de la novela. Así, Tirant es un héroe moderno por su humanidad, que se acentúa en la vida íntima, donde se revela como un amante tímido e inexperto, o en su muerte a causa de un simple resfriado.
Cuando los Borja adquieren el Ducado de Gandía se encuentran con uno de los principales territorios productores de azúcar de Europa, llevado por los musulmanes desde Oriente. El sistema de explotación de este producto consistía en que mientras que el señor otorgaba las tierras, los molinos para la elaboración del azúcar, y la mano de obra (moriscos sometidos a los abundantes privilegios del señor), un socio, generalmente un maestro azucarero de una ciudad italiana, aportaba una parte del capital y sobre todo su experiencia y conocimientos sobre la elaboración del azúcar.
Este sistema cambió con la llegada de los Borja, que implantaron un modelo de producción basado en la gran explotación, para lo cual tuvieron que en primer lugar comprar las tierras a los arruinados pequeños señores (tarea no muy difícil para la poderosa familia), para a continuación llevar a cabo una división y racionalización del trabajo de acuerdo a la demanda, no hay que olvidar que el azúcar era un producto fundamentalmente para la exportación.
También se llegó a establecer una porción mínima de tierra que se debía destinar a la producción de la caña, se crearon centros comarcales para la producción de la cerámica necesaria en el proceso de elaboración (Vilallonga y Potríes), e incluso todo un sistema de aprovisionamiento de madera desde los bosques de los valles de Ayora y Cofrentes (también posesiones borgianas).
El llamado “ducado del azúcar” alcanzó su cénit en 1548 con el matrimonio entre Carlos (el futuro quinto Duque de Gandía) y Magdalena Centelles, heredera del ducado de Oliva (el otro gran ducado azucarero en el reino de Valencia).Su decadencia la encontramos en 1609, cuando con la expulsión de los moriscos los señores de Gandía perdieron la mayor parte de la mano de obra disponible para la producción, además de la competencia de las enormes producciones en América que le habían arrebatado gran parte de su mercado.
Ausiàs March, tradicionalmente vinculado a Gandia y Beniarjó, parece, sin embargo, que nació en Valencia el año 1397. Hijo de Pere March y sobrino de Jaume March, ambos poetas y caballeros del XIV, pertenece a la baja nobleza. Como caballero participó en la campaña militar de Alfonso el Magnánimo en Italia (1420 – 1425) y fue recompensado con territorios y honores. El año 1425 es nombrado halconero mayor del rey, justo cuando acaba su vida militar y se inicia la época de creación poética de Ausiàs March. Poco tiempo después residió en Gandía y Valencia, desde donde se dedica a administrar sus bienes.
Se casó con Isabel Martorell, hermana de Joanot Martorell, autor del Tirant lo Blanch. Dos años después, enviudó, y a partir de ese momento, lo encontramos involucrado diversos conflictos y pleitos. Contrajo matrimonio nuevamente, con Joana Escona, que murió también sin descendencia; asimismo, tuvo hijos naturales. Ausiàs March murió en Valencia el año 1459.
La poesía de Ausiàs March supuso la ruptura con la poesía trovadoresca. Escribió en valenciano porque quería abandonar expresamente la lengua occitana como lengua poética, y, además, su poesía amorosa es personal y sincera, con profundas reflexiones sobre la muerte. Ausiàs March se aleja de la tradición trovadoresca, sobre todo por el tono intimista y por la reflexión personal que aportan las vivencias y los sentimientos de un yo concreto, con virtudes y defectos, con dudas y certezas.
Pero por encima de reminiscencias, de influencias o, si se prefiere, de plagios, hay en Ausiàs March, a lo largo de su obra, una cosa que lo separa fundamentalmente de trovadores provenzales y de poetas italianos, y es su actitud frente a la mujer. La dama de los trovadores es cantada prestando atención a su jerarquía social, es la domna, la señora, entendido feudalmente el término, a la cual el poeta rinde un vasallaje amoroso que es una adaptación del vasallaje feudal. Este concepto, propio de las condiciones sociales de las cortes del Mediodía de las Galias y que debido a condiciones similares se mantuvo vigente en Cataluña hasta finales del siglo XV, como demuestran Gilabert de Próixita, Andreu Febrer, Jordi de Sant Jordi y otros, no encajó con las condiciones sociales italianas; y en Italia, los stilnovisti, opusieron a la señora de los trovadores, la alta categoría que se basaba en el linaje, la mujer angelicata: aquélla que merece ser amada no por la nobleza de la sangre, sino por la nobleza del corazón, o sea el corazón gentil (no olvidemos que gentil significaba noble).
La sublimación de la dama es cada vez más grande entre los poetas italianos: para Dante Beatrice será la Teología que la conducirá hasta Dios, y para Petrarca Laura encarnará la más elevada espiritualidad. En este camino ascendente era imposible llegar más alto. Y Ausiàs March, lógicamente, no lo pretendió. Lo que hizo nuestro autor, y no lo hicieron ni los trovadores ni los italianos, es considerar a la dama simplemente como una mujer: con virtudes y vicios, con firmeza y debilidad, un ser capaz de pecar y de hacer pecar al poeta. La sitúa a ras de tierra, donde realmente está, y desde la tierra la ama o la odia, la reza o la canta cuando muere, y descabeza toda una teoría moral sobre los diversos amores y los contradictorios estados del enamorado.
Esta nueva visión de la mujer muestra un distanciamiento respecto a la sensibilidad medieval. Ahora bien, nuestro poeta, lejos de ser un precursor del Renacimiento, continúa siendo un poeta típicamente medieval sin tenemos en cuenta los temas, los procedimientos estilísticos, la métrica y la actitud moralista.
A unos 8 km de la población de Gandía en dirección a Albaida, siguiendo el antiguo camino real que unía Dénia con Xàtiva, se alzan los restos de una de las mayores fundaciones jerónimas valencianas; el monasterio de San Jerónimo de Cotalba. Desde 1994 es BIC, encontrándose abierto al público desde el año 2005 mediante un acuerdo de la Generalitat con sus propietarios.
El primer documento que nos habla de su existencia, en una inscripción conmemorativa en la base de una torre militar próxima al lugar, data del año 1388. Ya en esta temprana fecha se observa el interés que los propios duques de Gandía tuvieron en la promoción del monasterio.
En cuanto a su evolución en la época moderna desde el punto de vista arquitectónico nos encontramos con que en el siglo XVI, bajo el patronazgo de la marquesa María Enríquez, se construye la planta superior del claustro. La iglesia tuvo una gran reforma de 1683 a 1704, decorándose según los gustos barrocos de la época, construyéndose un gran transagrario. En el siglo XVIII tenemos la reconstrucción del claustro entre 1744 y 1755, transladando el hospital y el granero, e incluso a finales de siglo fueron construídas nuevas celdas para los monjes.
Por lo que respecta al patrimonio material del monasterio, destaca la obra de un monje de mediados del siglo XVI llamado Fray Nicolás Borrás, al cual pertenecen la mayoría de obras pictóricas que tenía el conjunto. Entre estas sobresalen las realizadas para el altar mayor (estudiadas por Fernando Benito), todas las que decoraban las capillas laterales, así como las pinturas del coro. Junto a estos dos conjuntos, Fray Nicolás también se encargó de la decoración de las estancias de los monjes; refectorio, aula capitular, claustro, y un pequeño oratorio exterior al edificio principal.
Tras la ocupación francesa durante la Guerra de la Independencia, que ocasionó pérdidas menores, el monasterio se ve afectado por la desamortización del Trienio Liberal (1820-1823), y la de Mendizábal en 1835, que llevará a su cierre definitivo y la dispersión de todo su patrimonio
.
Gran parte de las obras de Fray Nicolás se encuentran depositadas en el Museo de Bellas Artes de Valencia, siéndo destruidas durante la guerra civil las conservadas en parroquias y centros de culto cercanos al monasterio, al igual que algunas tallas y objetos litúrgicos.
Los fondos escritos fueron dispersados entre distintos libreros, pudiéndose recuperar para dominio público algunos de ellos, destacando la Historia General de nuestro Real Monasterio de San Gerónimo de Gandía ( publicada en 1757 y realizada por fray Francisco del Castillo).
El nacimiento oficial del ducado moderno de Gandía se sitúa en diciembre de 1485, cuando el rey Fernando II de Aragón firma ante notario la venta de la ciudad y su castillo de Bairén, además de otorgar el título de duque, a Pedro Luis de Borja (hijo primogénito del futuro Papa Alejandro VI) y sus descendientes.
Pero hasta este momento se vivieron unas intensas negociaciones, pues además de los Borja había otros poderosos candidatos para ocuparse de la administración de la localidad y sus ricas tierras. Entre ellos tenemos la ciudad de Valencia (que de hecho desde 1470 administraba la población), y la casa de los Marqueses de Moya. Por si fuera poco las relaciones entre el monarca y la familia Borja eran bastante tensas, debido al conflicto surgido por la elección del nuevo arzobispo de Sevilla, en donde tanto el rey Fernando como Rodrigo tenían su candidato particular.
Así pues la pregunta que debemos hacernos fue como logró Rodrigo Borja obtener del rey para su primogénito uno de los señoríos más poderosos del reino de Valencia. Evidentemente son varios los factores que debemos tener en cuenta, como son:
Las necesidades monetarias que tenía el monarca, inmerso en la guerra contra el reino nazarí de Granada. En este punto no hay que olvidar que la familia de los Borja se había convertido en una de las más poderosas del reino de Valencia, como lo demuestra la contratación de los mejores arquitectos para su palacio en la capital.
Rodrigo era el obispo de Valencia, por lo que era uno de los personajes más destacados del reino, con una extensa red de influencias y poder.
En el ducado existían pequeños señoríos fuertemente endeudados y enfrentados entre sí, lo que favorecía que una poderosa familia como los Borja se hiciera cargo del control del ducado.
Finalmente habrá que responder al interés que tenía el cardenal Borja en el Ducado de Gandía, en donde los motivos económicos jugaron un papel fundamental, pues el señorío (habitado fundamentalmente por población musulmana) era uno de los principales lugares donde se cultivaba la caña de azúcar en Europa, producto con un importante precio en el mercado, lo que venía a incrementar aún más la riqueza y el poder de los Borja, tanto en la península ibérica como en la italiana.