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Los gremios de Gandía en el siglo XVIII

Con el fortalecimiento de las ideas ilustradas en el reinado de Carlos III nos encontramos con los primeros intentos serios por acabar con la tradicional estructura gremial, que apenas había sufrido modificaciones desde los tiempos medievales, y se había convertido en un obstáculo para la creciente protoindustrialización que se estaba experimentando. Basta mencionar las críticas de Campomanes en su Discurso sobre el Fomento de la Industria Popular en 1774.

En el ducado de Gandía, donde el señor mantenía aún grandes privilegios, el trabajo agrícola continuaba siendo el mayoritario, siendo muy reducidos el número de artesanos, y por tanto la relevancia económico-social de los gremios, no encontrando hasta 1703 un reglamento de estos.

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Artesano del siglo XVIII.

Por la documentación enviada al Consejo de Castilla en 1777, conocemos que en la ciudad existían 19 agrupaciones gremiales, tres de ellas relacionadas con el sector de la seda (Gandía era una de las principales productoras de capullos de seda), y el resto a actividades relacionas con la vida diaria de la población (panaderos, carpinteros, carniceros…). Además no se podía abrir ningún negocio sin la previa autorización del señor, a lo que se añade la feroz defensa por parte de los maestros de no perder sus derechos y las escasas rentas que obtenían de su trabajo.

Con este panorama se comprende que, al contrario que en Cataluña o en Alcoy, donde existían gremios con importante presencia económica y social, en Gandía el paso del régimen feudal al capitalista no pudiera ser llevado a cabo por los propios gremios.

 

 

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Sociedad

La convivencia entre moriscos y cristianos viejos en la historiografía

La obra de Pascual Boronat y Barrachina Los Moriscos españoles y su expulsión (1901), acerca de los moriscos está en la línea de la historiografía conservadora decimonónica de Danvila, Roque Chabás y Menéndez Pelayo, que no sólo justifican, sino que alaban la expulsión de los moriscos en 1609, decretada por el rey Felipe III. Como indica don Marcelino, era la conclusión “lógica” y necesaria a la trayectoria iniciada por don Pelayo en Covadonga y jalonada por el bautismo forzoso impuesto por los Reyes Católicios, puesto que las buenas relaciones entre las comunidades cristiana y morisca se veían impedidas por ser los moriscos “perversos españoles, enemigos domésticos, auxiliares natos de toda invasión extranjera” y ser una “raza inasimilable”. La expulsión, según esta corriente historiográfica, era el triunfo de la unidad de raza, de religión, de lengua y de costumbres.

Henry Charles Lea (1825 - 1909).
Henry Charles Lea (1825 – 1909).

Por el contrario, la actitud moriscófila de los liberales del XIX, como Florencio Janer, José Muñoz Gaviria, Matías Sangrados y Vítores o Vicente Boix, culminaría en la obra del estadounidense Henry Charles Lea, The Moriscos of Spain, también de 1901. Intentan “entender” a los moriscos y alaban su laboriosidad, admiran al arzobispo Hernando de Talavera en Granada y critican a Cisneros, Lerma y Felipe III, y hacen hincapié en las consecuencias negativas de la expulsión.

A partir de los años cincuenta, bajo la influencia de los Annales, los historiadores pretender ser más científicos y no dejarse influenciar tanto por sus opiniones personales, en una postura más acorde con la Historia “total” y “combativa”, que aspira a comprender el pasado y no a juzgarlo. En la postura de esta escuela se sitúa Caro Baroja con su tratado Los Moriscos del Reino de Granada. Ensayo de Historia social, o la Geografía de la España morisca, de Henry Lapeire.

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Familia morisca.

Halperin-Donghi califica la relación entre cristianos y moriscos como un conflicto nacional, mientras que Braudel prefiere usar el término conflicto de civilizaciones. Se ve a estas dos comunidades como dos mundos cerrados, yuxtapuestos, con características peculiares que los diferenciaban entre sí y los llevan a un enfrentamiento en el que se impone el más fuerte.

En Valencia se profundiza en las consecuencias de la expulsión –la distribución de tierras (A. Bataller), las características demográficas del proceso repoblador (Torres Morera) o el análisis de las cartas-puebla (Císcar)- por lo que el período previo a 1609 queda oculto en las sombras. Los estudios de los arabistas son especialmente interesantes para comprender mejor esta cuestión (M. de Epalza, A. Labarta, Barceló Torres, Bramon…), que transcriben documentos aljamiados que aportan a los historiadores información imprescindible para conocer la otra cara de la moneda, es decir la visión que tenían los propios moriscos de su convivencia con los cristianos viejos. Sin duda aún nos queda un largo camino por recorrer en la historia de las relaciones entre ambas comunidades.