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Apología de la existencia

La vida es picar una puta piedra. Aunque hay muchas maneras de picarla, ya sea con pico, a puñetazos, con la cabeza o sentarse para ver como otros la pican por ti, el caso es picarla. Y es picarla sin saber si quedará bien, si formará una parte esencial o banal de una obra superior o si no servirá de nada.

Aquellos que se acogen a una religión gozan del abrigo de creer, es decir de tener fe, en que más allá habrá otra u otras vidas, mejores o peores donde se pagarán las deudas o cobrarán los réditos de esta de ahora o donde se repetirán aciertos y errores. Aún así confluyen muchas veces con los que se denominan ateos en que quizá sea mejor dejar de picar. En encontrar un atajo que nos ahorre tanto trabajo, en dejar a un lado tanto sufrimiento y llegar al final por la vía rápida. Y no son pocos, por ejemplo ahí tenemos a nuestro amigo Hesse haciéndonos sentir unos infelices y obligándonos a plantearnos cada mañana frente al espejo si merece o no la pena seguir picando. Pero no es él sino el espacio en que vivimos, la sociedad que nos rodea, la que nos coarta, nos obliga, nos fuerza y nos hace pensar que no encajamos, que hemos equivocado el camino y que no encontramos un hueco donde ser y estar y que en caso de encontrarlo solo somos un producto de ella, solo lo habremos conseguido porque nos plegamos a sus exigencias. De esta manera caemos en definitiva en ese círculo vicioso, en ese vórtice en espiral que no hace defendernos, protegernos y hostigar a los demás, convertirnos en ese Homo Homini Lupus de Hobbes que nos hace devorarnos los unos a los otros.

Pero creedme si este es vuestro pesar, si creéis no tener sitio, he visto cosas tales que vosotros no dejareis de tener un espacio. Hasta el más eremita de los ermitaños no hace más que ocupar su lugar. Y si vuestro placer reside, como el de este, en sentiros al margen no dudéis, disfrutadlo.

Y con respecto a lo de picar disfrutad de cada descenso de vuestro pico, de las llagas en vuestros dedos, de las agujetas en vuestra espalda y de los callos en vuestras manos porque estaréis en la certeza de estar viviendo, porque recordareis que estáis aquí pero sobretodo no dejéis que nadie (ni mucho menos yo) os diga cómo ni qué es lo que tenéis que hacer porque al fin y al cabo vuestra vida es vuestra.

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