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4. Armamento

El armamento del Tercio

Las armas eran una de las cosas que aportaban más honor a un soldado. Cuanta mayor calidad tuvieran estas, mayor sería el status del soldado. Normalmente, era el rey quien se encargaba de suministrar las armas, pero se las pagaba el soldado mediante descuentos en su paga durante un tiempo. Claro, que cada soldado tenía la posibilidad de conseguir sus armas de otro proveedor si estas eran más de su agrado y podía permitírselas.
Por lo general, la infantería española combinaba armas blancas como la espada y la pica, con armas de fuego como el arcabuz, que fue sustituido con el tiempo por el mosquete, más efectivo. Gracias a esta combinación, lograron ser uno de los ejércitos más potentes y temidos del momento.

A continuación, pasamos a describir una a una las armas usadas por la infantería española:

La espada

Cómo no, hay que hablar de ella, pues cada soldado debía tener una de calidad y en buenas condiciones (que tampoco se iban a quedar sin arma en medio de una refriega). En realidad era casi un apéndice del soldado, inseparable de él tanto en guerra como en paz y símbolo de la nobleza de su profesión. Pero tácticamente no tenía la importancia de la pica o el arcabuz, siendo sobretodo un instrumento de defensa personal. Solían llevarla a la altura de la cintura, y su longitud no debía ser excesiva, lo justo como para que pudiera ser desenvainada con facilidad, no excediendo los 95 cm. Claro que siempre había alguno con espadas mayores, conocidas como “mata amigos”, que eran muy útiles en duelos. A parte de la espada, cada soldado portaba una serie de armas dependiendo de su especialidad.

Probablemente cuando la espada resultaba más eficaz en campo abierto era en las persecuciones, ya que, a diferencia de las picas o los mosquetes, no restaba movilidad al soldado. De ahí que se dijera de ella que “es la que de ordinario da el último corte en las batallas”. También se sacaba a relucir en el curso de las escaramuzas, basadas en el intercambio de disparos, cuando se hacían demasiado largas. En esa situación, “remitían a las espadas la pólvora de los arcabuces”, cerrando contra el enemigo en busca del cuerpo a cuerpo. Al igual que las alabardas, eran imprescindibles en los asaltos o los abordajes.

La pica

Era el arma mejor considerada, la “fuerza” de la unidad, siendo la imagen que nos ha quedado de los Tercios. Constituían un elemento esencial del tercio, sobre todo en terreno abierto y cuando la caballería enemiga era superior a la propia. Debía tener grandes dimensiones, permitiendo así herir al enemigo sin que este pudiera causar ningún daño al infante español. Las de los Tercios, debían tener al menos 5,5 m. de longitud, la altura de 3 hombres (en principio debían medir 26 o 27 palmos de vara española, y nunca menos de 25). La madera de la que estaban hechas alcanzaba su mayor espesor poco más arriba de la mitad del asta, para ir adelgazándose hacia los extremos. Este modelo de pica era pesado, pero daba al combatiente una gran ventaja sobre cualquier otra arma en combates defensivos.

La forma normal de llevarlas era sobre el hombro, siempre el derecho, excepto la hilera del costado izquierdo de la formación que se las colocaban sobre ese lado. Únicamente se arbolaban, es decir, se ponían verticales, cuando la unidad hacía alto, ya que, por su longitud, resultaba prácticamente imposible andar con ellas en esa posición.

En acción se utilizaban de dos maneras. Frente a caballería se disponían en un ángulo de 45 grados, con el extremo inferior clavado en el suelo cerca del pie. se sujetaban con la mano izquierda, mientras que la derecha descansaba en la empuñadura de la espada, presta a desenvainarla. Contra la infantería se colocaban paralelas al suelo, agarrada con la izquierda, a la altura del estómago, mientras que la derecha la empuñaba frente a la cadera. Para herir, se adelantaba el arma, avanzando al tiempo el pie izquierdo, seguido por el derecho. Si se quería dar más impulso, la mano de ese lado empujaba con fuerza la pica a lo largo de la izquierda, en una acción mecánica que se repetía hasta que uno de los bandos cedía.

Con el transcurso del tiempo y la generalización y aligeramiento de las armas de fuego fueron perdiendo importancia, pero hasta la invención de la bayoneta continuaron siendo imprescindibles. Su papel fue pasando de ser el instrumento decisivo de choque al de simple refugio de los tiradores.

La alabarda

Era usada en combate por los piqueros de las compañías de arcabuceros y por los sargentos. En el caso de éstos era ante todo un medio de pura defensa personal, pero hay ejemplos de que con ellos se improvisara un minúsculo escuadrón para amparar la arcabucería sin apoyo de piqueros frente a la caballería enemiga. Los primeros, en cambio, la utilizaban siempre con una finalidad táctica; precisamente, la defensa de los arcabuceros. Los soldados armados con alabardas sustituían (aunque se les denominara también piqueros) a los piqueros convencionales en los terrenos más quebrados o arbolados, que estaban entrenados para actuar con gran agilidad y en este tipo de escenarios, además de defender la bandera de la compañía. Las alabardas eran sustituidas por picas si formaban el grueso del tercio y no destacaban con los arcabuceros.

Eran útiles para combatir en espacios restringidos, como una brecha o a bordo de un buque, en los que la pica, de dimensiones reglamentarias, era inutilizable.

Mosquetero, piquero y arcabucero con sus respectivas armas. Grabado de 1633.

El arcabuz

La tercera parte de cada compañía de un Tercio estaba formada por los arcabuceros. Los arcabuceros de Carlos V pusieron fin a los dos modelos  que hasta entonces habían dominado los escenarios europeos: la caballería noble francesa y los piqueros suizos, inaugurando el siglo de oro de los tercios. El emperador, agradecido, afirmó que:

“La suma de sus guerras era puesta en las mechas encendidas de sus arcabuceros españoles y que en lo más arduo de sus dificultades y combates, aunque sólo se viese rodeado de cuatro o cinco mil se consideraba por completo invencible, y arriesgaba, únicamente sobre el valor de ellos, su persona y su imperio y todos sus bienes”

Refiriéndose que el servicio de la arcabucería era de gran importancia y que con sólo ella muchas veces se había alcanzado la victoria.

En principio, el arcabuz estaba formado por un cañón, montado sobre un afuste de madera de un metro, aligerado hacia la boca de fuego y reforzado en la parte de la recámara, de modo que no hubiera peligro de estallido o sobrecalentamiento. La carga de pólvora estaba más o menos dosificada, y se disparaban balas de plomo cuyo peso era variable, ya que se las fabricaba cada arcabucero. Debían tener un cañón de una longitud cuatro palmos y medio de vara, y del calibre necesario para arrojar una pelota de, según el modelo, una onza o tres cuartos. Convenía que se dejasen sin bruñir, “para que no reluzca”, lo que les haría más visibles a distancia. Su alcance se situaba en torno a los cincuenta metros, aunque habitualmente se empleaban entre los quince y los veinte. No eran muy eficaces más allá de los veinticinco o treinta metros. Había arcabuceros que para tirar se metían casi debajo de las picas enemigas. El duque de Alba consideraba que a más de dos picas de distancia servían de poco y mandaba “que las primeras salvas, que suelen ser las mejores, se guardasen para de cerca”. Ello se debía a que cargar el arma era de por sí una operación compleja. Si se hacía en la excitación del combate, los riesgos de cometer algún error  en las complicadas operaciones eran aún mayores, por lo que se pensaba que era más fiable un arcabuz cargado antes de que empezara la batalla.

Se recomendaba que la culata fuese recta, pero también las había curvadas, lo que dificultaba la puntería, que en ese caso se hacía apoyando el arma sobre el pecho, no en el hombro.

El procedimiento para usar el arma era el siguiente. En primer lugar, se echaba pólvora al cañón, y luego la bala. El conjunto se atacaba con la baqueta, inicialmente llevada sólo por los cabos, pero después por todos los hombres. Ésta era de madera al principio hasta que se generalizó el metal, siendo frágil. A continuación, se apretaba el gatillo, que hacía que la llave, llamada de serpentina, aplicara la mecha encendida a la cazoleta llena de pólvora. Ésta, al arder, incendiaba la que el soldado había introducido antes en el cañón, lanzándola. Posteriormente se adoptarían los cartuchos, que contenían tanto la pólvora necesaria para un disparo como el proyectil, lo que permitió aumentar la rapidez del tiro. Lo habitual era cargar el arma con media onza de pólvora y medir “con el segundo dedo de la mano derecha”, la longitud de la mecha que se ponía en el serpentín.

La munición se llevaba en una bolsa, aunque en combate el arcabucero acostumbraba a meterse un par de balas en la boca para cargar más deprisa, y la pólvora en dos frascos de distinto tamaño. El mayor, para alimentar el arma, el pequeño, para cebar la cazoleta. También podía ir repartida en saquetes colgados de una bandolera, los “doce apóstoles”, cada uno de los cuales contenía la necesaria para un tiro. El hombre se convertía de esta manera en un polvorín andante. no eran raros los accidentes que se saldaban con soldados literalmente volados o con quemaduras fatales provocadas por la ignición del material inflamable que llevaban encima.

El equipo o recado del arcabucero se completaba con un molde para fundir las balas. El soldado debía ser capaz, en caso necesario, de trenzar el mismo la cuerda. Naturalmente, al ser armas de mecha no se podían utilizar en tiempo lluvioso o de mucho viento, a la vez que de noche descubrían al tirador.

Otro de los inconvenientes de los arcabuces era su bajísima cadencia de fuego. Para acelerarla, a veces los soldados intentaban acortar el proceso de la carga, por ejemplo, no utilizando la baqueta, pero entonces, al no estar la pólvora suficientemente comprimida, el disparo perdía eficacia. Esta práctica, a pesar de ello, se mantendría mientras duraron las armas de avancarga. Si los arcabuces se disparaban con demasiada frecuencia en un corto espacio de tiempo, se recalentaban rápidamente, lo que también afectaba a su eficacia. Como cualquier otra arma, tenían su propío ritmo, y este era lento, se hiciera lo que se hiciera.

Todas estas limitaciones dictaban las condiciones de su empleo. por una parte, hacían aconsejable, sobretodo en terreno abierto, que no se utilizasen demasiado alejados de alguna fuerza dotada de armas de asta, alabardas o picas. De esta manera se intentaba proteger a los arcabuceros de un ataque de la caballería mientras cargaban sus armas, cuando se encontraban indefensos. De ahí que fuese recomendable, que las compañía de esta especialidad incorporaran alabarderos.

El arcabuz se adaptaba perfectamente a algunas de las características que se atribuían a los españoles. era una arma idónea para hombres de no gran estatura, nervudos y ágiles y se utilizaba sobre todo en despliegues relativamente abiertos y en destacamentos, golpes de mano, sorpresas y emboscadas, lo que requería iniciativa individual. Por estas razones se consideraba a los españoles los mejores arcabuceros.

El mosquete

A partir de la década de 1560-70 se introdujo el mosquete, un arma superior al arcabuz que sólo había sido utilizada en la defensa de plazas. En 1567 el duque de Alba lo hizo adoptar a las unidades que llevó a Flandes, pensándose que era un arma demasiado pesada para la infantería. Se utilizaban  con frecuencia en fortificaciones, pero hasta entonces no se había pensado distribuirlo a los infantes por parecer que no se podía llevar al hombro.

Alba ordenó que cada compañía, fuese de piqueros o de arcabuceros, contase con quince mosqueteros.

Al ser más pesados y ser su cañón más largo que los de los arcabuces, necesitaba de una horquilla de madera sobre la que se apoyaba para apuntar. pero este inconveniente era ampliamente compensado por sus mejores prestaciones en lo que se refiere a alcance, capacidad de penetración y calibre (un arcabuz podía hacer dos disparos en el tiempo que el mosquete tiraba uno, pero era más eficaz). Las balas eran de mayor tamaño, de una onza y media o dos, el doble de un arcabuz, aunque se mantenía el sistema de disparo del arcabuz. La longitud del cañón era de seis palmos y sus disparos atravesaban una rodela reforzada (teóricamente a prueba de balas) o cualquier armadura, lo que no conseguía un arcabuz. lo usual era que cada hombre llevara 25 disparos de dotación. Se decía que tenía un alcance de 200 m, aunque esto es discutible, si que llegaban notablemente más lejos que el arcabuz.

Al ser básicamente iguales, compartían el uso de la mecha o un soporte de disparo iguales. cargar el arma era un proceso aún más largo, que exigía hasta 44 movimientos distintos, según algunos manuales, complicado además por la presencia de la horquilla, que obligaba al soldado a manejar simúltaneamente ésta, el arma y la baqueta. Al igual que sucedía con el arcabuz, era recomendable apuntar un tanto alto, no sólo para reducir la posibilidad de reducir la posibilidad de herir a un compañero sino también porque el proyectil salía con una velocidad relativamente baja y a los pocos metros empezaba a caer. Se tiraba con él apoyándolo en el hombro, a la manera española, no en el pecho; ya que si la culata era curva, a la manera francesa, pocos o ninguno resistirían el retroceso al disparar con el arma en el pecho, pero si se descargaba desde el hombro, a la manera española, no había peligro ni daño para el tirador. Se calculaba que la cadencia no pasaba de un tiro por minuto, y que, por distintos motivos relacionados con problemas de funcionamiento, un 50% de los disparos no llegaban siquiera a producirse. Cuando se efectuaban más de 4 disparos continuados, era necesario parar y refrigerar el cañón para que no se fundiera el plomo de la recámara.

Con el tiempo las armas de fuego mejoraron. Se introdujo de forma paulatina la llave de rueda. Esta producía la chispa necesaria para incendiar la pólvora que lanzaba el proyectil mediante el choque de un pedazo de pirita, montado en el serpentín, con una rueda de hierro, eliminando así la mecha, con sus limitaciones y peligros. Era un mecanismo, sin embargo, caro, complicado y sujeto a muchas averías, por lo que se utilizó solo para las pistolas de la caballería y para armas de caza. De mayor transcendencia fue la llave de chispa. Esta sujetaba un trozo de pedernal, y se montaba simplemente moviéndola hacia atrás. al apretar el gatillo, la piedra tropezaba con una pieza de metal, el rastrillo, levantándola y produciendo al mismo tiempo una chispa que encendía la pólvora de la cazoleta, provocando el disparo. Era un método más barato y sencillo que la rueda, y más fiable que la mecha.

También se aligeró notablemente el peso del mosquete, hasta el punto de que se pudo prescindir de la horquilla, lo que hizo que acabara por sustituir al arcabuz. Además, se adoptaron los cartuchos previamente preparados. Todo ello se tradujo en un incremento sustancial de la eficacia de esta clase de armas, por ejemplo, aumentando casi tres veces la cadencia de tiro, y reduciendo a una tercera parte los fallos en el mecanismo de fuego.

La artillería

No es que el Tercio contara con una unidad propia de artillería, ya que tenía una estructura propia dentro del ejército dada su complejidad. Estaban hechos en bronce, pero también los había de hierro. El “favorito”, por llamarlo de alguna manera, era el de 24 libras, más que nada por su relación calidad-precio.