Tras la euforia alosiana, fue necesario volver a la calma investigadora de despacho y flor blanca en jarrón minimalista. A decir verdad, sobre mi escritorio hay libros y papeles desordenados, ni rastro de esa flor, pero me gusta pensar que está en algún lugar mirándome inquisidora porque no le doy a la tecla. Pero la flor debe de entender que mi corazón ha estado lejos estos días, en concreto, en Calafell merendando fruta con Concha Alós.
Sí, llegué una calurosa tarde a su modesto apartamento de la costa tarraconense, el aire estaba apretado con el fuerte olor a glicinas y buganvillas, escandalosamente moradas y mirando descaradas al sol que todavía apuntaba alto aquellas horas. «Pero, ¡pasa! Que te vas a achicharrar…» me dice Concha Alós en cuanto me ve aparecer con la cara embotada. «Gracias, gracias» musito tímidamente mientras paso y me quito el bolso del hombro. Ella lleva el bañador puesto y una toalla liada sobre la cintura a modo de falda, «¿Quieres bajar a la playa? Hace un calor horrible». La miro. No he traído traje de baño. No le digo nada, pero ella adivina. «¡Anda! Coge lo que quieras de ese cajón, seguro que te encaja algo». Me encaja. Bajamos a la playa. La arena está caliente y se pega en la planta de los pies. Concha Alós ríe, no me espera y se mete al agua como una posesa. Me salpica para que la acompañe. Dudo. Ella insiste y me lanza más agua. No me queda más remedio, me zambullo en la cresta de una ola rizada. La sensación tibia sobre la piel mojada es reconfortante, su risa me trasporta a un lugar remoto, seguro, feliz. Es agosto de 1972 y yo no he nacido todavía.
No sé por qué cada vez que leo el monográfico de Fermín Rodríguez (1985) y me detengo en la parte en la que él llega a su modesto apartamento de Calafell para entrevistarla, a mí me da una envidia tremenda y me imagino que soy yo la que está ahí con ella, compartiendo confidencias y comiendo fruta jugosa y madura cogida directamente de un enorme frutero hasta quedarnos con las manos pringosas, pegajosas, por el dulce néctar y, después de la perorata de rigor, nos vamos a la playa a sentir la vida a través de los rayos de sol; porque las glicinas y las buganvillas crecen en sus textos, porque el salitre del Mediterráneo impregna cada una de sus historias; porque Concha Alós escribe a la vida, pese a la etiqueta de escritora oscura que pende sobre ella.
Fermín Rodríguez nos descubre que: «la palmaria sinceridad es uno de los componentes en el arte de Alós que da vida a su obra» y añade: «[salta a la vista] el carácter tan personal de la literatura de Alós, del deseo de expresar su propio mundo». Pero, ¿cómo es ese mundo? ¿Realmente es tan oscuro? Roberto Saladrigas en una entrevista con Concha Alós para la revista Destino en 1972 escribió: «Alós posee un mundo personal ancho y rico, de dimensiones inaprensibles que ella intenta ir desentrañando y explicarlo a través de su obra de creación para, al fin, explicarse a sí misma». ¿Y qué necesita explicar Concha Alós? No es tan sencillo:
[Mis escritos] son también vivencias mezcladas con gritos de protesta, con ideas que me han pasado por la cabeza, con invenciones y todas las fantasías que quieras. En un principio una intuye que posee un mundo peculiar que es como un globo que se hincha y se hincha, y que tenemos que echarlo fuera para que nos deje respirar y no nos ahogue. En ese intento, el de deshacernos del globo, o del propio universo, te debates como una mosca dentro de la urna, y de pronto te encuentras con media docena de novelas en la calle y con el globo incordiando todavía.
El globo de Concha Alós es un universo limitado por la misoginia franquista, no es de extrañar que «[opte] por el combate contra tantas injusticias […] más que inquietud parece sentir irritación» comenta Fermín Rodríguez en su estudio y ella misma le replicará a Antonio R. de las Heras para una entrevista en el ABC en 1970: «Creo, sin embargo, que la característica principal de mi obra es la actitud rebelde de mi literatura frente a unas estructuras sociopolíticas que considero injustas». Ya tenemos los ingredientes: rabia, impotencia y una pluma como única arma de lucha. ¿Quiere decir eso que su escritura sea oscura y no respire vida o ganas de pinchar el globo y salir volando? Yo creo que, justamente, al contrario.
Fermín Rodríguez destaca en su monográfico tres temas principales de la narrativa alosiana: el desamor, la soledad y, relacionada con ésta, la incomunicación. Sobre el desamor afirma que: «[es] más profundo y personal que alcanza la vida y las relaciones íntimas de los personajes». Antonio R. de las Heras la acusa directamente de destruir el amor: «El amor que hay en sus obras lo ha estrellado previamente contra el suelo y ha recogido sus trozos». Pero ella le desmiente rotunda:
No, no estoy de acuerdo. Usted dice que destruyo el amor, que lo dejo pulverizado. No, de ninguna manera. Para alguno de mis personajes el amor es más importante que la vida, que el sentido de la propia dignidad, más fuerte que cualquier otra cosa: María, en Los enanos, languidece y acaba muriendo porque no soporta la separación, que ella misma se ha impuesto con el ser amado; Cristina, la joven protagonista de Los cien pájaros, se hunde cuando la abandona su amante; solo un gran esfuerzo de voluntad y la esperanza de su maternidad la arrancan de la desesperación, dándole fuerzas para comenzar la lucha contra la hostilidad de una sociedad que la ahoga; Sibila de Las hogueras, arriesga su bienestar y una posición honorable para salvar al hombre que la ha estafado, pero al cual sigue amando; Manolo Causanilles de El caballo rojo, no se siente definitivamente derrotado, aunque su partido haya perdido la guerra, hasta que Nanín, su compañera, lo abandona para ponerse a salvo. Es entonces cuando queda despojado de todo deseo de lucha u honor y se deja prender sin oponer resistencia. Y podría citarle varios ejemplos más. ¿Cree usted que esto es pulverizar el amor? ¿Destruirlo? Yo diría que es dejarlo vivo y lacerante. Lo que sí podría usted decir es que el amor en mis novelas no es eterno, como en la literatura rosa y estimulante para jovencitas o soñadoras matronas.
Así es, el amor en Concha Alós es vivo y lacerante porque está anclado a lo humano y lo representa desnudo en la intemperie esperando a que alguien le dé cobijo y lo cubra con una manta. No se trata de destruirlo, sino de quitarle las capas de significaciones vacuas o convencionalismos. El amor también duele y es humano sentir dolor, forma parte de la vida.
Sobre la soledad y la incomunicación que reina en los personajes alosianos, Fermín Rodríguez dice que aparecen atrapados en «algo que no pueden controlar», es un algo «radical y terrible que [les] impide la comunicación [dejando] al descubierto la desgarrada alienación de los seres indefensos, la distancia insalvable y la separación que en una sociedad como la española surge entre generaciones, clases o personas de distinta sensibilidad». Noelia Adánez en su ensayo (2019) se muestra en la misma línea subrayando la desconfianza que domina las relaciones humanas que aparecen en las historias de Concha Alós. Dice: «En todas las novelas de Alós los personajes están sometidos a terribles conmociones» y habla también de su «descomposición moral». Pero cómo no va a ser así si como Adánez misma admite:
En tiempos de guerra y de represión los cuerpos no son meros accesorios, sino centrales en la configuración del pensamiento humano. Los personajes de sus historias arrastran la huella del frío, del hambre, del dolor físico y de toda suerte de privaciones. Sus novelas están llenas de referencias a lo fisiológico, a la sangre, al deseo, al aullido y a lo abyecto.
En un contexto tan descarnado como la posguerra donde la primera necesidad de vida es la supervivencia en la más absoluta hostilidad no hay espacio para la moralina o la empatía con el otro. Solo hay tiempo para observar al cuerpo y darle lo que pide. Por muy cruda que parezca esta realidad, no podemos catalogarla como oscura por poco que nos guste, también es otra cara de la vida y no se puede mirar hacia otro lado. Es necesario dejar constancia para intentar que eso no vuelva a ocurrir. Efectivamente, los personajes alosianos habitan escenarios atravesados por la desconfianza, aparecen aturdidos, desquiciados, desbordados, pero también hay luz en ellos, esperanzas de cambio y lucha por cambiar su realidad circundante, mucha lucha. Sin embargo, esta lucha no tiene por qué ser sinónimo de garantías de éxito, la vida no es siempre un cuento de hadas con un desenlace tranquilizador. Concha Alós dibuja un retrato honesto de la vida. Eso, a mi juicio, no es para nada oscuro, sino valiente y auténtico. La sinceridad palmaria que decía Fermín Rodríguez. La vida misma con todas sus caras, las amables y las no tanto.
Yo también escribo esta entrada desde las entrañas, la impotencia y la rebeldía ante una etiqueta que considero injusta ⸺en este momento siento que mi flor blanca, estirada y esmirriada en su jarrón feísimo e inútil, arquea las cejas con vehemencia⸺. La narrativa de Concha Alós puede parecer dura y dolorosamente llana, pero es que se trata de una escritura humana, muy humana, que busca grietas de luz para plasmar otro mundo posible y salir de ese globo asfixiante. El lector o lectora que se acerque a sus novelas y se zambulla en la ola rizada del mar de Concha Alós tendrá el privilegio de empaparse de vida. Como le dijo ella misma a Antonio R. de las Heras: «Quizá se fija usted excesivamente en lo de gris y cotidiano, al tiempo que olvida características acusadas y reconocidas en mi obra: la carga lírica; las frecuentes fugas hacia el humor inesperado […] el pueblo, el mar, el paisaje, cuentan tanto como un personaje; […] la acción transcurre paralela a una sinfonía de tiempo que se señala con la plenitud».
Bibliografía:
Adánez, Noelia. (2019). Vivir el tiempo. Mujeres e imaginación literaria. Barcelona: Edicions Bellaterra.
De las Heras, Antonio R. (5 marzo de 1970). «Escritores al habla. Concha Alós» en Diario ABC, 117.
Rodríguez, Fermín. (1985). Mujer y sociedad: la novelística de Concha Alós. Madrid: Orígenes.
Saladrigas, Roberto. (1972). «Monólogo con Concha Alós» en Destino, n.º 1817, 34.