El verano, o más bien las vacaciones, va llegando a su punto final y el nuevo curso trae consigo un lanzamiento memorable: el próximo 18 de septiembre verá la luz la reedición especial de Las hogueras de la mano de Seix Barral con motivo de su sexagésimo aniversario del Planeta. Personalmente, tengo muchísimas ganas de hacerme con un ejemplar porque, además del hito que supone para una alosiana empedernida como servidora, el libro está prologado por la escritora y periodista Llucia Ramis.
El pasado 27 de mayo me desperté con un mensaje de WhatsApp de un número desconocido. Era Llucia Ramis queriendo concertar una entrevista telefónica. Concretamos el día y la hora. Estuvimos hablando más de una hora −Concha Alós da para mucho− y ya supe desde aquella conversación que el prólogo prometería. Ya no sólo por la estupenda pluma de Llucia −que eso es indiscutible (aquí facilito un enlace a sus libros)−, sino porque me dio la sensación de que conseguí contagiarle más pasión por Concha Alós de la que ella traía de casa. Ambas nos emocionamos comentando Las hogueras −que también tiene lo suyo−.
Al parecer, Llucia Ramis llegó a mí gracias al consejo de otro escritor y poeta mallorquín, amigo de Concha Alós. Hace algunos años, podría decirse en los comienzos de mi investigación doctoral, conseguí el contacto de Biel Mesquida, uno de los pocos asistentes al funeral de Concha Alós en Barcelona. Biel Mesquida y yo hemos hablado en puntuales ocasiones a lo largo de este tiempo, pero siempre sus aportaciones son como agua en el desierto para mi labor investigadora. Hace meses que no hablamos y la reedición de Las hogueras capitaneada por Llucia Ramis me recuerda que esto es una buena excusa para asomar la patita por debajo de la puerta de nuevo.
Quiero imaginarme a Llucia Ramis muy orgullosa de su prólogo −qué ganas de leerlo−, quiero pensar que Biel Mesquida se sentirá muy satisfecho con el nuevo lanzamiento de una novela que fue vencedora del Planeta en 1964 y llevada a la gran pantalla por Pilar Miró en 1967 bajo el título de La segunda carta. Se ha trabajado en una nueva adaptación cinematográfica, pero el parón del Covid-19 supuso un varapalo al proyecto. Veremos cómo termina esta aventura porque se oyen voces de retorno. La significación de la flamante historia de Asunción Molino y la exmodelo Sibila continúa vigente en nuestros días. Además de ofrecer un retrato de la sociedad franquista en un contexto isleño. Las hogueras, recibida con loas en su día, goza de una frescura narrativa que mete el hocico en los bajos fondos de la condición humana.
Concha Alós, como diría Joan Ripollès Iranzo en su blog para la Biblioteca Virtual de Cervantes, tiene el don de representar literariamente «la complejidad de las menes simples». Y así ocurre con las protagonistas de Las hogueras. La intimidad de Asunción Molino y de Sibila revela −quizá también se rebela− que el deseo femenino existe y tiene voluntad propia, es decir, se trata de una agencia del sujeto y no un tabú que debe sofocarse, estrangularse o, incluso, negarse. Como argumenta Paula Cabrera en su artículo para la recopilación de Incómodas. Escritoras españolas en el franquismo, editado por Luca Cerullo y Yasmina Romero Morales (2020), las mujeres en las novelas de Concha Alós tienen voz propia y no se acomplejan en «gritar su deseo y su furia». La autora asegura que lo declaman «a la noche» como metáfora de aullido de loba reivindicativa. Pero a mí me gusta pensar que los aullidos narrativos de Concha Alós no van únicamente para la luna llena y, en cambio, dan toquecitos en los mofletes a los respetados lectores (y lo apunto sin añadir «lectoras» porque estoy segura de que las respetadas se relamerán en sus asientos tapando con los dedos sobre los labios y media sonrisa socarrona ese aullidito que en algún momento tuvimos que sacar a pasear).
Creo, sinceramente, que Las hogueras calcina al lector porque pone delante una realidad triste y fulminante de lo que significa vivir, y realizarse como individuo, en una sociedad reconcomida por los prejuicios. Creo, ciertamente, que la novela esconde en su interior el mayor incendio intelectual que deconstruye aquello que pensábamos inamovible, natural, incuestionable. Puede que estas palabras suenen ahora como obvias después de los esfuerzos culturales de las últimas décadas, de la lucha feminista que grita realmente en las calles, en pleno día y a viva voz. Pero hay que reconocer que 1964 era una época de no tantas voces gritando o, si lo hacían, sí era a la luna llena y que, por tanto, un libro con la rotundidad como el de Concha Alós venía a sacudir alguna conciencia que otra. Sin embargo, todavía no podemos hablar de Asunción Molino o de Sibila como algo del pasado, sino que se yerguen como figuras ilustrativas de una bestia estructural y asimilada que todavía espera agazapada a que llegue la oscuridad de las noches sin luna.