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2. Estructura y organizacion interna

Cargos militares y administrativos

Como toda unidad militar, el Tercio tenía una serie de rangos y cargos que facilitaban su organización:

-El maestre de campo

Era un capitán designado por el rey al cargo su compañía y de todo el Tercio. Podemos decir que era el mayor rango dentro del Tercio y por ello, era el único que contaba con una guardia personal de 8 alabarderos. Su función era el mano, impartir justicia, administración y asegurarse de que el aprovisionamiento de las tropas fuera el correcto.

Para lograr este distinguido cargo, era necesario haber cumplido una larga carrera militar, habiendo logrado en ella fama y reconocimiento, llegando su nombre a oidos del rey. En principio, solían ponerlos al cargo de una unidad formada por tropas extrangeras, y cuando demostraba su valía, se le daba un tercio de españoles.

Muchos tercios tenían el nombre de sus lugares de origen, pero había un número considerable de ellos que adoptaban el nombre y apelllidos de sus mestres de campo, como puede ser el Tercio Lope de Figeroa.

El sargento mayor

Era el ayudante principal del maestre de campo, el segundo al mando. No tenía una compañía propia como el maestre, pero sí tenía potestad sobre el resto de capitanes. Se encargaba de transmitir las órdenes del maestre, esablecer la formación del Tercio en el campo de batalla, el lugar de alojamiento de la tropa,… por lo que era un trabajo de gran responsabilidad. Por ello, contaban con un ayudante que solía ser el alférez de su antigua unidad.

Los tambores y pífanos

En principio eran 3, y constituían la segunda preocupación de un alférez después de la bandera, ya que eran los encargados de transmitir las órdenes del capitán en el combate utilizando sus  instrumentos, ya que era imposible llevarlas a viva voz en medio de la batalla. Además, con su música, subían la moral de los hombres. Había diversos toques, siendo los más básicos el de marchar, parar, retirada,…

El furriel mayor

Era el encargado de alojar a los soldados, de los almacenes y las pagas, así como también de la logística. Cada compañía contaba, además, con un furriel secundario encargado de llevar a cabo las órdenes del mayor. Cada furriel llevaba las cuentas de la compañía, la lista de soldados, así como preveía las armas y munición que necesitarían los soldados.

Para poder aspirar a este cargo, era necesario saber leer, escribir y tener conocimientos mínimos sobre matemáticas.

– El capitán

Era designado por el rey para mandar una compañía. Debía informar de cualquier inicidencia a sus superiores, pero no tenía la capacidad para castigar a sus soldados, y en caso de herirlos, no debía atacar ningún miembro de estos que fuera útil para la guerra. Tenía la potestad para dar licencia a un soldado y permitirle ir de una compañía a otra, pero jamás para abandonar el Tercio, pues era algo que únicamente podía autorizar el maestre de campo o el rey.

Solían tener un paje de rodela, que se encargaba de protegerlo con ella, por lo que normalmente salían mal parado de los combates.

– El alférez

Era el segundo del capitán, su brazo derecho. Un oficial de confianza, puesto que podía encargarse de dirigir la compañía en ausencia del capitán si este así lo requería. En las marchas, contaba con otro ayudante llamado sotaalférez o abanderado, que llevaba la bandera cuando no hubiese combate.

Su propósito era llevar y defender la bandera de la compañía en el combate, llegando en algunos casos a perder ambos brazos con tal de evitar que la bandera callera al suelo. Si esta llegaba al suelo, significaba que la compañía había perdido el combate, por lo que incluso llegaban a sujetarla con la boca, algo complicado, ya que pesaba 5 kg. La bandera siempre debía llevarse de forma vertical, nunca al hombro, pues si caía lo más mínimo, bajaría la moral.

– El sargento

Cada compañía tenía uno, y se encargaba de transmitir las órdenes de los capitanes a los soldados, de que las tropas estuvieran bien preparadas para combatir y que fueran ordenadas. Era el oficial con más especialidad en el cuidado de la disciplina y en la ejecución de cuanto se ordenara. En los servicios nocturnos, se encargaba establecer las guardias y supervisarlas. Podía castigar a los soldados con una alabarda especial que solo llevaban los sargentos, siempre y cuando no los incapacitara para el combate.

El empleo de sargento fue creado tras la Guerra de Granada, a finales del siglo XV, a petición de los capitanes. El soldado elegido para sargento, normalmente un cabo, debía ser apto, hábil, razonable y valeroso. Un joven recluta no podía ser sargento, pues era preferible que tuviese algunos años de antigüedad como cabo. Lo que no era un factor excluyente, ya que también podía ascender un soldado raso, pero siempre con experiencia.

En lo referente a la disciplina, no admitía réplicas de los soldados en cuanto a lo que concerniese al servicio del Rey. Debía mostrarse firme ante los cabos, estudiaba siempre las órdenes que recibía y las que daba. Fuera cual fuese la situación, ejecutaría las órdenes de sus mandos, y si recibía instrucciones de varios mandos sobre un mismo aspecto, acataría las del que tuviera mayor graduación.

– El cabo

Era un soldado veterano que tenía bajo su mando a 25 hombres. Se encargaban de alojar a los soldados en camaraderías, grupos más reducidos. Debían adiestrar a los soldados, asegurarse de que se cumplieran las órdenes del capitán y mantener el orden. De producirse algún desorden, no tenía poder para castigar a los soldados, por lo que debía limitarse a informar al capitán.

Debía vigilar especialmente las buenas relaciones entre los soldados que tenía bajo su mando. Para ello, se preocupaba por instalarlos en alojamientos por grupos con caracteres afines, para que no se produjeran enfrentamientos. Eran frecuentes las visitas a los alojamientos. Además, se ocupaba muy especialmente de los enfermos, transmitiendo al capitán las peticiones de hospitalización o convalecencia, aportando su opinión.

Aunque tenía un alojamiento separado de su cuerpo de guardia, debía ser soltero para estar el mayor tiempo posible con sus hombres. Su escuadra era su familia. Para cumplir mejor su función, debía llevar una vida honesta y de buenas costumbres, evitando el chismorreo o el bandolerismo con sus oficiales. De cumplir bien con las funciones de mando en su pequeña unidad, el cabo podía ascender en la escala de mando.

Además de los combatientes, el Tercio contaba también con otros miembros:

El cuerpo sanitario

No existía un cuerpo sanitario como puede haber en la actualidad. Cada compañía contaba con un solo médico profesional y un cirujano. Los camilleros solían ser los mozos que acompañaban a los soldados al combate o los propios soldados que cargaban con sus compañeros.

– Capellán

Cada compañía contaba con uno, y su función era dar fe a los soldados, enseñar el evangelio, ofrecer la santa misa y dar la extremaunción a los heridos de muerte. Era un trabajo arduo, ya que debían moverse por todo el campo de batalla para dar la extremaunción, y solían ser objeto del odio de los enemigos contrarios a la iglesia (protestantes u otomanos).

En 1587 es la orden de los jesuitas la que asume esta función, pero con la ordenanza de 1632 se crea el puesto de capellán mayor, encargado de elegir a los capellanes de las compaías, así como también ejercía de capellán en la compañía del maestre de campo.

– El cuerpo judicial

Estaba formado por un oidor, escribano, dos alguaciles, el carcelero y el verdugo. Se encargaban de llevar a término los procesos judiciales internos del Tercio, como si fuera un tribunal militar. También se encargaban de los testamentos de los soldados.

Un apunte que al menos a mi me ha resultado curioso, es la existencia de un cuerpo de Policía Militar, mandado por el barrahel. Se encargaba del orden en la tropa, la higiene en los campamentos, seguridad de los edificios y de evitar que los soldados se dispersaran durante las marchas.

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2. Estructura y organizacion interna

Organización y estructura de los soldados en el frente de combate

Los tercios eran nómadas. Varios factores contribuían a estos desplazamientos. Primero, eran fuerzas de intervención, acudían a los lugares donde fueran necesarios. Dentro de los lugares a donde iban se movían por las necesidades que tuviera la campaña. Según donde el comandante en jefe quisiera establecer la campaña las unidades tenían que trasladarse.

En las regiones sin conflicto se desplazaban igualmente. Ocurrió en Italia, donde recorrieron durante dos años Nápoles de un lado a otro. Estos desplazamientos se hacían por repartirse entre las localidades y buscar alojamiento, y porque en el sur de la península se reforzaban en verano las regiones costeras por los ataques de otomanos y corsarios.

Las marchas se volvieron importantes. Estaban reguladas al mínimo. Antes de marchar hacia el territorio enemigo se hacía un reconocimiento previo del itinerario a seguir. También disponían de mapas de la zona.

La estructura original, propia de los Tercios de Italia, cuyas bases se encuentran en la ordenanza de Génova de 1536, dividía cada tercio en 10 capitanías o compañías, 8 de piqueros y 2 de arcabuceros, de 300 hombres cada una, aunque también se podía dividr el ejército en 12 compañías de 250 hombres cada una. Cada compañía, aparte del capitán, que siempre tenía que ser de nacionalidad española y escogido por el rey, tenía otros oficiales: un alférez, quien era encargado de llevar en el combate la bandera de la compañía, un sargento, cuya función era preservar el orden y la disciplina en los soldados de la compañía y 10 cabos (cada uno de los cuales mandaba a 30 hombres de la compañía); aparte de los oficiales, en cada compañía había un cierto número de auxiliares (oficial de intendencia o furriel, capellán, músicos, paje del capitán, barberos y curanderos (estos dos últimos, solían cumplir el mismo papel) etc.

Jerarquía y organización dentro de un tercio.

Posteriormente, los Tercios de Flandes adoptaron una estructura de 12 compañías, 10 de piqueros y 2 de arcabuceros, cada una de ellas formada por 250 hombres. Cada grupo de 4 compañías se llamaba coronelía. El estado mayor de un tercio de Flandes tenía como oficiales principales a los coroneles (uno por cada coronelía), un Maestre de Campo (jefe supremo del tercio nombrado directamente por la autoridad real) y un Sargento Mayor, o segundo al mando del Maestre de Campo.

Siguiendo instrucciones del maestre de campo, el sargento mayor daba órdenes al tambor mayor para la recogida de las tropas. Estas se preparaban y formaban escuadrón, poniéndose en camino. Normalmente, la vanguardia la formaba una de las dos compañías de arcabuceros del ejército, seguida de 200 pasos por el grueso de picas, encabezadas por la compañía que ese día había salido de guardia. La segunda compañía de arcabuceros se encontraba en la retaguardia.

El orden de las compañías era el siguiente: en primer lugar las compañías de arcabuceros completa con sus alabarderos y mosqueteros, para combatir en caso de ataque. Las de picas se subdividían. Primero, mosqueteros reunidos, a continuación la mitad de arcabuceros de estas. Después, coseletes, seguidos por piqueros y sus banderas. Luego el resto de piqueros armados y al final otra mitad de arcabuceros. Así se podía constituir rápidamente el escuadrón, con picas en el centro y armas de fuego a los lados. Como el protocolo era estricto, la posición de las banderas estaba prevista. La primera compañía de arcabuceros estaba a la derecha, a la izquierda las picas de guardia, seguidas por las de esa especialidad. Cerraba la hilera la segunda compañía de arcabuceros.

Durante la primera media milla, el maestre de campo y el sargento iban a caballo. Los demás oficiales caminaban junto a sus hombres, con los alféreces llevando la bandera. La tropa iba en silencio, a toque de tambor. Delante iba la disciplina. Los alféreces entregaban la bandera a los abanderados y los criados entraban a las filas a coger las armas de sus dueños. Después de esto los oficiales y los hombres que disponían de monturas montaban sus cabalgaduras, y continuaba la marcha. Si un soldado que no disponía de mozo tenia que abandonar la formación por alguna necesidad, dejaba su armamento a algún compañero.

En la última compañía de arcabuceros y el grueso iban las mujeres, mochileros desocupados y el bagaje, que transportaba soldados enfermos y aspeados, el equipaje de tropa y la impedimenta, que llevaba útiles de gastadores, pólvora, munición, cuerda y picas para arcabuceros que sobrasen al hacer el escuadrón y a alabarderos. También aquí se encontraban los carros con propiedades de los oficiales. Las mujeres tenían prohibido ir a pie, para no retrasar la marcha. A no ser que tuvieran medios propios tenían que acomodarse en el bagaje o carromato. El resto iban en monturas propias o requisadas por recibo y eran devueltos al final de la etapa.

En tiempos de paz, la impedimenta se encontraba en la vanguardia, para que al acabar no esperaran la llegada de criados y pertenencias.

Si las operaciones eran rápidas se dejaban los bagajes, mujeres y cualquier cosa inútil y no se llevaba bagaje a no ser que hubiera vitualla. En 1587 6.000 soldados se desplazaron a Italia y en Flandes eran 18.000 personas, montando 3.000 o 4.000 caballos.

Otra forma ligera de marchar era salir sin banderas. Su importancia requería mayor protección y por seguridad se formaba escuadrón. Si la unidad las dejaba con el grueso del ejército actuaba con mayor libertad y en despliegues abiertos.

Mientras la columna caminaba, el furriel mayor con todos los furrieles se adelantaba, si se estaba en territorio amigo, para preparar alojamientos. Junto a las autoridades de la localidad recorrían las casas, anotando el número de habitaciones y cumplimentando las boletas, indicando el nombre del soldado y su alojamiento.

Cuando se marchaban, el capitán de los arcabuceros de la retaguardia había inspeccionado a la población que acababan de dejar, recogiendo las quejas de los vecinos e inspeccionando viviendas para ver si algún soldado se había quedado para desertar, dormido o enfermo. Así emprendían el camino, azuzando rezagados y ayudando a cargar bagajes caídos. Una milla antes del final, se regresaba a la disposición inicial, desmontando oficiales y soldados para volver a sus puestos de formación y los mozos entregaban las armas a sus amos.

Se hacían altos en lugares con agua para descansar, beber y comer. Las paradas se hacían por los coseletes (piqueros dotados de elementos de armadura) que tenían que llevar mucho peso en sus espaldas y se fatigaban. Se trataba de hacer que la unidad estuviera unida y que no estuvieran separados, a tres o cuatro millas de la vanguardia a la retaguardia y que no fueran vulnerables.

Llegado a su destino formaban escuadrón. El tambor mayor leía los bandos dictados por el general o el maestro de campo, advirtiendo a la tropa sobre su comportamiento y las penas por infracción. Se señalaba a la compañía que entraba de guardia.

Era importante montar guardia, no solo por motivos de seguridad, se consideraba además un ejercicio porque montando guardia es donde se aprendía a ser soldado. La unidad constituía un pequeño escuadrón, con picas en el centro y armas de fuego a los costados, igual que en combate. Era un buen momento para ver como se abordaban las primeras, maniobra complicada que reflejaba el grado de instrucción.

El relevo se tenía que hacer una hora antes del anochecer, para que los soldados que empezaban su servicio hubieran cenado, y para que lo hicieran los que acababan. El siguiente relevo era a la salida del sol.

A continuación el sargento mayor disponía las centinelas, que llevaban sus armas. No se permitía el uso de capas sino en días de lluvia o mucho frío, porque molestaban a la hora de caminar o combatir y limitaban la vista y el oído.

De noche había varias clases de centinelas. Las perdidas eran hombres colocados como escuchas para vigilar los movimientos del enemigo, toda la noche en el suelo, sin moverse. Llevaban el chuzo como arma y vestían de color pardo; cuando nevaba utilizaban la camisa blanca como camuflaje. Si eran descubiertos no podían escapar. Si lo lograban disponían de un santo y seña para volver.

Los centinelas ordinarios estaban próximos al campamento. Se colocaban a unos treinta pasos del cuerpo de guardia y con unos intervalos que les permitieron verse y oírse. Cada puesto estaba formado por un arcabucero y un piquero, pero pertenecientes a las compañías de picas, ya que los arcabuceros no tenían guardias nocturnas, porque su misión por el día era más fatigosa.

El primero encendía una mecha para ver el tiempo que estaban de guardia, y el segundo dejaba la pica en el suelo y se paseaba sin alejarse. Tenían santo y seña y debían pedirla a todos los que intentaran pasar, incluso a los que conocieron por obligación.

A treinta pasos de la línea de los centinelas se situaban los extraordinarios o de seguro. Eran puestos de un solo soldado. Su misión era alertar de la aproximación de un enemigo.

Por precaución, los soldados no sabían el lugar donde se montaría guardia. De este modo se evitaban tratos con el enemigo.

El resto quedaban en el cuerpo de guardia junto a la bandera. El fuego se mantenía encendido las 24 horas, incluso en verano, para prender las mechas de las armas. Se disponía en una habitación de un tablado de madera a dos pulgadas del suelo para que los soldados pudieran dormir sin desvestirse.

Del cuerpo de guardia salían relevos de centinelas al mando de un cabo que por precaución decía el santo y seña en voz baja. Partía el sargento cada tres horas para hacer rondas acompañado de un destacamento de piqueros y arcabuceros o mosqueteros, siendo un piquero por cada dos en proporción, estas se llamaban sobrerrondas de oficiales. El sargento mayor hacía sus propios recorridos. Se convenía que los que hacían la guardia llevaran rodela porque los soldados apedreaban al oficial con el pretexto de que así demostraban que estaban alerta.

Mientras se montaba la guardia, las compañías francas de servicio se habían dirigido a los alojamientos retenidos para cada una de ellas por su correspondiente furriel. La primera casa que se escogía era para el alférez (segundo oficial de la compañía de infantería. Lleva la bandera en combate, desfiles y demás ocasiones solemnes), que instalaba en ella la bandera, convirtiéndola en punto de reunión de toda la unidad si se daba la alarma. Los soldados recibían una boleta o cartela, en la que figuraba su nombre y el lugar donde iban a pernoctar. Se debían distribuir por camaradas. Así, no solo era más barato preparar el asentamiento, sino que constituían pequeños núcleos capaces de defenderse ante un eventual ataque. Además, se facilitaba de esta forma la concentración de la compañía cuando fuese preciso.

Los vivanderos montaban sus tenderetes, bajo la vigilancia del barrachel, en el lugar que se hubiera designado, y abrían sus negocios a la tropa. Allí la tropa comía y bebía. El alojamiento se hacía en una plaza fortificada, practicándose al alba un reconocimiento por los alrededores. En el cuerpo de guardia había “asadores”, que eran los encargados de examinar las cargas que pudieran ocultar hombres escondidos.

En tiempos de paz se reducían las precauciones. Las marchas se realizaban sin exploradores ni flanqueadores, y a veces las unidades se confiaban a un sargento, mientras sus superiores permanecían en la corte del general pretendiendo descansar. A veces incluso se marchaban a otra provincia donde si estuvieran realizando operaciones, para participar en ellas como aventureros o entretenidos.

En el caso de que se tratase nada más que de una compañía, y no del todo un tercio, la rutina de los desplazamientos y los alojamientos era también muy parecida, debido a la particular estructura de estas unidades. El sargento, el furriel y un tambor desempeñaban las funciones correspondientes. El cuerpo de guardia se montaba en la casa donde vivía el alférez y era el capitán quien, tras la salida de la tropa, hacía la inspección del lugar donde se había pernoctado.

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2. Estructura y organizacion interna

El escuadrón y sus tipos

El escuadrón nació de una idea básica muy sencilla: disponer los cinco tipos de armas: picas, espadas, alabarda, arcabuz y mosquetes de forma conjunta que se obtuviese el mejor rendimiento de las mismas, haciendo del conjunto “un castillo fuerte en campo llano”, en el que los piqueros se disponían en una formación tan cerrada que “entre uno y otro no pueda pasar persona”, mientras que los tiradores adoptaban una menos densa para poder hacer uso de armas. Los tercios escuadronaban solo en las batallas campales. En el resto de tipos de combate no estaban sometidos a las limitaciones de dicha formación.

En su modalidad más elemental se componía de un cuadro de piqueros, normalmente incluyendo a los de las compañías de arcabuceros. A sus lados, se disponían las denominadas “guarniciones”, integradas por la arcabucería que existía en las compañías de piqueros. Era aconsejable que no tuvieran un frente de más de cinco hombres, ya que ésta era la distancia máxima que cubría la pica. Finalmente, se colocaban en las esquinas las “mangas”, constituidas por personal de las compañías de arcabuceros del tercio. Su misión era actuar bien a cierta distancia del grueso de la unidad o reforzar a ésta. En cuanto a los mosqueteros, se situaban donde fuese más oportuno, a ser posible al abrigo de algún obstáculo como una zanja o una pared, si hubiera, o junto a los arcabuceros. Si había demasiados de éstos, lo que como se sabe era frecuente en la infantería española, los sobrantes eran equipados con picas.

De esta manera, todas las armas se apoyaban mutuamente. Los piqueros, reforzados por los alabarderos que en el escuadrón formaban con picas, defendían a los arcabuceros y mosqueteros de la caballería enemiga, y éstos, a su vez, les cubrían mediante su fuego.

Por poner un ejemplo, en el escuadrón denominado “cuadro de terreno”, un tercio de 3000 hombres con 1200 piqueros, 1620 arcabuceros y 180 mosqueteros formarían con un núcleo de los primeros de 56 de frente y 22 de fondo. Los segundos se repartirían en dos guarniciones de 120 cada una, y cuatro mangas de 300. Los terceros se agruparían en un lugar idóneo o se distribuirían entre los arcabuceros.

Para constituir el escuadrón se acudía a varias formulas matemáticas, como las que se han comentado al describir la figura del sargento mayor, pero siempre había unos principios inmutables. Se calculaba que, de media, cada soldado era el centro de un rectángulo de tres pies por siete. Uno lo ocupaba el hombre mismo; uno a cada costado le separaba de sus compañeros de fila. Las banderas se situaban en el centro y ocupaban el doble que una hilera de picas. Por motivos de seguridad, los lados de la hilera que formaban se cerraban con coseletes.

El escuadrón se continuaba siempre “a la sorda”, en silencio, a fin de evitar la confusión, y a la carrera. Para cubrir su frente, se prefería a los piqueros más altos (aunque estos tenían el incoveniente de ofrecer mejor blanco a la artillería) y mejor armados. Pero como la rapidez y el orden eran criterios prioritarios, se colocaban en esa posición los que llegaran antes, siempre que estuvieran completamente equipados. Ser “muy principal, y con armas doradas y con una pica de mil palmos” no bastaba para ocupar ese lugar de privilegio, por ser el de mayor peligro, si se llegaba tarde a la formación.

Tradicionalmente, se llamaba a la primera hilera “la de los capitanes”, ya que la constituían estos, completándose el núcleo requerido de hombres con oficiales “reformados”. Parece singular costumbre esta de colocar a los principales mandos en el lugar de mayor peligro, ya que se corría el riesgo de que la unidad se quedase sin oficiales, pero quizás la conveniencia de dar ejemplo a la tropa y la reputación exigían este particular tipo de despliegue.

Organizar el escuadrón en la práctica era una tarea compleja. El número de hombres disponibles variaba de día en día, a tenor de las bajas y las incorporaciones, lo que creaba serios problemas, ya que era imprescindible que la formación fuese compacta, de manera que las hileras y filas estuviesen completas, sin faltar ni sobrar gente. En realidad, el sargento mayor tenía que improvisar cada vez que formaba un escuadrón, en función de los efectivos presentes. Las características del enemigo, además, tenían una influencia directa. No era lo mismo luchar contra un ejército holandés, fuerte en infantería,  que contra uno francés, en el que predominaba su excelente caballería pesada, o un turco, con su desconcertante mezcla de jenízaros disciplinados y de jinetes irregulares.

El terreno también era un elemento a tener en cuenta. El escuadrón solo podía desplegar en una superficie llana, de modo que las formas y las dimensiones de esta podían llegar a dictar el tipo de formación, al punto de que había uno denominado “por terreno condenado”.

Los planes del general en jefe afectaban también al escuadrón. Si opta por la defensiva, convenía reforzar el fondo de la unidad a costa del frente, ya que así la densidad de las filas permitía cubrir bajas más fácilmente, evitando que se abrieran brechas peligrosas. En cambio, para la ofensiva resultaba preferible primar el frente sobre el fondo, de manera que se situaran más combatientes en las primeras hileras.

Estas consideraciones hicieron surgir una cantidad elevada de tipos de escuadrón: “pequeño agente”, “cuadro de gente en cruz”, “espinado”, “de corona”, “fortísimo perfecto”…existían también subespecies, dependiendo de que en el centro se situaran gastadores, picas secas, bagages, etc. Muchas de estas formaciones eran exquisitas y de placer, más para galanería que para combatir.

Las modalidades básicas eran el escuadrón cuadro de terreno, el de gente y el prolongado, que, a su vez, podía ser de gran frente o de frente estrecha.

El primero era un cuadrado. Como los intervalos entre los hombres de una hilera eran menores que los que había entre filas, ello suponía que, a fin de que los cuatro lados tuviesen la misma longitud, contaba más hombres de frente que de fondo. Por ejemplo, las hileras de 38 (que ocupaban 114 pasos, a siete por soldado). El segundo, en cambio, tenía tantos hombres entre las hileras como entre las filas, lo que implicaba que fuesen rectangulares, con los costados más largos que el frente. Así, si se hacía de hileras y filas de 20 hombres, las primeras ocuparían 60 pasos, y 140 las segundas.

El prolongado de gran frente era también de forma rectangular, pero con los lados más largos mirando al enemigo. Disponía de mayor número de combatientes en primera línea. Era el más utilizado por los tercios. En cambio, en el de frente estrecha, había menos soldados en primera línea, pero más detrás de ellos, en reserva. Era más adecuado a la defensiva.

El masivo escuadrón tradicional, ideado para el tipo de armamento existente a mediados del XVI, quedaría pronto superado. Mauricio de Nassau, seguido por Gustavo Adolfo de Suecia, marcó el camino del futuro, extrayendo las conclusiones de las innovaciones introducidas en el armamento, que hacían innecesario que los hombres se dispusieran en formaciones de tanta profundidad como hasta entonces., era ya posible, por consiguiente, ir a despliegues de mayor frente. Con ellos, a iguales efectivos, se conseguía poner más soldados en primera línea. Se aprovechaba mejor la fuerza disponible, al tiempo que las unidades resultantes eran más maniobrables.

A fines del XVI, Mauricio empezó un decisivo proceso de reformas, incrementando el porcentaje de soldados dotados con armas de fuego y rebajando en 1595 los efectivos de la compañía a 150 hombres, que pasaron a 113 en 1601, con solo 50 y 30 piqueros respectivamente. Tomó dos medidas de gran alcance. Una, reduciendo el fondo de las formaciones a sólo 10 hombres, que se consideraba el mínimo necesario para mantener una cadencia de tiro ininterrumpida. Otra, diferenciando claramente entre el regimiento, como entidad administrativa y como unidad táctica. Mantuvo así el primero, que podía ser muy numeroso, más que un tercio. Pero para el combate utilizaba lo que se pueden llamar regimientos provisionales, cuatro de los cuales, dispuestos en rombo, constituían cada una de las tres partes en que se dividía el ejército.a su vez, los regimientos se subdividían en batallones, en los que los hombres se agrupaban según las armas de que estaban dotados. Lo más normal era situar los piqueros delante y tras ellos los tiradores. Este tipo de regimientos se formaban con absoluta flexibilidad, y lo mismo podían estar integrados por dos regimientos administrativos cortos de efectivos, que por la mitad de uno de ellos, si era grande. El resultado era un despliegue a la vez sólido y flexible, con los distintos cuerpos escaqueados, recordando a las formaciones de las legiones romanas, que Mauricio había estudiado en profundidad. Como en el caso de éstas, facilitaba que las distintas armas y unidades se apoyasen entre si.

Paralelamente, Mauricio incrementó la proporción de los mandos, dotando a cada compañía con tres oficiales y cinco sargentos, y mejoró la instrucción de los hombres con continuos ejercicios, lo que redundó en un aumento de la eficacia de sus tropas.

El rey de suecia llevó más lejos estos cambios, disminuyendo la profundidad a sólo 6 hileras, elevando el número de oficiales hasta 128 por regimiento y formando su propio modelo. Su elemento esencial era el regimiento, generalmente de 8 compañías (aunque los había de 12 y hasta 16), con un total de 432 piqueros y 576 mosqueteros (la compañía tenía 54 de los primeros y 72 de los segundos).

En base a estas unidades se formaban los escuadrones, muy parecidos a los batallones holandeses, en principio de cuatro compañías cada uno, que para combatir también se reunían en grupos equipados con armas iguales. Lo más usual era que todas las 216 picas formasen un bloque a vanguardia, mientras que otro de 192 mosqueteros se situaban detrás. Los restantes 96 constituían una tercera línea.

Por último cabe destacar la brigada. Era una formación ad hoc, en cuya composición el criterio determinante era el número de hombres, no de unidades, y así podía estar formada por menos de un regimiento o por varios. Era un sistema similar  al de los regimientos combatientes de Mauricio. Se organizaba mediante la reunión de tres escuadrones (excepcionalmente, cuatro). Habitualmente, el de vanguardia formaba con sus piqueros delante, seguidos por parte de sus mosqueteros. A derecha e izquierda de estos desplegaban los piqueros de los otros dos escuadrones, flanqueados por sus propios mosqueteros. Los que sobraban se situaban a la retaguardia como reserva.