Fermín Rodríguez cuenta en su estudio que en las conversaciones mantenidas con Concha Alós durante el agosto de 1972 escucharla hablar era «como leer sus novelas» (1985: 23). Qué gran privilegiado este Fermín. En mi determinación por descifrar ese mundo alosiano y llegar a las capas más profundas de su pensamiento ⸺con esto me refiero a su posición frente a la vida, a su sistema axiológico⸺, me apoyo en la ecocrítica y en el ecofeminismo. Sin embargo, cuando uno se sumerge en los textos de Concha Alós, se enfrenta a unos planteamientos filosóficos que esconden aristas que van más allá de la condena al patriarcado o al capitalismo aniquilador.
Los valores subrayados por Concha Alós en sus textos tienen que ver con la autenticidad humana, concepto que se aproxima a lo que ella entiende por libertad y dignidad, con la comunión con el otro sin intermediarios celestiales, solo a través de la empatía sincera, la comunicación y el amor ⸺en su sentido más radical, no en su definición romántica o manida que se tiene de⸺: «Rechazo todos los valores establecidos, creo en el amor, en ser libre» le dijo a Fermín Rodríguez (1985: 169). Para Concha Alós, nuestro modelo de sociedad nos aleja de todos esos ideales, nos impide la comunicación, el amor y, por tanto, se forjan individuos aislados, alienados y ya ni hablemos de la autenticidad, de la libertad o de la dignidad.
Y, así, llegamos hasta el espinoso tema de la religión, la idea de Dios, la providencia. Es recurrente encontrar en las novelas de la escritora una postura crítica hacia los preceptos religiosos, a lo dogmático establecido por la cultura occidental y católica, sobre todo, en tiempos densos como el franquismo. Concha Alós rechaza esas ideas, lo normativo, lo hegemónico:
De dios tenemos noticias indirectas, a través de la religión únicamente, y el catolicismo hace sentir esta presencia indirecta en forma negativa, con prohibiciones de carácter moral que limitan al individuo y con el miedo como acicate para el cumplimiento de las obligaciones que la misma iglesia impone. Estas prohibiciones, este miedo —aprendido en la niñez—forman parte de la persona y contribuyen a la infelicidad del ser humano. Y no sirve decirse que todo es una trampa para mantener en pie la sociedad (Fermín Rodríguez, 1985: 119).
La idea de Dios en las novelas de Concha Alós es una falacia, una figura ausente e indiferente con los problemas humanos. Algunos personajes lo buscan a través de la intelectualidad como Archibald en Las hogueras (1964), otros mediante el amor como María en Los enanos (1962), otros gracias a la realización personal como Cristina en Los cien pájaros (1963) e, incluso, desde la identidad propia como Electra de Os habla Electra (1975). Pero que su idea de Dios no se parezca a ninguno de los adorados por las religiones existentes, no significa que ella no tuviera una creencia propia sobre el tema:
¿Cómo? No, no he descartado la idea de Dios. Tengo mi Dios particular, aunque no practique ningún credo. Creo que lo real está mucho más allá de lo que vemos, igual que piensan los salvajes. Y lo mismo que Kammerer, Freud, en parte, y, sobre todo, Jung; pienso que el azar puede convertirse en una fuente de revelaciones tanto en lo científico como en lo sobrenatural. Por eso no me repugnan ni la química, ni las brujas, ni los espiritistas, ni el Tarot. Muy al contrario (Roberto Saladrigas, 1972: 34).
Con esto presente, nos preguntamos entonces, ¿qué es la providencia para Concha Alós? En una palabra, el azar. En versión extendida: una concepción que tiene muchas caras, pero ninguna definida, algo todavía por descubrir, que no responde a una entidad concreta. Su percepción de lo real como algo no dado totalmente o algo incompleto invita a pensar en un planteamiento mágico de la vida en el que no se cierra a nada para buscar posibles respuestas desde distintos ángulos. Así lo expresa en una entrevista para Ana María Moix:
Me interesa mucho todo lo relacionado con el mundo ultrasensorial, es decir, no sólo me interesa, sino que creo en hechos pertenecientes a este ámbito inexplorado. Si científicamente el azar provoca revelaciones y descubrimientos, ¿por qué no creer en otros hechos producidor por el azar en otros terrenos? ¿Por qué negamos lo que no vemos si vemos tan poco? ¿Los horóscopos? Creería en un estudio bien hecho, en el horóscopo divulgador que sale en la prensa no, no creo. En cambio, he tenido experiencias sorprendentes con echadoras de cartas, y sí creo, repito en un mundo ultrasensorial (1974: 15).
Parece evidente que el mundo alosiano está plagado de mucha inquietud y curiosidad. La «imaginación desbordante» de la autora, junto con su extrema sensibilidad ante una realidad claustrofóbica e injusta que apenas entendía, la llevó a concebir un mundo más allá de lo tangible: «Todo, el mundo, la vida, mis sentimientos, poseían una intensidad rara que yo quería explicar, pero no sabía cómo ni a quién» (Roberto Saladrigas, 1972: 34). Por fuerza debía haber algo más. La realidad no podía limitarse a eso. Concha Alós no se conformó con lo dado y buscó en otro lugar para concebir su idea de Dios. Ese lugar por antonomasia fue la escritura. La providencia en estos términos tiene más que ver con la capacidad humana de abrir la mente y percibir su mundo circundante, entenderlo en todo su esplendor y crudeza. El azar, ese algo fortuito, no es más que una válvula de escape que acerca a la verdad, a lo auténtico. Es el ente libre que conecta al ser humano con el otro lado del espejo, con su existencia errante y casual bajo un cielo con estrellas, pero sin Dios.