Concha Alós en el apagón (de 1979)

Mañana se cumplirá un mes desde el último apagón que paralizó más de la mitad de la península Ibérica. Los medios (al menos aquellos titulares que me han llegado) solían hablar de un evento «extraordinario» sin precedentes. Para documentar casos antiguos, acudían a otros países como el apagón del estado de Nueva York en agosto de 2003 que dejó a oscuras a gran parte del noroeste americano, incluyendo territorios de Canadá. Los apagones recurrentes en Cuba y Ecuador (por continuar con más ejemplos) responden a otras logísticas que, por lo que sea, pasaron desapercibidas al colectivo periodístico que consideró no hacer el paralelismo. El caso es que, montando ya la parte de la bibliografía de la tesis doctoral, apareció en las referencias una noticia publicada en ABC el 22 de marzo de 1979 cuyo titular decía: «Atraco frustrado a Concha Alós la noche del apagón» (p. 55). Este «apagón» dejó sin luz a buena parte del Levante y zonas de Aragón. La nota de prensa tilda de «noche del gran apagón», pero no especifica cuántas horas duró ni a qué hora comenzó.

La noticia, ubicada en una breve columna de la sección «Sucesos» de la cabecera nacional, centra su atención en el intento de atraco que un par de chavales desalmados aprovecharon la vulnerabilidad del momento para llevar a cabo su fechoría. A Concha Alós el apagón la pilló en Barcelona, cenando en casa de unos amigos. Salió a la calle alumbrada con una vela, tomando rumbo a casa. Dos muchachos se acercaron a ella con la vieja excusa de preguntar la hora. La escritora intuyó que a esos dos chicos la hora les importaba un pepino y que buscaban otra cosa. Así que, decidió ignorarlos y continuar su camino. Pero ellos insistieron, poniéndose a su lado amenazadoramente: le exigieron las pertenencias que llevaba encima. No sabemos si los muchachos tenían algún arma o, simplemente, se dedicaron a extorsionar con el empleo de la violencia verbal. Concha Alós sacó arrojo desde sus entrañas y reaccionó empujando a los chicos. Salió corriendo hacia un coche que transitaba por allí. Resultó ser un taxi libre. La escritora aseguró que pasó mucho miedo y que no sabe cómo consiguió dominar la situación. Ella lo achacó a su falsa seguridad ante el par de maleantes. A mí me gusta pensar que fue la adrenalina, esta querida hormona que nos pone a tono en situaciones extremas.

Cuando leí por primera vez, hace ya tres años, la noticia sobre la anécdota del atraco frustrado, la eventualidad me sacudió porque me ayudó a humanizar a la escritora. Me explico: mi admiración por ella, a veces, toca el grado de mito o leyenda que despoja a Concha Alós de materialidad, de cuerpo, de una vida, a fin de cuentas. El intento de atraco bajó la figura de Concha Alós de mi Olimpo personal y la aterrizó en una cotidianidad anodina e, incluso, cruel, si me aprietas. Ya me lo dice mi director de tesis: “no idealices tanto”, “tienes que ser más objetiva con la autora…”, lo intento siempre, créeme. Pero he de admitir que no me es tarea fácil.

Sin embargo, leída ahora esta noticia con nuestro apagón todavía caliente en la memoria, el caso de Concha Alós se aleja de aquel idealismo para aproximarme a otras reflexiones. El apagón del pasado mes nos dio una lección importante: no podemos dar elementos por sentados en nuestro modo de vida y, sobre todo, no podemos perder la calma ante acontecimientos extraordinarios que alteren nuestro ritmo cotidiano por muchos estragos que estos produzcan. Asimismo, nuestro apagón, con todo su dramatismo de gente atrapada en ascensores, en el metro, parada en mitad de la nada sobre las vías de un tren, de un atasco infinito… no fue algo inaudito en nuestro día a día, se trata de un riesgo que asumimos como sociedad dependiente de la energía eléctrica, tan compleja, tan inestable, a veces. El suceso de marzo de 1979 nos enseña que nuestro apagón no fue único en la historia y nos aterriza lo insólito a la llana realidad o cotidianidad. Yo lo hice con Concha Alós y su atraco frustrado, ni siquiera reparé en su momento en el detalle del apagón. Espero que esta noticia nos ayude a todos a normalizar un riesgo asumible, sin caer en el caos o en el amarillismo del drama. No dejemos que la adrenalina se apodere de nosotros.

Fragmento de la noticia en ABC (22-III-1979, p. 55).

De reflexiones y críticas literarias

Hace un mes que ando callada por estos lares. La recta final antes de oficializar el depósito de la tesis está siendo especialmente dura y absorbente. Hoy, corrigiendo y montando en firme el borrador de lo que será el mecanoscrito final, me he topado con una reseña dedicada a la novela Argeo ha muerto, supongo que no había incluido en el epígrafe correspondiente. El artículo está firmado por la crítica y académica Isabel de Armas y aparece publicado en La Estafeta Literaria en su número de diciembre de 1982 (pp. 102-104). El texto lleva por título «Julia y el miedo a volar». Julia es la protagonista de la obra, aunque su familia, los Vilache, la llama Jano cariñosamente.

Esta reseña de la novela me ha llamado la atención, primero, por su extensión y, segundo, por su lucidez a la hora de abordar la trama, de hallar las tensiones y conflictos de los personajes. Sin embargo, a pesar de sus sabias observaciones, no he podido evitar cierto regustillo rancio. Una suerte de sentimientos encontrados en los que, paradójicamente, esta crítica literaria me chirría a la par que me fascina. La tesis de Isabel de Armas es que Julia (o Jano) desarrolla a lo largo de las doscientas cuarenta y cuatro páginas que ocupa la novela un «miedo a volar». Ese miedo a volar es sinónimo de salir de los convencionalismos sociales, dar rienda suelta a los deseos. En este caso, el deseo y el placer de Jano es su hermanastro Argeo con el que mantiene una relación casi incestuosa. Lo de casi en cursiva es porque biológicamente no son hermanos, aunque son criados como tal en el mismo hogar. De este amor prohibido, clandestino, finalmente descubierto por una tía, surgirá el declive, la necesidad de sobrevivir; es decir, de adaptarse a los preceptos sociales. Se anula toda posibilidad de vuelo.

Isabel de Armas observa este conflicto interior de Julia que se debate entre el amor a su hermano o la comodidad de un matrimonio reparador al lado de un hombre rico. Julia, aunque no muy conforme, se decanta por lo pragmático, por la vía fácil socialmente hablando. La conclusión de la crítica literaria es que Julia tiene miedo a volar, a salir de su zona de confort, que se diría ahora. La lucha interior de Jano finalmente es abatida hacia una realidad asfixiante y nada deseable por la protagonista. Ella abraza los estribos sociales en pro de la adaptación, de la vida tranquila. «Así, Julia no es capaz de salvar su circunstancia y tampoco de salvarse a sí misma», viene a decir la autora parafraseando la cita orteguiana. Hasta aquí podría estar de acuerdo. Pero, a mi parecer, creo que este juicio no es del todo justo, valga la redundancia. Al menos, no del todo exacto.

La crítica literaria pone el foco exclusivamente en la acción de Jano: en su decisión de casarse con ese señoritingo rico que vive con su madre y que es introducida con la misma naturalidad en el hogar conyugal. Pero yo me pregunto: ¿cuál debería haber sido la acción noble y rebelde de Jano para no acoplarse a los designios sociales? ¿Huir con Argeo? Recordemos que, tras el descubrimiento del delito incestuoso, ella es castigada y encerrada en un convento para su rehabilitación, como si su expresión sexual fuera una enfermedad o algo sacrílego para el trastorno de las buenas familias, y él es enviado al extranjero a estudiar, a formarse en una escuela de élite. El escarmiento cae únicamente para el lado femenino de la historia. Años después, cuando la pareja vuelve a encontrarse, Argeo tiene pareja: una mujer dócil, blanca y rubia. El ideal femenino del amor cortés garcilasiano. Él rechaza a Jano, la niega. Por tanto, ¿qué puede hacer ella para salvar su circunstancia, para curar su profunda herida si el único acicate que podría empujarla a la rebelión social le da la espalda, la abandona definitivamente?  

No sé, querida Isabel de Armas. Me da a mí que tu espléndida crítica se ha quedado coja en el análisis. Porque, quizá, la novela de Concha Alós no desea mostrar tanto el conflicto existencial de Julia, su miedo a volar, que también. Pero, leyendo el texto y conociendo profundamente la novela, me da por pensar si, realmente, lo que pretendía exponer Concha Alós en último término no era tanto el miedo a volar del individuo, sino, más bien, las nulas posibilidades de vuelo en una sociedad estructurada bajo férreos tabúes y unos convencionalismos que anquilosan cualquier atisbo de vida alternativa a la propuesta y diseñada por el mainstream. La circunstancia se salva con las herramientas disponibles al alcance de cada cuál y Julia no es que se quede en pista, es que decide enterrar un amor. Una pasión negada socialmente primero y por la otra mitad de la historia después. ¿Cómo rebelarse ante el último golpe? ¿Cómo salvarse del dolor? Ese es el verdadero conflicto que recrea la novela, la lucha existencial de Julia es sólo el móvil que pone en marcha la representación de una realidad más y más profunda…

Portada de la novela en su edición de 1982