Vacaciones con Concha Alós al hombro

El curso académico concluye con el trámite del depósito de la tesis en marcha. En realidad, ya estaría todo, solo falta que la Comisión dé el visto bueno. Burocracia. El verano se presenta apacible: lecturas y sol. Bueno, también debo añadir la preparación de un par de artículos y varios congresos. Mejor no hablemos de la defensa oral que me espera a finales de septiembre. En definitiva, la serenidad idílica de baños de sol con libro debajo del brazo se transforma en seguir delante del ordenador con Concha Alós acariciándome la nuca. La compañía de mi escritora de cabecera no me supone un mal plan. Pero ya me gustaría tomar su ejemplo de gran nadadora y saltar algunas olas en la costa azul mediterránea.

Pensando en el verano y en lo propio de nuestra cultura estival, me viene a la cabeza las estancias de Concha Alós en Calafell junto al séquito de Barral y sus escapadas a altamar en el Capitán Argüello. En sus Memorias (2001), volumen que aglutina sus tres libros Años de penitenciaLos años sin excusa y Cuando las horas veloces, fechados entre 1973 y 1988, el editor y poeta no menciona ni una sola vez el nombre de Concha Alós. Sin embargo, el epistolario que revela Sergio Vila-Sanjuán en El joven Porcel (2021) demuestra que la escritora subió en más de una ocasión al viejo barco Barral, compartió tertulias con el núcleo duro en la Espineta e, incluso, llegó a preparar una «cena copeo» en su apartamento que −eso no está claro− imaginamos que alquilaba cerca de la comitiva. Calafell para Concha Alós fue su refugio tras la ruptura sentimental con Baltasar Porcel. Carlos Barral le abrió las puertas de su casa y ella se dejó abrazar por la brisa marina y el escozor de la piel al final de un día repleto de sol.

Imagen de la edición tomada de Casa del Libro.

Aunque Carlos Barral omitiera aquellas aventuras junto a Concha Alós −quiero pensar que lo hizo por elegancia, por discreción−, la novela Os habla Electra es una ficcionalización de aquellas noches de juerga en el New Love, un pub alternativo regentado por un danés que tenía «apellido de cerveza», Sören Touborg. Memorias recrea descripciones sobre la transformación de Calafell, pintoresco pueblo pesquero, en un armatoste de cemento y hoteles. La especulación inmobiliaria no es de nuestro tiempo. Por su parte, Os habla Electra se encarga de retratar la peor cara de la destrucción del litoral en una ciudad ficticia llamada Bañabel. Esta ciudad inventada recuerda mucho al Calafell de Barral. No cabe duda, por tanto, de la vinculación de ambos y de lo importante que fue para ella aquel refugio de sol y playa.

Concha Alós publicó su colección de cuentos Rey de gatos. Narraciones antropófagas (1972) bajo el sello editorial de Barral, justo en el tiempo de aquellos veranos reparadores. Podría decirse que fue la última publicación con notable repercusión crítica. Os habla Electra, que vendría tres años después, bajó considerablemente su relumbrón. Una pena porque se trata de una de sus novelas más ambiciosas narrativamente hablando. Con esta obra, Concha Alós demostró que se puede veranear a gusto, desinhibirse, y no dejar de tomar notas, de observar el alrededor para luego transformarlo en un buen libro. La escritora bebe de su cuaderno interior para plasmar una realidad crítica: la sociedad decadente del último franquismo, las consecuencias de dejar al capitalismo campando a sus anchas. Os habla Electra es una novela incómoda porque sacude los cimientos de nuestra cultura occidental, especialmente la estival.  

Cubierta de la novela. Edición de 1978

Ya que no podré seguir el ejemplo de gran nadadora de Concha Alós −entre otras cosas porque no se me da muy bien hacer de sirena−, trataré de seguir su otro ejemplo de observadora y analista de la realidad. Quizá me sirva para hacer frente a todas las tareas que tengo por delante en este verano atípico en el que la tesis se concluye, pero sigo llevando a Concha Alós colgada en mi hombro.