20N. Mujer de preso

20N. Hoy es un buen día para recordar. Para recordar la lucha antifranquista y la labor de resistencia y cuidado que desempeñaron las mujeres de preso. Ojo que con el término «mujer» se amplía el campo semántico y no solamente alude a la esposa, sino también a la madre, a la hermana o a la amiga. Esto bien nos lo explica, una vez más tan brillantemente, mi querida Cristina Somolinos Molina en su reciente publicación en el Boletín Hispánico Helvético en su número 42 (2025): «“Cuando ya desesperaba de encontrarle”: mujeres de preso y desplazamiento en la narrativa de Dolores Medio y Concha Alós». 

Me enteré de su publicación la semana pasada. Me encontraba en el coqueto y elegante pueblo francés de Dijon asistiendo al congreso organizado por la Asociación Hispanística vinculada a la Universidad de Bourgogne: Coloquio Internacional Horizons écopoétiques et écocritiques dans le monde hispanique contemporain. A lo largo de las jornadas del congreso se habló de mucha literatura española con claros visos  hacia la denuncia medioambiental y se habló de las costumbres franquistas: esas que trataban a las mujeres del mismo modo instrumental que a la naturaleza. Las primeras por su falta de autonomía y capacidad de raciocinio, lo único importante es su papel de amas de cría y de hogar. La segunda por su valor de recurso explotable. Bien sabemos que los Planes de Estabilización aprobados a lo largo de la década de los sesenta permitió la destrucción del medio de forma irreparable: destrozaron «la costa mediterránea de manera prácticamente irreversible». La construcción incontrolada no respetó cauces ni dominios fluviales, pero también la agricultura intensiva sobreexplotó los acuíferos y desecó humedales (Sesma, 2024). El auge económico a costa de reventar la naturaleza. El imperativo social y moral a costa del sacrificio y la marginación de las mujeres. Nada nuevo bajo el sol (por desgracia).

Volviendo al artículo de Cristina Somolinos Molina, el tema de la naturaleza o la denuncia medioambiental no está presente, pero es que su objetivo no es ese. La investigadora vinculada a la Universidad de Alcalá de Henares pone el dedo en la llaga describiendo la resistencia antifranquista llevada a cabo por las mujeres y que escritoras como Dolores Medio, Teresa Pàmies y Concha Alós han representado en su literatura. En orden de mención: los títulos Diario de una maestra (1961); Dona de pres (1975) y La madama (1965). Cristina Somolinos Molina se apoya en las palabras del historiador Abad Buil (2012) para subrayar lo siguiente:

La resistencia al franquismo revela los diferentes avatares históricos, tareas, dificultades y experiencias que atravesaron las mujeres de preso en su lucha diaria por la supervivencia y por la conquista del espacio público a través de la politización y militancia. [Dicho de otro modo] fue precisamente siguiendo preceptos culturales de género, relacionados con la solidaridad y el apoyo a sus esposos como estas mujeres fueron adquiriendo progresivamente una sólida conciencia política, en la medida en la que el ataque directo a las responsabilidades que ellas mismas consideraban como propias de su sexo se convertían en el punto de arranque de su acción (2025: 4).

Las novelistas referenciadas tenían muy clara esta conciencia política a la hora de perfilar a sus protagonistas femeninas. Teresa Pàmies plasmó a través de los ojos de Neus Godàs la experiencia colectiva de esas mujeres: sus desplazamientos, sus sacrificios económicos, sus dobles jornadas de trabajo, pero, sobre todo, la clara percepción de estar realizando un acto político: una resistencia a un sistema opresor. En línea similar camina Irene Gal, la protagonista de Dolores Medio. La escritora, tomando su propio material autobiográfico, expone los sacrificios y renuncias personales que algunas mujeres tuvieron que hacer para acompañar y cuidar a un preso de rol cercano. Pero sin duda, es nuestra Concha Alós con su Cecilia Espín (que toma el apellido de su marido) quien muestra el trabajo duro: las manos rojas —como bien señaló la propia Cristina Somolinos Molina en estudios anteriores— y el hambre, sobre todo, el hambre, que pesa sobre cada Espín como una lápida colgada al cuello. Pero es Cecilia quien hace el sacrificio más grande, traicionando lo más sagrado de sí: su integridad, aceptando relaciones con un señor que detesta a cambio de unos sobrecitos azules con dinero en su interior.

El trasunto novelesco rezuma en la realidad extraliteraria y Cristina Somolinos Molina lo sabe bien. Por eso, dedica un epígrafe a la descripción del desplazamiento geográfico (forzoso) que estas mujeres de preso tuvieron que asumir. Este desplazamiento no alude únicamente al viaje puntual (y reiterado) hasta la cárcel para visitar a su familiar encarcelado, sino también el cambio de punto de vida, mudándose a las ciudades más próximas de las cárceles franquistas. Y este desplazamiento era síntoma de otra estrategia de represión: la separación de la familia de los presos. Todo vale con tal de forzar a los presos a los planes de «redención» y asimilación del nuevo régimen.  

Cristina Somolinos Molina concluye su estudio con una reflexión muy pertinente que me permito parafrasear: Las novelas reflejan desde una dimensión individual la experiencia de aquellas miles de mujeres de preso repartidas por toda la geografía española. Sin embargo, —y esto sí lo cito literal— «en este trayecto individual se cifra una angustia colectiva, en tanto que las vivencias de las protagonistas remiten a la expresión de un problema social que afectó a miles de mujeres durante la guerra y la posguerra» (2025: 13).

Hoy es 20N y es un buen día para recordar. Para recordar las prácticas de un gobierno golpista, reaccionario y criminal. Lo escribo sin paliativos porque creo que ya va siendo hora de que los nostálgicos, que hoy parecen acompañarnos, se den cuenta de lo que representan y reclaman cincuenta años después de aquella calamidad. Gracias, querida Cristina por estudios como el tuyo.